La Iglesia Católica, ¿está o no está en la Eclesialidad Postcatólica?

A pesar de la Eclesialidad Postcatólica cuyo yugo sufre como violencia antagónica, la Iglesia Católica está en aquellas regiones donde la misma Eclesialidad Postcatólica no se impuso hasta consumar su obra radical­mente destructiva de la Fe Católica. Pero la Iglesia Católica está ahí de modo incierto y sin vivir ni reinar ni tener fundamento visible seguro, y su­friendo un profundo y terrible daño espiritual. La Eclesialidad Postcatólica de la cual por desgracia procede ese daño, y procede de manera princi­pal, eficaz e inmediata, es un tejido mortífero parasitario que está espiri­tualmente separado de la Iglesia Católica, aunque canónicamente adjunto a ella —por una gravísima anormalidad pendiente de rectificarse: esa ad­junción es sustancialmente ilegítima pero accidentalmente sigue siendo legal. La Eclesialidad Postcatólica es de facto anticatólica, y es cognosci­ble como tal por la anticatolicidad de sus actos oficiales; entretanto, sigue siendo de jure católica, por mera inercia por no haberse podido activar el mecanismo jurídico que la arrancase del todo y por declaración. Ese tejido mortífero parasitario ha podido y puede abusar en almas buenas desorientadas de los mismos carismas privados que las mismas recibie­ron de la Iglesia Católica.

La intención de pertenecer a la Iglesia Católica asegura al bautizado la realidad de esa pertenencia según aquello a lo cual su intelecto adhiere como «Iglesia Católica» coincida o no coincida con las notas esenciales de la Iglesia Católica. Pues el ecumenismo ataca radicalmente la unidad y santidad, quien adhiera a una «iglesia» que suponga ser la «católica» pero entienda ser «ecumenista», si persiste en esa adhesión habiendo percibido suficientemente la verdad católica contra el ecumenismo, queda separado de la Iglesia Católica por herejía.

En las regiones donde la Eclesialidad Postcatólica sí se impuso hasta consumar su obra radicalmente destructiva de la Fe Católica, regiones que constituyen de manera sustancial y propia a esa eclesialidad, no está en absoluto la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica en cuanto a Confesión de Fe, está de modo cierto y eminente, aunque privado de gobierno visible, en el Enclave Sedevacan­tista que cobija a católicos integralmente fieles a la Fe y consecuentemen­te amurallados y separados contra la Eclesialidad Postcatólica.

La Iglesia Católica en cuanto a sacerdocio auténtico y sacramentos que dependen de él, está de modo exclusivo en el Enclave Sedevacantis­ta que cobija a católicos integralmente fieles a la Fe y consecuentemente amurallados y separados contra la Eclesialidad Postcatólica.

La Iglesia Católica tiene unos cuatro mil setecientos titulares materia­les de sedes episcopales, de las cuales unas ciento ochenta son cardena­licias y una es papal: allí sobrevive de manera legal imperfectísima y pri­vada de su actualización divina, la designación y la capacidad de designar para el Papado. Pero la Iglesia Católica no está ahí: tiene designaciones —todas las suyas por desgracia!— ahí.

La Iglesia Católica no está en absoluto ni en la principalidad ni en la actividad propia de la Eclesialidad Postcatólica. La Eclesialidad Postcató­lica subsiste en la Iglesia Católica, pero no es la Iglesia Católica. La Ecle­sialidad Postcatólica no es corrupción de la Iglesia Católica. Es corrupción individual y colectiva de portadores falibles de designación episcopal, car­denalicia y papal (lo son todos como que no están unidos a un papa ver­dadero, separados de la Iglesia Católica, y constituidos en sostén de otra existencia eclesial).

Catolicismo bajo la Eclesialidad Postcatólica

 Según dice Pedro de Alvernia comentando a Aristóteles, hace falta que un régimen se guarde porque ninguna parte suya quiera otro régi­men1. Ningún católico fiel querría otro régimen eclesiástico que el teocén­trico-romano histórico que lo hizo católico. Y el régimen eclesiástico oficial postconciliar antropocéntrico no hace católico a nadie. Por consiguiente, ningún católico fiel querría ese régimen conocido como lo que es.

Aunque en un sentido meramente local, externo, y fraudulentamente administrativo, muchos tesoros del Catolicismo verdadero e histórico es­tán encerrados en la Eclesialidad Postcatólica, lo están de manera hete­rogénea, y sin ser parte de ella. Esa inclusión heterogénea del bien reli­gioso en el ambiente religioso malo tiene cierta analogía con la inclusión de incentivos accidentales a la devoción, oriundos del Catolicismo, en un entorno protestante conservador. Pero se diferencia de ésta última en tres puntos principales, dos de los cuales la tornan menos mala y el tercero peor aún.

PRIMERA DIFERENCIA MEJORADORA. Por cierta presión comunitaria reci­bida de la previa influencia secular de la Iglesia Católica verdadera, y por tolerancia oficial calculada para retener adeptos, en muchas partes de la Administración Postcatólica se mantienen devociones fuertemente católi­cas, aunque no la verdadera Misa ni la adoración eucarística objetivamen­te acertada, y probablemente tampoco la absolución válida.

