Ammonio.
Ammonio, que parece haber sido contemporáneo de Orígenes, fue el autor de un tratado sobre la Armonía entre Moisés y Jesús. Eusebio (Hist. eccl. 6,19,10) lo confundió con el neo-platónico Ammonio Saccas, y el mismo error cometió San Jerónimo (De vir. ill. 55). El tratado lo compuso probablemente para probar la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, que negaban muchas sectas gnósticas. Quizás haya que identificar a su autor con “Ammonio el Alejandrino,” a quien menciona Eusebio, en su carta a Carpiano, como autor de un Diatessaron o Concordancia de los Evangelios, en la que se tomaba como base el texto de San Mateo. San Jerónimo (De vir. ill. 55) admite sin titubear esa identidad.
Dionisio de Alejandría.
El más célebre entre los discípulos de Orígenes fue Dionisio, de Alejandría. Cuando Orígenes abandonó Alejandría, le sucedió Heracles como jefe de la escuela catequística y, a la muerte de Demetrio, subió a la cátedra episcopal de Alejandría. Su sucesor en ambos cargos fue Dionisio (248-265). Sus padres eran paganos en buena posición económica. A la fe cristiana le llevaron, al parecer, su afán de lectura y su amor a la verdad, pues dice en una de sus cartas:
Yo también he leído los escritos y las tradiciones de los herejes, manchando mi alma durante algún tiempo con sus abominables pensamientos; pero de su lectura he sacado este provecho: el de refutarlos dentro de mí y odiarlos más que antes. Por cierto que un hermano, uno de los presbíteros, trató de disuadirme, temiendo que me. revolcara en el fango de su malicia y mi alma quedara manchada; como sentía que decía la verdad, el Señor me mandó una visión, que me fortaleció, y me llegó una voz, que dijo expresamente: “Lee todo lo que te venga a las manos, porque tú eres capaz de enderezar y probar todas las cosas; éste ha sido para ti desde el principio el motivo de tu fe” (Eusebio, Hist. eccl. 7,7,1-3).
Siendo ya obispo de la metrópoli egipcia, la persecución de Decio le obligó a emprender la fuga. Volvió a Alejandría después de la muerte del emperador; pero durante el reinado de Valeriano fue desterrado a Libia, y más tarde a Mareotis, en Egipto. Cuando se reincorporó a su sede, se produjeron nuevos disturbios: estalló una guerra civil, se declaró la peste, y cayeron sobre él nuevos infortunios. Murió durante el sínodo de Antioquía (264-265) de una enfermedad que le impidió asistir al mismo.
La posteridad le ha dado el sobrenombre de “Dionisio el Grande” por su valor y firmeza en medio de las luchas y adversidades de su vida. Fue un gran hombre de Iglesia; su influencia llegó mucho más allá de las fronteras de su diócesis. Fue, además, autor de un gran número de escritos que tratan de cuestiones tanto prácticas como dogmáticas. Sus cartas muestran que tomó parte activa en todas las grandes controversias doctrinales de su tiempo.
De sus numerosas obras nos quedan, desdichadamente, tan sólo pequeños fragmentos. La mayor parte de ellos los ha conservado Eusebio, que le dedicó casi todo el libro séptimo de su Historia eclesiástica.
Sus Escritos.
1. Sobre la naturaleza (?e??…).
En esta obra Dionisio refuta, en forma de carta dirigida a su hijo Timoteo, el materialismo epicúreo, que se basa en el atomismo de Demócrito, y demuestra la doctrina cristiana de la creación. Los fragmentos conservados por Eusebio en su Preparación al Evangelio (14,23-27) revelan que Dionisio conocía bien la filosofía griega y que era un escritor muy hábil. Habla de una manera muy persuasiva del orden del universo y de la existencia de la Providencia divina, en contra de la explicación materialista del mundo.
2. Sobre las promesas (?e?? epa??e????).
Eusebio nos describe las circunstancias que dieron origen a los dos libros Sobre las promesas y su contenido:
Dionisio compuso, además, los dos libros Sobre las promesas. El tema se lo dio un obispo egipcio, Nepote. Este enseñaba que las promesas hechas a los santos en las divinas Escrituras deberían interpretarse más a la manera de los judíos e imaginaba que habría un milenio de goces corporales. En todo caso, creyendo poder confirmar su opinión con el Apocalipsis de Juan, había compuesto un libro sobre esta materia bajo el título de Refutación de los alegoristas. Dionisio ataca esta obra en sus libros Sobre las promesas; en el primero expone su opinión sobre a miel la cuestión, y en el segundo trata del Apocalipsis de Juan (Hist. eccl. 7,24,1-3).
