Esta es la verdadera historia de cómo el grandísimo heresiarca Lutero, habiendo abandonado la única y verdadera Iglesia para formar una falsa congregación, no dudó en usar de la mentira y de la falsificación de la doctrina de Cristo, incluso aprobando el pecado nefando de bigamia, para conseguir sus fines. De él nace la aprobación del divorcio, despreciando la doctrina de Cristo, en las sectas protestantes, y hasta la poligamia de las sectas más modernas que beben de sus principios, entre los que se encuentra la ‘sola escriptura’. Tras leer este estudio ampliamente documentado, más cabe afirmar que la Católica es la única y verdadera Iglesia de Cristo. Y, a la vez, rechazar este falso ecumenismo que los falsos pastores practican desde la misma Roma y alaban sin que se les caiga la cara de vergüenza, en lugar de llamar a la conversión a la Iglesia Católica a los protestantes, tras convertirse ellos previamente, y esas intenciones perversas cuya cabeza visible representa el antipapa Bergoglio, tras el que se esconden otros capelos, alabados por el argentino porteño que gusta de presumir sus gastados zapatos.

El doble matrimonio del langrave Felipe de Hesse.

De cómo el grandísimo hereje aprueba la bigamia.

Este articulo está tomado íntegramente de la gran obra “Martín Lutero. Su vida y su Obra”. Escrito por el erudito R.P. Hartmann Grisar, S.J. Profesor de la Universidad de Insbruck. Edición digital de Mater Castissima, cuya fuente fue Biblia y Tradición.

El gran hereje Lutero “se dejó llevar de pensamientos y combinaciones políticas, más bien que de la pura y franca verdad y de una íntegra conciencia”, según escribió el historiador protestante Julio Bohemer (63), quien añade: “en todo este asunto quedó patente la flojedad moral de Lutero”.

Martín Bucero se presentó el 9 de diciembre de 1539 en el domicilio de Lutero, en Wittemberg. Traíale una solicitud de Felipe de Hesse, en la que se pedía aprobación para el matrimonio que el landgrave se proponía contraer con margarita. (41)

Los avences que realizó Bucero, de acuerdo con las instrucciones recibidas de Felipe, espantaron al Reformador y a su amigo Melanchon. Justificaba el landgrave de este modo su instancia: después de la vida poco edificante, hasta entonces observada, “obligábale la necesidad de su conciencia” a tomar segunda mujer, junto a la primera, que vivía aún, pero le disgustaba. Todo ello para evitar “el concubinato tan usado en otros días”. Solicitaba que, poco a poco, este nuevo casamiento se hiciese público, así como la autorización impetrada, a fin de que la segunda mujer no fuese considerada como “persona poco honorable”. Algo había en la petición de Felipe de Hesse que alarmó considerablemente a Lutero y a Melanchthon : la amenaza recurrir en caso de negativa, a la autoridad suprema del Emperador, o, en otros términos, que se proponía apelar a la más odiada y temible autoridad del más enconado enemigo del protestantismo, a fin de obtener el permiso para un acto contario a las leyes del Imperio. En suma: una traición a la causa protestante.

Definición de Landgrave:

Landgrave fue un título nobiliario usado normalmente en el Sacro Imperio Romano Germánico y después en los territorios derivados de éste, comparable al de príncipe soberano, aunque etimológicamente significa conde de un land, teniendo un deber feudaldirectamente con el emperador. Su jurisdicción se expandía en ocasiones a extensiones considerables, sin estar subyugado a un cargo intermedio, como duqueobispo o conde palatino. El landgrave ejercía derechos de soberanía; su poder de decisión era comparable al de príncipe.

El término apareció por primera vez en la Baja Lotaringia en 1086.

La forma femenina es landgravina; el cargo o el territorio gobernado por el landgrave es el landgraviato.

Lutero y  Melanchthon parecían haber admitido, antes de este suceso (42), justificando su parecer con algún texto del Antiguo Testamento, que lo autorizaba en casos excepcionales. El mismo Lutero había -según su propio testimonio- aconsejado un doble matrimonio, cuando, p.e., el esposo se lamentaba de que su compañera era una enferma incurable. Felipe de Hesse conocía estas soluciones excepcionales propugnadas por el innovador, y sabía, asimismo, que existía una propuesta de doble matrimonio para Enrique VIII de Inglaterra.

Todo ello fue elocuentemente esgrimido por Bucero en Wittemberg.

