¿LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN? (4º de 5)

Dios no, el hombre sí

“-Ciudadanos –dijo el presidente de la Convención-, hemos incluido entre los derechos naturales del hombre la libertad de cultos, y bajo esta garantía que os debíamos, acabáis de elevaros a la altura en que os esperaba la filosofía. No lo disimuléis, los juguetes sacerdotales insultaban al Ser Supremo, que no quiere otro culto que el de la razón. ¡En lo sucesivo, la religión nacional será ésta!

A  la vez que la turba impura se diseminaba tumultuosamente por el recinto, invadiendo los bancos de los diputados, presididos entonces por Lequinio (un predicador ateo, teórico de una utopía revolucionaria y de las masacres planificadas), Chaumette (más extremista que los propios jacobinos, defensor del ateísmo, representante de los sans-culottes y partidario del terror indiscriminado) avanzó hacia el Presidente, levantó el velo que encubría a la ramera y la expuso a las miradas de la Asamblea, exclamando:

-Mortales, no reconozcáis otra divinidad que la Razón, cuya más pura y bella imagen vengo a ofreceros.

Y dicho esto, se inclinó e hizo ademán de adorar a la prostituta, imitándolo el presidente Lequinio, la Convención y el pueblo. Se decretó honrar a la Razón con una fiesta en la catedral de París, y el decreto fue saludado con cantos y danzas, en las que tomaron parte algunos miembros de la Convención, tales como Armonville, Drouet y Lecarpentier”. (Alfonso de Lamartine, Historia de la Revolución francesa, tomo II, pp. 610-612, Editorial Ramón Sopena, Barcelona, 1979).

Dicho esto, el presidente abrazó al obispo de París (un obispo cismático juramentado). Los clérigos que acompañaban a éste, cubiertos con el gorro encarnado, símbolo de emancipación, salieron en triunfo del salón y se dispersaron al rumor de las aclamaciones del vulgo en las Tullerías. Esta abdicación del catolicismo exterior por los clérigos de la nación es uno de los actos más característicos del espíritu de la Revolución francesa.

Era el 10 de noviembre de 1793, cuya fecha tomamos como inicio de una nueva Revolución, o más bien una nueva etapa de la misma, en la que el hombre osaba ponerse en lugar de Dios, eligiendo como símbolo de la divinidad a una meretriz.

La Revolución francesa es el resultado de todas las ideas “ilustradas”, tal como se habían divulgado por Voltaire, Diderot y Rousseau. A partir de 1792 el radicalismo revolucionario sobrepasó toda medida, hasta llegar a suprimir el calendario gregoriano; esta eliminación representaba el intento, nacido de un odio infernal y tenaz, de borrar la historia del cristianismo.

La Constitución Civil supuso el reconocimiento de la igualdad de todas las religiones, pero trató de erradicar el catolicismo; a los obispos y sacerdotes se les consideró como meros funcionarios del Estado; no sólo debían ser elegidos, como los diputados, sino que todos los ciudadanos, judíos o protestantes, satanistas y ateos, tenían derecho a participar en dichas elecciones. El 23 de noviembre de 1793 un edicto ordenó el cierre y despojo de todas las iglesias de Francia.

La característica básica de la Revolución francesa fue la creación de una democracia secularizada e individualista. El derecho “natural” estoico-ilustrado se convirtió en el ideal de la rebelión del hombre contra Dios. Las tendencias anticristianas habían llegado hasta sus últimas consecuencias. El hombre era la única medida y el único señor de todas las cosas: Lo derechos de Dios fueron despreciados y derogados.

También en Alemania, donde habían penetrado las ideas de la Ilustración, llegó el espíritu revolucionario. Por el Acuerdo Orgánico de la Diputación del Imperio, en 1803, las posesiones eclesiásticas debían pasar al dominio del Estado. La secularización constituyó un peligro inmediato para la Religión y la Iglesia, y se hizo casi imposible la formación del clero, pues, la mayoría de los semanarios fueron cerrados.  Los estados protestantes, y hasta la católica Baviera, prefirieron ejercer una tutela policíaco-estatal. Los altos cargos del Estado fueron reservados de modo especial a los protestantes, incluso en las comarcas católicas.

