Entre tantos numerosos villanos escogemos, como muestra vale un botón, a un jesuita; ejemplar digno de exhibición en un zoo y paradigma de los religiosos que, tras el Sínodo Universal Vaticano II, han perdido totalmente el norte: la inmensa mayoría. El energúmeno es nada menos que Director del Centro de Bioética Cenalbe, de la Pontificia Universidad Javierana; el Padre Alfonso Llano, que así se llama este vil hijo descarriado de San Ignacio, escribe en una columna sobre la tercera parte de la obra ‘Jesús de Nazaret’: La Infancia de Jesús, de Ratzinger, diciendo:


“Para que se entienda la posición del Papa en este volumen tercero, conviene tener en cuenta que en teología hay dos maneras complementarias de acceder a Jesús: una vía descendente, que es la que sigue el Papa, y siguieron los cuatro primeros concilios, que se apoya en san Juan I,14: “El Verbo se hizo hombre”, vía que hace énfasis en la divinidad de Jesús, como lo hace el Papa, y la otra vía que es ascendente, que fue la histórica, que comienza con el hombre Jesús y termina con su exaltación como Hijo de Dios, según la cual María tuvo una familia numerosa.

Resumiendo: el lector de esta obra de Ratzinger se va a encontrar con la afirmación de la virginidad de María. Dado que el Papa sigue en esta obra la vía descendente, hace énfasis en su divinidad, que da pie a la virginidad teológica de María (Mt 1,26) y silencia su humanidad, cuyo origen no es virginal (Mt 13,53 y ss.). En otras palabras: María engendra al Hijo de Dios virginalmente, en sentido teológico, sin la intervención de José, tal como lo relata Mateo 1,26, por obra y gracia del Espíritu Santo. En cambio, como madre del hombre Jesús, igual a nosotros, lo engendra con un acto de amor con su legítimo esposo, José, del cual tuvo cuatro hijos varones y varias mujeres (Mt 13,53 y ss.)“.

Inmaculado Corazón de María

Tres cuestiones es obligado señalar. La primera: Que el motín a proa, popababor y estribor en la Barca de Pedro se debe a que, quien lleva el timón o bien conduce al acantilado –consciente o ignorante, no zanjo- o bien es parte principal de la rebelión a bordo contra el único Dueño y Señor de la Barca, Cristo. Puesto que si los textos de Benedicto XVI sobre el dogma de la Virginidad en el parto de la Madre de Dios se pueden interpretar-dada su acostumbrada anfibología- según la explicación del simiesco P. Alfonso Llano, S.J., Ratzinger formó parte de la rebelión. Pero si los textos que escribió el actual papa emérito resultan imposibles de interpretar en el sentido que dice el jesuita, Ratzinger tenía la obligación de haber refutado y censurado a este ejemplar típico de la situación desastrosa de la que antaño fuera la honorable Compañía de Jesús. Y tal obligación le venía impuesta por tres razones; primera porque tenía el deber de confirmar a sus hermanos en la verdadera fe y censurar al hereje, y por no poderse separar con facilidad al escritor y teólogo Ratzinger de Benedicto XVI; segunda porque este suboficial no era el simple encargado de los grumetes que friegan el suelo de los dormitorios, sino un ‘pez gordo’ a cargo de la intendencia ‘intelectual’ en la infecta Pontificia ‘Javierana’,  con muchas más probabilidades de causar mayor daño que otros; y tercero,  porque, incluso, como doctor privado, tan cómodo en su prurito de profesor según parecía, no debería haber permitido que se vulgarizase y se pervirtiese su obra. Ergo, o formaba entente con los amotinados o conducía al acantilado consciente o inconscientemente; cada cual es bastante mayor para formar su opinión al respecto.

