Doctrina católica expuesta por San Vicente Ferrer, San Roberto Belarmino, San Alfonso María Ligorio, San Atanasio, San Pío V, etc, muy apropiada para que la mediten «conservadores» de cualquier pelaje, birritualistas perplejos, lefebvrianos de la diestra y de la siniestra, opinionistas, y toda la numerosa fauna de despistados «piadosillos».

PRIMERA PARTE
CAPÍTULO III

En el que se declara ser muy peligroso para el alma cristiana
adherirse como a Papa al que no lo es, y apartarse,
aunque sea por ignorancia, del verdadero

   El Papa legítimo es padre universal de los cristianos, y la Iglesia es la madre. Además, prestando obediencia a uno que no es papa y tributándole honores papales, se quebranta el primer precepto de la primera tabla, en el cual se ordena: No adores a dios extranjero, ni ídolo, ni estatua, ni semejanza alguna del cielo. ¿Qué otra cosa es el falso papa sino un dios extranjero en este mundo, un ídolo, una estatua, una imagen ficticia de Cristo?

* * *

   Si existe el cisma, es necesario que haya cismáticos, que no son precisamente los que obedecen al papa verdadero, sino los que obedecen al falso cual si fuera legítimo. La ignorancia no excusa a los cismáticos, porque, según San Pablo: Si alguno lo desconoce, será él desconocido.

   Con todo, hay que notar que en este género de ignorancia no todos pecan del mismo modo. Cuanto más excelentes son los hombres en ciencia o en algún oficio y grado, tanto mayor es su pecado de ignorancia. Y a causa de la misma ignorancia, cuanto más se adhieren al falso papa, defendiéndolo, honrándolo o predicándolo como papa; y más se apartan del verdadero impugnándolo, blasfemando contra él y seduciendo a los demás, tanto más gravemente pecan.

CAPÍTULO IV

En el que se declara que no basta, para la fe necesaria en la
Iglesia de Dios, creer bajo condición e indeterminadamente
en el verdadero Papa

   Por tanto, respondiendo a la cuestión, digo que en nuestro caso no es suficiente, para salvar la fe que hemos de tener en la Iglesia de Cristo, creer bajo condición e indeterminadamente en el verdadero papa, del mismo modo que no basta creer incondicionalmente e indeterminadamente en la Iglesia.

   Ya Se dijo que creer en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, es un artículo de fe. Por consiguiente, no basta al fiel cristiano la credulidad condicional e indeterminada en la Iglesia y, por tanto, en el verdadero papa, porque una cosa conlleva la otra, como queda dicho.

   Pues bien, la fe condicional e indeterminada en el papa verdadero no dirige suficientemente al hombre en sus obras, sino que lo deja perplejo

   Si a ninguno obedece y permanece en la duda, está claro que dicha credulidad no le guía suficientemente en la observancia de los preceptos divinos.

CAPÍTULO V

En el que se declara que es necesario determinarse por el
verdadero Papa, mientras dura este cisma.

   Mas para salvar el artículo de fe sobre la Iglesia, a la que todos hemos de creer y obedecer, no basta la credulidad condicional e indeterminada sobre el verdadero papa, como se dijo en el capítulo precedente. Luego es necesario para la salvación determinarse a creer en el papa verdadero.

   Luego para la fe de la cristiandad y para alcanzar la salvación es necesario determinarse por el papa legítimo, vicario universal del Salvador.

   Quienes no creen explícita y determinadamente en el papa verdadero no entran en una iglesia determinada y, por consiguiente, están fuera de la Iglesia.

PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I

En el que se declara que todos están obligados, como requisito
necesario para salvarse, a informar al prójimo de la legitimidad
de Clemente y de la Iglesia romana

   Así dice el Samo: «Creí, y por eso hablé». Y la Glosa: «Quien cree, es necesario que haable, pues no cree rectamente quien no manifieste lo que cree«.

   Sin embargo, esta información no obliga a todos de la misma manera, pues a quienes incumbe predicar de oficio están obligados a informar pública y solemnemente al pueblo cristiano de la verdad del sumo pontífice y de la Iglesia romana.