Pero los teólogos de Wittemberg guardaban aún la consciencia de que en la Nueva Alianza prohibía la poligamia el Fundador de la Iglesia. Melanchthon, v.g., había afirmado que debía considerarse como luz universal la palabra de Cristo: erunt duo in carne una.

Autorizar la publicación del segundo y doble matrimonio del landgrave era tanto como abrir la puerta a la poligamia. De ahí procedía la vacilación de ambos maestro de Wittemberg.

Examinese la historia y los preliminares de la petición del de Hesse. Repuesto apenas de una enfermedad venérea, merced al tratamiento aplicado por el Dr. Gereon Sailer, encaprichose Felipe de Margarita de Saal, de diecisiete años, hija de la camarera de su hermana, las duquesa Isabel de Sajonia-Richilitz. Obtuvo, ante todo, de la ambiciosa madre de Margarita la promesa de que ésta le sería entregada, pero a condición de que sería esposa verdadera del landgrave, esto es, princesa, y no una vulgar concubina. Este pacto repulsivo, era en buena parte, debido a la intervención de Juan Lening, cura de Melsungen, cartujo apóstata, cuya vida dejaba, así mismo, mucho que desear en el orden moral. Semejante proyecto matrimonial fue, por el contrario, muy mal mirado por la hermana del landgrave, la duquesa Isabel, quien se aprestó a oponer la posible resistencia, no ya por lo que pudiera ofender a la dignidad y a las públicas conveniencias, sino porque consideraba esa unión con la hija de su ama de llaves, cono una tacha en la familia principesca. Felipe de Hesse hablaba de las necesidades de su conciencia, que había de sonrojarse, al cabo de una vida deordenada; no pretendía, en realidad, sino enmascarar la pasión que le dominaba. Confió, pues, a su complaciente médico, Sailer, el encargo de exponer un pretexto al teólogo Bucero, emisario especial de su pleito cerca de los maestros de Wittemberg.

Siete sacramentos. Matrimonio” (1637-1640). Nicolas Poussin

Bucero se resistió mucho, al principio- según escribe el doctor – mostrándose “duramente contrario”; pero acabó ofreciendo su mediación para no poner al landgrave en el trance de abandonar los intereses del protestantismo. Bucero, pues, aceptó las instrucciones que le fueron dadas por el príncipe, que tomó sobre sí, la misión de presentar en Wittemberg y de que conocemos el texto.

En los archivos del Estado de Margurgo se guarda asimismo el contexto de las respuestas formuladas por Lutero y Melanchthon (43)

Al siguiente día de la llegada de Bucero – 10 de septiembre- entregáronle ambos una decisión, adoptada y redactada a toda prisa. Trátase de un “testimonio, que así lo denominaron, en el que se afirma, sobre ambas firmas, que el matrimonio propuesto no es contrario a la voluntad de Dios, ya que puede haber sido inspirado al landgrave “por las inquietudes de su conciencia” (44). Los autores de este documento encargan que el matrimonio permanezca secreto, como el documento mismo, para evitar que la poligamia se generalice. Semejante pretensión contrariaba el deseo del landgrave, y estaba destinada a no sufrir efecto alguno, puesto que Felipe tenía el propósito de no ocultar nada.

“ Si V.A. está resuelto a tomar segunda mujer, estimamos que debe de hacerlo de modo secreto, como ya hemos manifestado con ocasión de la dispensa que solicitaba. No hay en ello contradicción ni escándalo considerable; porque no es caso extraordinario el de un príncipe que mantiene concubinas; el vulgo tomará a Margarita por una de ellas, y los más ilustrados dudarán. No debe importar excesivamente el qué dirán, con tal de que se halle en paz de conciencia. Este es nuestro parecer, y así podemos aprobarlo. A la cabeza del documento se encarece al Príncipe que permanezca fiel a la defensa de la nueva Religión y de apartarse por completo del partido del Emperador. Acaba con un ataque de Lutero contra el Emperador: “un hombre sin fe cristiana, que procura encender la perturbación de Alemania”. Los príncipes piadosos no deben tener nada de común con él.

Ya está visto: los dos teólogos de Wittemberg querían comprar el auxilio de Felipe para el protestantismo por medio de una benévola autorización del segundo matrimonio del landgrave soberano de Hesse con la jovenzuela Margarita, hija de una criada aprovechada de su hermana, la duquesa Isabel.