Segunda cuestión. La herejía del jesuita de la Pontificia Universidad Javierana respecto a la Virginidad en el parto de la Madre de Dios –de la Virginidad después del parto nos ocuparemos en el siguiente artículo, si Dios quiere- parece nueva porque está rodeada de un aparato pseudo teológico, es decir, desde la unilateral perspectiva metafórica soteriológica, propia del modernismo en este ámbito de la teología, que hace caso omiso de lo histórico o lo silencia cuando le conviene a sus prejuicios o, al contrario, ignora su divinidad si ello les favorece; es decir, niegan la confluencia en la verdad de la Virginitas in partu de María que existe tanto en la vía descendente como en la ascendente; las separan como si fueran irreconciliables cuando, en verdad, sólo son dos formas de nuestro limitado entendimiento de explicar un único hecho: La Virginidad perpetua de la Virgen María; la no confluencia como pretende el P. Alfonso Llano es simplemente un fraude; además de una flatulencia herética.  Esta treta ya le hemos visto en otras partes del artículo. Pero con toda certeza su herejía es de las más viejas y groseras entre todas las usadas contra este dogma; casi de las primeras; su origen proviene de los argumentos usados por los pérfidos judíos, que atacaban por entonces a los cristianos, acusándolos de creer en los antiguos mitos paganos de los griegos, en especial sobre la ficción del nacimiento Perseo. Nada menos que el apologista San Justino (+ 165), apoyándose en las Sagradas Escrituras,  salió a rebatir las blasfemias de  los deicidas, mostrando con claridad la esencial diferencia entre el alumbramiento virginal de Cristo y las descripciones lujuriosas de los engendros paganos de sus corrompidos dioses, concebidos en medio de  bacanales en los que se describen todos los vicios de los hombres y que envidiaban sus imaginados ídolos; falsos dioses incestuosos, parricidas, fornicadores de bestias salvajes, y cualquier otra perversión que la imaginación desbordada y alocada de los paganos producía. En suma, pide este mal hijo de San Ignacio que reconozcamos aquello que a principio del S. II ya solicitaban los hijos y nietos de los judíos que mataron a Cristo. Para el Padre Alfonso Llano la virginidad perpetua de María es “un punto que parecía ya superado” en la Iglesia Católica, sicut dixit.

El P. Alfonso Llano, lo sepa o no, se lo comunique Bergoglio, con el cual comparte Cía.,  o prefiera éste sumarse al motín o continuar llevando a la Barca contra el acantilado, está excomulgado de la Iglesia Católica, ipso facto. Dogma de fe: “Si alguno no confiesa según los santos padres que la santa y siempre virgen e inmaculada María es en sentido propio y según verdad madre de Dios, en cuanto que propia y verdaderamente al fin de los siglos concibió por obra del Espíritu Santo sin semen y dio a luz sin corrupción permaneciendo también después del parto su indisoluble virginidad, al mismo Dios Verbo, nacido del Padre antes de todos los siglos sea anatema” (Canon III del concilio Lateranense).

Tercera cuestión, como coralario. Para llegar al punto  de negar la Virginitas  ante partum, que es un dato explícitamente Revelado en las Sagradas Escrituras, el jesuita ha tenido que defeccionar absolutamente de la fe católica. Consta en los Evangelios los siguientes hechos: 1) Jesús es realmente “engendrado” (Mt 1,20; Lc 1,35); la forma pasiva oculta el sujeto para manifestar el carácter trascendente del origen paterno de Cristo; 2) no es José el que engendra a Jesús: esto se excluye con mucha insistencia (Mt 1,16.18-25, Lc 1,31. 34-35, 3,24); 3). María es el único origen humano de Jesús, en cuanto virgen que se convierte en madre (Mt 1,16-25; Lc 1,27.35). Y así lo creyó unánimemente toda la Tradición desde el principio, constituyéndose en dogma de fe de manera que, quien lo negare, como este ejemplar de la actual estirpe jesuítica, es anatema. Este vómito apestoso de tan influyente cargo de la ‘Javierna” no sería posible si antes no hubiera caído en otra herejía ¿en cuál? En negar la historicidad de los relatos de la infancia de Jesús en S. Mateo y S. Lucas tildándolos de narraciones tardías y espurias, luego incorporadas a los Evangelios. Niega, pues, el jesuita la inerrancia e infalibilidad de la Biblia que en el Concilio Vaticano I (D 1809) se definió solemnemente; consta dogmática y explícitamente la inspiración de la Sagrada Escritura, e implícitamente que la inerrancia y la infalibilidad se extienden a las materias de fe y de costumbres, y a las partes al menos de mayor importancia. A este seguidor de las teorías del sacerdote apóstata Loysi, más le hubiera valido seguir estudiando para enterarse de que hoy se ha debilitado y desprestigiado la absurda y herética teoría que declaraba tardíos los evangelios de la infancia, porque éstos, en efecto, presentan con seguridad un carácter arcaico, judío y paleocristiano innegable según los exegetas serios, incluidos los no católicos.

Pero todas estas herejías aparentemente novedosas son rancias, mohosas y además vetustas; nada tienen de originales. Hagamos, pues, un breve repaso de los ataques al dogma de la Virginitas in partu de la Madre de Dios para demostrarlo.