   A éstos se les dice en San Mateo: Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, predicad lo sobre los tejados.

CAPÍTULO III

En el cual se declara que de ningún modo debe omitirse
en el presente caso la información o la defensa de la verdad,
a pesar de la prohibición de los príncipes.

   Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. Es así que por precepto divino y de necesidad para salvarnos estamos obligados a informar al prójimo de la verdad del sumo pontífice y de la Iglesia romana, y a defender esta verdad, según se ha dicho.

PRINCIPIOS PARA DETERMINAR SI RONCALLI, MONTINI, WOJTYLA, RATZINGER, Y BERGOGLIO

SON PAPAS O ANTIPAPAS

   Quien no tiene la fe católica no es miembro de la Iglesia. Y si no es miembro no puede ser cabeza. Esto lo afirman en forma terminante San Antonio de Florencia, San Roberto Belarmino, San Alfonso María de Ligorio. San Roberto dice: «principio de los más ciertos», «sentencia de todos los antiguos Padres».

   El Papa que pierde la fe se auto-depone, deja de serlo. No puede ser depuesto por nadie.

   «Sólo por la Fe puedo ser juzgado», decía el Papa Inocencio III. Pues al no tenerla deja de ser Papa y superior de nadie.

   Y esta constatación la puede hacer todo cristiano que tenga la Fe. San Vicente de Lerins (1)se pregunta: » ¿cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico, ante una novedad herética que no esté limitada a un pequeño grupo, sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera?»

   «En tal caso el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna mentira.»

   O sea, «mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre por y por todos»(2). Ello implica someterse al régimen tradicional de la Iglesia.

   San Vicente de Lerins no habla a obispos o doctores sino a cualquier cristiano.

   Y San Vicente Ferrer dice que es muy peligroso para el alma cristiana adherirse como a papa al que no lo es; el falso papa es como «un dios extranjero en este mundo, un ídolo, una estatua, una imagen ficticia de Cristo». La responsabilidad es mayor para el que tiene autoridad o ciencia, pero alcanza a todo cristiano (3).

   Sobre la consagración de obispos dice el Derecho Canónico: «La consagración episcopal está reservada al Pontífice Romano, tal que no está permitido a ningún obispo consagrar a algún obispo, antes que el mandato del Pontífice haya sido reconocidamente establecido» (Can. D sobre 953).

   Se invoca una pretendida situación excepcional, que no es la vacancia de la Santa Sede, para rechazar no ya un nombramiento de alguien que se considera que no tiene o no va a defender la Fe, sino de antemano a cualquiera que el actual «Pontífice» designe.

   Y «someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad de salvación para la humana creatura» (4). Quien niega esto no es católico.

   Quien «reputando por verdadero un papa falso, rehusa someterse a él», incurre en pecado subjetivo de cisma.

NOTAS

  • 1) El Conmonitorio, Apuntes para conocer la verdadera fe, Cap. 3, p. 19, Biblioteca Palabra, Madrid, 1976. 
  • (2) Id. ant., Cap. 2, p. 18. 
  • (3) «Tratado del Cisma moderno», Primera parte, cap. III, en «Biografías y escritos», ed. BAC. Madrid, 1956. 
  • (4) Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam, D. 469.

  Estos son párrafos extractados del Tratado del epígrafe escrito por SAN VICENTE FERRER, cuando el Cisma de Occidente y editado por la BAC: «Biografía y escritos» (Madrid, 1956).
Dice la Introducción de esta edición: «Siendo el tratado una obra ocasional, la doctrina que en él se maneja, sobre todo en la primera parte, no puede llamarse circunstancial o temporal… La aplicación de estos principios al caso concreto le ha fallado a fray S. Vicente Ferrer `[ sabido es que luego, con esos mismos principios universales se sujetó al Papa verdadero], no precisamente por sus raciocinios y datos positivos a priori… Si le engañaron con astucia política, carece de toda responsabilidad.»

