¿ Por qué existe el mal?
LA PROVIDENCIA DE DIOS, EL MAL Y EL SUFRIMIENTO
Este artículo es un resumen casi literal de las cuestiones contenidas en la Suma Teológica, I, q. 48, y 49; en la 48 Santo Tomás responde a las siguientes 6 cuestiones:
- El mal, ¿es o no es alguna naturaleza?
- El mal, ¿se encuentra o no se encuentra en las cosas?
- El bien, ¿es o no es sujeto del mal?
- El mal, ¿corrompe o no corrompe totalmente al bien?
- División del mal entre pena y culpa.
- ¿Dónde hay más razón de mal: en la culpa o en la pena
Un Compendio de la Suma Teológica resumido en 338 páginas, una estupenda visión de conjunto de toda la doctrina del Aquinate la puede encontrar en el Catecismo de la Suma Teológica que puede encontrar aquí mismo.
En la cuestión 49, responde a las siguientes tres preguntas:
- El bien, ¿puede o no puede ser causa del mal?
- El sumo bien, Dios, ¿es o no es causa del mal?
- ¿Hay o no hay algún sumo mal que sea la primera causa de todos los males?
Para luego continuar analizaando la diversificación entre la criatura espiritual y la corporal. En primer lugar, lo referente a la criatura puramente espiritual y que en la Escritura Sagrada es llamada ángel. Segundo, lo referente a la criatura puramente corporal. Tercero, lo referente a la criatura compuesta a partir de lo corporal y de lo espiritual, que es el hombre, todo lo cual está resumido en el Catecismo de la suma Teología, que ha hace fácilmente comprensible.
EL MAL
Uno de los problemas más angustiosos que puede plantearse la pobre inteligencia humana en torno a la providencia y gobierno de Dios sobre todas sus criaturas, es la existencia del mal en el mundo, en su doble aspecto físico y moral.
Es un hecho indiscutible que en el mundo existe el mal moral: toda clase de crímenes y desórdenes.
Existe también el mal físico: toda clase de dolores y sufrimientos.
El mal moral recibe el nombre de mal de culpa (malum culpæ); y al mal físico se le denomina mal de pena o de castigo (malum pœnæ).
¿Cómo se explica la existencia de ambos males en el mundo, si todo está regido y gobernado por la Providencia de Dios? ¿Cómo puede compaginarse la bondad de Dios con los desórdenes y penalidades que afligen a la humanidad, salida de sus manos creadoras?
Santo Tomás trató expresamente varias veces el problema del mal, señalando su naturaleza y sus causas. En sus obras se encuentra la más alta filosofía del mal que la razón humana, iluminada por la fe, ha sabido presentar hasta hoy.
Naturaleza del mal
El mal es una privación, o sea, la ausencia de una cualidad o perfección en un ser que debería naturalmente poseerla.
Que el hombre no tenga alas para volar no es ningún mal; es una simple negación de una cualidad que la naturaleza humana no reclama en modo alguno; pero que un hombre sea ciego o no tenga ojos es un verdadero mal físico, puesto que el hombre debe naturalmente tener ojos para ver.
El mal es, pues, una negación privativa en el seno de una substancia que le sirve de soporte.
Relaciones entre el bien y el mal
No podría existir el mal sin la existencia de alguna substancia en el seno de la cual pueda establecerse la privación.
Ahora bien, esa substancia a la que puede afectar el mal es un ser y, por tanto, un bien.
Por consiguiente, el sujeto del mal, o sea, su verdadero y único soporte, es el bien.
Pero no el bien opuesto o contrario al mal (ya que dos contrarios —blanco y negro— no caben en un mismo sujeto), sino otro bien. El sujeto de la ceguera no es la visión —de la cual es ella privación—, sino el hombre o animal ciego.
El mal no puede destruir totalmente el bien.
La disminución de la aptitud para el bien no es cuantitativa o por vía de substracción (como si le fueran quitando al pecador cantidades de humildad a medida que comete pecados de orgullo), sino por vía de atenuación o remisión, como corresponde a las cualidades; o sea, que se trata de una disminución de la intensidad o energía para la práctica de la virtud contraria a ese pecado.
