24 TESIS TOMISTAS (3ª)
Esencia y existencia
ONTOLOGÍA
TESIS III. —»Quapropter in absoluta ipsius esse ratione unus subsistit Deus, unus est simplicissimus; cetera cuneta quae ipsum esse partieipant, naturam habent qua esse coarctatur, ac tanquam distinctis realiter principas, essentia et esse constant.»
«Por lo tanto, en la absoluta razón del ser, en sí mismo, sólo subsiste Dios único y simplicísimo, y todas las demás cosas que participan del ser tienen una naturaleza donde el ser se halla restringido, y están constituidas o compuestas de esencia y existencia, como de principios realmente distintos».
Mera aplicación de la doctrina explicada es la tercera Tesis. Admitiendo que Dios es acto puro, es evidente que todo en él es perfección, todo ser, plenitud de la perfección y del ser, SER Subsistente. Al verse ceñido por cualquier límite, estaría sujeto a la potencia; no pudiendo tener igual, es único esencialmente; es sencillamente simple, puro y libre de toda mezcla o composición.
La primera parte de la tesis, relativa a Dios, aparece claramente demostrada. La criatura es cosa muy distinta, pues, como compuesta de potencia y acto, no es toda ella ser, o perfección. Está en ella el ser limitado y restringido; no es ella el ser subsistente, sino el recibido en un sujeto, que lo divide y amengua. Hay que distinguir en ella lo que es y aquello por qué es, lo que es se denomina esencia; aquello por lo que es en sí misma, fuera de su causa, es la existencia. Es la esencia todo lo substancial que abraza la buena definición; al definir al hombre expresamos su esencia humana.
Bien definidas las cosas, se comprende su esencia, o ser substancial; los accidentes sólo pueden definirse por su relación con el sujeto que los sostiene; tienen sólo una esencia incompleta y dependiente.
Los seres substanciales, capaces de una definición propiamente tal, tienen una verdadera esencia o realidad, hasta cierto punto independiente, que es a la vez esencia, substancia y naturaleza. La esencia es la realidad fundamental que constituye al ser en una especie, o determinada jerarquía; substancia es la misma realidad existiendo en sí misma y sirviendo de sujeto, o de base, a los accidentes; naturaleza es el mismo ser real como primera fuente de donde brota la operación espontánea. Cuando la substancia es completa, dueña de sí misma y perfectamente incomunicable, se llama supuesto, persona.
La esencia en sí indica ya perfección, y en tal sentido es acto; pero en orden a la existencia es todavía potencia no actualizada, o que necesita su última perfección. La humanidad es una especie determinada, y tal determinación específica es ya alguna perfección, algún acto; mas ese acto fundamental reclama otro que lo conduzca al estado final, en que podemos decir:
La humanidad existe. Por eso la existencia es llamada última actualidad de toda forma, de toda realidad. Nada puede venir después de la existencia; imposible añadirle una perfección que no sea existencia.
He aquí los dos principios constituyentes de todos los seres que no son Dios: la esencia, como potencia real; la existencia, como su última actualidad.
Si la potencia y el acto se distinguen en la realidad, es preciso concluir que hay una verdadera distinción real entre la esencia y la existencia.
No todos los escolásticos, sin embargo, admiten esta clase de distinción. Están conformes todos en tres puntos: Iº Que en Dios no cabe distinción real de ninguna clase, por lo mismo que es Acto puro; 2º En las criaturas hay manifiesta distinción real entre la esencia ideal abstracta y la esencia concreta y actual; 3º. Hay por lo menos una distinción de razón entre la esencia actual y la existencia. Todo el problema se reduce a averiguar si la esencia actual brota por sí misma a la realidad, de tal modo que ella sea su propio acto de existir, o lo verifica, por un acto distinto de ella, al que nosotros llamamos existencia.
Niegan la distinción real Alejandro de Ales, Durando, Escoto, los nominalistas, Suárez, Vázquez, y entre los modernos (además de Balmes y otros), Ton-giorgi, Palmieri, Francelin, Pesch. La afirman no solamente Santo Tomás y toda su escuela, sino los grandes representantes de la escolástica y especialmente, en nuestros días, Sanseverino, los Cardenales Pecci, Lorenzelli y Mercier, Mons. Farges, M. Domet de Vorges, etc., y entre los ilustres escritores de la Compañía de Jesús, la Escuela de Coimbra, el Cardenal Pallavicini, Silvestre Maure, Liberatore, Cornoldi, Sehiffini, de María, Terrien, Remer, Mattiussi, Geny, el Cardenal Billot, etc.
Al defender esta distinción, no pretendemos afirmar que la esencia y la existencia son dos realidades independientes y mutuamente separables, o producidas por Dios separadamente y unidas después; sólo queremos decir que la primera se diferencia de la segunda, como la potencia real del acto real. Únicamente aplicamos aquí la doctrina fundamental de las dos primeras tesis relativas a la potencia y al acto, principios primeros e intrínsecos de todo lo que no es acto puro, insistiendo en la composición verdadera y real de la potencia y del acto en todo ser mudable y creado.
»¿Hay, o no, un término medio entre la nada y lo actualmente existente? Tal es la cuestión. La afirmación o negación de la distinción real entre la esencia y la existencia es, en definitiva, una tesis absoluta y únicamente solidaria de la admisión o negación de la realidad de la potencia, de su realidad distinta del acto, irreductible al acto, inmanente bajo el acto».
