DÓNDE ESTÁ LA IGLESIA CATÓLICA HOY? Parte 5
Distinción eclesial de almas
En las circunstancias actuales coexisten dos familias de almas cuyo antagonismo es fundamental pero cuya distinción es imponderable. Por un lado, las almas que han aprehendido, a partir de verdaderas enseñanzas
felizmente recopiladas, y con la luz de la Fe, la naturaleza inmutable de la Iglesia Católica para luego erradamente suponerla concretada en la Eclesialidad Postcatólica. Y por otro lado, las almas que, ayudadas por la
Eclesialidad Postcatólica, se han formado una quimera que llaman «Iglesia Católica» pero que destruye la Fe Católica. En menos palabras: adecuación versus inadecuación del contenido mental «Iglesia Católica» al
que se da crédito para proyectarlo en la cosa eclesial postcatólica. Unos están unidos a la Iglesia Católica de manera precaria y oscurecida. Otros están desunidos de la Iglesia Católica digan lo que digan y piensen lo que
piensen.
hoc quod rerum species vel similitudines non discernantur, a rebus ipsis, contingit ex hoc quod vis altior, quæ judicare et discernere potest, ligatur; sicut propter motum digitorum unum apparet duo secundum tactum, nisi alia potentia contradicat, puta visus. Sic ergo cum offeruntur imaginariæ similitudines, inhæretur eis quasi rebus ipsis, nisi sit aliqua alia vis quæ contradicat, puta sensus aut ratio. Si autem sit ligata ratio, et sensus sopitus, inhæretur similitudinibus sicut ipsis rebus, ut in visis dormientium accidit, et ita in phreneticis.1
Para la Iglesia Católica vale lo que dice Aristóteles de la ciudad: ella es idéntica a sí misma donde es idéntico el género de sus habitantes por sucesión aunque no por número, sino en el sentido en que se dice que las fuentes o los ríos son los mismos por la sucesión de las aguas, aunque alguna efluya y otra llegue2. El género de los habitantes de la Iglesia consiste en los creyentes en la verdad divinamente revelada, y en especial en la divinidad y realeza de Cristo. Donde los creyentes son idénticos en sucesión por creencia, la Iglesia Católica es idéntica a sí misma. Donde los creyentes varían de la Tradición Católica por absorción de una creencia distinta antropocéntrica y relativista, allí no está la Iglesia Católica.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA IGLESIA
Mientras Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma1. El Sagrado Corazón que vive en la Eucaristía es el corazón de la Iglesia de Jesús, que es su Cuerpo místico. Este Cuerpo místico de Jesús está vivo y dotado de un alma, el Espíritu Santo, que lo anima como principio de la vida sobrenatural. Este principio de vida procede del Corazón divino de Jesús, porque del Sagrado Corazón se comunicó a los hombres el Espíritu Santo.
Así, la Iglesia que consiste de un Cuerpo como elemento humano y de un Alma como elemento divino, subsiste como individualidad moral en unidad de persona y en participación de la naturaleza humana y divina.
Jesús y la Iglesia están íntimamente unidos de modo de ella constituir con Él una personalidad moral y espiritual, que recibe de Él su parte principal —su Alma, el Espíritu Santo, el principio divino de la Vida sobrenatural—
y tiene al mismo tiempo miembros, de los cuales cada uno es una personalidad subsistente por sí misma.
Entre la Cabeza y los miembros del Cuerpo místico de Cristo hay una unión espiritual, no personal, en la cual el Espíritu de Cristo in-forma a sus miembros vivos. En cuanto naturalmente capaz de existir en sí mismo, y
no en cuanto miembro del Cuerpo místico de Cristo, cada fiel en gracia es de por sí una persona y el principio quod («el cual») al que sus acciones se refieren. Pero en cuanto miembro del Cuerpo místico de Cristo, cada fiel en gracia es el principio quo («mediante el cual») de las acciones deDios en él: él es la forma por la que actúa la persona del Espíritu Santo de parte del Padre y del Hijo. Entre tanto, la naturaleza humana en Cristo
también es el principio quo de sus acciones pero bajo ningún respecto puede ser el principio quod de las mismas.