El obispo Nepote mencionado aquí gobernaba la diócesis de Arsinoe. Se había servido del Apocalipsis de San Juan para apoyar sus doctrinas quiliastas, rechazando la interpretación alegórica de Orígenes. Este libro de Nepote tuvo un gran éxito, incluso después de su muerte, hasta el punto de “haber cismas y defecciones de iglesias enteras” (ibid. 7). Dionisio fue, pues, a Arsinoe y sostuvo una disputa sobre el problema milenarista:
Hice llamar a los presbíteros y doctores de los hermanos que están en los pueblos, y, en presencia de los hermanos que querían, les propuse hacer un examen público del libro. Ellos me trajeron este libro (el de Nepote) como un arma y una muralla inexpugnable. Me senté con ellos por tres días consecutivos, de la mañana a la noche, y traté de corregir lo que estaba escrito…
Al final, Coración, pastor y jefe de este movimiento, dijo que renunciaba a su partido, porque le habían convencido los argumentos en contra. Sin embargo, de regreso a Alejandría, Dionisio juzgó necesario completar aquella disputa con sus dos libros Sobre las promesas, a fin de contrarrestar toda influencia ulterior del libro de Nepote. Es interesante notar que en su refutación niega que el apóstol Juan sea el autor del Apocalipsis:
Que él [el autor del Apocalipsis] se llame Juan y que este libro haya sido escrito por un Juan, no lo niego. Estoy plenamente de acuerdo en que es obra de un hombre santo e inspirado de Dios. Lo que no aceptaré fácilmente es que sea el apóstol, el hijo de Zebedeo, el hermano de Santiago, de quien son el Evangelio llamado según Juan y la Epístola católica. En efecto, a juzgar por el carácter de cada uno y por el estilo de su lenguaje y por lo que se suele llamar composición del libro, conjeturo que no es el mismo. Pues el evangelista no pone su nombre en ninguna parte ni se anuncia a sí mismo en todo el Evangelio ni en la Epístola (Eusebio, Hist. eccl. 7,25,6-8).
3. Refutación y apología (??ß??a e?????? ?a? ap?????a?).
Esta obra, en cuatro libros, va dirigida a su homónimo en Roma el papa Dionisio (259-268), según nos informa Eusebio (Hist. eccl. 7,26,1). El Romano Pontífice había invitado al obispo de Alejandría a rendir cuenta de su fe trinitaria (?T??NASIUS, Ep. de sent. Dion. 13). Dionisio contestó con su Refutación y apología, en la que demostraba su ortodoxia. Parece que sus explicaciones aquietaron los escrúpulos de Roma. No quedan más que fragmentos de esta obra en Eusebio (Praep. ev. 7,9) y Atanasio (De sententia Dionysii episc. Alex.). El nudo de la controversia era la relación entre el Padre y el Hijo. Sobre ella dice Dionisio en esta carta:
No hubo un tiempo en que Dios no fuera Padre. No es verdad que el Padre estuviera un momento privado de logos, de sabiduría y de poder, y que después engendrara al Hijo. Pero el Hijo no tiene de sí mismo su existencia, mas del Padre.
Siendo el resplandor de la luz eterna, también El es absolutamente eterno. Si la luz existe siempre, es cierto que su resplandor existe también siempre. En efecto, se reconoce la existencia de la luz por su resplandor, y es imposible que la luz no brille. Y séanos permitido recurrir una vez más a comparaciones. Si el sol existe, también el día; y si todo está oscuro, es imposible que el sol esté allí. Si, pues, el sol fuera eterno, el día no tendría fin; mas no es así, pues el día empieza con la salida del sol y se acaba con su puesta. Pero Dios es la luz eterna, que no ha tenido principio ni tendrá jamás fin. Por consiguiente, su resplandor es eterno y coexiste con El. Porque existe sin principio y es engendrado sin cesar, resplandece siempre delante de El. El es aquella Sabiduría que dice: “Estaba yo con El…, siendo siempre su delicia, solazándome ante El en todo tiempo” (Prov. 8,30).
