En la primera parte de este artículo hemos querido denunciar las herejías contra la virginitas in partu de la Madre de Dios provenientes de dos lugares teológicos en la Barca y que hemos denominado popa y proa. Desde ésta destacábamos las tesis anfibológicas, uno de cuyos exponentes fue Karl Rahner, y otras más explícitamente heréticas, cuyo paladín más conocido es Gerard Ludwig Müller, actual Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe; el cual niega la integridad corporal de María. En Aquélla señalábamos a uno de los autores más influyente en los estudios bíblicos del orbe católico hoy en día, el sacerdote John P. Meier, quien sostiene la inutilidad de este dogma por considerar que la virginidad no fue perpetua por la posterior fecundidad de la Virgen María. Seguramente como reacción a tales exabruptos surgieron obras que, a su vez, sin negar la Virginitas in partu, cayeron en el tremendo error de  negar en la Inmaculada una Virginitas in sensu, es decir, la inmunidad de todo movimiento desordenado del apetito sensual. El error de esta reacción consiste en describir en una supuesta revelación privada que la Virgen María tenía el fomes peccati, cuando en realidad la verdad católica es que ni Cristo ni la Virgen lo tenían; Jesucristo por ser Hijo de Dios y Santa María Virgen por el privilegio de su Inmaculada Concepción llamada a ser Madre de Dios; la obra más divulgada que contiene tal barbaridad es el Poema del Hombre Dios de Valtorta, en las ediciones traducidas a la lengua española de 1976 y 1989, al menos.

No acaban aquí las maquinaciones humanas disfrazas de piedad contra este espléndido dogma. Veamos ahora que arguyen los herejes a Babor. En este lugar de la Nave hay otros teólogos de cierto renombre, como  Boff, Leonardo. (1), para quien la virginidad en el parto es una verdad dogmática secundaria, es decir, menor o carente de importancia, y su determinación biológica —la integridad corporal y la ausencia de dolor— no pertenecería a la fe, sino a su representación histórica; es decir, a una forma temporal no verdadera y ya superada de expresar un espíritu de fervor. Por tanto, dice Boff, esta creencia ha adoptado diversas soluciones a lo largo del tiempo: desde una postura «tradicional» de aceptación de un parto singular y maravilloso, hasta reconocer, según los avances de la Biología y de la Filosofía personalista, que el parto ordinario no afecta lo más mínimo a la virginidad.

Este apóstata al servicio del Nuevo Orden Mundial y que actualmente vive con su barragana en concubinato público y cuantos se regocijan en sus blasfemias, formula dos grandes herejías. La primera la comete en esa distinción que va directamente contra la Fe teologal, según la cual cabría distinguir dogmas de primera y de segunda; distinción que, dicho sea de paso, les es necesaria mantener a todos aquellos que defienden y practican el tan condenado ecumenismo conciliar para lograr su fin: la ‘unidad’ con las falsas iglesias cristianas. Puesto que todas aquellas sectas nacidas de la reforma protestante no creen en la virginitas in partu de María, estos sedicentes católicos nos vienen a contar que, en realidad, los dogmas marianos y especialmente éste, no son tan importantes; sobre todo si negándolo, silenciándolo o rebajándolo, se consigue un fruto que piensan ellos que es mucho mayor: la unidad: Mas la unidad que traiciona la fe no es la de Cristo sino la que desea Satanás: La unión con las falsas religiones.

Porque estas dos herejías son tan comunes hoy entre los católicos – creo que en la mayoría- debido a la mala costumbre de practicar el ecumenismo anatematizado por la Santa Iglesia, o a contemplarlo indolentes, merece la pena detenerse un poco a refutarlas con energía.