Durante el siglo II y III hay tres corrientes heréticas contra el dogma:

La de los judeo-cristianos ebionitas. Niegan la divinidad de Jesús. Lo poco que se sabe de ellos es por Orígenes:

“Hay algunos de ellos quienes aceptan a Jesús y debido a eso, ellos se consideran como cristianos (1). Sin embargo, ellos rigen sus vidas de acuerdo a las leyes judías, igual que las multitudes judías. Existen dos sectas de los ebionitas. Una de esas sectas reconoce junto con nosotros que Cristo nació de una virgen. La otra secta niega esto y afirma que Él fue engendrado como cualquier otro ser humano” (2)

La lógica consecuencia de su falsa creencia sería suprimir la narración de la infancia de Jesús en los Evangelios; actitud que hoy se traduce, como hemos visto, en negar la inerrancia de las sagradas Escrituras con la proclamación del sofisma de ser narraciones tardías los relatos sobre la infancia de Jesús. Pues hete aquí que la existencia de los herejes ebionitas desde finales del siglo I al siglo III atestigua, sin lugar a dudas, que los relatos evangélicos sobre la infancia de Jesús eran contemporáneos al resto del texto evangélico; de lo contrario los ebionitas no tendrían que haberse esforzado en tratar de expurgarlos de los Evangelios. He aquí, dicho sea de paso, como Dios saca bien- la prueba de antigüedad e inspiración de los relatos de la infancia de Jesús-  del mal- la herejía de los ebionitas-.

La de los gnósticos y docetas; éstos se fueron al infierno por el otro extremo. Partiendo del falso supuesto de que la materia es mala, niegan la realidad de la humanidad de Jesús. Así, p.e., Valentín considera a María un camino pero no una madre; dirá: “pasó a través de María como el agua por un canal”, es decir, sin tomar nada de ella; considera el parto como virginal pero vacío de contenido. El gnóstico Marción niega más radicalmente que Jesús fuera engendrado por María y suprime, también,  los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas.

Los paganos, de los cuales se hace portavoz el filósofo Celso, impugnan mordazmente la concepción virginal, porque consideran inconveniente que Dios se encarne en el seno de una mujer.

Contra gnósticos y docetas se alzan, entre otros, S. Ignacio-Antioquía-S (+ h. 110), el cual insiste en la realidad de la descendencia de Cristo de María (y no a través de María, como decían los gnósticos): “nacido verdaderamente de una virgen” dice, porque está convencido de que la virginidad de María forma parte importante del plan salvífico de Dios. Nótese la antigüedad de sus escritos, por el año de su muerte, para resaltar más cómo los capítulos 1 y 2 de San Lucas no pueden considerarse relatos tardíos, ya que los gnósticos, primera y peligrosísima secta organizada importante, suprimía tales capítulos. Ergo tales capítulos ya existían en los tiempos en que aún vivía algún Apóstol; con seguridad San Juan.

“San Policarpo, discípulo de San Juan evangelista, dice a Marción que lo abordaba un día, preguntándole: “¿Nos reconoces?”, a lo cual respondió respondió el santo: “Te reconozco como el primogénito de Satán”. (3). San Policarpo proclama la Virginidad de María, la cual debió escucharla predicar a su maestro San juan, a  quien fue confiada  la Madre de Cristo en el Calvario por el mismo Señor.

San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad. Contra ebionitas y gnósticos es aún más explícito sobre la Virginitas in partu, y aplica a María la profecía de Isaías: “Antes de que llegaran los dolores del parto dio a luz a un niño” y en otra aseveración: “El Hijo de Dios se convierte en hijo del hombre, que, en cuanto puro, puramente abrió el seno puro….” Su doctrina no puede venir nada más que de San Juan a través de  su discípulo San Policarpo.

Orígenes:  “La dignidad de María, que consiste en haberse conservado en virginidad hasta el fin, a fin de que el cuerpo destinado a servir a la Palabra… no conociese relación sexual alguna con hombre, desde el momento que había descendido sobre ella el Espíritu Santo”.

Pero contra ebionitas, gnósticos, docetas y paganos se levanta, sobre todo el sentido de los fieles, que luego los teólogos irán confirmando, y que nos ha quedado a través de relatos y la iconografía; “la figura de la comadrona que certifica la condición virginal de María se conserva aún en los mosaicos de Santa María la Mayor en Roma”. Los testimonios literarios del siglo II y III son abundantísimos; desde el Proto Evangelio de Santiago a las Odas de Salomón; en aquél se dice que supera la prueba de las aguas amargas, su parto es virginal, como lo comprueban la comadrona y Salomé (s. II); en la Odas se dice “que concibió y dio a luz al Hijo sin dolor… y no pidió una comadrona para dar a luz”.