Siendo, pues, eterno el Padre, también el Hijo es eterno, Luz de Luz. Porque donde hay uno que engendra, hay también uno que es engendrado. Y de no haber uno que es engendrado, ¿cómo y de quién podría ser Padre el que engendra? Pero ambos existen, y esto por siempre jamás. Si, pues, Dios es la Luz, Cristo es el Resplandor. Y puesto que El (Dios) es Espíritu — porque dice la Escritura “Dios es Espíritu” (lo. 4,24) —, a Cristo conviene llamar Aliento. En efecto, El es, dice, “el aliento del poder de Dios” (Sap. 7,25).
Añadamos que el Hijo único, que coexiste siempre con el Padre y está lleno del que es, existe desde el momento en que recibe su existencia del Padre.
Eusebio dice (Hist. eccl. 7,26,2) que Dionisio dedicó una obra Sobre las tentaciones a un tal Eufranor. De ella no conocemos más que el título.
4. La correspondencia.
Las cartas de Dionisio son una fuente importante para la historia de su vida y de su tiempo. Eusebio se sirvió de ellas con frecuencia en su Historia eclesiástica. No poseemos completas más que dos; de las otras quedan solamente fragmentos. Pero lo poco que queda basta para demostrar la gran influencia de su autor y la variedad de cuestiones por las que se interesó.
a) La carta a Novaciano. El cisma de Novaciano dio ocasión a varias de las cartas de Dionisio. En ellas instaba a Novaciano y a sus adeptos a que volvieran al seno de la Iglesia. Suplicaba a las autoridades que fueran benignos en su sentencia contra los que habían caído durante la persecución de Decio. Se conserva íntegra una breve carta dirigida a Novaciano, el antipapa, y merece la pena de ser citada:
Dionisio a Novaciano, su hermano, salud. Si fuiste descarriado contra tu voluntad, como dices, puedes probarlo volviendo por tu propia voluntad. Porque uno debería estar dispuesto a sufrirlo todo, sea lo que fuere, antes que desgarrar la unidad de la Iglesia de Dios, y no sería menos glorioso el dar testimonio para evitar el cisma que para no adorar los ídolos; yo creo que sería más glorioso. Porque, en este caso, uno da testimonio solamente por su propia alma, mientras que en el otro por toda la Iglesia. Y si tú pudieras ahora, por la persuasión o por la fuerza, inducir a tus hermanos a volver a la unión, tu reparación sería mayor que tu caída: ésta no se tendría en cuenta; en cambio, aquélla sería objeto de alabanza. Pero, si no puedes hacerlo porque ellos no te obedecen, salva tu propia alma. Pido a Dios que te Vaya bien en la paz del Señor (Eusebio, Hist. eccl. 6,45).
b) La carta a Basílides. La segunda carta que se ha conservado entera es una de las que escribió a Basílides, obispo de Pentápolis. Contesta a varias preguntas que el obispo le había dirigido sobre la duración de la Cuaresma y sobre las condiciones corporales que se requieren para la recepción de la Eucaristía. Se conserva en la colección Epístolas canónicas de la Iglesia griega, que constituye una de las fuentes del Derecho canónico oriental.