A la primera. Hay que decir, siguiendo al seguro Aquinate que el asentimiento de fe divina tiene su última resolución, como motivo formal, en la sola autoridad de Dios que revela, sobrenaturalmente percibida y a la vez, razón formal de creer y verdad creída. El hecho de la revelación y autoridad de Dios es a la vez, motivo de creer en la autoridad de Dios que revela y en las verdades por él reveladas. La revelación, pues, en sentido estricto, es la manifestación que Dios hace de sí mismo y de los misterios sobrenaturales a las criaturas mediante la participación infusa de la luz divina Denominamos Mediata a aquella revelación pública, que el Señor ha hecho al mundo ydepositado en su Iglesia. De lo que se deduce con facilidad que quien niega una parte de la revelación pública destruye toda la fe, porque niega el motivo formal que es la autoridad de Dios, el cual ni engaña ni puede engañarse. Decir, por ejemplo, yo creo en esto revelado, pero en aquello otro revelado no creo, es equivalente a decir creo que Dios dice la verdad en esto pero miente en aquello; ergo destruido el objeto formal ya no hay fe teologal, sino sólo convicción humana.

Ahora bien, el objeto material de la fe divina-católica es todo aquello que ha sido revelado por Dios y espropuesto por la Iglesia Católica, mediante su magisterio ordinario o solemne, para ser creído por todos; tal es el caso de la virginitas in partu de Santa María siempre Virgen. En efecto, la verdad primera que es objeto material de la fe, Dios mismo, es unapura y simple; imposible de dividir puesto que en Dios no hay corrupción. Sin embargo, debido al modo limitado de nuestro conocer humano, aquella verdad primera, purísima y simplísima no es conocida por nosotros más que por disgregaciones de proposiciones. El conjunto total forma, pues, los muchos enunciados o artículos de fe; tal como la virginitas in partu de la Madre de Dios. Los principios con aquellas verdades primarias que tienen más dificultad de creerse en cuanto misterios están en el Símbolo. El conjunto de estas verdades constituyen el objeto inmediato o adecuado de la fe, en las cuales y mediante las cuales asentimos a la Verdad divina.

Las verdades reveladas en tanto y cuanto está sometidas todas al motivo formal- la autoridad de Dios que revela – son todas del mismo grado; no hay ninguna de la cual se pueda prescindir para quien tiene obligación de conocerla y confesarla; caso de este heresiarca que hemos tomado como muestra. Es así  y lo repetimos una y mil veces, porque quien niega una verdad de fe divina rechaza la Revelación misma y destruye la fe, pues quien elige creer a Dios en todo, excepto en tan sólo una cosa, está diciendo que su propia opinión es la verdadera en ese asunto frente a la verdad de Dios, por lo que niega el testimonio y la veracidad del mismo Dios, el motivo formal de la fe.

En realidad, para Leonardo Boff, -y con él la inmensa mayoría de los neo movimientos conciliares, sacerdotes y obispos- la fe ya no es católica, sino que para estos sectarios la fe consistiría en una experiencia, traducida en fórmulas conceptuales, las cuales constituirían la revelación. Por lo que dichas fórmulas o dogmas no tienen un valor objetivo, puesto que la experiencia puede variar y por lo tanto, también evolucionarían los conceptos y fórmulas en el tiempo. Exactamente esto es el concepto de ‘fe’ ya condenado que se denomina modernismo: El compendio de todas las herejías; el mal que esclaviza el alma de los ‘católicos’ de nuestro tiempo.

A la segunda. Es dogma de fe proclamado por la Iglesia la integridad virginal de la Madre de Dios como hemos demostrado en la primera parte de este artículo con suficiente evidencia; la cual no puede excluir de ninguna manera la biológica, que es el significado más evidente y primero. Ni el más bruto de los hombres, salvo que sea un malvado o un tonto, diría de una mujer que es virgen si aquella puerta íntima de la biología femenina ha sido traspasada, aunque ni con su espíritu ni sus sentidos, participara o consintiera. La demostración más obvia es la ‘prueba de sangre’ que desde tiempos inmemoriales se practicaba en antiquísimas culturas y que aún pervive hoy en día en bastantes pueblos. Según esa ancestral costumbre, si no había sangre en el lienzo de la noche nupcial no había virginidad. Lo que indica  con toda claridad, que para todos los hombres de todas las épocas el primer significado de la virginidad está relacionado estrictamente con lo biológico, por pertenecer al ámbito externo y comprobable y sobre lo cual cabe demostración en cualquier mujer. Lo que el modernismo usa aquí es la táctica diabólica de transmutar el verdadero significado de las palabras. Para este sumatorio herético, la virginidad es una especie de metáfora o una idealización cultural de cambiantes significados. Esto es impío y grave y formalmente herético; y porque la sostiene Boff y muchísimos otros, y no enmiendan, se debe decir alto y claro que todos estos no tienen la fe católica, aunque lleven solideo y mitra.

Pero el motín se originó en aparente pacífico estribor con la tesis del sacerdote austriaco Mitterer (2), publicada en 1952, que de una manera, quizás, más subrepticia que lo visto hasta ahora, y a causa de abandonar la doctrina de Santo Tomás sobre la virginidad dio pábulo con sus falsas tesis a los argumentos heréticos y revisionistas de toda una tripulación soliviantada y a cuyo frente se situaban oficiales y hasta almirantes. A lo que seguiría la total rebelión jacobina de los grumetes en las bodegas del Barco, sacerdotes y religiosos docentes, que convirtieron aquellas sedicentes razones científicas, que consideraban los adelantos biológicos para fabricar teología, en consignas malsonantes y blasfemas propias de los apóstatas. De esta revolución en la bodega diremos algo más más abajo.

Para Santo Tomás, que sigue a San Agustín y San Ambrosio el elemento material accidental del acto moral de la virginidad es la integridad de la carne inmune a la experiencia venérea. Mitterer piensa que Santo Tomás está en un  error ya que el elemento material de la perfecta maternidad lo constituyen las funciones biológicas propias de la maternidad, puesto que los avances biológicos posibilitarían la conservación del himen en un supuesto embarazo sin coito.  Pertenecen, pues, para este profesor austriaco, al elemento material de una maternidad perfecta y plena una serie de fenómenos sensibles a lo largo de toda la gestación y que en el momento del alumbramiento son: la lesión y dilatación de las vías del parto, los dolores y la ruptura del himen. Un resumen de su tesis sería el siguiente:«todos estos procesos, con los dolores concomitantes, están en relación mucho más íntima con la perfecta maternidad corporal que la inviolabilidad del himen con la plena virginidad somática, porque van necesariamente unidos con la maternidad generativa». Por tanto, sigue afirmando este autor, la perfecta maternidad de María exige que el Hijo divino abra desde el interior el claustro materno (3).

El sacerdote austriaco especialista en ciencias naturales escupía para arriba y su misma baba le caería encima. En efecto, queriendo corregir a la teología con las ciencias, ocurrió que pasado el tiempo- Mitterer escribía a comienzos de los años cincuenta del pasado siglo- y mejorados los conocimientos experimentales, vino a ocurrir que aquella adorable ciencia en que ponía su fe le vino a dar una tremenda coz. Porque si la esencia de la maternidad fuesen los dolores, la dilatación de las vías, etc., habría que concluir que las muchas madres a las que se les practican cesáreas antes de dilatación hoy en día, por diversas causas, no gozarían de la maternidad. En efecto, no es constitutivo esencial de la maternidad todos los fenómenos sensitivos que acompañan ordinariamente al alumbramiento. Así pagan los falsos dioses. Por haber abandonado las distinciones del Aquinate respecto a lo accidental, formal y perfectivo de la virtud de la Virginidad, cayó Mitterer en el error de negar las concreciones de la virginidad de la Madre de Dios :inviolabilidad, integridad corporal, impasibilidad; y afirmarla sólo en un sentido general; es decir, vació de contenido propio al dogma sostenido por toda la Iglesia desde los santos padres, para ofrecer una hermosa cáscara de nuez, pero vacía.
Su trabajo en el campo católico, hoy casi olvidado, dio ‘el pistoletazo de salida’ a un ejército de revisionistas del dogma de la virginidad de María en el parto, algunos de los cuales y sus herejías ya hemos repasado. Todos ellos tienen en común: 1) Un desconocimiento de la patrística o una selección sesgada de algunos textos; 2) La negación de la autenticidad de los relatos de la infancia de Jesús; 3) La negación de que haya datos escriturísticos de la virginidad de María en el momento del parto; 4) El encubrimiento de la realidad concreta de la virginitas in partu por abstracción; es decir, no queda claro en ellos que su significado personalista alegórico- salvífico sea el mismo que el de la Iglesia; 5) La reducción a dogma de importancia menor e incluso prescindible la virginitas in partu. En la práctica todos los heterodoxos usan de estos cinco argumentos; si bien el fundamento herético preponderante es distinto en cada uno, como hemos visto.

Sobre los cinco pilares sobre arena donde fundamentan su herejía hemos ido diciendo un poco, excepto del tercero, que los desviados, cual buenos seguidores del principio de la  sola scriptura, expresan más o menos así, toda vez que, para ellos, la única fuente de la Revelación es la Biblia: “no consta en la Biblia ningún dato que acredite la virginidad de María en el momento del parto”. Merece la pena, por ser esta apología bastante desconocida, refutar esto con verdaderos exegetas. Seguiré para ello un texto publicado por la UNAV (4).

“El conocido biblista de la Potterie rechaza la afirmación de la ausencia de textos bíblicos sobre el parto de Cristo. Estudia con profundidad desde el punto de vista filológico y teológico dos textos neotestamentarios: Jn 1, 13-14 y Lc 1 , 34-35.

Basándose en las investigaciones de Hofrichter , el P. de la Potterie  ahonda en la dimensión mariológica de Jn 1, 13-14 y saca las siguientes conclusiones:

1) Existen argumentos suficientes para sostener como texto auténtico la variante singular. Supuesta como correcta la lectura singular, el versículo Jn 1, 13 —«el cual no ha nacido de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino que fue engendrado de Dios»— tiene claras connotaciones cristológicas y mariológicas.

2) El plural “sangres” (haimaton) se utilizaba en la tradición judía para indicar la pérdida de sangre que acompañaba a todo alumbramiento de mujer. Así, pues, S. Juan en su prólogo está proponiendo, no sólo la concepción virginal de Cristo —«ni de la voluntad de la carne, ni del querer de hombre, sino que fue engendrado de Dios»—, sino el parto virginal, porque la negación —«no de las sangres»— significa que cuando aconteció el parto, no hubo derramamiento de sangre en la madre.

3) Por tanto, a pesar de que, desde una perspectiva mariana, el Prólogo del Evangelio de S. Juan no muestra ningún relato histórico ni de la concepción ni del nacimiento de Jesús, se advierte que el evangelista comunica a los lectores, que el Logos, o sea el Hijo unigénito del Padre, asume una naturaleza humana mediante una concepción y un parto virginales.

Este autor también plantea una relectura del versículo Lc 1, 35b. En efecto, propone cuatro lecturas distintas para este versículo: a) «El Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios»; b) «lo que nacerá santo, será llamado Hijo de Dios»; c) «lo que nacerá, será santo y llamado Hijo de Dios»; d) «lo que nacerá, será llamado Santo, Hijo de Dios». De todas estas variantes de la Potterie se inclina por la b), porque es la más conforme a la economía del texto de S. Lucas. En esta interpretación el adjetivo santo califica al nacimiento. El nacer santo implica la ausencia de contaminación y, más en concreto de la contaminación de la efusión de sangre que hacía impura a la mujer. Por tanto, cuando el ángel dice que nacerá santo está indicando que el parto será virginal, o sea, con perfecta integridad corporal.

El profesor de Escritura de la Facultad Marianum, Arístides Serra , concuerda substancialmente con la exégesis que el prof. de la Potterie hace de los dos versículos indicados. Incluso abre nuevas líneas de investigación al sugerir una relación entre Lc 1, 35 y Lc 2, 23 (todo varón primogénito será llamado santo para el Señor), donde santo (Act 3, 14) o santo de Dios (Lc 4, 34) es un atributo referido a Jesús en cuanto Mesías.

Como complemento este exegeta investiga en la literatura intertestamentaria judía (Apocalipsis de Baruc, contemporáneo a los escritos joaneos, y las enseñanzas rabínicas) y advierte que esta literatura elabora una doctrina similar: «uno de los fenómenos que habrían de caracterizar la era del Mesías sería precisamente el del parto inmune de sufrimientos físicos» , porque «el tiempo del Mesías marcará el fin de la corrupción y el comienzo de la incorruptibilidad», y entonces «las mujeres ya no sufrirán durante el embarazo y desaparecerá la angustia cuando tenga que dar a luz el fruto de su seno» .

Cuando la literatura judía trata —dentro de la era mesiánica— de los hechos de la incorrupción corporal y de la ausencia de dolor en el parto, no los considera como un capricho de la naturaleza, sino que tienen un valor de signo, ya que remiten a un orden de cosas más profundo y a la vez empujan hacia las realidades significadas: «es acreditada la palabra profética del Señor (Flavio J.); es destruido el reino de la corrupción (Apocalipsis de Baruc); es revelada la exención de las mujeres justas respecto al castigo de Eva (R. Judá b. Zebina); se anuncia, como prenda figurativa, la redención del mal que se difundirá sobre la mujer Israel, es decir, sobre el pueblo de Dios (R. Josué b. Leví y R. Berekiah)» .

De la misma forma en la primera tradición eclesial la primera venida de Cristo desde el seno materno era signo y preludio de su venida desde el seno del sepulcro en el momento de su Resurrección. En efecto: permanecieron intactos los sellos de su tumba. Los supuestos bíblicos en los que, según este autor, se encuentra fundada la conexión de estos dos eventos es la perícopa de la adoración de los pastores y su analogía con el relato de la sepultura y resurrección de Jesús , porque «si Cristo salió del sepulcro de aquella manera para entrar en la gloria (cf. Lc 24, 26), entonces he aquí el problema: ¿de qué modo salió del seno de su madre para instalarse entre nosotros? A partir de aquel día comenzó la cuestión mariana en lo que se refiere al misterio virginal de la madre de Cristo».

De aquí que para el prof. Serra «la protología del nacimiento indoloro de Cristo es, pues, signo de la esjatología del segundo nacimiento, el de su resurrección, y de cuantos le hayan acogido por la fe». Por tanto, la integridad corporal de María y la ausencia de dolor en el parto es «la custodia en que se muestra esta esperanza esjatológica. Es el principio que preludia el fin».”

No sería apropiado a este modesto artículo, ya de por sí extenso, inundarlo de citas de la Sagrada Escritura, de los santos Padres o del Magisterio de la Iglesia, pero sea suficiente la siguiente para constatar acreditado en el Arca de la Nueva Alianza, La virgen María, aquella figura del Antiguo Testamento.

“Me volvió después hacia el pórtico exterior del santuario, que miraba a oriente. Estaba cerrado. Y Yahveh me dijo: Este pórtico permanecerá cerrado. No se le abrirá, y nadie pasará por él, porque por él ha pasado Yahveh, el Dios de Israel. Quedará, pues, cerrado.” (Ezequiel 44,1-2).

Dios quiso que un simple pórtico exterior del santuario permaneciera cerrado: “estaba cerrado” dice; porque por él había pasado el Señor; en efecto, si en aquella figura quiso positivamente imponer su voluntad, mucho más hará, ya no con la figura, sino con la realidad, Iuana Coelis; porque si en el Antiguo Testamento reveló su Ley para que la puerta se mantuviera cerrada por la obediencia de los hombres, en la Nueva y Eterna Alianza por un decreto eterno quiso que ni se abriera ni se cerrara, obrando tal misterio no por manos de humanos custodios como en el antiguo santuario, sino con su omnímodo poder divino; de manera tal, que Él sólo obró el milagro de mantener intacta la Puerta de la Virgo virginis y únicamente mandó a los hombres que obedientemente lo creyeran.

No me he olvidado amable lector de los grumetes amotinados en la bodega del Barco; pero como este artículo ha superado la extensión debida, escribiré sobre ellos, Dios mediante, en la próxima entrega.

Sancta Virgo vírginum, ora pro nobis

Sofronio

 Notas

(1) El rostro materno de Dios, Madrid 1980. FERNÁNDEZ, D., Virgo in partu. Cuestión marginal reincidente, Mar 58 (1996) 200. Cf. Unav
(2) [1] Mitterer, A., Dogme und Biologie der heiligen Familie nach dem Weltbild des hl. Thomas von Aquin und der Gegenwart, Viena 1952. Cf.Unav
(3) Ibidem. Unav
(4) Teología Dogmática. Juan Luis Bastero. Unav