DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY? Parte 6

TODO CATÓLICO ES SEDELUCENTISTA IMPLÍCITO

 . . Y le es mejor saberlo, y afinar aquello en que desafina aun involun­tariamente. Errare humanum est, perseverare diabolicum.

Cree con fe implícita en las consecuencias de un artículo de fe quien no las advierte distintamente. El simple fiel que cree en la autoridad infali­ble de la Iglesia, cree con fe implícita en todas las verdades que ella tiene para enseñarle y que él tiene por aprender: cuando las advirtiere distinta­mente y las profesare formalmente, entonces su fe se hará explícita.

Pues bien: todo católico debe creer al menos implícitamente que el Gobierno visible de la Iglesia Católica no puede promover otra doctrina religiosa que la revelada por Dios. Además, todo católico debe creer al menos implícitamente que el ecumenismo niega la doctrina religiosa reve­lada por Dios. Por ende, todo católico que advierta que el gobierno visible del Vaticano II promueve doctrina religiosa contraria a la revelada por Dios, y que también advierta que la Iglesia Católica se declara incapaz de tener Gobierno visible que haga eso. debe deducir que el gobierno visible del Vaticano II no es el de la Iglesia Católica, y debe, en el momento de advertir ambas verdades, hacerse sedelucentista explícito, o dejar de ser católico para caer, sea en la herejía de la defectibilidad del gobierno visi­ble de la Iglesia Católica, sea en la herejía del ecumenismo.

De lo dicho se desprenden dos corolarios:

COROLARIO CONSOLADOR: Si un hombre adhiere exteriormente a la existencia eclesial postconciliar pero cree explícitamente en el artículo de la indefectibilidad de la Iglesia Católica Gobernante e implícitamente en todas las verdades de fe católica, ese mismo hombre es sedelucentista

implícito, aunque tiene suspendido el ejercicio de la Fe Católica cuyo há­bito le subsiste «como brasa bajo la ceniza».

COROLARIO ASUSTADOR: Pero si un hombre se resiste e indispone a ad­herir siquiera implícitamente a la Sedelucencia, y se obliga también implí­citamente a no negar por nada del mundo la Eclesialidad Postconciliar, tampoco viéndola anticatólica, ese hombre no es católico —diga lo que diga— pues tiene excluido el hábito de la Fe.

LA SEDELUCENCIA NO ES UNA DETERMINACIÓN ACCIDENTAL DEL CATOLICISMO TRADICIONAL

A veces la Sedelucencia no es tomado como una consecuencia nece­saria, ni menos aún componente esencial, del Catolicismo en su pureza antimodernista, sino como una añadidura: sus propugnadores serían ante todo católicos antimodernistas —y de paso, también sedelucentistas.

Craso error. Por lo pronto, entre los que se llaman católicos antimo­dernistas circulan herejías exclusivas de ellos, y que no son propias, ni del Catolicismo, ni de la pseudo-iglesia conciliar: en particular:

  1. la negación implícita de la indefectibilidad, firmeza, incorrupción e incorruptibilidad esencial, colectiva, funcional y jurisdiccional de la Iglesia Católica;
  2. la negación implícita del derecho de un verdadero Papa a ser obe­decido en todo y respetado siempre.

El sedelucentista no es «un lefebvrista extremo». En el lefebvrismo hay problemas para cualquier orientación que se elija con respecto al Pa­pado. Moverse a la izquierda por el «Papa» es apartarse de la resistencia a la herejía. Moverse a la derecha contra la herejía, es recargar la resis­tencia al «Papa».

Si no hubiera Sedelucencia, todos los católicos tradicionalistas, ante lo que quiere la Eclesialidad Postcatólica mal entendida como la Iglesia Ca­tólica, deberían decir las trágicas e inquietas palabras de la casta Susana:

Estrechada me hallo por todos lados; porque si yo hiciere eso que vos queréis, sería una muerte para mí; y si no lo hago, no me libraré de vuestras manos. (Dn 13, 22)

Los lefebvristas están enfermos de un cáncer propio del cual necesitan ser curados. No son una región gris entre la negrura postconciliar y la blancura sedelucentista: son una región con negruras propias suyas. Los que están disgustados con el Concilio sin saber que no es de la Iglesia Católica, no se acercarán a la Verdad por enterarse de más y más cosas anticatólicas del Concilio. Se angustiarán y escandalizarán y en su labe­rinto darán manotazos por probar una salida, y ensayarán fórmulas falli­das. Si tienen voz y mandato grupal, buscarán codificar y justificar esas fórmulas fallidas con los malos frutos de las incoherencias eclesiológicas lefebvristas.