LA VERDAD Y EL NÚMERO

   Homilía contra los que consideran al número como prueba de la verdad  
o que no juzgan de la verdad sino por el número

Wojtyla dando un oscenos beso al Corán, libro de los adoradores de Satanás, que niega la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

   De Dios debemos esperar la fuerza y las luces necesarias para combatir la mentira y el error y a Él recurriremos para obtenerlas. Él es el Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del error y de la ilusión, Él nos dice en el fondo del corazón: «Yo soy la Verdad», Él sostiene nuestra esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: «Tened confianza, Yo he vencido al mundo.

   Después de eso, ¿cómo no sentir compasión por los que sólo miden la fuerza y el poder de la Verdad por el gran número? ¿Han olvidado por consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió sino doce discípulos, gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para oponerlos, con una misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no les dio, como única defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les dio como instrucción a estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a esos millones de hombres que se perdían, sino ganar a esa multitud y comprometerla a seguirlos? ¡Cuán admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la Verdad es siempre vencedora, aunque no esté sostenida sino por un número muy pequeño. 

   No tener otro recurso sino el gran número, recurrir a él como a una muralla contra todos los ataques, y como a una respuesta para todas las dificultades, es reconocer la debilidad de su causa, es convenir en la imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una palabra, reconocerse vencido. 

   ¿Qué pretendéis, en efecto, cuando nos objetáis vuestro gran número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar una segunda Torre de Babel, para tener a raya a Dios y atacarlo en caso de necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa multitud insensata! 

   Que vuestro gran número me presente la Verdad en toda su pureza y su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi derrota es segura; pero que no me dé como prueba y razón nada más que su propio gran número y su autoridad: es querer causar terror y dar miedo, pero de ningún modo persuadirme

   Cuando diez mil hombres se hubiesen reunido para hacerme creer en pleno día que es de noche, para hacerme aceptar una moneda de cobre por una moneda de oro, para persuadirme a tomar un veneno descubierto y conocido por mí, como un alimento útil y conveniente, ¿estaría obligado por eso a creerles?

   Por consiguiente, puesto que no estoy obligado a creer en el gran número, que está sujeto a error en las cosas puramente terrestres, ¿Por qué cuando se trata de los dogmas de la religión y de las cosas del cielo, estaría yo obligado a abandonar a los que están apegados a la Tradición de sus Padres, a quienes creen con todos los que han sido antes que ellos, lo que se ha creído en los siglos más remotos, y confirmado además, por la Sagrada Escritura? ¿Por qué, digo, estaría yo obligado a abandonarlos para seguir a una multitud que no da ninguna prueba de lo que afirma? ¿Acaso el Señor mismo no nos dijo que había muchos llamados, pero pocos escogidos; que la puerta de la vida es pequeña, que la vía que lleva a ella es estrecha y que son pocos los que la encuentran? Por consiguiente, ¿cuál es el hombre razonable que no prefiriese ser de este pequeño número, que entra a la vida eterna por ese camino estrecho, a ser del gran número que corre y se precipita a la muerte por el camino ancho? ¿Quién de vosotros, si hubiese estado en los tiempos en que San Esteban fue lapidado y expuesto a los insultos del gran número, no hubiese preferido e incluso no hubiese deseado ser de su partido, aunque él estuviese solo, antes que seguir al pueblo, que por el testimonio y la autoridad de la multitud creía estar en la verdadera fe? 

   Un solo hombre de una probidad reconocida merece más fe y más atención que otros diez mil que no cuentan sino con su número y su poder. Buscad en las Escrituras y encontraréis las pruebas. Leed el Antiguo Testamento, allí veréis a Fineés [nieto de Aarón, Éxodo 6,25] quien se presenta solo ante el Señor, solo apacigua su cólera y hace cesar la matanza de los israelitas, de los que acababan de perecer veinticuatro mil. Si se hubiese contentado con decirse entonces, ¿quién osará oponerse aun número tan grande que está unido para cometer el crimen? ¿qué puedo yo contra la multitud? ¿de qué me serviría oponerme al mal que cometen con voluntad plena? ¿habría obrado valientemente y habría detenido el mal que cometía el gran número? No, sin duda, el resto de los israelitas habría perecido y Dios no habría perdonado a ese pueblo gracias al celo de Fineés. Es necesario, por consiguiente, que se prefiera el sentimiento de un hombre con probidad, que obra y habla con la libertad que da la Religión, a las opiniones y a las máximas corrompidas de una multitud.