c) La carta a Fabio. Esta carta, dirigida a Fabio, obispo de Antioquía, es de particular interés para la historia de la penitencia y de la eucaristía. No queda más que un fragmento conservado por Eusebio. Dionisio trata en ella del debatido problema del perdón después de la apostasía durante la persecución. En el cuerpo de la carta dice lo siguiente:
Te expondré únicamente este ejemplo que ha ocurrido entre nosotros. Había entre nosotros un tal Serapión, anciano fiel, que durante mucho tiempo había vivido de modo irreprochable, pero había caído en la prueba. Este hombre pidió repetidas veces (el perdón de las culpas), pero nadie hacía caso de él, porque había sacrificado. Y, habiendo caído enfermo, estuvo durante tres días seguidos sin poder hablar y sin conocimiento. Al cuarto día se puso un poco mejor, y, llamando a su nieto, le dijo: “¿Hasta cuándo, hijo mío, me vais a retener? Apresuraos y absolved me pronto; llama a alguno de los presbíteros.” Dicho esto, volvió a quedarse sin habla. El chico corrió a casa del presbítero. Era de noche, y el presbítero estaba enfermo. No podía salir; mas como yo había dado orden de que se perdonara a los que salían de esta vida, si lo pedían, y especialmente si lo habían suplicado antes, para que pudieran morir en la esperanza, dio al niño una pequeña porción de la Eucaristía, recomendándole que la empapara en agua y la dejara caer a gotas en la boca del anciano. El niño volvió a casa trayendo (la Eucaristía); cuando estaba ya cerca, antes de entrar, Serapión volvió en sí y dijo: “¿Ya has llegado, hijo? El presbítero no ha podido venir, pero tú haz de prisa lo que él te encargó, y déjame morir.” El niño puso en agua (la Eucaristía) y la vertió en seguida en la boca del anciano. Este tragó un poquito e inmediatamente entregó su espíritu. ¿No es evidente que se conservó y permaneció vivo hasta que fue absuelto y que, una vez que sus pecados fueron borrados, se le puede reconocer (como cristiano) por todas las buenas obras que había hecho? (Eusebio, Hist. eccl. 6,44,2-6).
d) Cartas festales. Hasta el siglo IX, los obispos de Alejandría acostumbraban enviar cada año a todas las iglesias de Egipto un anuncio indicando la fecha de Pascua y del comienzo del ayuno preparatorio. Solía estar redactada en forma de carta pastoral exhortando a la comunidad a observar cuidadosamente la Cuaresma y el tiempo pascual. Dionisio de Alejandría es el primer obispo de quien se sabe que haya mandado una de estas cartas (Eusebio, Hist. eccl. 7,20):
Además de las cartas que hemos mencionado, Dionisio compuso también por aquel tiempo las cartas festales que aún se conservan; en ellas expresa en tono elevado conceptos y fórmulas solemnes sobre la festividad de la Pascua. Una de éstas la dirigió a Glavio, otra a Domicio y a Dídimo; en esta última propone un canon (de un ciclo) de ocho años y demuestra que no conviene celebrar la fiesta de Pascua sino después del equinoccio de primavera.
De estas cartas sólo quedan fragmentos. Vemos por ellos que, además de su objeto inmediato, Dionisio aprovechaba la ocasión para discutir importantes cuestiones eclesiásticas de aquel tiempo.
Teognosto.
Teognosto fue probablemente el sucesor de Dionisio el Grande como director de la escuela de Alejandría. La dirigió del año 265, poco más o menos, hasta 282. Eusebio y Jerónimo no lo mencionan, mas Focio (Bibl. cod. 106) da un resumen de su obra, las ?y??typoseis (?p?t?p?se??), y relaciona sus ideas con las de Orígenes:
Se leyó la obra de Teognosto de Alejandría titulada Los esquemas del Bienaventurado Teognosto de Alejandría, intérprete de las Escrituras. Comprende siete libros. En el primero trata del Padre, y se aplica a demostrar que El es el creador del universo, contra quienes suponen que la materia es coeterna con Dios; en el segundo expone argumentos para probar que es necesario que el Padre tenga un Hijo; hablando del Hijo, demuestra que es una criatura, que se encarga de los seres dotados de razón. Al igual que Orígenes, dice otras cosas por el estilo acerca del Hijo. Quizás lo haga seducido por la misma impiedad. Quizás (a lo que parece) por el deseo de salir en su defensa, presentando todos estos argumentos a manera de ejercicios retóricos, no como expresión de su verdadera opinión. También es posible, en fin, que se permita apartarse un poco de la verdad por consideración a la débil condición de su auditorio. Este ignora quizá totalmente los misterios de la fe cristiana y es incapaz de recibir la verdadera doctrina. Teognosto puede pensar que es más provechoso para el auditorio tener cualquier conocimiento del Hijo que no haber oído de El e ignorarlo completamente. En una discusión oral no parece absurdo o censurable usar de un lenguaje incorrecto; en ella dominan el juicio, la opinión y la energía del disputante. En cambio, en el discurso escrito, que debe presentar el rigor de una ley universal, el presentar, para disculparse, la manera en que acaba de defenderse la blasfemia, es una justificación muy débil. Como en el libro segundo, así también en el tercero, al tratar del Espíritu Santo, el autor aduce argumentos para probar la existencia del Espíritu Santo; pero, por lo demás, habla tan desatinadamente como Orígenes en sus Principios. En el libro cuarto dice análogos desatinos sobre los ángeles y demonios, atribuyéndoles cuerpos sutiles. En el quinto y sexto relata cómo se encarnó el Salvador, e intenta demostrar, a su manera, la posibilidad de la encarnación del Hijo. Aquí también divaga mucho, especialmente cuando se aventura a decir que nos imaginamos al Hijo, ora confinado en un lugar, otra en otro, y que es ilimitado únicamente en su energía. En el libro séptimo, titulado “Sobre la creación de Dios,” discute otras cuestiones con profundo espíritu de piedad — especialmente hacia el fin de la obra, cuando habla del Hijo.