No se vaya a creer que esto sea un problema de mera curiosidad, sin alcance práctico. «La cuestión de la distinción real entre la esencia y la existencia entraña la mayor importancia: es, en algún sentido, el punto central de toda la metafísica, y yo diría, poco menos que el sello de su ortodoxia, el único medio de resolver con exactitud todos los problemas suscitados, si no hemos de conformarnos, como es corriente en nuestros días, con examinar los hechos en la superficie, desdeñando su fondo». «Quien conozca la historia de la Metafísica —escribía el Cardenal Lorenzelli, — desde Aristóteles a Severino Boecio, y desde Avicena a Santo Tomás, y sobre todo, para quien ha leído y comprendido la Suma teológica, esta tesis es cabalmente el principio fundamental de la verdadera ciencia relativa a Dios y a las criaturas, al orden natural y sobrenatural, tal como el Doctor Angélico nos lo ha enseñado». «Sabido es que toda la primera parte de la Suma es un tratado fundamental acerca de Dios, Uno y Trino, de la creación, de los ángeles, de las almas, del hombre y del mundo. Esta, más todavía que las otras partes, se basa en un primer principio fundamental, en la verdadera identidad de la esencia y de la existencia en Dios, y la distinción real entre la esencia y existencia entre los demás seres subsistentes que no son Dios».
Esta real distinción y esta real identidad constituyen la base y sostén de todos los demás principios menos universales; dan a todas las conclusiones de ellos derivadas una solidez inquebrantable. El combatir, pues, u omitir simplemente este principio tan capital, no es ya dejar una opinión, o conclusión particular, del angélico Doctor; «es abandonar definitivamente la escuela de Santo Tomás».
Con el más justo título pudo, pues, la S. Congregación contar esta tesis fundamental entre todas las otras que claramente, plañe, contienen los puntos fundamentales del Doctor Universal.
Inútil fuera aquí un largo examen de textos, pues toda la obra del Angélico se apoya en la piedra angular de este gran principio. Como por instinto vuelve a él el Santo Doctor en sus diferentes obras. » Debe tenerse en cuenta, dice en su Comentario sobre Boecio, que si el ser y lo que es (lo que es igual, la esencia y la existencia) únicamente se diferencian según la razón en los seres simples, difieren realmente en los seres compuestos». Luego explica así su sentido: «Este ser simple es sublime y único; es Dios mismo». «Hoc autem simplex unum et sublime est, ipse Deus.» He aquí bien clara nuestra tesis: porque Dios es la simplicidad absoluta, o el acto puro, cuya esencia y existencia sólo admiten una distinción de razón; porque las criaturas todas están compuestas de potencia y acto, su esencia y existencia difieren realmente.
Insistiendo en las anteriores razones, digamos en resumen: Si la existencia de las criaturas no es distinta de su esencia actual, será un acto puro, infinito, único; no habrá, pues, distinción alguna entre la criatura y Dios. Acto puro, o sin potencia, es; no es recibido, ni puede recibir. Tal es el caso de una existencia indistinta de la esencia. ¿Dónde podrá ser recibida? ¿En la esencia? No, pues una simple distinción de razón no basta para que una realidad sea recibida en ella, y de ser posible, como esta distinción racional existe en Dios, podría decirse de Él que ya no es el acto puro, o simplicidad absoluta. ¿Qué podrá entonces recibir? Nada viene ni puede venir después; nada hay más actual que la existencia; nada puede perfeccionarla, por ser precisamente la existencia actualidad, coronamiento y término de toda actualidad o realidad. Hemos de concluir necesariamente que la existencia, que en nada real se distingue de la esencia, es acto puro, ilimitado, infinito.
—Replican así algunos: Es cierto que la existencia creada no puede ser recibida en otro; pero es recibida de otro, viene de Dios, o es producida por Dios.
—Vano subterfugio. El acto sólo se recibe en otro ad modum recipientis, en la justa medida de su límite, o imperfección; sólo puede limitarse porque es recibido en otro, o porque ha recibido otro. Por consiguiente, el acto no recibido en una potencia, o que no recibe un acto ulterior, es imposible que venga de otro, o sea producido por otro. Cabalmente porque sabemos que la existencia de las criaturas es producida, concluímos que debe ser recibida en una esencia realmente distinta de ella.
Esta doctrina de Santo Tomás evidencia la universal armonía de los seres. En la cumbre está Dios, ajeno a toda composición, pureza sin mancha, perfección subsistente. Vienen luego las criaturas espirituales, compuestas de potencia y acto, de esencia y existencia. Por último, las criaturas corpóreas.
Siguiendo la opinión contraria, no se sostiene la gradación. Si el ángel no consta de esencia y existencia, se equipara a Dios. La necesidad del principio de causalidad aparece también más evidente en la teoría tomista, como nota el Cardenal Mercier: «El ser cuya esencia no se identifica con su existencia, reclama forzosamente una causa».
La principal objeción contra nuestra tesis se reduce a esto: La esencia actual es una verdadera realidad. Es así que nada es real sino por la existencia; luego la esencia actual es la misma existencia.
—No tiene aquí presente el objetante que puede llamarse realidad no sólo el acto real, sino también la potencia informada por el acto real. Así la materia es una realidad, no por ser acto en sí misma, sino por hallarse informada por un acto que le da la actualidad. Del mismo modo la esencia actual es una realidad, no por ser ella el acto mismo, sino por hallarse como informada y bajo el imperio del acto mismo.
»Cuantos niegan la distinción real entre la esencia y la existencia, empiezan por dar por sentado, como principio indiscutible, que la esencia real de un ser sólo es real por virtud de la existencia. En lugar de partir de esta afirmación como de un axioma innegable, deberían probarla. No piensan en eso; todas sus argucias nacen de un falso supuesto, o petición de principió».
Nosotros, por el contrario, hemos establecido que la esencia actual de las criaturas no es precisamente el acto mismo de la existencia, pues de otra suerte sería necesariamente acto puro, que ni es recibido, ni puede recibir, por ser único, infinito y eterno.
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