24 TESIS TOMISTAS: El organismo sobrenatural
24 Tesis Tomistas: El organismo sobrenatural en la síntesis tomista de los accidentes.
El organismo sobrenatural en la síntesis tomista de los accidentes.
Bien comprendida en toda su integridad, la doctrina tomista nos ofrece una clara visión del organismo sobrenatural en conjunto. Como primera base en el orden del ser, un accidente sobrenatural será como la esencia o nueva naturaleza en el hombre regenerado; en el orden de la operación habrá accidentes sobrenaturales, verdaderas facultades nuevas del ser viviente. Con no menor suavidad y magnificencia que en el orden de la naturaleza, provee el Señor en el de la gracia[1]. En los seres naturales infunde Dios un principio radical de operación, o de vida, que es la esencia, de donde brotan, como ramas del tronco, otros principios inmediatos, llamados potencias o facultades. También en el orden sobrenatural hace falta un fondo y sostén viviente, portador de todos los beneficios gratuitos, y esta esencia infusa es la gracia santificante, espléndido y sin igual accidente, que nos hace participantes de la íntima vida de Dios.
Como la esencia o substancia natural no es de suyo inmediatamente operativa y tiene que obrar por distintas potencias, que no son ella misma, aunque de ella necesariamente dimanan, así la gracia, para obrar, aplica sus facultades, es decir, las virtudes y los dones, que al acompañarla como su cortejo de gloria, la habilitan para desplegar sus múltiples actividades.
Es, pues, la gracia santificante como la esencia y alma del maravilloso organismo, de donde brotan, como propiedades, las facultades nuevas.
Estas facultades constituyen un mundo de fuerzas vivientes ordenadas en triple jerarquía. Aparecen en la vanguardia las virtudes teologales, que teniendo por objeto directo y propio al mismo Dios, a este soberano fin nos enderezan eficazmente. Siguen las virtudes morales infusas con sus innumerables ramificaciones, que han de gobernar nuestra vida en todas las condiciones normales de la existencia. Vienen, por último, los dones del Espíritu Santo, que, al ponernos, cual dóciles y bien acordados instrumentos en las manos de Dios, son los gérmenes de toda acción sublime; son la lira, cuyo acorde, o la planta, cuya flor, es el heroísmo.
Los mismos dones, debidamente aplicados, emiten ciertos actos exquisitos, llamados frutos del Espíritu Santo; producen obras todavía más perfectas, las bienaventuranzas, así denominadas porque de suyo conducen a la suprema felicidad, y porque aun aquí abajo son para las almas puras anticipado gusto de las eternas delicias. Santo Tomás establece entre los frutos y las bienaventuranzas esta distinción: son frutos todos los actos virtuosos donde halla el justo un verdadero deleite espiritual; son bienaventuranzas las obras perfectas que acaban y coronan la santidad[2].
Concluyamos con un golpe de vista al organismo sobrenatural:
A modo de esencia, el accidente infuso de la gracia santificante; como potencias, brotando de la esencia, los accidentes infusos de las tres virtudes teologales; las cuatro virtudes cardinales como regentes y fecundantes de nuestras cuatro facultades madres; los siete dones del Espíritu Santo que nos disponen a recibir y seguir con docilidad y decisión la inspiración divina. A manera de operación sobrevienen o resultan los delicados frutos del Espíritu Santo y las bienaventuranzas evangélicas, supremo término de la perfección espiritual.
Tales son las principales armonías de esta síntesis: armonía del orden dinámico y del orden teleológico, principio de toda belleza y sublimidad en el universo; armonía de la gracia, de las virtudes, de los dones y de las obras, que constituyen la superior belleza de nuestra vida sobrenatural…
Aquí sobre la tierra, es gloria y corona de nuestro libre albedrío ese magnífico accidente de la obra meritoria vivificada por la caridad; allá, en la patria de los bienaventurados, serán nuestra gloria y suprema corona esos inmortales accidentes de la divina visión y amor beatífico.
Nuestros accidentes nos habilitan para alcanzar los más sublimes destinos, para cantar en la tierra y en el cielo el himno inmortal de la gloria divina, participando de la vida propia de Dios, en que consiste la bienaventuranza.
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