CONVENIENCIA DE LA VIRGINIDAD PARA LA CONTEMPLACIÓN DIVINA

 

Hemos dicho, pues, que la virginidad ha sido asignada al hombre como auxiliar de ese pensamiento y ansia divina, según se la suele llamar en los Sagrados Libros. Del mismo modo que las restantes disciplinas escolares se han excogitado para facilitar la formación de quienes se entregan a su estudio, así la disciplina moral de la virginidad me parece ser un arte y ima como posibilidad de acceso a una vida más divina, que instruye a los que viven sujetos a leyes camales sobre él modo de emular las prerrogativas de los seres incorpóreos. Pues toda la solicitud de esa vida consiste en que la alteza del alma no se deprima ante la avenida turbulenta de las pasiones y que nuestro entendimiento no abandone la contemplación celestial y el mirar hacia la altura, dejándose caer en los placeres de la carne y de la sangre.

Mas ¿cómo será posible a nuestra alma, esclava de este bajo placer sensual y entregada a la concupiscencia de afectos humanos, el contemplar con espíritu libre de turbaciones aquella luz congénita, cuando en virtud de un juicio engañoso y lamentable se lanza hacia las cosas terrenas y viles? La naturaleza volvió la vista de los puercos hacia la tierra, y así les privó del panorama de las maravillas celestes; del mismo modo, el alma sumergida por completo en el cuerpo no podrá contemplar el cielo ni las bellezas del universo, ya que está inclinada a la tierra y a cuanto es propio de los irracionales.

Por todo lo cual, para que nuestra alma, en pleno uso de su equilibrio y libertad, pueda contemplar aquel divino y bienaventurado placer, no ha de volverse hacia las cosas terrenas ni ha de tomar parte en aquellos deleites concedidos por indulgencia a la vida vulgar, sino que ha de trasladar el ímpetu de su amor, apartándolo de las cosas corpóreas, hacia la visión espiritual e intelectiva de la belleza.

Para obtener tal disposición de alma ha sido instituida la virginidad del cuerpo; de modo que, dando al olvido las exigencias que parecen nacer de la misma naturaleza, no sienta ya el alma ninguna necesidad de dedicarse a las bajezas debidas a la carne. Y así, una vez libre de estas deudas, desaparece el peligro de que al condescender un poco con estos placeres, permitidos, al parecer, por la naturaleza, se aparte de aquel deleite imperecedero, cuya posesión está reservada a la pureza de corazón con la ayuda de aquel que nos gobierna.