SEGUNDA DIFERENCIA MEJORADORA. La Eclesialidad Postcatólica no ha sido excomulgada ni señalada por autoridad notoria como propia para evitarse y rehuirse; así, quienes se adhieren a ella sin mejor criterio, no quedan por ese solo hecho separados de la Iglesia Católica ni de las gra­cias provenientes de la pertenencia, aún precaria, a ella.

GRAN DIFERENCIA EMPEORADORA. La obsesividad ecumenista y profana de la Eclesialidad Postcatólica es aún más disolvente del Catolicismo que los principios fundamentales del protestantismo, como la interpretación individual de la Escritura, la salvación a partir de «la recepción de Jesús como Salvador personal», etc.

Hay incentivos a la santidad presentes de modo totalmente inerte y ex­terior en la Eclesialidad Postcatólica —por ejemplo, porque tales monjas distribuyen tal y tal escapulario o novena, o porque tal imagen o reliquia está patrocinada por tales clérigos regulares, o tal libro excelente se ven­de en tal librería adherida al Postcatolicismo. Para comprender la esencia y circunstancia de esos incentivos, viene a propósito una analogía elabo­rada a partir de ciertas reflexiones profundas del escritor católico argen­tino Leopoldo Maréchal.

Así como el detenimiento del hombre en bienes naturales no otorga al alma lo que busca en ellos y no está en ellos, así el detenimiento del cató­lico en el entorno postcatólico de bienes sobrenaturales no otorga al alma lo que busca de él y no está en él. En uno y otro caso sobreviene un de­sengaño y eventualmente un hastío y hasta un tormento.

El desengaño es la respuesta del falso objeto de detenimiento. Los bienes naturales responden frontalmente: «somos el llamado; no somos el Llamador». El entorno postcatólico de bienes sobrenaturales responde lateralmente y a pesar suyo: «encierro llamados de la Llamadora, pero no soy la Llamadora».

Leopoldo Maréchal comenta un espléndido texto de San Isidoro de Sevilla:

Por la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender su belleza in-creada que no puede circunscribirse, para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios que lo apartaron de Él; en modo tal que, al que por amar la belleza de la criatura se hubiese privado de la forma del Creador, le sirva la misma belleza terrenal para elevarse otra vez a la hermosura divina.

Mirando a la situación religiosa católica postconciliar, bien puede de­cirse:

Por la belleza de los tesoros de la Iglesia Católica materialmente ence­rrados en la Eclesialidad Postcatólica, nos da Dios a entender la belleza perfecta de la Iglesia Católica que no puede destruirse, para que vuelva el católico a la Iglesia Católica por los mismos vestigios que, abusados por una Entidad Envolvente Engañosa, lo apartaron de la Iglesia Católica; en modo tal que, al que por amar la belleza del tesoro católico en el en­cierro postcatólico se hubiese privado de la forma del Catolicismo, le sir­va la misma belleza del tesoro católico para elevarse otra vez, y mejor, a la Iglesia Católica, separándose —aunque cueste— de la Eclesialidad Postcatólica.

El hombre puede equivocarse pidiendo a los bienes naturales lo que no pueden darle porque son la llamada y no el Llamador —análogamente el católico puede equivocarse pidiendo al entorno postcatólico de bienes sobrenaturales lo que no puede darle porque no es la Iglesia Llamadora sino una Eclesialidad Envolvente Engañadora.

El hombre puede equivocarse también no entendiendo cuándo y en qué condiciones los bienes naturales pueden dar lo que tienen para darle, por no atender en ellos la llamada del Llamador —y el católico puede equivocarse no entendiendo cuándo y en qué condiciones los bienes so­brenaturales encerrados en la Eclesialidad Postcatólica pueden dar lo que en ella y según ella no tienen para darle, por no atender en ellos la llama­da de la Iglesia Llamadora contra la Eclesialidad Envolvente Engañadora Postcatólica y hacia la Existencia Eclesial Católica Sedelucentista Libera­dora.

Según Pedro de Alvernia hay una misma relación entre la ciudad y el régimen buenos, y los respectivos malos. Un régimen se compara a una ciudad como su vida, pues el régimen es el orden de la ciudad, pero el orden es la vida de aquello cuyo orden es, luego, el régimen es la vida de la ciudad. Y como al cesar la vida cesa aquello cuya vida es, al cesar el régimen político cesa la ciudad.’ Aplicado esto a la Iglesia Católica, hace inferir que el régimen eclesiástico ordenado bajo un verdadero Supremo Pastor es la vida de la Iglesia (en lo visible), y al cesar esa vida cesa la Iglesia regida ordenadamente, para quedar la Iglesia regida en el desor­den y la privación causados por el pseudo-papado postconciliar. Aún fren­te a ese régimen, y amurallada contra él, existe la Iglesia Católica inmortal y la pertenencia indefectible a ella.