El príncipe elector Juan Federico de Sajonia era otro campeón de la causa; Bucero, enardecido por el éxito logrado, se trasladó cerca de él, portador del proyecto y el testimonio de los teólogos de Wittemberg, amén de algunos presentes del landgrave, con el fin de ganar su ánimo. Bucero había cuidado de recoger las firmas de los teólogos de Hesse para dar al “Dictamen” un prestigio mayor. Valiéndose de su elocuente palabra, obtuvo de Juan Federico la promesa de “prestar al asunto un concurso fraternal” (45)

Felipe tuvo en su poder el 23 de diciembre el “Dictamen” de los teólogos y la respuesta favorable del príncipe Elector. El dictamen iba suscrito por Lenin, Melander, Corvino y otros tres profesores.

El 4 de marzo, en Rotenburgo-sobre el Fulda-, celebrose el matrimonio, en la capilla del castillo, y en presencia de Bucero, Everardo von der Thann- que representaba al príncipe elector- y de otros varios testigos. De este modo, y asistido de los teólogos realizó Felipe de Hesse un acto que había de producir muy importantes consecuencias.

Instalóse la nueva princesa en el castillo de Wilhelmshöhe, para mejor guardar el secreto convenido; pero muy pronto pudo advertirse que era imposible ocultar los hechos consumados. Muchas personas estaban al corriente. Felipe, en acción de gracias, remitió a Lutero un tonel de vino, amén de un regalo para Khäte, y el alcalde de Lhra había revelado, en presencia de los campesinos, la procedencia y también el motivo del presente: “el príncipe se había casado por segunda vez: él; -el alcalde- lo sabía perfectamente”. Corrió la noticia entre las Cortes y la sociedad distinguida, propalada especialmente por la hermana del landgrave, que protestaba sin tregua contra aquel dispar casamiento, diciendo que tanto Lutero como Bucero no eran sino unos bribones redomados”. En la Corte ducal de Sajonia produjo la nueva profunda indignación. El mismo príncipe Elector empezó a temer la adopción de medidas que pudiera sugerir el caso al Emperador semejante escándalo, si el ruido llegaba a oírse en la Corte de Austria y en Roma. La Ley “Carolina” castigaba la bigamia con la pena capital.

Despertó el landgrave de su ensueño amoroso, en vista del descontento general, y comenzó a mostrarse dispuesto a un acuerdo con el Emperador y hasta – ¡ increíble determinación!- con el Papa. Insistieron, del modo apremiante, Bucero y sus teólogos de Hesse, a los que se agregaron Schnepf, Osiander y Brentz, asegurándole que podía estar tranquilo en conciencia y abandonar toda vacilación, tanto más seguro que podía presentar públicamente a Margarita ( Su verdadera esposa) como concubina y no como esposa; que en todo caso, se redactase un nuevo contrato en este sentido, en sustitución del de matrimonio suscrito en Rotenburgo: de este modo obligaría al silencio a todos sus adversarios de la Corte de Sajonia y de dondequiera. El landgreve se negó: “Dios-opuso- ha prohibido la mentira”. Por otra parte esperaba la salvación del Dictamen de Wittemberg.

Esta actitud fue conocida en Wittemberg, donde se dieron cuenta de lo penoso y difícil de la situación. Jonás escribió a Jorge de Anhalt, en 10 de junio de 1546: “ Melanchthon está abandonado y Lutero hondamente preocupado2 (46) Aún hubo de aumentar esa preocupación cuando el Reformador supo que también lo estaba su príncipe Elector, como se lo dijo, de parte del Soberano, el Canciller Brück, agregándole que se había dejado llevar harto lejos; que había de por medio una “princesa” y un joven landgrave, y que todo ello podía desembocar en poligmia. Lutero, entonces, ideó un expediente: considerar el “testimonio” famoso, como un consejo dado en confesión y amparado por el secreto confesional. Escribió a su príncipe que, aún en el caso en que el landgrave faltara a ese secreto él, Lutero, situándose en un punto de vista bíblico y como habiendo hablado en muy apremiante circunstancia, no tendría por qué sonrojarse si ese consejo llegaba a ser “conocido por el mundo entero”(47)

Sin embargo, temía la revelación. Es para mí –decía- poco honroso haber añadido, en su carta al príncipe Elector, que al exponer su Dictamen ignoraba que el requiriente había logrado hacer de la noble damisela de Eschwege una concubina: él no podría suponer que se tratase de una nueva princesa, esperando que el landgrave se limitaría a “guardar honorablemente en su casa una joven en matrimonio secreto, para las necesidades de la conciencia”, a la manera que él, Lutero, había aconsejado que lo efectuasen diversos curas y obispos, respecto de sus cocineras y amas respectivas.