EL PAPADO VERDADERO PERMANECE IDÉNTICO A SÍ MISMO Y HACE LO MISMO

Un principio metafísico muy obvio, señalado por Aristóteles, y muy ci­tado en los teólogos medievales que lo comentan, es éste, lapidario, sim­plísimo: ídem manens idem semper natum est facere ídem (Así por ejem­plo, el fuego que sigue siendo fuego, siempre emite calor y nunca frío, etc.). Eso significa que lo que permanece idéntico, siempre hace lo idénti­co. Ahora bien, los jefes vaticanos desde muerto el Santo Padre Pío XII no hacen lo idéntico de los Papas, sino lo insólito, novedoso, revoluciona­rio, y lo contrario. Por lo tanto, no son lo mismo que aquellos de antes. No son Papas. Y no hay ningún otro que en lugar de ellos sí lo sea. El Papa­do siempre da al mundo la misma Religión, siempre es «Luz de Luz», bri­llo más especial de un brillo más general de Cristo mismo en su Evangelio y su Magisterio. Lo que da al mundo religión distinta, o peor, contraria a la dada por Papas (que olvidamos tan fácil, pero fueron 261 y abarcaron larguísimas eras históricas, y la conversión de Europa, y la formación de toda nuestra cultura, y el florecimiento de todas las virtudes y santos), eso no es Papado..

Puesto en términos más metafísicos:

La potestad papal tiene como causa formal la autoridad de Cristo’, como causa eficiente o activa al mismo Cristo2, y como causa final remota la conservación de todos los creyentes en la unidad de la fe y de la comu­nión3 (esto es, apacentarlos). Pero algo que es distinto de otro algo, es distinto de aquello a lo cual es idéntico ese otro algo. De ahí se sigue que no es papa verdadero: 11 el personaje religioso mundial que no es eficien­temente idéntico en Cristo, como actor primero y perfectivo de su persona pública, a los papas verdaderos pasados, pues en su persona pública lo mueve el Anticatolicismo;  el personaje religioso mundial que no es for­malmente idéntico a los papas verdaderos pasados en la autoridad de Cristo que solo comunica doctrina tradicional pura y salvífica; y 3° el per­sonaje religioso mundial que no es finalmente idéntico a los papas verda­deros pasados en la intención de apacentar a todos los creyentes.

Además, cuando no falla un fin, no falla (si está presente) aquello que está infaliblemente dirigido a ese fin. Pero el fin del papado es conservar a todos los creyentes en la unidad de la fe y de la comunión, o apacentar­los. Si aquel que pretende estar dirigido al fin del papado falla respecto de apacentar a todos los creyentes, y el fin del papado no puede fallar, ese pretendiente no es papa. Pero los pretendientes papales del Vaticano II fallan respecto de apacentar a todos los creyentes. Luego no son papas.

En el Concilio Vaticano II salió del Vaticano doctrina que había sido in­faliblemente e irrevocablemente condenada por verdaderos Papas con la Autoridad Suprema delegada por Cristo en ellos. El Concilio comunica doctrinas repugnantes, en especial la de la libertad religiosa y el ecume­nismo, doctrinas de las cuales no solamente no había los menores ama­gos en los largos diecinueve siglos —más, casi cuatro mil, pues tampoco en el Antiguo Testamento— sino afirmaciones que las destruyen. Se apo­deró de la Ciudad Matriz de la Iglesia una anti-iglesia, con una nueva reli­gión.

El católico no debe reconocer esa iglesia ni esa religión, pues están separadas de la Iglesia Católica, ni tiene nada que hacer con representan­tes de una cosa que en su realidad íntima no es la Iglesia Católica, sino una parodia y apariencia teatral de ella.