En Prusia la secularización le supone enormes ganancias territoriales a Guillermo III. La vida intelectual se descompone en filosofía y teología con Sheleimacher- el cristianismo es un sentimiento de Dios, luego no hay Revelación ni se puede conocer la existencia de Dios por la razón-,con Hegel- Dios ha muerto, grita el infame, su dialéctica tendrá una influencia decisiva en el materialismo del judío Karl Marx-, con Schopenhauer-con una filosofía atea-, etc.

En España las idas revolucionarias conducen a la destitución de la Reina en 1868 y a la herética libertad religiosa de las falsas religiones.

En 1948 se publica en Londres el Manifiesto Comunista, encargado por la Liga de los Comunistas a Karl Marx y Friedrich Engels, uno de los tratados políticos más influyentes en los últimos dos siglos.

En Italia el Papa Pío IX se ve obligado a huir de Roma en 1848, por la actividad insurgente de los liberales. Años más tarde, tras la retirada de las tropas protectoras, los italianos conquistan Roma en 1870.

En 1864 tiene lugar en Londres la Primera Internacional. En 1898 tiene lugar el primer congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Entre tanto, Lenin, desterrado en Siberia, elabora los fundamentos teóricos del comunismo, basándose en el materialismo histórico y dialéctico, y por tanto en el ateísmo enseñado por Karl Marx y Engels.

En Suecia, la influencia de escritores como Ibsen y Strrinberg inciden de manera decisiva en una evolución cultural favorable al socialismo.

En Suiza la izquierda crece y pone en peligro las relaciones con la Iglesia, mientras que Inglaterra se convierte en la primera potencia mundial en el transcurso del siglo XIX hasta la Iª guerra mundial, surgiendo además de las sectas metodistas, baptistas y cuáqueros, los irvingianos –“proféticos y apocalípticos”-, los hermanos de Plymouth-contrarios a toda clase de iglesia- y el Ejército de Salvación- lucha contra el vicio-; la continua subdivisión de las sectas surgidas de la Reforma protestante, es el fruto maduro de sus falaces principios.

En Estados Unidos de América del Norte, merece mención la desviación doctrinal conocida como “americanismo”, condenada por la Iglesia Católica.

Los principios de la Revolución francesa se extendieron cual incendio entre casi todas las naciones.

En resumen, mientras que los temas dominantes durante el siglo XVIII fueron “Dios”, “virtud”, y “el más allá”, y constituyeron aún un acervo común para la unidad -aunque ya muy frágil- de la que fue la civilización cristiana, en el siglo XIX esta unidad ya no existe fuera de la Iglesia Católica.

El subjetivismo degeneró en escepticismo, y más concretamente en relativismo, o sea, en la convicción o en el sentimiento de que nada es seguro y siempre válido; de que se puede defender cualquier opinión, por extraña que sea, lo mismo en el arte que en la filosofía, en la ciencia o en la Religión. Este relativismo, con el paso del tiempo, modificó la imagen de toda la existencia espiritual del hombre. Fue y sigue siendo el más grande proceso de descomposición interna que ha experimentado la humanidad desde los principios de la historia; cada  hombre debía comenzar desde el principio, cuyo resultado no era otro que un caos inconmensurables de opiniones, sistemas y tendencias en todos los campos; cada vez un número mayor de personas cifra el sentido de la vida en el placer; de la idea democrática deviene  la socialista, que llega a condicionar el panorama cultural a partir de la mitad del siglo XIX; este siglo es la época del subjetivismo e inmantismo, donde el hombre es la medida de todas las cosas, y cuyo único medio venerable es la ciencia, para conseguir su único fin, el placer.

Un pensador de gran influencia, Lev Nikoláievich Tolstói, resume en su obra literaria en lo que se habían convertido los restos exiguos de la cristiandad por el pensamiento de la Reforma protestante y su hija la Ilustración, exceptuando el baluarte de la Iglesia Católica; la predicación de Tolstói  consistió en una “purificación” del cristianismo en clave progresista, gnóstica y moralista, que convierte al cristianismo en un conjunto de normas éticas, entre las que destacan no oponerse al mal con violencia, y rechaza los dogmas de la Encarnación y de la Resurrección. En definitiva, predica un evangelio sin Cristo. Esta nuevo pensamiento, que comenzó en la anterior Revolución, ya cristalizado, penetra todas las antiguas naciones cristianas. Contra este discurso sin referencias ya a Cristo, se alzó Vladimir Soloviev, con su conocida obra Los Tres Diálogos y el Relato del Anticristo.