Su estilo es vigoroso y exento de superfluidades. Usa un lenguaje magnífico, comparable al ático ordinario, pero sin sacrificar su dignidad en aras de la claridad o de la propiedad.
De la descripción de Focio se ve claro que la obra de Teognosto era una especie de suma dogmática, que seguía la doctrina de Orígenes y especialmente su subordinacionismo. A excepción de un pequeño fragmento del libro segundo, que Diekamp descubrió en un manuscrito veneciano del siglo XIV, nada queda de las Hypotyposeis.
Pierio.
Pierio sucedió a Teognosto en la jefatura de la escuela de Alejandría. Según Eusebio (Hist. eccl. 7,32,27), fue “muy estimado por su vida de extremada pobreza y por sus conocimientos filosóficos. Se había ejercitado sobremanera en las especulaciones y explicaciones relativas a las cosas divinas y en la exposición que de ellas hacía a la asamblea de la iglesia.” San Jerónimo nos da todavía más detalles sobre él:
Pierio, presbítero de la iglesia de Alejandría, durante el reinado de Caro y Diocleciano, cuando Teonas ejercía el episcopado en aquella misma iglesia, enseñó al pueblo con grande éxito. Adquirió tal elegancia de lenguaje y publicó tantos escritos sobre toda suerte de materias (que aún se conservan), que se le llamó Orígenes el Joven. Era muy notable por su austeridad, entregado a la pobreza voluntaria, y roto al arte de la dialéctica. Después de la persecución, pasó el resto de su vida en Roma. Queda un extenso tratado suyo Sobre el profeta Oseas, que, por razones internas, parece que lo pronunció con ocasión de la vigilia pascual (De vir. ill. 76).
El testimonio de Jerónimo que dice que pasó el resto de su vida en Roma no está en contradicción con los que afirman que sufrió por su fe en Alejandría. Focio, por ejemplo, dice: “Según algunos, sufrió martirio; según otros, pasó el resto de su vida en Roma después de la persecución” (Bibl. cod. 119). Probablemente ambas aserciones son verdaderas. Sufrió, pero no murió, durante la persecución de Diocleciano. Si escribió sobre la vida de Pánfilo, que murió el año 309, se supone que Pierio vivía aún en esa fecha.
Sus Obras.
En el pasaje arriba citado, San Jerónimo menciona “muchos tratados sobre toda clase de temas y cita especialmente el extenso tratado Sobre el profeta Oseas. Por “tratado” (trocla-tus) Jerónimo parece que entiende un sermón, puesto que dice que el tratado Sobre el profeta Oseas fue pronunciado en la vigilia pascual. Focio leyó una obra de Pierio que comprendía doce logoi; entre ellos menciona la homilía sobre Oseas; luego esta palabra significa también discursos u homilías:
Leed un discurso del presbítero Pierio, de quien se dice que sufrió martirio junto con su hermano Isidoro, y que fue quien enseñó teología al mártir Pánfilo y dirigió la escuela catequística de Alejandría. El volumen comprende doce logoi. El estilo es claro y brillante y, por decirlo así, espontáneo; no hay en él nada artificioso, sino que, como si fuera improvisado, fluye con suavidad, fina y delicadamente. La obra se distingue por su gran riqueza de argumentación. Contiene muchos elementos que son extraños a las actuales instituciones de la Iglesia, pero que están probablemente de acuerdo con ordenaciones más antiguas. Respecto del Padre y del Hijo, sus aserciones son ortodoxas, excepto cuando dice que hay dos substancias y dos naturalezas. Emplea estos términos (como lo indica el contexto) en el sentido de hipóstasis, mas no en el sentido dado por los secuaces de Arrio. Pero, respecto del Espíritu Santo, sus opiniones son peligrosas e impías. En efecto, afirma que su gloria es inferior a la del Padre y del Hijo. Hay un pasaje en el tratado titulado Sobre el Evangelio de San Lucas donde prueba que el honor y el deshonor de la imagen son el honor y el deshonor de su modelo. También se insinúa, de acuerdo con la idea de Orígenes, que las almas tienen una preexistencia. En su discurso Sobre Pascua y el profeta Oseas, el autor habla de los querubines hechos por Moisés y de la estela de Jacob; admite que fueron creados, pero desatina cuando dice que no tenían más que un ser “económico” (?) y que no tenían existencia real, a diferencia de otras criaturas. Dice, en efecto, que carecían enteramente de forma; en cambio, afirma absurdamente que tenían únicamente la apariencia de alas (Bibl. cod. 119).
