Texto extraído de «Periodismo científico y sensacionalismo: la Síndone de Turín»,

 tesis doctoral de Andrés Brito defendida en 2008 en la Universidad de La Laguna, Tenerife. Fuente

En religión se entiende por reliquia los restos («reliquia» viene del latín, «despojo») de algún santo, por lo general sus huesos, sangre, carne incorrupta o momificada, residuos de su organismo o cenizas (denominadas reliquias de primer orden) y, por extensión, las cosas que estuvieron en contacto con su cuerpo o a las que dio uso, tales como vestidos, libros, utensilios, escritos, etc. (conocidas como reliquias de segundo orden)

Pintura sobre reliquias

En la Biblia encontramos ciertos objetos que han entrado en contacto de alguna manera con la santidad y que quedan como «impregnados» de ese «algo» indefinible que los hace «distintos» y que los convierte en mediaciones de la Realidad Suprema. Algunos ejemplos: a la hemorroísa del Evangelio le basta con tocar la orla del manto de Jesús para quedar sanada de su mal (Lc 8, 44; Mt 14, 36); el mismo efecto sanador lo encontramos más tarde en los vestidos no ya de Jesús, sino de los Apóstoles (Hch 19, 12) y hasta en la misma sombra de Pedro, a cuyo contacto, según el Libro de los Hechos, sanaban los enfermos que se hallaban postrados a lo largo del camino (Hch 5, 15). El evangelista Lucas habla de forma mucho más explícita de una especie de «fuerza» o «virtud» (δύναμιν) que se desprende de las vestiduras de Jesús (Lc 8, 46). En la atmósfera general de estos relatos el denominador común es la fe de la persona que hace uso de la reliquia. Sin este elemento esencial, afectivo y vinculante para el creyente, el objeto, sea el que sea, carece de su potencia mediadora.

Jorge Manuel Rodríguez Almenar, profesor de la Universidad de Valencia, presidente del Centro Español de Sindonología (CES, institución especializada en el estudio científico de las reliquias)2 y redactor jefe de su boletín oficial, «Línteum», explica que entre la reliquia y quien la venera existe un invisible pero estrecho vínculo afectivo:

«¿No guardamos con veneración los objetos que nos recuerdan especialmente a nuestros padres? ¿No los transmitimos a nuestros hijos con legítimo orgullo? ¿Qué tendría de extraño, entonces, que los Apóstoles y Santa María hubiesen guardado algunos objetos de aquél que dio sentido a sus vidas y por el que prácticamente todos iban a dar la suya? (…) A diferencia del amuleto, el valor cristiano de la reliquia no reside tanto en sí misma, sino en ser un instrumento que nos remite a alguien. Podríamos decir que, desde este punto de vista instrumental y subjetivo, es poco importante el estudio científico de su autenticidad y, en cierta forma, cumple su misión por el solo hecho de ‘conectarnos anímicamente’ con Cristo o los santos. Tienen una función semejante a las imágenes religiosas»

El interés por las reliquias va mucho más allá del teológico o espiritual desde el momento en que también pueden ser consideradas en su faceta de documentos a los que se les puede seguir la pista con un procedimiento empírico desde la historia o la arqueología, y que son susceptibles de estudio en un laboratorio al tratarse de elementos físicos acotados en categorías de tiempo y espacio. Son así referentes de un personaje o de una época, lo que justifica un estudio concienzudo por parte de la ciencia.

Como es sabido, «investigación» deriva etimológicamente de los términos latinos «in» (en, hacia) y «vestigium» (huella, pista). De ahí que su significado original sea «hacia la pista», «seguir la pista»; buscar o averiguar siguiendo algún rastro. La arqueología es «in-vestigium» en el más estricto sentido del término, una ciencia destinada a «seguir el rastro» hallado hasta dar con su origen. Un website destinado a popularizar los descubrimientos arqueológicos expone brevemente la evolución de esta disciplina:

«Las antiguas generaciones de arqueólogos estudiaban los restos materiales únicamente como elementos cronológicos para ponerle fecha a la cultura objeto de su investigación. Visiones más modernas contemplan los mismos objetos como instrumentos que sirven para comprender el pensamiento, los valores y la cultura de quienes los utilizaron.

Por otro lado, la investigación arqueológica ha estado relacionada tradicionalmente con la Prehistoria y la Antigüedad, pero, sin embargo, de un tiempo a esta parte, la metodología arqueológica se ha aplicado también a etapas más recientes, como la Edad Media, la Edad Moderna o el periodo industrial».