La transformación sucintamente descrita va acompañada con un progreso económico que el hombre masa cree indefinido; con la masificación y las nuevas formas de trabajo, aparecen fuerzas que “obligan”, incluso al católico sustentado en la tradición, a salir de los caminos trillados, lo que suele concluir en una crisis de fe, en una crisis en las relaciones con la Iglesia.

El hombre ha ido provocando su propia destrucción espiritual, religiosa y eclesiástica por la forma en que ha ejercido la libertad a la que tantas veces se apela. Este proceso de destrucción ha ido desarrollándose a un ritmo cada vez más desenfrenado y ha culminado en una verdadera amenaza de aniquilación nihilista. En el corazón de este proceso de desintegración se ha ido produciendo un mal profundo: la pérdida de la verdad , y la amenaza a su existencia. “Tenemos, pues, ante nosotros un mundo que en su mayor parte ha vuelto a caer en el paganismo” (Pío XI, Quadragésimo anno). Con el liberalismo y el comunismo ha surgido un grupo social que no sólo renuncia a la práctica religiosa, o la persigue, sino que propaga el ateísmo de manera calculada y diabólicamente apasionada, y en el segundo caso, no reconoce ni siquiera vinculación alguna con la Ley Moral ni con la verdad objetiva. Nunca a lo largo de la historia había adquirido tanta dimensión el odio contra la Religión.

El anticatolicismo como una de las raíces primarias del sectarismo, ocurrirá a tres niveles: el de las ideas, el del comportamiento individual y el de la estructura social. En términos de ideas, el anticatolicismo se expresa en estereotipos negativos y creencias, nociones y lenguaje peyorativos sobre los católicos y la Iglesia católica. A nivel de la acción individual, se muestra en diversas formas de discriminación directa, intimidación, acoso y sectarismo contra los católicos o la Iglesia católica debido a su catolicismo. A nivel de la estructura social, el anticatolicismo se expresa en patrones de discriminación indirecta e institucional y en la desventaja social experimentada por los católicos por ser católicos.

Mas la discriminación institucional es también, con frecuencia, directa de parte de las instituciones del Estado, v.g.: Persecución y asesinatos de los católicos por parte de la IIª República española-1936-139-;el terror rojo asesinó a ciento setenta mil personas, siete mil de ellos religiosos .El número de asesinados por la ideología comunista se calcula en cien millones de personas. La negación de la personalidad jurídica a la Iglesia en México, 1917, y la aplicación de la Ley Calles, suprimiendo la Ley de culto, con doscientos cincuenta mil muertes. La confiscación de las tierras de la Iglesia que servirían como garantía y seguridad para la nueva moneda revolucionaria, el asignado, en Francia, donde se promulgó por una ley, el 21 de octubre de 1793, condenando a muerte a todos los sacerdotes que no prestasen juramento de fidelidad al régimen; allí también hubo una remoción de estatuas, altares y cualquier clase de iconografía de los lugares de culto, etc.; el régimen del terror jacobino mandó a la guillotina a doce mil personas sin ningún juicio previo. El asesinato masivo de católicos chinos durante el régimen de Mao Tse Tung y a la Revolución Cultural, cuando el objetivo declarado por el régimen era la aniquilación de la Iglesia Católica y la creación de un simulacro de iglesia, desligado de Roma y totalmente esclavizada. Esto sólo son unos pocos ejemplos, entre muchos más, de los frutos de haber sustituido el hombre el lugar de Dios.