Lo es la persona del Verbo en la cual se da la unión entre las dos naturalezas sin existencia de persona
humana. Las condiciones ordinarias visibles para la unión entre la Cabeza y los miembros del Cuerpo místico de Cristo —bautismo de agua, instrucción religiosa— están regidas por la Santa Sede aunque fuera por efecto normativo persistente; y parte integral de dicha instrucción religiosa regida por la Santa Sede es ella misma en su situación capital contra sus enemigos capitales; es la Sedelucencia.
El cardenal de Bérulle nos señala que en el Espíritu Santo la esterilidad es tan adorable como lo es la fecundidad en el Padre y el Hijo, pues esa esterilidad detiene y agota la fecundidad divina y es el término y reposo de las emanaciones divinas. El mismo autor nos da razones por las que convenía que se hiciera carne el Verbo eterno más que el Espíritu Santo: al Espíritu Santo, porque en Dios es producido y no produce, no podría serle propio referir al Hijo al Padre ni darlo al mundo en la Iglesia. Si Él se hubiera encarnado y fuera la Cabeza de la Iglesia, no habría podido emplear y aplicar la operación del Verbo en la Iglesia como algo suyo. Porque el Verbo es producido por el Padre solo, y sólo es enviado por su Padre, y sólo obra a partir de Él, como sólo recibe de él su ser y su
vida. Pero siendo el Hijo único de Dios el principio y la fuente del Espíritu Santo, tiene poder de referirlo al Padre, y de darlo al mundo en la Iglesia y de enviarlo a sus apóstoles; tiene poder de aplicarlo a la obra de la Redención
perpetuada y custodiada en la Iglesia y de emplear en ella su operación como cosa suya en su origen que es el fundamento de todo lo que el Hijo opera por el Espíritu Santo en cuanto le da y comunica la virtud,
la potencia y la divinidad por las cuales opera.
Así, el Hijo asiste a la Iglesia como quien es enviado por su Padre, como quien desde su Principalidad en la Iglesia emplea y aplica la operación y asistencia del Espíritu Santo en la Iglesia como algo suyo, como quien obra sólo a partir del Padre, y como quien refiere el Espíritu Santo al Padre.
El Espíritu Santo es la unción y el sello que imprime la imagen contenida en sí mismo. En este Espíritu, como en su sello, esto es, por la imagen de su naturaleza, Dios Verbo sella y marca a la Iglesia su esposa imprimiendo
en ella su propia imagen.
El Hijo es el Salvador de la Iglesia que la funda; el Espíritu Santo es su Santificador que la llena. El Hijo con sus dolores nos mereció como don divino el Espíritu Santo y, como conjuntamente lo hizo el Padre, nos lo
envió. El Espíritu Santo nos lleva a glorificar al Hijo.
El Espíritu Santo que obró la Encarnación del Hijo de Dios en María Santísima, une almas al Hijo y en ellas obra místicamente, y tanto distributiva como colectivamente, por la infusión de la Fe la concepción informe del Hijo de Dios, y por la infusión de sí mismo la concepción formada. Él es el principio que da a todo en la Iglesia el movimiento, la fuerza, el orden, el progreso, y la conducta en toda la verdad. Por Él por la intermediación de los católicos, se propaga la Iglesia, se hacen las conversiones y las almas pueden llegar al conocimiento de la Verdad y salvarse. Por la virtud del Espíritu Santo Cristo fue concebido en santidad para ser hijo natural de Dios, y los hombres son santificados para ser hijos adoptivos de Dios. El Espíritu Santo les da en mente y corazón avisos e invitaciones de los que depende el principio del buen camino, el progreso en él y la salvación eterna. El Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo, da la última mano y la perfección a la obra comenzada por el Hijo y sella el depósito de la Revelación.
El Hijo asiste a la Iglesia invisiblemente reinando inmóvilmente sobre ella y empleando y aplicando la operación del Espíritu Santo y refiriéndolo al Padre. El Espíritu Santo asiste a la Iglesia operando móvilmente en ella
y reproduciendo místicamente al Hijo que es nueva y adoptivamente engendrado por el Padre en los que son del Padre, y santificándola.
En el Hijo adoramos una autoridad y dignidad infinitas. El Hijo refiere su propia persona al Padre Eterno, y refiere al mismo Padre Eterno el Espíritu Santo que procede de Él. El Hijo también refiere al Padre Eterno la
Iglesia que desciende de su persona humanada, y toda la creación.