Pero nunca puede suprimirse del todo, porque siempre queda en el alma la capacidad radical para el bien: el pecador más envilecido conserva todavía en su alma la capacidad de convertirse en un santo bajo la acción de la gracia de Dios.
Por consiguiente, la relación que se establece entre el mal y el sujeto que le sirve de soporte jamás puede ser tal que llegue a consumir o destruir totalmente el bien; de lo contrario, el mal se consumiría y destruiría a sí mismo al faltarle el sujeto donde radicar.
El mal absoluto (o sea, sin un sujeto bueno donde resida) no existe ni puede existir: se destruiría por completo a sí mismo.
Causa del mal
Es necesario afirmar que todo mal ha de tener alguna causa.
Ahora bien: la causa del mal no puede ser más que el bien; porque el hecho de ser causa no puede convenirle más que al bien: nada puede ser causa más que en la medida en que existe; y todo lo que existe, en tanto que existe es ser y es forzosamente un bien.
Que el bien sea, en primer lugar, causa del mal a modo de causa material se deduce del hecho de que el bien es el sujeto del mal.
En cuanto a causa formal, el mal no la tiene, porque consiste precisamente en la privación de una forma.
Tampoco tiene causa final, porque el mal es privación del orden al fin debido.
En cuanto a la causa eficiente la tiene ciertamente el mal, pero no directa, sino indirectamente: el bien causa indirectamente el mal al causar un bien al que se adhiere un mal, sea por deficiencia de la causa principal, sea por defecto del instrumento que utiliza, sea por indisposición de la materia sobre la que actúa.
De todo esto se infiere que el mal sólo indirecta y accidentalmente tiene causa y que, de este modo, la causa del mal es el bien.
Finalidad del mal
El mal no puede ser jamás objeto directo de la intención de ningún agente, por muy malo y perverso que éste sea. Porque nadie quiere ni puede querer más que lo que le apetece, y todo lo apetecible tiene razón de bien (real o aparente), a lo cual se opone el mal.
El agente puede equivocarse apeteciendo una cosa que a él le parezca un bien, aunque en realidad sea un mal; pero jamás podrá apetecer el mal en cuanto mal: el objeto propio de la voluntad es el bien y, por lo mismo, le es absolutamente imposible querer alguna cosa bajo la razón de mal.
Sin embargo, el mal puede ser objeto indirecto de la intención.
Por ejemplo, cuando el capitán de un barco ordena arrojar las mercancías al mar para aligerar el peso de la nave y salvarla en medio de una tempestad, quiere y busca directamente un bien, que es salvar la nave y la vida de los marineros; y quiere también, pero indirectamente (o sea permitiéndolo, obligado por la necesidad) el mal de la pérdida de las mercancías.
División del mal
El mal puede afectar al orden físico o al orden moral.
En el orden físico puede acontecer de dos modos:
a) por falta de la debida integridad en el ser a quien afecta (v.gr. la falta de piernas o de brazos en un hombre)
b) por defecto de la operación que realiza ese ser:
b’- ya sea porque carece en absoluto de ella (v.gr. la parálisis total en un hombre que debería andar)
b’’- ya sea porque no tiene el orden y modo debidos (v.gr., la cojera en el cojo).
En el orden moral, o sea el relativo a las acciones voluntarias de las criaturas racionales y libres, el mal se divide en:
a) mal de culpa, que se produce cuando a la acción voluntaria le falta la debida ordenación al fin señalado por la naturaleza o por el mismo Dios (lo que ocurre en cualquier clase de pecado).
b) mal de pena, que es el castigo impuesto directamente por Dios al pecador, o a través de la naturaleza caída por el pecado de origen.
Por donde aparece claro que Dios es el autor del mal de pena (que es un verdadero bien, puesto que restituye el orden de la justicia conculcada), pero de ninguna manera es autor del mal moral, que constituye, precisamente, el desorden del pecado.