San Jerónimo hace mención dos veces de la homilía Sobre el profeta Oseas. Y mientras en el De vir. ill. (76) afirma que la pronunció in vigilia paschae, en el prefacio a su Comentario sobre Oseas dice que la predicó Die vigiliarum dominicae passionis. Estas citas concuerdan con lo que dice Focio cuando habla de un logos Sobre Pascua y sobre el profeta Oseas. Era una larga homilía tenida antes de Pascua, como introducción al libro de Oseas, puesto que Felipe Sidetas la llama Sobre el comienzo de Oseas (Ets t?? a???? t?? ?s??). El mismo Felipe menciona otras tres obras de Pierio Sobre el Evangelio de Lucas, Sobre la Madre de Dios y La vida de San Pánfilo (??? t? ?at? ????a?, ?e?? t?? Te?t????, ??? t?? ß??? t?? a???? ?aµf????). Las dos primeras pertenecen con toda probabilidad al mismo grupo de homilías, y la última debió de ser un panegírico de su discípulo el mártir Pánfilo.
Pedro de Alejandría.
Pedro fue elevado a la silla de Alejandría hacia el año 300, seguramente después de haber sido director de la escuela catequética de aquella ciudad. Abandonó su diócesis durante la persecución de Diocleciano y murió mártir hacia el año 311. Eusebio le dedica un elogio muy grande:
Después que Teonas ejerció el ministerio durante diecinueve años, le sucedió Pedro en el episcopado de Alejandría. También éste se distinguió de una manera especial durante doce años enteros; no hacía todavía tres años que regía la iglesia, cuando empezó la persecución; durante el resto de sus días llevó una vida de severa ascesis y se ocupó, sin disimulo, del bien general de las iglesias. Por esta razón, el año noveno de la persecución fue decapitado y se vio condecorado con la corona del martirio (Eusebio, Hist. eccl. 7,32.31).
En su ausencia, Melecio, obispo de Licópolis, invadió su iglesia y las diócesis de cuatro obispos más que habían sido encarcelados durante la persecución. Se arrogó todos los derechos episcopales, como ordenar, etc. En un sínodo celebrado en Alejandría el año 305 ó 306, Pedro depuso al usurpador “después de haberle declarado reo de muchos crímenes, especialmente de haber sacrificado a los dioses” ( ATANASIO, Apol. c. Arianos 59). Melecio provocó entonces el cisma que lleva su nombre, y que duró varios siglos. Se constituyó en campeón del rigorismo y fundó “la iglesia de los mártires.” El concilio de Nicea tampoco logró la reconciliación de esta secta. Arrio, que era también meleciano, halló entre los adeptos de esta secta sus discípulos más fervientes.
Sus Escritos.
Eusebio no dice nada de los escritos de Pedro, probablemente porque éste era antiorigenista. Por desgracia, quedan tan sólo pequeños fragmentos de sus cartas y tratados teológicos.
1. Sobre la divinidad (?e?? Te?t?t??)
Las actas del concilio de Efeso (431) contienen tres citas de la obra de Pedro Sobre la divinidad. Según estos fragmentos, Pedro escribió esta obra para probar, contra el subordinacionismo, que Jesucristo es verdadero Dios. “El Verbo se hizo carne,” dice uno de los fragmentos, “y fue hallado semejante y un hombre, pero sin haber abandonado su divinidad.”