El actual acceso abierto a la Iglesia Católica para inexpertos

El creyente católico ordinario no esclarecido sobre la terrible invalida­ción y desertificación eclesial postconciliar ni sobre el refugio perfecto, ¿dónde encontraría a su Madre Iglesia, y dada a él por quién? Adherido a una Eclesialidad Postcatólica que asalta y envuelve de Anticatolicismo, sólo puede en grado imperfecto encontrarse en la Iglesia Católica y en­contrarla si conserva la Fe en los dogmas fundamentales de la verdadera Iglesia. La puede encontrar tras la neblina y por así decir a tanteos en laoración, en la Historia eclesiástica preconciliar, en buenos libros, en me­nor medida en el arte sacro y eventualmente en otros fieles. La Iglesia le es dada a la distancia por agencia de la Iglesia sin la Postiglesia de facto, y en atravesamiento heterogéneo contingente de esta última; le es dada por medio del Bautismo y la Profesión de Fe, y le es dada a partir de Cris­to, de las pocas pero infinitamente valiosas verdaderas Misas que aún se celebran en la tierra, y de la Comunión de los Santos. Según un importan­te teólogo español de la Contrarreforma, la Tradición de la Iglesia se en­cuentra no solamente en los concilios y en la doctrina de los Santos Pa­dres, sino también en el corazón de la Iglesia.’ Los inexpertos pueden cooperar con mociones de Fe y amor del Espíritu Santo que los aferren a la verdadera Iglesia y los aparten de la Eclesialidad Postcatólica. Todo aquel que ame a la Iglesia tenderá a la Tradición contra la revolución reli­giosa, y por lo pronto concebirá adoración por la divinidad del Hijo de Dios y reconocimiento de su Soberanía absoluta sobre la Humanidad y de su derecho a hacerse conocer y seguir, y sentirá incompatibilidad con la nueva religión antropocéntrica, ecumenista e irreverente aunque ella lo envuelva.

Viene al caso una consideración del sabio cardenal De Bérulle:

El misterio de la Encarnación liga estrechísimamente y alía con­juntamente a Dios y al hombre con una alianza que no solamen­te otorga un derecho y título originario a la posesión y fruición mutua y recíproca entre las dos naturalezas, sino que esta alian­za, así como es más divina, también es más potente, más ac­tuante y más estrecha que aquella misma entre Jesucristo y su Iglesia. Este misterio es más grande y elevado que todos los otros medios que se podría pensar que tengan la fuerza de dar­nos alguna clase de alianza con Dios.

El príncipe de la Iglesia que escribió lo que arriba copiamos, se basa en que el orden de la unión hipostática es muy superior al orden de la gracia, sobre el cual marca los efectos de su poder.

Aunque en la inmediatez no haya Iglesia visible, sacramentos ni escla­recimientos eclesiológicos, el Verbo eterno de Dios queda encarnado to­davía y para siempre, y puede amparar almas con alas secretas. Todo bautizado recibe la comunicación del Espíritu Santo a condición de no ofrecerle resistencia.

Obnubilación y acorralamiento

Wojtyla, besando el Corán

El Anticatolicismo del Vaticano II ha atrapado, por operación o al me­nos por administración, a la gran mayoría de los católicos, incluidos pia­dosos, ortodoxos y sagaces —acaso en cumplimiento de las palabras divinas: «ut in errorem ducantur, sí fieri potest, etiam electi» («de manera que aún los escogidos, si posible fuera, caerán en error»).

Ese engaño colectivo —fenómeno histórico mundial— tiene varias causas que también lo son mutuamente:

  • La misma aceptación general, como causa circular de sí misma;
  • Su implementación consumada global y homogénea tras la sorpre­sa imprevisible;
  • Su adopción de apariencias engañosas de «sustancialidad» católi­ca oficial como «tronco mutilado al mínimo suficiente»;
  • Su proyección de apariencias paralelamente engañosas de «acci­dentalidad» (por abuso y malinterpretación) de lo sustancial antica­tólico del organismo eclesial postconciliar: herejías oficiales «re­sueltas» (???)en «tanteos defectuosos» pastorales y prudenciales;
  • El ansia errada de dar objeto imposible al aferramiento otrora legí­timo y honroso a la Iglesia Católica jerárquica legítima;
  • La inadvertencia o desconsideración de la seguridad y utilidad de la extroversión y salida sedelucentista.

En esa coyuntura puede presumirse que un número todavía importan­te aunque desconocido de almas que mantienen la verdadera Profesiónde Fe católica íntegra se unan a la Eclesialidad Postcatólica entendiendo que ahí está la Iglesia Católica y que no tendrían otro ni mejor modo ni lugar de encontrarla ni de ellas existir católicamente.

P. Patricio Shaw, en su obra Seleduncia

CONTINUARÁ, D. m.,  con Distinción eclesial de almas, 118.

Parte I  de DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?

Parte II de DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?

Parte III de  DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY?