¿LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN? (3º de 5)
Cristo no, Dios sí
Nos decidimos por la fecha de 24 de junio de 1717, como momento fundacional de esta etapa, pudiendo elegir el lector cualquier otro año. En ese día se reunieron en la Londrés, distintos representantes de logias, para fundar la Gran Logia de Inglaterra.
La exaltación de la razón y de la ciencia termina en la “religión” de la Revolución francesa. Esta doctrina de la Ilustración va transformando poco a poco entre los fieles el contenido de la esperanza genuinamente cristiana, reduciéndola a una fe anticristiana en el progreso, secularizada y mundana. La pasmosa ingenuidad de los presupuestos de la Ilustración, según la cual el hombre con las fuerzas naturales de la razón y su ciencia es capaz de eliminar del mundo la injusticia y el sufrimiento, y hasta la misma muerte en el futuro, en la medida del avance del conocimiento y el dominio de las leyes naturales, quedó reducida al absurdo como consecuencia de multitud de pestes, guerras, hambruna, y al fin dos guerras mundiales.
La Ilustración es una consecuencia lógica del individualismo tanto del filosófico, que se aleja definitivamente de Santo Tomás, como del religioso protestante, y se puede calificar de anti sobrenatural. Podemos encontrar sus raíces en el protestantismo que, habiendo roto la unidad en el corazón mismo de Europa mediante grandes denominaciones o congregaciones que se esforzaban por vivir el patrimonio cristiano central se convirtió- pese a sus más íntimas aspiraciones- en una de las causas, la más honda tal vez de la futura incredulidad. El mero hecho de la existencia de múltiples confesiones era suficiente motivo para caer en la tentación de la duda ¿Cuál de ellas es la verdadera? Esta situación llegó a ser de tal gravedad que muchos pensaron que para salvar el cristianismo había que hacer la distinción, como habían hecho los ortodoxos cismáticos, entre articuli fidei fundamentales y non fundamentales; así ya la predicación protestante había introducido ideas relativistas ya en el siglo XVI.
Una segunda causa fue el pietismo, que subrayaba el sentimiento religioso y la acción moral, restando importancia las cuestiones dogmáticas.
La tercera causa fue el humanismo que postulaba un intento de postular un patrimonio común a todas las religiones, concluyendo que una nueva religión con dos postulados: a) Toda religión verdadera tiene por sujeto a Dios, la virtud y el más allá; b) en el fondo todas las religiones son idénticas. Estos intentos se encuentran ya en Pico della Mirandola, Nicolás de Susa, Erasmo, y en el luteranismo melanchtoniano, con sus tendencias, de una parte moralizante y de otra racionalista; y en el espiritualismo de Zuinglio; y en los arminianos anti calvinistas, de tendencia racionalista.
De estos y otros antecedentes nace una filosofía moderna caracterizada por la ruptura de la armonía entre fe y ciencia. El primer filósofo vinculado a la ciencia experimental, Descartes, hace una grandiosa manifestación de la soberanía del individuo y de la duda metódica. Para este filósofo, Dios constituye una certeza segura e inmediata, pero no la certeza primera, de manera que no puede establecerse una prueba de su existencia- en contra de las cinco vías de Santo Tomás-, lo que constituye una seria amenaza para la seguridad de la propia fe. No obstante es en Inglaterra donde nace esta filosofía moderna, según la cual todas las religiones se reducen a un contenido natural, rechazan la Revelación y sobre todo la significación salvífica de la obra redentora de Cristo: deísmo. Entre esto filósofos citamos a Herberto de Hebury (+1648), Tomás Hobbes, que prepara el camino de la crítica de la Revelación y los dogmas, afirmando que la Religión es una creación del Estado; John Locke, que aún presenta un intento de unir el racionalismo con un sobrenaturalismo moderado; Jhon Tolland, que elimina el misterio y todo lo sobrenatural en Religión; Jhon Anthony Collins, deísta, que denominó a esta filosofía librepensamiento.