A partir del siglo IV la unanimidad sobre la Virginitas in partu en el sentido de acontecimiento milagroso es absoluta. No obstante vuelven a surgir cuatro herejías encabezadas por Helvidio, Joviniano y un judío, y cierta secta de capadocia; el primero negaba la virginidad después del parto y por ende, en el parto que, de por sí, requiere una fe en algo más maravilloso; el segundo, si bien reconocía la concepción virginal y después del parto, negaba que María hubiera permanecido Virgen durante el parto. El judío, cabeza de secta seguramente heredera de los ebionitas, no reconocía ninguna virginidad; la secta de los capadocios consideraba que la virginidad (de María) era necesaria para el cumplimiento del servicio previsto por el plan de salvación y que cuanto sucedió después no era esencial para el concepto de misterio.

Contra Joviniano y sus seguidores, Barciano y Sarmacio, ex monjes que habían renegado de su voto de virginidad, – reténgase este dato, que se repetirá casi inevitablemente en todos los que niegan la Virginidad de María- y contra Helvidio, Bonoso y el judío se alzaron los campeones de la fe San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio. San Agustín dirá: “concibió virgen, dio a luz virgen y permaneció virgen” y afirmará su virginidad fisiológica: “Si en el momento del parto de Cristo la integridad corporal de María se hubiese visto lesionada, él no habría nacido de la Virgen, y falsamente (¡cosa inconcebible!) confesaría la Iglesia que él ha nacido de la virgen María”. San Idelfonso de Toledo escribirá una obra refutando a Joviniano, Helvidio y un judío, como siempre hacen (4), titulada “De virginitate perpetua sanctae Mariae”, en el que señala: “Virgen antes de la venida del Hijo, virgen después de la generación del Hijo, virgen en el nacimiento del Hijo, virgen después de nacido el Hijo” .

Igualmente iban confirmando el significado del dogma de la perpetua virginidad de María, innumerables concilios provinciales y universales, que salían a proclamar la verdad católica y a condenar la herejías.

Contra una opinión, difundida en Alemania, según la cual el nacimiento de Cristo habría procedido no del seno, sino de los oídos como una luz, el monje  Ratramno (+ h. 875) toma posición en favor del parto virginal, pero es mal entendido por otros hermanos que piensan que aquél afirma el parto por vía natural. En realidad Ratramno creía en la virginitas in partu y sólo trataba de privar de fundamento a la explicación mítico-pagana de un nacimiento de Cristo de la cabeza, de los óidos o del costado de María. Contra este grupo de hermanos se alza Pascasio Radberto (+ h. 865) quien  escribe la obra “De partu Virginis”, donde combate la idea de que el nacimiento de Cristo sea igual al de los otros hombres: “la bienaventurada Virgen llena de gracia no sintió dolor ni experimentó la corrupción del seno”, puesto que su parto no fue común, sino inefable.

Finalmente, sólo queda un disidente aunque no herético, Durando. No niega la virginidad durante el parto, sino su explicación por vía de la Omnipotencia divina, exponiendo el misterio por la dote de sutileza que poseen los cuerpos resucitados. La teoría de Durando será combatida por Medina, Vázquez y Suárez, y nunca más salió a la luz.

El ámbito protestante en el siglo XVI. Es bien sabido que Lutero, Zwinglio y Calvino fueron enérgicos defensores de la perpetua virginidad de María. Pero no así otros reformadores de primera hora, como Bucer, Pedro Mártir, Beza…, para los cuales el parto de María fue común y su seno abierto por Jesús (y, para Beza, en seguida reconstituido). Otros, como el anabaptista Lucas Stenberger, afirman que María tuvo hijos de José. Todavía en la confesión de fe de los calvinistas del siglo XVII sigue venciendo la doctrina de Calvino sobre la de los otros protestantes, afirmando que “Jesús nació de La Virgen María y que permaneció Virgen antes y después del parto” (5).

No fue hasta la época de la Ilustración en que los herederos de los heresiarcas protestantes, imbuidos del naturalismo racionalista, generan una exégesis protestante liberal que penetró en las más de treinta mil sectas surgidas de la Reforma bajo el argumento de la libre interpretación de la Biblia, proclamada por Lutero y los demás cabecillas cismáticos. Así, por escoger una muestra que ejemplifique la postura casi común de los herejes herederos de la mal llamada Reforma, tenemos al luterano Joseph BornKamm que expone su doctrina herética de esta forma: “Solamente conveniencias doctrinales católicas (u ortodoxas), no los documentos de los que disponemos, han hecho de estos hermanos hermanastros o primos, para defender la virginidad perpetua de María” (6). Tal herejía y error exegético ha ido contagiando a la mayoría de los ‘profesores’ católicos con responsabilidades en la formación de seminaristas que un día llegarían a la plenitud del sacerdocio (obispos) y a estudiantes de la diversas especialidades de la ciencia teológica que hoy ocupan cargos eclesiales de relevancia. Estos esbirros de la exégesis del protestantismo liberal, con cuyos representantes comparten encuentros ecuménicos, son incondicionales del racionalismo y el naturalismo y así  “amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos”(7)

En resumen: las herejías modernas de popa, representadas en este artículo por el impío John P. Meier, tienen sus fuentes en Helvidio. Las herejías actuales de proa, entre cuyos exponentes más conocidos hemos seleccionado a Gerard Ludwig Müller y a Karl Rahner se pueden rastrear en Joviniano. Las herejías contemporáneas señaladas a babor a través del apóstata Leonado Boff  tienen su antecedente en una mezcla de los gnósticos y judíos. Los errores señalados en estribor, cuyo más conocido teólogo es Mitterer se nutren, de una parte, de las herejías del gnóstico Valentín. Las arengas en las bodegas, descritas por espécimen blasfemo Padre Alfonso Llano,  beben de las fuentes del judío y de sus ancestros los ebionitas y de los paganos. Casi todas las posiciones, excepto las dos más groseras: la de babor y la de las bodegas repiten, de forma más sofisticada, los mismos argumentos de los capadocios; y todas ellas, sin excepción de ninguna clase, aplican el error exegético del liberalismo protestante, es decir la creencia de que nada hay válido sino no es racional-racionalismo- y la creencia de que hay que rechazar, en principio, todo aquello que tenga pretensiones de sobrenatural-naturalismo. ¡nihil novum sub sole!

Cabría preguntarse sobre la razón de que esta impía herejía surja hoy con tanta fuerza en tantas mentes del catolicismo conciliar; impensable entre los católicos de  hace cien años.

Aceptar el misterio no ha sido nunca fácil; ni éste ni ningún otro. Las controversias de los primeros siglos acerca de la cristología documentan la dificultad de la lógica natural para aceptar y concretar el significado exacto de los datos de la Revelación bíblica. Pero mientras que en tiempo de S. Ignacio-Antioquía-S (+ h. 110) los fieles no toleraban la idea de que María hubiese dejado de ser virgen, a la luz de la Tradición y viviendo aún algunos de los que conocieron a Cristo, “los contemporáneos —observa L. Scheffczyk— podríamos, según la sensibilidad del tiempo, soportarlo con relativa facilidad” e incluso incentivarlo para la justificación de nuestros delitos sexuales.