En menos palabras: El Concilio es contrario a la Iglesia Católica. Esto es grave, único en la historia, y bien demostrable comparando las dos doctrinas que se contradicen como agua y fuego.. Si el Concilio es contrario a la Iglesia Católica, como a lo oblicuo se une lo oblicuo, la misma des­gracia alcanza a todo lo que se adhiera al Concilio: jefes vaticanos (que por eso mismo no pueden ser papas), obispos, congregaciones, parro­quias, publicaciones, etc. Como la Iglesia no puede contradecirse, lo que la contraría no es Ella, por mucho que se haya instalado en puestos, dig­nidades, y mentes. Es imposible ser recto respecto de la Tradición y ser oblicuo respecto del Papado que la da y la custodia.

LA SEDELUCENCIA NO ES UN ALA DE LA IGLESIA CATÓLICA

La Iglesia Católica es homogéneamente conservadora y esencialmen­te conservadora y en su gobierno y docencia oficial; no está formada de estratos que participen en grado desigual del carácter conservador que se realizaría al máximo en la Sedelucencia. Además, si la Iglesia Católica estuviera en estado de orden y con Jefe visible, el supremamente conser­vador es necesariamente el Papa, como piedra fundamental y como con­firmador de la Fe de los católicos.

Hasta el momento en que la jefatura vaticana usurpada. con todo su gigantesco séquito mundial, se separó de la Iglesia Católica, no existían «católicos tradicionales». pues era inconcebible en la conciencia general católica —y es inconcebible en sí mismo— que un hijo fiel de la Iglesia Católica innovara o inventara en materia de Fe. Mucho más inconcebible es que la Iglesia Católica misma lo haga en sus gobernantes auténticos. La Iglesia Católica tenía en el Papa —y tendría en el Papa, si hoy lo hu­biera— el órgano más inamoviblemente correcto —más aún: activamente corrigiente— de su Profesión de Fe. No existía, ni existe, una parte, o ala de la Iglesia Católica más conservadora que otras partes de la misma.

Toda la Iglesia Católica era y es conservadora. Solamente había una par­te más necesaria y seguramente conservadora que todas, a saber, su cabeza visible, el Papa, que era y si hoy lo hubiera, sería la Iglesia Católi­ca virtual, como lo enseña Silvestre Prierias, O. P., Maestro del Palacio Apostólico de Roma en su brillante polémica contra Lutero:

La Iglesia universal es esencialmente la convocación al divino culto de todos los creyentes en Cristo. Y la Iglesia universal es virtualmente la Iglesia Romana, cabeza de todas las iglesias, y el Pontífice máximo. La Iglesia Romana es representativamente el colegio de cardenales; y vir­tualmente es el Sumo Pontífice, que es la cabeza de la Iglesia, aunque de otro modo que Cristo.

Media Europa, y algún santo canonizado, se equivocó sin culpa ni da­ño sobre la identidad del Papa durante los cuarenta años del Cisma de Occidente. ¿Puede decirse otro tanto de quienes se equivocan sobre la identidad del Papa tras la consumación e imposición del concilio? No, por cierto. En aquel entonces sí había duda, y esto por lo bien y por lo católi­camente que actuaba el pseudopapa aviñonés. Durante el Cisma de Oc­cidente, todos los católicos eran bien apacentados; de manera que aún los que obedecían a un papa ilegítimo universalmente incognoscible como tal; obedecían un apacentamiento perfectamente católico. La misma inte­gridad de la fe de los pseudopapas aviñoneses dificultaba resolver el enigma, para el cual no quedaban más pistas que las de la validez o inva­lidez del primero o segundo cónclave cardenalicio de 1378, las cuales se reducían a los testimonios de los cardenales sobre la supuesta coacción que sufrieron en el primer cónclave, y los indicios externos de que no hu­bo una tal coacción. El dilema aviñonés no se puede resolver a partir de los titulados papas, sino a partir de la libertad o falta de ella en el primer cónclave cardenalicio de 1378, y a partir de la veracidad, o falta de ella, del testimonio de los cardenales de haber estado coaccionados por temor a las represalias previsibles del populacho romano en caso de elegirse como papa un cardenal de la mayoría francesa. No hay ningún dilema parecido en el siglo XX. Después que la Eclesialidad Postcatólica desgajó —en prelados falibles sin verdadero Papa— la parte numéricamente y ejecutivamente principal de la previa estructura de la iglesia Católica usurpando todo lo que pertenecía a ésta, incluido el nombre y el título su­premo, casi todos los católicos (aquellos que siguieron siéndolo y mien­tras siguieron siéndolo) pasaron a ser pésimamente apacentados y pasa­ron a obedecer a un pseudopapa tiránico apóstata universa/mente cog­noscible como tal y a obedecer y retransmitir hacia abajo y hacia fuera un apacentamiento anticatólico. Cristo dio a Pedro y sus sucesores la digni­dad de Pastor y además les impuso y asistió indefectiblemente el ejercicio de apacentar. Este sustantivo, como muchos otros que terminan en «- ton>, indica agente (muchas veces por título o cargo o hábito) del verbo de que se deriva, lo cual vemos reproducirse en castellano en los sustantivos «creador», «pensador», «pecador», etc. En latín, «pastor» se deriva de «pascere» (apacentar), de manera que significaría «apacentador, que apacienta por oficio o como característica».

No puede darse al pseudopapado postconciliar la incertidumbre y opi­nabilidad que tenía el pseudopapado aviñonés. En aquel entonces, el pre­tendiente romano y el aviñonés se atacaban personalmente, pero ambos tenían la Fe íntegra, y creían cada uno de buena fe ser el Papa legítimo asistido por Dios, y procuraban y daban a la Iglesia Católica la orientación pedida y dada por ella y ni rasguñaban el Depósito Revelado, y no había nada en su conducción ni enseñanza en que resistirlos, ni en lo cual se­guirlos hubiera contrariado la conciencia católica. Todos los católicos permanecieron católicos. La incertidumbre resultaba de complicaciones de derecho canónico oriundas de la doble elección hecha por los mismos cardenales y de la difícil verificabilidad del argumento de los cardenales contra la validez de su primera, basado en una pretendida falta de libertad en el primer cónclave, de la cual ellos mismos eran los únicos testigos. No había otro elemento más firme para decidir la cuestión, precisamente por la perfecta ortodoxia de la misma conducción aviñonesa pseudopapal en designación pero papal en intención. Porque es históricamente probabilí­simo que los pseudopapas aviñoneses, pese a su ambición y otras faltas humanas, creían de buena fe dirigir la Iglesia Católica en la tierra y procu­raban hacerlo bien —y tan impecablemente lo hicieron que por eso mismo costó tanto demostrar que no eran papas, y hasta hoy no está demostra­do infaliblemente. Con largos siglos la Iglesia Católica se fue inclinando por resolver la cuestión a favor del papa romano a partir del predominio de los indicios de validez del primer cónclave de 1378. Hasta ahora no se detecta heterodoxia alguna en el pseudopapado aviñonés. Aquello no tenía nada que ver con un concilio apóstata, una irreligión apóstata y un jefe vaticano apóstata que intentando y simulando administrar la autoridad apostólica impusiera la apostasía a los católicos, y con eso mismo demos­traba apodícticamente que de ninguna manera podía ser papa y que es necesario negarlo como tal y resistirlo y perpetuar la Iglesia Católica du­rante su acefalía, contribuyendo con todas las fuerzas al ministerio sa­cramental, homilético y catequístico católico sedelucentista explícito y se­guro fundado precisamente en la acefalía y en la epikeia.

Asentir a una elección papal inválida sin el menor esbozo de conduc­ción anticatólica en medio de incertidumbres invencibles no tiene nada que ver con asentir a una conducción anticatólica en medio de certezas avasalladoras de su no-papalidad.

Equiparar el pseudopapado presente con el pseudopapado aviñonés lleva a calificar la creencia en este pseudopapado como lo que era la creencia en aquel pseudopapado: errónea, pero excusable e inocua.