El hombre en lugar de Dios, la ciencia y la tecnología como sustitutos de la Providencia divina, la vida perdurable en manos de los avances biológicos,  con una fe en la dignidad del hombre, había de ser desmentida por la dura y cruel realidad, esto es: el hombre es capaz de crear el mal, pero nunca de inventar una solución para erradicarlo, si da la espalda a Cristo, y a su Cuerpo Místico, la Iglesia. La Primera guerra Mundial le mostraría la cruel realidad: Diez millones de muertos, y más de veinte millones de heridos, en la que se emplearon por primera vez de forma masiva gases venenosos. Y porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, ni siquiera la IIª Guerra Mundial con más de veintisiete millones de muertes, millones de violaciones,  y hasta  canibalismo entre los prisioneros alemanes capturados por los rusos que pretendieron matarlos de hambre amontonados en establos a temperaturas bajo cero (El Caballo Rojo; Eugenio Corti), etc. Dos bombas atómicas sobre ciudades japonesas en las que el catolicismo aún perduraba: Hirosima y Nagasaki; la capacidad de matar había aumentado considerablemente; más de ciento sesenta y seis mil personas murieron en la ciudad de Hiroshima en un solo día, y más de ochenta mil en la cuidad de Nagasaki en un instante, por el empeño del filo judío Truman.  La solución atea de la ideología del comunismo le mostraría la intrínseca perversidad de esta doctrina satánica: Más de cien millones de asesinatos durante el siglo XX en todo el mundo; el genocidio armenio, con el exterminio de dos millones de seres humanos; el genocidio griego, con casi la mitad de la población asesinada y el genocidio asirio realizado por las autoridades musulmanas del Imperio otomano contra las minorías cristianas ortodoxas de armenios, griegos y asirios, con setecientos cincuenta mil civiles asesinados. La revolución cultural en la China iniciada por Mao Tse Thunc, costó cuarenta y cinco millones de asesinatos sólo en los primeros años; el régimen de Polt Pot que acabó con un tercio de la población en Camboya en cuatro años.  Parecía que el hombre había llegado a su cima organizando recursos para el asesinato, pero nunca resolvió ningún verdadero problema, porque si sólo nos ceñimos a lo material, v.g., hubo hambrunas como jamás se habían visto en la historia, más de mil quinientos millones de personas pasaban endémicamente hambre, y más de tres mil millones estaban desnutridas cada año, durante décadas, hasta hoy. El estado providente del hombre contra Dios, produjo, y aún hoy, la muerte de más de diez millones de niños cada año por hambre.

El creciente robustecimiento del pontificado constituyó la reacción más adecuada al peligro del subjetivismo y a la nueva idolatría que se instauraba y que todo lo invadía. La definición de la infalibilidad del Papa y del primado de jurisdicción significó la culminación de un grandioso proceso, que sobre la base del primado de Pedro, a través de un número inabarcable de situaciones diferentes a los largo de dos milenios, llegaba a la cima de la pretensión que había tenido antes Gregorio VII de unir a todas las iglesias con Roma.

 Una serie de Papas, desde Pío IX hasta Pío XII, inclusive, se enfrentarían a la idolatría en que se empeñaba el hombre moderno: poner al hombre en el lugar de Dios. Con el auxilio divino, pero  “a brazo partido”, sucesivamente tendrían que ir condenando los errores y herejías modernas que, incluso, habían penetrado en las almas demuchos traidores jerarcas de la Iglesia.  Pero a la muerte de su Santidad Pío XII los enemigos de la Iglesia acechaban y se habían multiplicado, en apariencia las fuerzas para resistir eran muy exiguas, y los intereses, no sólo del Leviatán, sino especialmente de organizaciones supranacionales habían adquirido un peso decisivo: La ONU se había creado en 1945; el poderosísimo club Bilderberg, en 1954; Iliminados de Baviera, en 1776; la extensión de la masonería desde 1917; el inmenso poder de los judíos de la familia Rothschild, desde el siglo XIX; la familia Rockefeller; la familia Morgan; la familia Dupont; etc.; todas estas familias, y otras, casi todas de origen judío, son influyentes y muchas veces determinan las políticas de los estados, cada vez menos independientes.