La actual revolución erótico-cultural se muestra muy recelosa, si no contraria, a la virginidad de María; para justificar sus pasiones prefiere pensar, en contra de la Revelación, que ese misterio es increíble y argumentan que ni está históricamente probada, ni es teológicamente necesaria, ni es vitalmente significativa la virginidad ni la pureza, sino más bien un contravalor en el mundo moderno. Sospechan, algunos de forma  difusa o intuitiva, que la virginidad de María encubre una cultura maniquea- ya vimos como los maniqueos, por otras razones, tampoco creían en la virginidad de María, como los actuales herejes-  de rechazo a la libertad sexual y corporal, hoy ensalzada hasta como principio humano supremo y religioso- cuyos efectos perniciosos se evidencian en los profilácticos que los jóvenes (que se dicen) ‘católicos’ dejan esparcidos en las jornadas mundiales de la juventud, inventadas por Juan Pablo II, fautor de la peligrosa ‘teología del cuerpo’. Argumentan que la sexualidad es, sino el único, el más importante factor de sociabilidad e incluso ¡mediación de salvación!; consecuencia extraída por los sedicentes teólogos de las catequesis sobre la sexualidad, peligrosamente dictadas por Karol Józef Wojtyla, con frecuencia semanal y durante años; compárese  la denominada ‘teología del cuerpo’ de Wojtyła con la claridad y rigurosa ortodoxia católica de los discursos de Pío XII a los recién casados y se entenderá dónde radica el problema; es decir,  la razón de la fe en la Virginidad perpetua de María antaño y la causa de la herejía tras el Concilio Vaticano II. Porque, en efecto, imaginan argumentos para seguir pecando y pariendo novedades teológicas para justificar sus transgresiones, desobedeciendo a Dios en sus mandamientos, sin querer dejar de llamarse católicos. Para esta contemporánea abominación, la Virginidad perpetua de la Virgen María les estorba y mucho; la ven como el estandarte del ejecito que combate su impureza. Al sintetizar los resultados de la investigación bíblica y de la tradición eclesial, estos neo helvidianos y jovinianianos ponderan la revolución sexual de nuestro tiempo para no mostrarles a los sedientos de agua  viva la verdad proclamada de forma infalible por la Iglesia, respondiendo de forma ortodoxa para salir victoriosos sobre el pecado, y enseñándoles la historicidad y  el verdadero significado del magnífico dogma de la Virginidad de María. Desde esta óptica, los ‘profesores’ de nuestro tiempo prefieren negar el dogma o tratar de la virginidad de María en su fundamento soteriológico-metafórico abusando de lo anfibológico. Parece que hoy la virginidad de María no interesa ni siquiera a los cristianos, mientras no comprendan que es un signo y un mensaje también para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En resumen, la razón de negar el dogma de la virginidad de la Madre de Dios está en las Sagradas Escrituras: “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz para que tus obras no sean reprendidas” (Jn 3:20).

Concluimos con un resumen y selección de conceptos de un estupendo tratado de mariología (8), que nos clarificará la importancia de confesar este dogma:

Centrada cristológicamente la virginidad perpetua de María se encuadra en la trama de la vida actual como elemento de elevación de las costumbres y de la moral humana, muchísimo más fecundo y eficaz que tantas figuras aparentemente liberadoras pero, en realidad, fútiles o ilusorias.

La certeza dogmática de que goza y el significado cristológico-eclesial que se le reconoce, hacen de la virginidad perpetua de María un punto nodal de la cristología y de la eclesiología; un “misterio que hay que proclamar muy alto”, según la expresión de San Ignacio de Antioquía.

De la larga historia de la reflexión eclesial sobre la virginidad de María surgen algunas consecuencias, a las que es preciso prestar atención: 1) se trata de un “misterio” que no coincide con la lógica humana y con las exigencias de las diversas culturas; los ataques que ha sufrido a lo largo de los siglos muestran la dificultad de la mente humana para aceptarlo; 2) se trata de un dato transmitido por la Escritura, acogido por las iglesias en todas partes y desarrollado en coherencia con el misterio de Cristo y la lógica interna de la vida de María; negarlo sería hacer retroceder la cristología y la mariología a estadios regresivos ignorando el influjo del Espíritu Santo en la Iglesia para el conocimiento profundo de la verdad; no aceptarlo como verdad Revelada excluye de la única Iglesia de Cristo, la Católica,  fuera de la cual no hay salvación 3) como las otras épocas, también nuestro tiempo está llamado a profundizar la comprensión del misterio a fin de hacerlo más significativo para los hombres y mujeres de nuestra generación.

Terminamos esta sección con una hermosa confesión de fe sobre la Virginitas in partu:

“Al cumplirse el tiempo, siente que sale éste que a ella había venido y, alegre, con el plácido desarrollo de su nacimiento, ve al que nace de otra manera de la que antes supo que venía. Ve a Dios vestido con la verdad de su carne, y se da cuenta de que su integridad virginal no ha perdido en brillo ni en recato, sino que más bien ha crecido” (9).

          Ver Virginitas: in partu II

Notas.

(1)     Sabemos hoy que sólo lo aceptaban como profeta. Algunos los identifican con los nazarenos de la secta de los fariseos. Philip Schaff, “History of the Christian Church” p. 431, Hendrickson 2006 [3ª impresión]

(2)     David Bercott, “A Dictionary of Early Christian Beliefs” p.225, Hendrickson 1998

(3)     Revista Roma N° 104 – Junio de 1978.

(4)     Historia de los Heterodoxos Españoles. Marcelino Menéndez Pelayo.

(5)     Revista Tierra Santa nº 12(825) noviembre-diciembre 2013; pag. 17

(6)     Ibídem.

(7)     Carta Encíclica Pascendi de San pío X.

(8)     S. DE FIORES DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 2016-2034

(9)     San Idelfonso de Toledo. “De virginitate perpetua sanctae Mariae”