Estando contrapuestos dos pretendientes a la jefatura suprema de la Iglesia Católica durante cuarenta años, sí había duda acerca de si alguno de ellos era, o no era papa, debido a la complejidad del origen de dicho dilema: los mismos cardenales que eligieron un papa en Roma, a poco de elegirlo, alegaron haberlo hecho bajo presión, y alegaron demencia del papa electo, y procedieron ellos mismos a una nueva elección en Aviñón. El caso a favor del papa romano se fue resolviendo con gran lentitud, y no fue sino en pleno siglo XX que los papas aviñoneses fueron retirados de la lista de Papas por la Santa Sede, que nunca se expidió ex cathedra sobre los pseudopapas aviñoneses.

En el caso del presunto papado de los arquitectos supremos del conci­lio neovaticano. ocurrió un hecho histórico del cual no hubo el menor asomo en Aviñón: se arrastró a toda la jerarquía católica, y con ella a la virtual totalidad de los fieles, a vivir y pensar de manera contraria al dog­ma, la moral, y la liturgia católica. El pseudopapa aviñonés no inoculó ni una gota de anticatolicismo en la vida de la Iglesia Católica: por eso mis­mo, no podía ser reconocido como imposible portador del Papado, ni ha­bía consecuencias graves para la vida espiritual en hacerlo. El pseudopa­pa aviñonés no daba fundamento ni conducción a ninguna secta ni ecle­sialidad anticatólica ni aún acatólica.

Aunque hagan poco caso de esto los que posponen y rebajan realida­des primordiales y altísimas, durante el dilema Roma-Aviñón, todo católi­co daba su completa obediencia y confianza a aquel en quien veía al Pa­pa, y de ningún modo lo desafiaba, ni levantaba un altar contra él, ni se ponía al margen de sus delegados subalternos.

En cuanto al poder de jurisdicción, en el Dictionnaire Apologétique de la Fol Catholique se explica que el ocupante de la sede aviñonesa recibía del pontífice romano, como la luna recibe la luz del sol, el poder de las llaves, y lo que ataba y desataba en su área quedaba validado. Otro autor explica que entonces la validez de los sacramentos y actos administrati­vos quedó salvada bajo cada portador del título papal, no porque hubiera más de un papa legítimo, sino porque el único que había era la fuente de la jurisdicción y los sacerdotes y obispos del partido que errado tenían un titulus coloratus que permite, en un tal tiempo de error ¡nevitable, adminis­trar legítimamente los sacramentos y hacer otros actos de jurisdicción.

Sea como fuere, el pseudopapado aviñonés presenta diferencias fun­damentales y descomunales con el pseudopapado postconciliar, siendo la principal de ellas su incertidumbre. Y durante el cisma de Aviñón nadie disimulaba nada papal en ningún lado.

San Vicente Ferrer, aunque decidió erróneamente la cuestión papal a favor del pretendiente aviñonés: estaba enérgicamente en contra de toda indiferencia acerca de la identidad del Sumo Pontífice. Suyas son las si­guientes importantes palabras‑

[ . ..] no es suficiente, para salvar la fe que hemos de tener en la Iglesia de Cristo, creer bajo condición e indeterminadamente en el verdadero papa. del mismo modo que no basta creer incondicionalmente e indetermina­damente en la Iglesia. Ya se dijo que creer en la Iglesia una, santa, cató­lica y apostólica, es un artículo de fe. Por consiguiente, no basta al fiel cristiano la credulidad condicional e indeterminada en la Iglesia y, por tanto, en el verdadero papa, porque una cosa conlleva la otra, como que­da dicho. Pues bien, la fe condicional e indeterminada en el papa verda­dero no dirige suficientemente al hombre en sus obras, sino que lo deja perplejo. Si a ninguno obedece y permanece en la duda, está claro que dicha credulidad no le guía suficientemente en la observancia de los pre­ceptos divinos.( san Vicente Ferrer. Tratado del cisma moderno. Parte I Cap.4)

P. Patricio Shaw, en su obra Sedeluncia

CONTINUARÁ, D. m.,  con Los Artículos Fundamentales Exigen Fe Explícita

 

Parte I  de DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?

Parte II de DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?

Parte III de  DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?

Parte IV de DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?

Parte V de DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?