   En cuanto a vosotros, seguid si queréis al gran número que perece en las aguas y abandonad a Noé, el único que es conservado; pero al menos no me impidáis salvarme en el Arca con el pequeño número. Seguid si queréis al gran número de los habitantes de Sodoma; en cuanto a mí, yo acompañaré a Lot; y aunque él esté solo, no lo abandonaré para seguir a la multitud de la que se separó para buscar su salvación.

   No creáis, sin embargo, que desprecio el gran número; no, lo respeto, y sé los miramientos que hay que tener con él: pero es ese gran número que da prueba y hace ver la verdad de lo que afirma, y no ese gran número que teme y evita la discusión y el examen; no ese gran número que parece siempre dispuesto al asalto y que ataca con orgullo, sino ese gran número que reprende con bondad; no ese gran número que triunfa y se complace en la novedad, sino ese gran número que conserva la heredad que sus Padres le han legado y está apegado a ella.

   Pero, en cuanto a vosotros, ¿cuál es ese gran número del que os jactáis? Qué decir de los individuos vencidos, seducidos y ganados por las caricias, los presentes, de los individuos enceguecidos y arrastrados por su incapacidad y su ignorancia, de los individuos que, unos por timidez y otros por temor, sucumbieron ante vuestras amenazas y vuestro crédito, de los individuos que prefieren un placer de un momento, aunque pecando, a la vida que debe ser eterna.

   ¿Así, por consiguiente, pretendéis sostener el error y la mentira por medio del gran número, y establecerlo con perjuicio de la Verdad, que un grandísimo número no enrojeció en confesar públicamente a  expensas de su vida? ¡Ah, por cierto, hacéis ver la magnitud del mal y hacéis conocer la profundidad de la llaga, pues la desgracia es tanto mayor cuanto más individuos se encuentran envueltos en ella!

«No sigáis la muchedumbre para obrar mal, 
ni el juicio te acomodes al parecer del mayor número, 
si con ello te desvías de la verdad» 
                                             SAN ATANASIO 

Nulidad de todas las promociones o elevaciones de desviados en la Fe.

Los antipapas que han negado la fe católica defendiendo las heréticas doctrinas del Vaticano II,, máximos responsables de la actual apostasía.

   Agregamos que si en algún tiempo aconteciese que un Obispo, incluso en función de Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal, incluso en función de Legado, o electo PONTÍFICE ROMANO que antes de su promoción al Cardenalato o asunción al Pontificado, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en herejía. o incurrido en cisma, o lo hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido con el acuerdo unánime de todos los Cardenales, es nula, inválida y sin ningún efecto; y de ningún modo puede considerarse  que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización o adoración del Pontífice Romanoo por la obediencia que todos le hayan prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad de administrar en las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de Cardenales, o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de los pronunciamientos, hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de fuerza, y no otorgan ninguna validez, y ningún derecho a nadie.

Bula Cum ex apostolatus officio   Papa PAULO IV (Año 1559) 

CONFIRMACIÓN DE LA BULA CUM EX APOSTOLATUS POR SAN PÍO V

Y además siguiendo las huellas de nuestro predecesor, el Papa Paulo IV, de feliz recordación, renovamos con el tenor de las presentes, la Constituci6n contra los heréticos y cismáticos, promulgada por el mismo pontífice, el 15 de febrero de 1559, año IV de su pontificado, y la confirmamos de modo inviolable, y queremos y mandamos que sea observada escrupulosamente, según su contexto  y sus disposiciones.

Motu Proprio Inter multiplices   San PÍO V (21 de diciembre de 1566) 

Gentileza de varios antiguos archivos de Católicos Alerta