El pecado o mal de culpa
La única causa intrínseca o subjetiva del pecado es la voluntad defectible del pecador que lo comete.
El pecado consiste en una acción voluntaria desordenada. Esa acción, en cuanto voluntaria, procede simplemente de la voluntad; y, en cuanto desordenada, procede de la voluntad defectible, que al obrar no se ha sujetado a la regla del bien o de la moralidad.
La causa del pecado o mal moral no debe buscarse, pues, fuera del propio agente, o sea fuera de la propia voluntad insubordinada contra su regla, la recta razón.
Dios no es en modo alguno causa del mal moral, ni directa ni indirectamente.
Es cierto que Dios concurre físicamente a la acción pecaminosa del pecador, pero únicamente en cuanto acción, pues en este sentido la acción es buena y no podría producirse en modo alguno por la causa segunda sin la previa moción y concurso de Dios como Causa primera.
Pero de ningún modo procede de Dios el defecto de la acción (que es en lo que consiste formalmente el pecado), ya que esto proviene única y exclusivamente de la defectibilidad del libre albedrío humano, que puede inclinarse hacia un bien aparente tomándolo equivocadamente como un bien real.
Exactamente como ocurre con la cojera de un cojo, que no procede de la fuerza motriz de su organismo (que es una cosa buena y movida por Dios como causa primera), sino del defecto de su rodilla, sobre el que nada tiene que ver la fuerza impulsora del movimiento.
Objeción: Dios no tiene nada que ver con el defecto existente en el libre albedrio de la criatura y no le alcanza, por lo mismo, absolutamente en nada la responsabilidad del pecado, a pesar de concurrir físicamente a la acción que lo producirá; pero, dado que Dios conoce todas las cosas de antemano y previendo con toda certeza que, si mueve a la acción al pecador, estando su voluntad inclinada al mal en un momento determinado, se producirá de hecho el pecado, ¿por qué le mueve o empuja a la acción? ¿Por qué no se abstiene de intervenir como causa primera, impidiendo con ello la acción, es cierto, pero impidiendo también el pecado?
Respuesta: Dios nos ha creado completamente libres. Y únicamente respetando nuestra libertad, tanto cuando se inclina al bien real como cuando se inclina, con tremenda equivocación, al bien aparente, puede justificarse el mérito de las buenas obras y la responsabilidad subjetiva del pecado.
El mérito consiste en hacer voluntariamente el bien pudiendo hacer el mal; y el pecado consiste en hacer voluntariamente el mal pudiendo hacer el bien.
Dios no quiere el mal moral, el pecado, ni en sí mismo ni como un medio para un fin.
Pero lo permite, es decir, no lo impide, porque ha dado libertad al hombre y porque puede hacer que del pecado surjan efectos buenos (revelación de su justicia y misericordia, prueba moral de los buenos, castigo de los malos mediante sus propios pecados o de los otros).
Objeción: ¿Por qué Dios ha dado la libertad, pues sabía que habría de ser mal empleada?
Respuesta: Mediante la libertad, la criatura participa de la soberanía divina. Dios ha querido dar al hombre este don, sabiendo que el hombre abusaría de él para su propia desgracia y desventura.
El abuso de la libertad para pecar no pertenece necesariamente al uso de la libertad.
Los Bienaventurados en el Cielo no pueden pecar y viven, no obstante, en un estado de libertad incomparablemente más perfecta que la de la tierra.
Objeción: ¿Por qué ha creado Dios al hombre en un estado de imperfección y no en un estado de perfección?
Respuesta: El estado de perfección relativa, reservado a la Bienaventuranza eterna, debe ser adquirido mediante el mérito; y allí cabe el demérito.
El castigo del pecado o mal de pena
La razón de ser de la pena es una especie de vindicta justa y necesaria que toma el orden perturbado por el pecado contra el desorden, que es la esencia misma de la culpa.
De donde se sigue que toda culpa entraña necesaria y fatalmente la obligación de sufrir una pena.
Todo lo que está contenido bajo un determinado orden forma una especie de todo con relación al principio de ese orden. Por tanto, todo lo que se levanta contra un orden deberá ser reprimido por este mismo orden y por el principio de ese orden.