Durante el siglo XX, la ciencia ha sometido a análisis a algunos de estos documentos o «vestigium» (el Titulus Crucis conservado en Roma, el Cáliz de la Última Cena que se custodia en la catedral de Valencia, las Especies Eucarísticas veneradas de Lanciano o el Sudario «de Cristo» que podemos hallar en la Cámara Santa de la Catedral Oviedo, por citar algunos ejemplos) en pos de su origen, y se ha despertado un excepcional interés por los resultados no sólo en los católicos, herederos naturales de las tradiciones que los acompañan, sino también en el público en general, dado que algunos de estos objetos, por su singularidad, presentan verdaderas «anomalías científicas» que en ocasiones llegan a desconcertar a los peritos que intentan comprender su realidad desde los más diversos campos del saber.

Ricardo Benjumea, en «Alfa y Omega», se queja de que, en general, cuando se habla de reliquias, parece que sea dogma de fe que todas son falsas:

«Igual que, por otro lado, algunos hablan de ellas de forma apasionada y fuera de parámetros objetivos. Nosotros intentamos que estas reliquias se traten seriamente: desde el punto de vista teológico, las reliquias son motivos de credibilidad, y desde el punto de vista científico, son objetos que pueden estudiarse. Si estos objetos hubieran pertenecido a Cleopatra o Tutankamon, no plantearían ningún problema. Pero como se atribuyen a Jesús hay muchos que, a priori, dicen que son falsos, así como otros que son verdaderos. Nosotros intentamos divulgar lo que se ha estudiado objetivamente. Nuestra misión es explicar hasta qué punto estas son reliquias de Jesucristo o no».

En esta misma línea se expresa un Editorial de «National Review», fechado el 7 de julio de 1978, en el que William Buckely se pregunta si ciertos peritos mostrarían el mismo interés «o el mismo patente desinterés» si se tratara de un posible o probable retrato de Jerjes, o de Alejandro Magno12. ¿Acaso Jesús no es un personaje histórico como cualquier otro?

Se ha exagerado modernamente la idea de que durante la Edad Media hubo un execrable tráfico de reliquias falsas y que, por tanto, todas las que se conservan en la actualidad son espurias. Sin embargo, una generalización así no es más que el llamado «error de composición» (fallatia compositionis), que se comete cuando se atribuye a la totalidad de un conjunto determinadas propiedades simplemente porque algunos de los elementos que forman dicho conjunto las poseen13. El procedimiento empírico exige la verificación de las reliquias que en la actualidad se exponen a la veneración de los fieles a fin de discernir la autenticidad o falsedad de las tradiciones que las acompañan. Exactamente igual que ha de hacerse con cualquier otro documento que se presuma histórico.

Al mismo tiempo, parece existir cierta voluntad reiterada de generar confusión a este respecto, como muestra el caso de la pluma del arcángel san Miguel que se conserva en un monasterio de Liria (Valencia). Aún no hemos encontrado, fuera de la prensa especializada, ninguna referencia a esta reliquia que aclare que se trata de una «pluma» tallada en madera que fue, junto con una de las manos, lo único que se conservó de una imagen gótica del arcángel tras su profanación y posterior quema durante la Guerra Civil Española. O que los frasquitos con «leche de la Virgen» son, en realidad, raspaduras del material calcáreo de una cueva donde, según la tradición, María amamantó a Jesús: las reseñas más antiguas sobre estas piezas indicaban que eran «trozos de la cueva donde la Virgen dio leche al Niño», si bien un apócope progresivo a lo largo de los siglos redujo la frase al más económico de pronunciar «leche de la Virgen». Un tercer ejemplo: hay 28 «Santos Clavos» (sólo fueron necesarios tres para clavar a Jesús en la cruz), pero cuando se da el dato, habitualmente con cierta sonrisa irónica, se olvida añadir que están hechos usando no sólo el modelo original, sino también unos gramos del hierro de éste, cosa que se halla certificada documentalmente.

Pongamos un ejemplo más de reliquia supuestamente inadmisible, también muy interesante: cuenta la tradición que la Casa de la Virgen que se conserva en Loreto (Italia) fue llevada desde Nazaret hasta allí «por manos de los ángeles». El sacerdote Giuseppe Santarelli explica que las piedras de la Casa formaban parte de la dote de Margarita d’Angeli, esposa de Felipe de Anjou (hijo del rey de Nápoles), y que con motivo de su boda hizo trasladar la construcción hasta Loreto, dado que los cruzados perdían progresivamente el control de Tierra Santa y cabía la posibilidad de perder el santuario. A través de lo siglos se dejó de hablar de una «obra de la familia De los Ángeles (D’Angeli)» para hablar de una casa trasladada desde Palestina hasta Italia por «los ángeles»17.