2. Sobre la venida del Salvador (?e?? t?? s?t????a? ?µ?? ?p?d?µ?a)
Leoncio de Bizancio cita un pasaje del tratado de Pedro Sobre la venida del Salvador, que subraya las dos naturalezas en Cristo:
Estas cosas y otras semejantes, y todas las señales que mostró, y sus milagros, prueban que era Dios hecho hombre. Ambas cosas, pues, se demuestran: que era Dios por naturaleza y que era hombre por naturaleza (LEONT., Contra Néstor, et Eutych. 1).
Es posible que este tratado sea el mismo tratado Sobre la divinidad.
3. Sobre el alma.
El mismo Leoncio cita, en su obra Contra los monofisitas, dos pasajes del primer libro de un escrito de Pedro en el que combatía la doctrina origenista de la preexistencia del alma y de su encarcelamiento en el cuerpo por un pecado cometido anteriormente. El autor dice “que el hombre no fue formado por la unión del cuerpo con cierto tipo preexistente. Pues si la tierra, al mandato del Creador, produjo los demás animales dotados de vida, con mucha mayor razón el polvo, que Dios tomó de la tierra, debió de recibir una energía vital de la voluntad y de la operación de Dios.” La doctrina de la preexistencia de las almas “viene de la filosofía de los griegos y es ajena a cuantos desean vivir piadosamente en Cristo.” De todo esto se deduce que Pedro compuso un tratado sobre este tema, que constaba por lo menos de dos libros e iba dirigido contra los principios básicos del sistema de Orígenes.
4. Sobre la resurrección (?e?? a?ast?se??)
Quedan siete fragmentos siríacos de su obra Sobre la resurrección. También ésta, probablemente, era una refutación de Orígenes, pues insiste en la identidad del cuerpo en la resurrección con el de la vida actual, doctrina negada por Orígenes.
5. Sobre la penitencia (?e?? µeta???a?)
La colección de leyes de la Iglesia Oriental ha conservado catorce cánones del tratado de Pedro Sobre la penitencia, que se ha perdido y se conoce comúnmente bajo el nombre de Epístola canónica. La frase con que empieza el primero de estos cánones: “Como sea que la cuarta Pascua de la persecución está por llegar,” nos permite datar la carta en el año 306. Indica, además, que se trata, probablemente, de una carta pascual. Las prescripciones se refieren a los que hacen penitencia por haber negado su fe durante la persecución. Los apóstatas están divididos en varias clases. Para los que cedieron sólo después de horribles torturas y graves aflicciones, él tiempo transcurrido es penitencia suficiente y deben ser admitidos a la comunión. Los que cayeron sin tortura deben hacer penitencia durante un año más. Los que apostataron espontáneamente, sin haber sido sometidos al potro ni haber sido encarcelados, deben continuar haciendo penitencia durante cuatro años más. Los cánones hablan también de los que escaparon de la persecución con fraude, ya sea procurándose certificados falsos, ya mandando en su lugar a paganos amigos, ya hasta obligando a sus esclavos cristianos a presentarse en su lugar. No aprueban a los que se presentaron espontáneamente a las autoridades y buscaron el martirio, por haber obrado imprudentemente y en contra del ejemplo del Señor y de los Apóstoles. Pero en ninguno de los cánones se difiere la reconciliación hasta el día de la muerte, como se hiciera anteriormente (véase p.403s).
6. Sobre la Pascua (?e?? t?? p?s?a).
Por un fragmento de una crónica alejandrina sabemos que Pedro dedicó a un tal Tricenio un tratado Sobre la Pascua. Es posible que esta obra sea también una carta pascual dirigida a un obispo egipcio de ese nombre. En algunos manuscritos de su obra Sobre la penitencia, al canon 14 sigue otro titulado “Del tratado Sobre la Pascua, del mismo autor.” Se refiere al ayuno en los días cuarto y sexto de la semana.