La Fe que inserta almas en la Iglesia, las inserta —empezando normalmente por el Sucesor voluntario infalible de Pedro— regulada próximamente por la Sucesión infalible de Pedro que es el Magisterio Perenne Infalible de la misma Iglesia, y ese Magisterio, en cuanto iluminador de la situación capital de la Iglesia contra sus enemigos capitales, da la Sedelucencia objetiva y la subjetiva.
LO PRINCIPAL DADO A LA IGLESIA CATÓLICA
En dos sentidos puede darse a la Iglesia Católica lo principal, y donde se cumple uno, fácilmente, y podría decirse que forzosamente, se cumple el otro. Se le puede dar a la Iglesia Católica lo principal de ella, o lo principal de uno mismo. Un antimodernista que quisiera reconocer y recibir todo lo de la Iglesia Católica en todo menos en la Capitalidad y Principalidad de esta Iglesia, fácilmente tendría una triste contrapartida en un antimodernista
que quisiera dar todo lo suyo a la Iglesia Católica en todo menos en lo más decisivo de sí mismo: la voluntad, simbolizada usualmente en el corazón. Afirma la Iglesia Católica en su Principalidad y en el resto quien da a la Iglesia Católica el carácter de divinamente perfecta, estable y segura, con un Papa que, sea o no personalmente santo, solamente puede faltar del mundo o ser infalible y presidir y organizar visiblemente y en mucho irrevocablemente toda la santidad posible en este mundo —quien a la Iglesia Católica y a lo que decide sobre su situación capital terrena reconoce carácter cardinal, palabra derivada del latín cardo, que significa bisagra, eje, elemento principal y decisivo del cual todo lo demás depende o en torno a lo cual todo lo demás gira.
Un Papa verdadero custodia nada menos que el intelecto y la voluntad de la Iglesia Católica. Un papa verdadero hace con la Iglesia Católica nada más que la voluntad de Dios con respecto a ella, aunque no necesariamente
haga toda la voluntad de Dios con respecto a la Iglesia Católica.
Lo que necesariamente jamás hará es algo distinto ni algo contrario de la voluntad divina con la Iglesia Católica, aunque pueda hacer dicha voluntad en grado inferior al posible y deseable.
Leamos con atención un pasaje de apologética y polémica antiprotestante de San Francisco de Sales, referente a la Iglesia Católica:
La Iglesia, en lo que se refiere a su doctrina y costumbres, es un cuerpo bello, santo y glorioso. Las costumbres dependen de la voluntad; la doctrina del entendimiento; nunca habrá falsedad en el entendimiento de la Iglesia, ni maldad en su voluntad. Con la Gracia de su Divino Esposo, la Iglesia puede también decir, como Él: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?. De ahí no se sigue que en la Iglesia no haya personas malvadas. Acordáos de cuanto dije anteriormente. La Esposa tiene uñas y cabellos que no están vivos, aunque ella lo esté; el senado es soberano, pero no cada uno de los senadores; el ejército es victorioso, pero no cada uno de los soldados; gana las batallas, pero muchos soldados mueren en ellas. Así, la Iglesia Militante es siempre victoriosa y gloriosa frente a las puertas y potencias del infierno, aunque algunos de los suyos, o porque se pierden y no obedecen —como vosotros ahora estáis perdidos— queden disgregados y perdidos, o por otro accidente, sean heridos y mueran.
Nunca habrá falsedad en el entendimiento de la Iglesia Católica, ni maldad en su voluntad: tampoco puede transmitirse ni menos imponerse falsedad ni maldad alguna a partir de la Administración visible del Poder, Reinado, e Influjo de Cristo sobre ella, a partir de Aquel en quien Cristo mismo regiría todo lo que se operara y determinara de manera perceptible e inteligible en la Iglesia Católica.
Siempre toda la Iglesia Católica, en virtud de alguna parte suya, será soberana como un senado y victoriosa como un ejército. Esa parte, aún cuando personalmente sea defectuosa, será forzosamente el Papa, si lo hay, o los mantenedores de la Fe Católica íntegra, si no hay Papa.
P. Patricio Shaw, en su obra Seleduncia
CONTINUARÁ, D. m., con Todo católico es necesariamente sedelucentista implícito, 124.
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