Pero proclamar la fe en el hombre oficialmente, no era el oficio de los poderes seculares, sino del poder religioso más prestigioso. Y puesto que hasta el Pío XII inclusive nadie había podido doblegar la resistencia de la Iglesia a pesar de las duras persecuciones sufridas, les fue necesario a los enemigos de Dios, idear otra estrategia. Si bien la inmensa mayoría de las naciones se habían separado de la Iglesia, el panorama para la Iglesia era esperanzador en el año 1958 donde aún los fieles llenaban los templos, porque a pesar del avance del agnosticismo y ateísmo, los seminarios estaban llenos de candidatos al sacerdocio, y las mayoría de las congregaciones religiosas estaban florecientes, no obstante las organizaciones secretas masónicas habían conseguido los corazones de muchos miembros de la jerarquía.  Entre los fieles apenas se puede señalar alguno que se inquietara porque el plan de Satanás estuviera a punto de conseguir un paso más hacia su fin; la perdición eterna de las almas. A la muerte de su Santidad Pío XII, el fin de la Bestia salida del mar, manifestado en el documento de las Instrucciones Permanentes de la Alta Vendita, e que detallaba el plan masónico para infiltrarse en la Iglesia Católica y difundir ideas liberales dentro de ella se iba a conquistar (Este documento llegó a manos Católicas, y los Papas Pío IX y León XIII ordenaron que se publicara). Seleccionamos un párrafo de la pretensión de ese plan redactado en 1859:«A lo que debemos aspirar (los masones) es a un Papa que nos sea útil si queréis fundar el reino de los elegidos sobre el trono de la prostituta de Babilonia, hacedlo de modo que el clero marche tras vuestra bandera creyendo que sigue la de la fe apostólica…en un plazo de cien años los obispos y sacerdotes creerán que están marchando bajo la bandera de las llaves de Pedro, cuando en realidad estarán siguiendo nuestra bandera…Las reformas tendrán que ser introducidas en nombre de la obediencia». Ese “papa” fue Roncalli, acusado de modernismo en 1914, autor de la Pacem in Terris, elogiada por marxistas y masones, cuya misión sería convocar un conciliábulo lleno de errores dogmáticos y herejías, y preparar el camino al sucesor designado: Montini, que sería quien públicamente anunciaría la nueva fe: la fe en el hombre. He aquí algunas de sus públicas proclamas sobre la nueva fe:

«Nosotros, también, no más que ningún otro, tenemos el culto al hombre»(Discurso de Montini en la  Clausura del Concilio, 7 de diciembre de 1965).

«Este Concilio… en conclusión, nos dará una enseñanza simple, nueva y solemne de amar al hombre para amar a Dios» (Idem).

«… para conocer a Dios, hay que conocer al hombre» (Idem).

«Todas estas riquezas doctrinales (del Concilio) no aspiran sino a una cosa: a servir al hombre»(Idem).

«Nosotros, también, no más que ningún otro, tenemos el culto al hombre»(Idem).

«La religión del Dios que se convirtió en hombre se ha encontrado (¡pues tal es!) con la religión del hombre que se hizo Dios. ¿Y qué ocurrió? ¿Hubo un choque, una batalla, una condenación? ¡Pudo haber sido, pero no hubo ninguna!» (Idem).

«Los pueblos se vuelven a las Naciones Unidas como hacia la última esperanza de concordia y paz; nos atrevemos a traer aquí, con el nuestro, su tributo de honor y esperanza, y es por eso que este momento es también grandioso para vosotros» (Visita de Pablo VI a la ONU 4 de octubre de 1965 ) .

«Bien lo sabemos, vosotros tenéis plena conciencia de esto, escuchad entonces la prosecución de nuestro mensaje. Este se convierte en mensaje de auspicio para el futuro: El edificio que habéis construido no deberá jamás derrumbarse, sino que debe perfeccionarse y adecuarse a las exigencias de la historia del mundo. Vosotros constituís una etapa en el desarrollo de la humanidad: en lo sucesivo es imposible retroceder, hay que avanzar» (discurso de Montini, Pablo VI, falso papa, a la ONU 4 de octubre de 1965) .

«…no os dejéis desanimar por los obstáculos y dificultades que surgen constantemente; no perdáis la fe en el hombre »( Pablo VI, Discurso, 1 de agosto de 1969).