7. La carta a los alejandrinos sobre Melecio.
Se conserva una breve carta en la que Pedro pone a los fieles de su diócesis en guardia contra Melecio. Debió de escribirla poco después de haber comenzado la persecución. Tiene una gran importancia para la historia del cisma de Melecio:
Pedro, a los amados hermanos establecidos en la fe de Dios, paz en el Señor. He descubierto que Melecio no obra en ningún modo por el bien común. No ha quedado satisfecho con la carta de los santísimos obispos y mártires, sino que, invadiendo mi iglesia, ha osado intentar separar de mi autoridad a los presbíteros y a los que tienen el cuidado de visitar a los pobres. Y, dando prueba de su ambición, ha ordenado a varios, por su cuenta, en la prisión. Prestad, pues, atención a esto y no tengáis comunión con él, hasta que yo me encuentre con él en compañía de algunos hombres prudentes y sabios y vea cuáles son los planes que ha concebido. ¡Que os vaya bien!
La “carta de los santísimos obispos y mártires” que aquí se menciona fue escrita por los cuatro obispos egipcios, Hesiquio, Pacomio, Teodoro y Fileas, y estaba dirigida a Melecio. En ella protestaban violentamente contra las ordenaciones hechas por Melecio en sus iglesias. También se conserva este documento; su texto fue descubierto por Scipio Maffei, juntamente con la epístola precedente de Pedro, en un viejo manuscrito del Capítulo de Verona.
Las Actas del martirio de San Pedro de Alejandría se conservan en griego, latín, siríaco y copto. Ninguna de estas versiones es un relato auténtico de su muerte, sino leyendas posteriores.
Hesiquio.
Es interesante saber que, durante el siglo IV, las iglesias de Egipto y de Alejandría no siguieron la redacción de los Setenta hecha por Orígenes, sino la de Hesiquio (JERÓNIMO, Praef. in Paral.; Adv. Ruf. 2,27). Jerónimo critica severamente esta ultima versión y acusa a su autor de haber hecho interpolaciones en el libro de Isaías (Com. in Is. ad 58,11). En otro lugar (Praef. in Evang.) habla de sus falsas adiciones al texto bíblico. El Decretum Gelasianum hace alusión a los “Evangelios que falsificó Hesiquio” y los llama “apócrifos.”
Así, pues, Hesiquio debió de hacer una revisión de los Setenta y de los Evangelios, probablemente hacia el año 300. Si su edición estuvo en uso en Alejandría y en Egipto, su autor seria, sin duda, de origen alejandrino. No se sabe con certeza si se trata del mismo Hesiquio que, junto con otros tres obispos, dirigió una carta a Melecio y murió mártir en la persecución de Diocleciano (véase arriba, p.412).
La Constitución Eclesiástica de los Apóstoles.
La Constitución eclesiástica de los Apóstoles, que data probablemente de principios del siglo IV, es una fuente valiosísima para el Derecho eclesiástico. Se desconoce el autor y el lugar de origen. Parece que fue compuesta en Egipto, aunque algunos piensan que proviene de Siria. J. W. Bickell publicó por vez primera el texto original griego el año 1843. Le dio el nombre de la Constitución eclesiástica de los Apóstoles. Hay razones para creer que su verdadero título era Cánones eclesiásticos de los Santos Apóstoles.
El pequeño tratado está dirigido a “los Hijos y a las Hijas” y pretende haber sido escrito por los doce Apóstoles por mandato del Señor. La primera parte contiene preceptos morales (4-14); la segunda (15-29), la legislación canónica. Los preceptos morales se presentan en el marco de una descripción de las dos vías, la del bien y la del mal. La primera parte no es más que una adaptación de la sección correspondiente de la Didaché (1-4) a la situación eclesiástica más desarrollada del siglo IV. La segunda parte da normas para la elección de obispos, presbíteros, lectores, diáconos y viudas. El prestigio de que gozó esta Constitución eclesiástica de los Apóstoles en Egipto invita a pensar que proviene de allí.
Sólo un manuscrito contiene el texto íntegro del original griego, el Codex Vindobonensis hist. gr. olim 45, nunc 7, saec. XII. Un extracto de la primera parte se encuentra en el Codees Mosquensis bibl. S. Synodi 124, saec. X, y en otros tres códices posteriores. Las versiones latinas, siríacas, copta, árabe y etiópica dan testimonio también de la reputación de que gozó la constitución eclesiástica de los Apóstoles.