El concepto de “Dios” siguió manteniéndose, pero extraído por la razón, y no de la Revelación. La libertad de conciencia y de prensa, proclamada en la Inglaterra protestante en 1689, contribuyeron a la divulgación del relativismo que concibe cualquier opinión igualmente válida.
Este deísmo consiguió ejercer un considerable influjo a través de la masonería y de su fecundación en la cultura francesa. La masonería moderna, cuyo fin es esencialmente contrario al de la Iglesia, apareció primeramente en los estados que habían abrazado la reforma protestante, y en concreto en Londres en 1717; su intento más inmediato era crear una religión natural supra confesional en la que pudieran encontrarse todos los hombres eminentes; el enemigo principal a aniquilar era, pues, la Iglesia Católica y las monarquías de aquellas naciones en las que ambas espadas colaboraban. De ahí que los masones que llegan al grado de Cabalero Kadosch han de romper los bustos que representan al Papa y a los reyes, así como pisar un crucifijo, entre otros símbolos.
La masonería adoptó desde su fundación el deísmo junto con una actitud sumamente agresiva contra todo lo eclesiástico, en especial contra todo tipo de poder de la Iglesia y el culto, siendo, según el deísmo de estos grupos supranacionales y secretos, sus sacramentos ritos supersticiosos sin valor, y meros instrumentos para acceder y ejercer la autoridad sobre sus súbditos. La primera condena contra la masonería se inicia con Clemente XII, en 1738, a la cual han sucedido más de un centenar de los sucesivos Papas. Aunque nacida en Inglaterra, donde consiguió grandes éxitos fue en Francia, a partir de 1730, desde donde a través de la cultura, tanto en las ciencias como en las costumbres, se extiende con rapidez diabólica a toda Europa. Fruto de su acción, en el siguiente siglo, fue la independencia de las naciones católicas de la Madre Patria, España, que quedaron políticamente sujetas a los intereses de la francmasonería.
Esta cultura francesa, de la que hablamos, se había secularizado absolutamente; su esencia no era ni la Iglesia, ni la fe, sino el Estado absolutista. La actitud de los jefes de Estado era de una señalada indiferencia religiosa. Habría, pues, como característica fundamental de esta Francia absolutista, y de casi todos los estados, un contraste patente: una separación entre la confesión oficial religiosa, la católica, con la falta de fe entre los políticos con una vida moralmente depravada, que, a su vez, llevaban una vida de desenfreno a costa de los más humildes. En este ambiente de ruptura entre la fe oficialmente profesada y la vida real que discurría al margen de la Religión, surgió el jansenismo que preparó el terreno para la duda y convirtió el dogma en objeto de irrisión y preparó la siguiente revolución.
Con este terreno tan bien abonado para Satanás, las ideas del deísmo ganaron en radicalidad y agresividad. Entre los personajes más influyentes en la difusión de estas diabólicas ideas, podemos citar a Voltaire, poseído de un ansia inagotable de gloria personal, pecado común a los humanistas en general; Voltaire no era sólo enemigo de la Iglesia, sino que la odiaba; para Voltaire, Jesús fue un paranoico y la Biblia no es una Escritura revelada. Otro personaje deísta, Denis Diderot, junto con Jean-Lerond d´Alembert, fundaron la Enciclopedia, instrumento que había de ser determinante en muchas generaciones posteriores, para generalizar la hostilidad hacia la Iglesia y el Dogma, preparando la apertura a la puerta del ateísmo-hasta entonces prácticamente inexistente-, que propiciará ya directamente Julien Offray de Lammetrie; ateísmo que derivará en un craso materialismo; por lo cual, cabe señalar que el ateísmo es un fenómeno de la era moderna.