Varias observaciones podemos formular. En primer término hemos de rechazar este recurso del secreto de confesión, de que habla Lutero tres veces en el transcurso de su carta. En este pleito, ni landgrave ni nadie en Wittenberg, pensó en la confesión. ¿Era acaso una confesión lo que se solicitaba? ¿ No era, por ventura, algo enteramente diferente? ¿Dónde, pues, está esa confesión auricular, en el sentido tradicional de la palabra, que hubiese quedado guardado bajo el sigilo propio de la  Confesión? ¿ Acaso el landgrave hubo propuesto un acto cualquiera que exigiese el secreto confesional, en vez de la publicidad que Felipe deseaba más que persona alguna? No podía tratarse sino de la natural obligación de guardar secreto acerca de un asunto delicado; pero de esta misma obligación se apartaba Felipe por su misma conducta. No anhelaba sino una cosa: que los bajos estímulos de sus “necesidades de conciencia”, por él mismo confesados, fuesen aún más notorios de lo que eran.

Turbado, Lutero, escribía en 27 de junio a Everardo von der Thann que, si ello era preciso, el Landgrave podía negar el hecho ante el Emperador, diciéndole que se había limitado a tomar una concubina (48). A mediados de julio escribió a Juan Feige, Canciller del landgrave, asegurándole que no había semejante matrimonio, y que así debía afirmarlo a quien quiera que le interrogase, y que podía obrar de este modo por tratarse de un matrimonio celebrado a consecuencia de un consejo de confesión.

Al propio tiempo se mostraba temeroso de que “las cosas irían mal” por haberse aventurado Felipe a hacer público el “testimonio”; pero que, en vista de las circunstancias, él, Lutero, sabría tomar el partido necesario; porque “en presencia del mundo et jure nunc regente” no puede ser admitido en caso alguno un segundo matrimonio (49)

Las conversaciones de Lutero reflejaban la turbación y la agitación de su espíritu. En las Sobremesaspodríamos hallar las pruebas de este aserto (50) (“No me satisface lo que acontece, -suspiraba- ¡ Ah, si estuviese en mi mano modificarlo!…Roguemos para que las cosas no empeoren”) Los papistas pretenden burlarse de nosotros; merecen menos el perdón por cuanto carecen de fe. El falso espiritualismo de Lutero de Lutero hallaba consuelo en la idea del próximo derrumbamiento del papismo con su Antecristo. Siguiendo un hábito muy arraigado en él, adoptaba el tono irónico y, cuando lo estimaba preciso, injurioso: “¿Qué persiguen los papistas?…Matan a los hombres, mientras nosotros procuramos aumentar su número y crear vida casándonos con varias mujeres”.

Una viva inquietud, sin embargo, le consume: el temor de que el landgrave y el Emperador puedan llegar a un acuerdo, y el príncipe abandone su filas. Al saber que no era ello imposible exclamó:”¡Está desorientado!, camina bajo su destino y pretende imponer su voluntad”. Lutero y Melanchthon  aludieron con frecuencia a cierta herencia patológica de los Hasse. “Es algo fatal en su raza”, había declarado Lutero en otra ocasión. Melanchthon afirmó más tarde: “este doble matrimonio es la señal evidente de su locura”.

El landgrave, en sus sueños de megalómano, había imagina poner, merced a su doble matrimonio, al protestantismo a su servicio, con lo cual le sería más hacedero desafiar las leyes del Imperio y la voluntad del Emperador.

Melanchthon enfermó. La preocupación que le produjo el peligro de una ruptura de la Reforma con el landgrave y la pesadumbre  de ver el triste resultado obtenido en todo este asunto, fueron causas de sus dolencias, que le acometió en Weimar, camino del Coloquio religioso de Haguenau.  Lutero corrió al lado de su amigo y logró entonar su espíritu con vigorosos llamamientos a la serenidad y a la energía.