Casos similares a los descritos se dan con los «suspiros» de San José o los «prepucios» del Niño Jesús: diríase que los que argumentan en contra de las reliquias empleando estos ejemplos parten de la errónea presuposición de que el fiel católico ha renunciado a su sentido común.

Escuchamos con frecuencia opiniones despectivas sobre las reliquias pronunciadas con mucho énfasis. Quizá la frase que más éxito tiene es la que afirma «dicen los científicos que si se reunieran todos los trozos de la cruz de Cristo habría madera suficiente para hacer un barco»’. Esta aseveración es el paradigma de lo que algunas personas piensan de las reliquias y, sin embargo, es fundamentalmente falsa, como también nos aclara Rodríguez Almenar:

«Pocos conocen que su autor no fue ningún científico, sino el reformador protestante Calvino, conocido por su frontal oposición a las reliquias y por haber hecho de la crítica a su proliferación uno de sus argumentos anticatólicos favoritos. La segunda parte de la proposición es aún más falsa. Porque, si bien es verdad que han existido científicos que se han propuesto contabilizar toda la madera de los lignum crucis, el resultado es opuesto al que se afirma: por ejemplo, según los cálculos del profesor Baima Bollone, si se reunieran los trozos de la cruz de Cristo – aun aceptando sin más que todos fueran reliquias en sentido estricto – comprobaríamos que ni siquiera conservamos el 50% del palo horizontal o patíbulum» .

En la mayor parte de los casos, las astillas de la cruz que están en el interior de los relicarios no pasan de la centésima parte de un palillo. Y, ¿cuántos lignum crucis de este tamaño se pueden hacer con 50 kilos de madera, que es lo que podría haber pesado el travesaño horizontal? Baima, catedrático del Departamento de Medicina Legal de la Universidad de Turín, respondió a la pregunta no con figuraciones, sino con un procedimiento empírico: partió de las medidas del brazo horizontal de la supuesta «cruz del buen ladrón», venerada en Roma: 178 x 13 x 13 centímetros.

«Lo cual – escribe el científico – corresponde a 30 millones de milímetros cúbicos de madera. Si, como es probable, el brazo de la cruz de Jesús hubiera tenido análogas dimensiones, solamente con él se habrían podido obtener 10 millones de pequeños fragmentos de 3 milímetros cúbicos cada uno» 19.

Acaso el problema resida en que se confunden reliquia y relicario, como a veces ocurre, por ejemplo, con el Lignum Crucis del Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Cantabria) La tradición afirma que esta pieza corresponde al «brazo izquierdo de la Santa Cruz». Las medidas del leño son de 635 mm. el palo vertical y 393 mm. el travesaño, con un grosor de 40 mm., y es el fragmento más grande conservado de la cruz, mayor incluso que los custodiados en San Pedro del Vaticano. En 1958 el Lignum Crucis de Santo Toribio fue analizado en Madrid por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Los estudios microscópicos realizados sobre la muestra detallan que se trata de una clase de ciprés, «cupressus sempervivens», abundante en Palestina.

Es una madera extraordinariamente vieja que «en nada se opone a que alcance la edad pretendida». A pesar de ser, como decimos, la mayor porción de lignum crucis de entre los preservados, el relicario en el que se encuentra (incrustado en una cruz de plata dorada, con cabos flordelisados, de tradición gótica, realizada en un taller vallisoletano en 1679) le dan un aspecto aún más grande, con lo que muchos fieles poco informados llegan a creer que lo que se venera es el estuche y no su contenido.

La Iglesia Católica, al admitir el culto de las reliquias, al valorarlas y al hacer considerar el significado y los frutos espirituales que de ellas se desprenden, se preocupa de sortear los graves inconvenientes que podrían derivar de exponer a la veneración de los fieles objetos que no presentasen todas las garantías de legitimidad. El estudio de las reliquias no sólo está permitido, sino «mandado por la autoridad eclesiástica, según una disciplina vigilada por la Sagrada Congregación de Ritos, que vela con rigor estricto por todo lo que se refiere a la declaración de autenticidad.