Sin poder detenernos en el deísmo en otras naciones, si es necesario describir, al menos, el influjo que a través de la filosofía tuvo el alemán Immanuel Kant, ya que es decisiva su influencia negativa para la Iglesia y para la Revelación, a través de su crítica de la teoría del conocimiento, favorable al agnosticismo. Al ser un racionalista, la Religión cristiana revelada no tiene cabida en su sistema ético; no pasa, pues, el suyo, de ser un moralismo fundado en una “fe religiosa pura” al margen de la Iglesia visible, que según él está plagada de elementos históricos; Kant desarrollará el principio de autosuficiencia con su razón pura, emancipada de las realidades exteriores; por desgracia ha influido durante más de un siglo en la cultura europea, dejando al individuo sin la base de sustentación para pensar; el realismo moderado tomista había sido removido con Kant
La ideología de la Ilustración está esencialmente formada, pues, por el relativismo, el indiferentismo y el escepticismo. En el sustrato de tal ideología está la idea de tolerancia, según la cual la verdad y el error son la misma cosa, y el hecho de que el hombre es incapaz de conocer la realidad del ser. El deísmo, que lo caracteriza, es una corriente de pensamiento que admite, mediante el raciocinio y la experiencia, la existencia de Dios como creador del mundo natural, pero despreocupado de su obra.
Tal doctrina, sin embargo, no acepta otros elementos característicos de la Religión en su relación con la Divinidad, como la existencia de la Revelación o la práctica del culto.
En resumen del presente capítulo, diremos que al iniciarse el gran proceso de descomposición que lleva desde la Edad Media, cristiano-eclesiástica, a la Edad Moderna, nos encontramos con un principio básico: el Estado autónomo (Federico II, Felipe IV, etc). Autonomía quiere decir en esta corriente de desintegración, en primer término, independencia de la Iglesia; el siglo de la Ilustración fue, sin embargo, quien le dio la forma radical; a partir de ahí el Estado es el compendio y representación de toda razón y derecho; hemos llegado a la cima de todos los ataques contra las pretensiones de soberanía de la Iglesia. Este Estado omnipotente dominará el desarrollo de todas las concepciones hasta hoy, tanto en la “democracias” liberales como en los estados totalitarios comunistas. Debido a ello, el trabajo fundamental en la Iglesia consiste, desde entonces, en conquistar las antiguas aspiraciones a la libertas; es decir, en luchar con este Estado omnipotente para reconquistar la libertad necesaria para realizar su propio fin: la salvación de las almas; tarea que requiere de enormes esfuerzos, toda vez que ni los Estados, ni la cultura –antes impregnada de cristianismo- no aceptan la Revelación objetiva por la cual Dios se ha revelado en su Unigénito Hijo, Jesucristo. El grito de las gargantas de estos siglos, es Dios sí, Cristo no; huelga decir, a tenor de lo expuesto, que ese dios, ya no es el Dios de la Revelación; no es ya el Padre, sino un Arquitecto ajeno a la obra que creó, y el mismo en las diversas religiones, del cual, en el fondo, nada sabemos de Él ni importa conocerlo ya que el error y la verdad son lo mismo. Todo está dispuesto para que el hombre quede abandonado a sus propias fuerzas, cual nuevo Sísifo, ocupando el hombre el lugar de Dios; mas esa etapa se verá con mayor claridad en la siguiente revolución, en la que los hombres se alzarán subversivos contra su Creador, para gritar grotescamente Dios no, el hombre sí, mientras que se postrará, a la par, a adorar a una ramera, que será el símbolo de la razón. En esa próxima revolución las criaturas, dizque racionales, concentrarán sus esfuerzos en retirar el Katejón – palabra usada por San Pablo en la IIª Tesalonicenses: «obstáculo, el que obstaculiza»-, objetivo que conseguirán al final de esa era, al menos temporalmente, ciento setenta años después de la toma de la Bastilla, cuando el poder acumulado de los grupos supra nacionales, fue tan desorbitado que adquirió capacidad para nominar a los representantes de las dos espadas, al servicio de sus fines, tanto de la multitud de estados, como en la “Iglesia”.
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