Para Lutero, la rápida curación moral de su compañero fue debida a la sumisión admirable de Melanchthon, de la cual hablaba el Reformador como de “un evidente milagro de Dios”, en su “Correspondencia”.  No andaba lejos de creer en un prodigio el médico Ratzeberger (51). Según Melanchthon, la solución mejor para este pleito del doble matrimonio, la mejor excusa sería el afirmar que tanto Lutero como Melanchthon hubiesen sido engañado por Felipe. Ratzeberger, al publicar la correspondencia de Melanchthon, no vacila en incluir una carta dirigida el 1 de septiembre de 1540 a Camerio, mutilando o adicionando textos, como lo realizó al editar el trabajo de Melanchthon acerca del matrimonio de Lutero. Hasta 1904 no ha sido integramente conocido el texto auténtico (52).

Seguía, en tanto, su curso el asunto del doble matrimonio de Felipe, hasta llegar a la inútil conferencia, iniciada el 15 de julio de 1540 entre los consejeros de Hesse y los de la Sajonia electoral. Hallábase presente Lutero que protestó con la mayor viveza contra la resolución del landgrave de publicar el dictamen de Wttemberg  y, a la par, el hecho del matrimonio contraído en Rotemburgo. A la publicación del dictamen, prefería Lutero que le declarasen loco; Lutero aceptaría sobre sí toda la vergüenza y rogaría a Dios que le devolviese más tarde el honor. Por lo tanto, o Lutero se retiraba, o era indispensable mentir, que la segunda esposa de Felipe era tan sólo una concubina “ ¿ Qué daño puede haber en que, para bien de todos y de la Iglesia cristiana, se diga una mentira, por grande que sea?” (53) Y aún repetía en 17 de julio: “las mentiras indispensables, las mentiras intencionadas no ofenden a Dios”. Y él, Lutero, no vacilaba en tomar sobre sus hombros la responsabilidad.

Indignose el landgrave ante semejantes explicaciones. En carta a Lutero motejaba de locura la amenaza del reformador, declarando que ha obrado como vesánico. “Nada más espantoso –añadía- que contemplar a un hombre de valor buscando revocar dispensa., que aseguró bajo su firma haber otorgado a un alma angustiada…¿Cómo se puede aceptar en la presencia de Dios la responsabilidad de una cosa que reprueba el mundo? “(54). “Será preciso-viene luego a afirmar- que él intervenga, en lo que está sometido a su jurisdicción, empleando, si hace falta, la fuerza contra el adulterio, la usura, la embriaguez que, al cabo, no se mirarían como pecados”. Por último, el landgrave con una escapada a la ironía, afirmaba : “es verdad: he tomado una mujer; pero ¿no hubieran hecho lo mismo los predicadores de Wittemberg de buen grado””

La replica de Lutero, fechada el 24 de julio, no era muy a propósito para tranquilizar al landgrave. En esa respuesta se leía, p.e.: “Cuando yo me ponga a escribir, ya sabré cómo he de hacerlo, dejando enredarse a Vuestra Gracia” (55). El príncipe objetó, a su vez,  que a él no le interesaba el que Lutero se pusiera o no a escribir; que los matrimonio contraidos por los predicadores de Wttimberg, frailes o curas antes de ello, no podían ser autorizados ni reconocidos por la legislación imperial, circunstancia que Lutero debería tener presente: “después de todo, si el landgrave había tomado por esposa a Margarita bajo la Palabra de Dios, hízolo en virtud del consejo de Luetero y de la de los otros predicadores suyos” (56)

En la misma epístola expone cosas harto graves contra Juan Federico, Príncipe Elector de Sajonia, aludiendo a una falta contra la moral (“la más grave falta”) cometida con él. Encenegado en su propia desgracia, no se abochorna de insinuar “el pecado de Sodoma cometido bajo el techo de la mansión del landgrave, durante la primera Dieta de Spira”, de que había hecho ya memoria en una carta dirigida a Bucero en 8 de enero de 1541 (57). Se decidía a precisarlo en este último escrito, en vista de que el superintendente del príncipe Elector-Justo Menio- ensalzaba las virtudes de su amo y pretendía escribir contra el segundo matrimonio del landgrave.