«¡Todo el honor al hombre!» (Pablo VI, Discurso, 7 de febrero de 1971)

«el hombre, a quien todas las cosas de la tierra deben estar relacionadas como su centro y corona»( Pablo VI, Mensaje, 25 de marzo de 1971)

«Desde las exigencias de la justicia, señores, sólo se puede obtener a la luz de la verdad, esa verdad que es el hombre…» (Pablo VI, Audiencia, 10 de enero de 1972)

 «…siempre ansiosos de salvaguardar, por encima de todo, la supremacía del hombre…» (Pablo VI, Discurso, 11 de abril de 1973)

«…el culto del hombre por el bien del hombre» (Discurso del ángelus, 27 de enero de 1974, Pablo VI)

 «…como vuestra excelencia ha recordado con razón: que el objetivo final es el hombre…» (Pablo VI, Discurso, 15 de febrero de 1974)

 «El misterio cristiano que descansa sobre el hombre…» (Pablo VI, Discurso, 29 de diciembre de 1968)

 «Nos haría bien meditar sobre el hombre…» (Pablo VI, Discurso del ángelus, 20 de julio de 1969)

 «¡La dignidad del hombre! Nunca seremos capaces de apreciarla y honrarla lo suficiente”. (Pablo VI, Audiencia general, 28 de julio de 1971)

 “Los temas que hoy preocupan a la religión, sea católica o no católica, todos convergen desde todas las direcciones sobre un tema central, dominante, a saber: el hombre. ‘Según la opinión casi unánime de los creyentes y de los no creyentes por igual, todas las cosas en la tierra deben estar relacionadas con el hombre como su centro y corona» (Pablo VI, Discurso, 4 de septiembre de 1968)

 «Estamos extasiados de admiración por el semblante humano…»(Pablo VI, Mensaje del ángelus, 26 de septiembre de 1973)

 «… por encima de todos los condicionamientos ideológicos, la grandeza y dignidad de la persona humana debe surgir como el único valor que hay que promover y defender» (Pablo VI, Discurso, 4 de diciembre de 1976)

 «Honremos a la humanidad caída y pecadora». (Pablo VI, Mensaje de navidad, 25 de diciembre de 1976

 «Porque en última instancia no hay verdadera riqueza sino en la riqueza del hombre» (Pablo VI, Discurso, 10 de junio de 1969).

Aquel Felipe IV que afrentó al Papa Bonifacio VIII, sobre el que leímos en la primera entrega de esta serie,  habrá proferido una carcajada infernal al comprobar que, al que casi todos creían papa legítimo- siendo falso papa-, apostaba al fin de su fe cristiana y al igual sus sucesores, pidiendo honrar, no a los santos, sino a la humanidad pecadora. El hombre ahora solo ahogado en sus pecados, sin Iglesia que le ampare contra el mal y los tiranos; el hombre sin Cristo que dé mérito a su sufrimiento; el hombre proclamado dios, sin Dios, quedará al albur del Leviatán, y aún peor, pues el hombre será al fin y al cabo carne de la más espantosa esclavitud que ni siquiera se atrevió a soñar; esclavitud como ningún pueblo sufrió jamás en toda la historia; esclavitud, pues, del Dragón, del cual el Leviatán era sólo su lacayo ¿En qué consistirá ese sistema de esclavitud? ¿Cómo se atará al hombre que es esencialmente libre? ¿Será posible esclavizar a siete mil quinientos millones de seres humanos? A estas preguntas trataremos de responder en la siguiente y última entrega de esta serie de artículos, que se titulará, como saben: La Vª Revolución. Tal vez la última.

Este reinado del hombre contra Dios bien se podría denominar con el título de la primera de las dos óperas bufas que compuso Giuseppe Verdi titulada «Un giorno di regno» (un día de reinado), pues, en efecto, el reinado ha sido corto, porque se está alumbrando ya al que es dueño de este mundo, el cual proclamará: “el hombre no, Satanás sí”, porque ese era su plan en 1303, y antes, ya desde Adán. Lo que ocurrirá será la lógica consecuencia de haber adorado a una ramera, el pecado, como símbolo de la razón humana que ha apostado de Dios.

Artículos de la serie:

¿LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN? (1º de 5)

¿LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN? (2º de 5)

¿LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN? (3º de 5)

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