Siendo el pecado un acto desordenado, es manifiesto que cualquiera que peca obra contra un orden.
Es preciso, pues, que sea reprimido por ese orden contra el cual pecó.
Esta represión constituye precisamente la pena o castigo del mismo.
Como el pecado consiste en una operación desordenada procedente de un agente voluntario, el sujeto de la pena no será la operación mala en sí misma, sino el sujeto de esa operación voluntaria, o sea, el pecador.
Por eso dice Santo Tomás: La culpa es el mal de la acción; la pena es el mal del agente.
Aunque la operación no sea el sujeto de la pena, la represión o castigo deberá, sin embargo, alcanzarla.
Por eso la naturaleza de la pena consiste en la substracción de los bienes necesarios para la buena operación: bienes del alma, bienes del cuerpo, bienes exteriores.
La causa de la pena es el principio del orden violado, o sea, aquel que impone el fin y el orden de la operación al fin.
Ahora bien, la voluntad humana se encuentra contenida bajo tres órdenes:
a) El orden de la recta razón.
b) El orden de los que gobiernan exteriormente.
c) El orden universal del gobierno divino.
Cada uno de estos órdenes es perturbado por el pecado, porque todo aquel que peca obra contra la razón, contra la ley humana y contra la ley divina.
Se hace, pues, acreedor de una triple pena:
a) una, por parte de sí mismo, que es el remordimiento de su propia conciencia;
b) otra, por parte de los hombres, cuyo orden conculcó;
c) y otra, en fin, por parte de Dios, por haberse apartado de su ley suprema.
Pero, así como la culpa es, en definitiva, la insubordinación de la operación ante el principio supremo que impone el fin último a la misma, así también la causa de la pena es, en definitiva, Dios, primer principio y último fin del orden violado.
El pecado, pues, no es directamente la causa de la pena, pero lo es en el sentido de disposición.
Hay una cosa que el pecado causa directamente, y es el constituir al hombre en sujeto digno de la pena.
Siendo la causa subjetiva del pecado la voluntad defectible, la pena deberá afectar a esa misma voluntad.
Efectivamente, es de esencia de la pena que sea contraria a la voluntad; tiene por efecto contrariar la voluntad del pecador.
La culpa se distingue de la pena en que la primera es voluntaria y la segunda contra la voluntad del que la mereció.
Todos los males que caigan sobre el pecador en castigo de su culpa, aunque no recaigan directamente sobre su voluntad misma, no le afectan sino en función de su voluntad.
Esta oposición o contrariedad puede ser:
− o a la voluntad actual,
− o a la voluntad simplemente habitual,
− o a la inclinación natural de la voluntad.
Por eso puede ocurrir que el pecador no se dé cuenta en un momento dado, de que está siendo castigado por su pecado por no oponerse el castigo a la voluntad actual, sino sólo a la habitual o a la simple inclinación natural de la voluntad.
Nada queda impune en el orden moral perturbado por el pecado, aunque no se dé cuenta de ello el pecador.
La finalidad de la pena consiste en la reparación.
El acto del pecado constituye al hombre reo de pena en cuanto que constituye una transgresión del orden de la justicia divina; orden al que el hombre no puede volver sino por la reparación de la pena, que vuelve a su fiel la balanza de la divina justicia desequilibrada por el pecado.
El que se ha permitido voluntariamente un placer o una satisfacción desordenada, es muy justo que sufra, según el orden de la justicia divina, de grado o por fuerza, algún dolor o pena contraria a su voluntad.
La finalidad de la pena consiste, pues, esencialmente, en compensar por esta contrariedad involuntaria la voluntaria contrariedad con que el agente se hizo culpable ante el principio ordenador, revolviéndose contra él y contra el fin legítimamente impuesto por él.
Existen otros fines accesorios o secundarios de la pena, tales como el restablecimiento del orden de la justicia violada por el pecado; la curación de las potencias del alma, que la culpa precedente había desordenado; la reparación del escándalo causado a los demás por el pecado, etc.
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