Corría de boca en boca la desordenada conducta del Príncipe Elector de Sajonia, muy dado al vicio de beber. Ambos – el landgrave y el Príncipe Elector -, según refiere un biógrafo protestante de Lutero – Adolfo Hausrath-  ambos han dejado en la historia un recuerdo suficiente por si solo para convertir en sarcasmo la afirmación de que la doctrina de los nuevos evangelistas traerá consigo la renovación de Alemania. (58)

Tales ejemplos, y otros análogos, ofrecidos por diversas personalidades, influyeron en la muchedumbre, de modo que el propio Bucero, desde Marburgo, lo hacía constar así en su carta escrita al landgrave en 1539: “El pueblo retorna al salvajismo; la inmoralidad reina dondequiera”. Lutero, por su parte, refiriéndose a a la situación en Witemberg y en el electorado de Sajonia, en carta de ese mismo año, emplea esta cruda expresión: “una Sodoma espantosa” (59)

Para completar la historia del doble matrimonio de Hesse, precisará echar una ojeda sobre los males de la época: constituirá el fondo de ese cuadro.

El duque Enrique de Brunswick, enconado adversario de Lutero y de su doctrina, aprovechó la ocasión de hacer público, en escrito violento contra Lutero y contra Felipe de Hesse, que el landgrave había incurrido, por su matrimonio autorizado por los maestros de Wittemberg, en las penas más rigurosas entre las dictadas por el imperio. Lutero replicó con chanzonetas y bufonadas dirigidas al “Hans Worts” de Brunswick, a lo que éste respondió tratando a Lutero de archipérfido, archihereje, archimalvado, e infame bandido (60)

Juan Lening, promotor en primer término del segundo matrimonio de Felipe, Juan Lening, a quien Lutero y Mélanchthon se complacían en llamar “monstruo de cuerpo y espíritu”, dedicabase, entre tanto, a defender al londgrave, cuya hazaña había producido tan viva emoción en Alemania entera, por medio de un escrito titulado   Diálogo de Neobulo, impreso a expensas de de Felipe, en Marburgo, y en el cual se condena con poca claridad la bigamia. Lutero preparose a refutarle; pero no dio luz a su réplica por no irritar más a su príncipe Elector. Prefirió no aumentar el escándalo con nuevos escritos “y no andar removiendo tanto el fango ante el público” (61)

No puede extrañar que Felipe, cuyas cualidades conocemos, asi hostigado; Felipe, cuya fe protestante fue siempre poco firme, se resolviera a abandonar su papel prtector de la nueva doctrina y, volviéndose hacia el  Emperador, tratase de llagar con él a un arreglo, evitando así caer en manos de la ley. Hízole, pues, Carlos V proposiciones nada halagüeñas para el bando luterano, y que a los personajes de la corte imperial parecieron aceptables.

Conservar consigo a Margarita, aunque sin la consideración pública de esposa; cancelación del pasado; a cambio, Felipe prometía atender y secundar los reclutamientos que el Emperador exigiera y guardar neutralidad en la campaña próxima contra Juliers, lo cual era tanto como asegurar la victoria de Carlos. Como consecuencia de este acuerdo, los aliados de Smalkalda deberían romper con Francia, renunciando además al apoyo y concurso de Suecia y Dinamarca. La Liga, pues, falta de la dirección de Felipe, había de verse muy mermada para lo porvenir (62). Esto era, por tanto, y desde el punto de vista político, el más rudo golpe que podría infringirse a la Reforma. La victoria alcanzada por Carlos V sobre los caudillos de los protestantes en la guerra de Smalkalda en 1547, poco después de la muerte de Lutero, quedaba de este modo preparada. No es imposible que Felipe, cuya perspicacia y experiencia eran innegables, considerase su virada en redondo como un movimiento táctico. El Tratado de Ratisbona, de 13 de junio de 1541, vino a ratificar el primitivo convenio.
Así pagaba Lutero la falta cometida en el desdichado asunto de su Dictamen de 10 de diciembre de 1539; “se dejó llevar de pensamientos y combinaciones políticas, más bien que de la pura y franca verdad y de una íntegra conciencia”, según escribió el historiador protestante Julio Bohemer (63), quien añade: “en todo este asunto quedó patente la flojedad moral de Lutero”.

