Substancia y accidentes

ONTOLOGÍA

TESIS V. — «Est praeterea in omni creatura realis compositio subjecti subsistentis cum formis secundario additis, sive accidentibus: ea veré nisi esse realiter in essentia distinota redperetur, intelligi non posset.»

«Hay, además, en toda criatura, composición real de un sujeto subsistente con otras formas secundariamente añadidas, llamadas accidentes; y esta composición no se comprendería, si no fuera recibido el ser en una esencia distinta de él mismo».

Hasta aquí hemos analizado y explicado la primera composición propia de toda criatura, la de potencia y acto, de esencia y existencia. Es de notar luego que las esencias creadas pueden dividirse como en dos grandes reinos: las unas, de naturaleza precaria y dependiente, necesitan siempre una, como si dijéramos, especie de soporte o sostén; habiendo, además, otras de naturaleza más completa, que subsisten por sí mismas. De aquí la nueva división del ser en sólidas substancias y efímeros accidentes. Es, pues, la substancia una esencia capaz de existir de por sí, una realidad estable (sub-stat), que además de sostenerse, sostiene otras entidades incapaces de subsistir por su propia cuenta. Se llama también sujeto subsistente, que, sin ser sustentado por otro, sirve de base a todas las realidades que la adornan, como formas secundarias.

La experiencia interna descubre en nosotros y atestigua multitud de fenómenos, sensaciones y afectos, pensamientos y voliciones, que aparecen y desaparecen, mientras que el yo subsiste; la experiencia externa nos muestra en el Universo infinidad de modificaciones sucesivas que no tocan el fondo substancial de la piedra, la planta, el animal o el hombre. Tales datos de nuestra doble experiencia nos evidencian la realidad de la substancia persistente y su distinción de las formas accidentales que pasan. La substancia real es la substancia individual que, cuando es completa, o llega al término de su individualidad, se llama persona. Es persona aquella substancia que goza de completa individualidad o se pertenece a sí misma (es sui juris), excluyendo tres clases de comunicabilidad: 1º, la de lo general a lo particular, como la de la especie que se derrama en los individuos;  2º, la de la parte, que pertenece al todo y subsiste por él, como la mano y el brazo; la persona subsiste por sí; 3º, y sobre todo, excluye la comunicabilidad a otra cualquier persona. Mi yo no puede ser el tuyo, ni el del otro. Por muy excelente que supongamos un ser, como substancia, o como especie, jamás podrá ser persona, que no es cualquier substancia o especie, sino cabalmente la que se pertenece a sí misma, sin poder ser sustentada por otro. Es el todo autónomo, siendo y obrando siempre por propia cuenta.

El accidente real designa una forma secundariamente adherida al sujeto subsistente; es como una débil esencia o naturaleza que, para existir, necesita como un soporte donde se adhiere y descansa. Tiende esta tesis a esclarecer la distinción real entre estas fugitivas formas y el fondo substancial permanente donde reposan. Niegan esta tesis o esta distinción real: los panteístas y los materialistas, los cartesianos, los subjetivistas y la nueva filosofía representada por Bergson. Sin embargo, la distinción real enseñada por Aristóteles y Santo Tomás permanece en pie, como expresión de la experiencia y del sentido común.

¿Qué es lo que vemos dentro y fuera de nosotros? Hemos indicado ya que, en nuestra vida orgánica, sensitiva e intelectual, continuamente registramos estados nuevos, vivientes realidades que súbitamente surgen y más o menos pronto desaparecen, sin que nuestra alma sea otra por eso. La experiencia externa, que nos garantiza la realidad del movimiento en la naturaleza, nos muestra un río de cambios, o modificaciones indefinidamente renovadas, mientras que la substancia persiste en su ser. El mineral y la planta conservan su fijeza específica entre la variedad de los pasajeros fenómenos; el animal y el hombre persisten en su invariable individualidad, a pesar del vaivén de todos sus cambios vitales.

Otro argumento llamó la atención de Leibnitz. »Si en nada se distinguen los accidentes de las substancias, si la substancia es un ser pasajero como el movimiento, si sólo dura un instante sin permanecer la misma en un tiempo dado, igual que sus accidentes… ¿por qué no concluir, con Espinosa, que Dios es la única substancia y que todas las criaturas son modificaciones o accidentes?»

En el dominio de la fe, esta nuestra doctrina es indiscutible. La gracia, las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo, ni son la substancia del alma, ni substancia divina, ni substancia sobrenatural; son accidentes realmente distintos de la substancia; son formas agregadas a un sujeto subsistente, que es la naturaleza.

La última parte de la tesis recuerda que esta composición de substancias y accidentes presupone y confirma la distinción real entre la esencia y la existencia.

Si realmente es la esencia su propia existencia, es su acto único y definitiva perfección; pues, como hemos notado, la existencia es la actualidad suprema de toda realidad, ultima actualitas omnis formae.

¿Qué hace falta para que el ser substancial y el ser accidental entren en composición como dos actos distintos? Lo que dice Santo Tomás: que los dos sean recibidos en un sujeto común realmente distinto de uno y otro, y tal es la esencia. Así, para que la substancia difiera del accidente, es preciso que la esencia se distinga de la existencia.