Pablo Tschackert, tan favorable a Lutero, opina que es más lamentable aún que el mismo Dictamen “la actitud más tarde adoptada por los reformadores en este asunto”. Destaca la mentira que Lutero, sin circunloquios, recomendaba y estaba dispuesto a asumir públicamente. Para Hausrath, el protestante biógrafo de Lutero, “guiados por una diabólica consecuencia, los malos pasos de los jefes eclesiásticos los llevaban de ignominia en ignominia” (64)

Es cierto que existen historiadores de este campo que han intentado arrojar sobre la Iglesia y sobre las ideologías medievales la responsabilidad de la conducta de Lutero, dando al Dictamen el carácter de un consejo de conciencia, garantizado por el sigilo confesional. Se trata de “un legado de anteriores prácticas de la Iglesia” patentes, se dice en el famoso “testimonio”  y en la tramitación que a todo el pleito dio el doctor de Wittemberg. Con recordar nuestras anteriores observaciones sobre la no existencia de semejante confesión sin secreto, basta para destruir semejante argumento (65).

Sin detenernos en refutar esa teoría del legado de tiempos viejos, realicemos algunas comprobaciones menospreciadas en los juicios, en pro o en contra, aportadas por los protestante acerca del conjunto de esta cuestión.

En primer término hay una estrecha relación entre el testimonio de 16 de diciembre de 1539 y los principios propugnado por Lutero en lo tocante a la Biblia, punto que, en su interpretación de la Sagrada escritura, se colocaba fuera de toda la Tradición eclesiástica, habituado a sustituir su propio pensamiento a toda otra guía, y sólo de este modo podía hallar en el Nuevo Testamento base para autorizar un doble matrimonio en caso excepcional. Únicamente sustituyendo la autoridad doctrinal y disciplinaria de la Iglesia con el capricho o la arbitrariedad de cada cual – erigidos en autoridad –érale posible convertir este capricho en norma directriz de las costumbres. Por último, intervenía otro principio del luteranismo: la posición mantenida respecto de los detentadores del poder. Únicamente porque el luteranismo se veía obligado a buscar en la protección de los príncipes un apoyo firme para el sostenimiento del “nuevo Evangelio” pudo Lutero resignarse a tan deplorables y lamentables concesiones (66). No se trata por lo tanto de “una mancha accidental”, sino de un suceso que mina y roe el luteranismo en su propia raíz.

La Grande y sólida mentira. –Una palabra acerca de este asunto.

Por extraña que pueda parecernos esta máxima, forma parte de la teología de Lutero, puesto que se apoya en principios defendidos por él muchas veces y en formas diversas (67). Lutero propugnó el empleo de la mentira siempre que fue “útil o necesaria”, en provecho del ‘Evangelio’ (suyo) o de cualquier otro interés superior: tan sólo cuando el mentir sea perjudicial está prohibido. Semejante teoría fue ya defendida por el Reformador desde 1524. En ocasiones se ha podido tropezar con atisbos de esta teoría en el pasado. , pero nunca, hasta Lutero, fue erigida en sistema.

La mentira acabó en manos del Reformador, por convertirse en una virtud. “Es una virtud cuando se emplea en contrariar la furia del diablo, en ser útil al honor, a la vida, al provecho del prójimo. Y aún  para el propio provecho puédesela emplear, si es agradable a Dios, y de un modo general, cuando se trate del honor o el interés de la divinidad” (68). Unas cuantas citas, mal interpretadas, del Antiguo Testamento, le bastan para cimiento de teoría tan curiosa.

En su hostilidad, tan largamente sostenida contra la Iglesia Católica, y buscando, según afirmaba, la Gloria de Dios, era, pues, natural que se habituase a desnaturalizar textos, a calumniar, a poner en práctica, en suma, sus principios, según los cuales todo es lícito para combatir el Antecristo, de tal modo, que parece no darse cuenta de las “enormes falsedades por él imaginadas en pro de su tesis, las cuales, en fuerza de su reiteración, acaban de incorporarse al acervo de las verdades para él indubitadas, por tanto mayor motivo cuanto, además, le servían de sedante en sus torturas espirituales y de conciencia.  En nuestro tratado sobre Lutero, ya citado antes de ahora, hemos procurado recoger y destacar buen golpe de afirmaciones mentirosas, más abundante cuando se refiere a los “papistas”; allí intentamos, al paso, explicar psicológicamente  tal observación y deducir sus consecuencias (69)

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Las abundantes notas bibliográficas, a las que se refiere este artículo, no las hemos traído por considerarlas sólo necesarias para estudiosos. De cualquier forma, los interesados en ellas las pueden consultar en este link, en la que pueden leer en formato digitalizado la obra completa y sus referencias bibliográficas (las notas pertenecen al capítulo XVIII)