• NO SE PUEDE SERVIR AL PLACER Y A LA SABIDURÍA NI

    CONTRAER JUNTAMENTE EL MATRIMONIO CORPORAL Y EL ESPIRITUAL

Como no es posible emplear a un mismo tiempo nuestra actividad manual en dos oficios distintos: ser agricultor y marinero, ser orfebre y constructor, antes quien ha de con­sagrarse con perfección a uno de ellos ha de retirarse nece­sariamente del otro, así, al proponérsenos dos matrimonios, el primero de los cuales se consuma con la carne y el se­gundo con el espíritu, la diligencia puesta en el uno trae inevitablemente el apartamiento del otro.

Tampoco el ojo puede mirar a un mismo tiempo a dos ob­jetos, a no ser que por separado se dirija hacia cada uno de ellos; ni la lengua sirve indistintamente a diversos idiomas, pronunciando a un mismo tiempo vocablos griegos y hebreos; ni el oído percibirá a la par el sentido de las cosas y las palabras explicativas; porque los sonidos diferentes, si se escuchan sucesivamente, infunden en el alma el significado de las cosas oídas; pero si resuenan en torno a los oídos mezclados todos a un tiempo, cáusase en la mente una con­fusión ininteligible, amontónanse los significados unos sobre otros. Por la misma razón también, nuestras apetencias no pueden, por su naturaleza, a un mismo tiempo servir a los placeres corporales y realizar el matrimonio espiritual.

No se llega a la consecución de ambas metas por el em­pleo de los mismos medios. Porque del uno es paraninfo la continencia, la mortificación del cuerpo y el desprecio de todo lo carnal, mientras que del matrimonio corpóreo es pa­raninfo todo lo contrario. Pues bien, así como, presentándo­se a elección dos señores, supuesto que es imposible ser súbdito de ambos a un mismo tiempo, todo hombre sensato escoge al que más le conviene, así también, presentándose a elección dos desposorios, ya que no es posible abrazar los dos (pues el célibe se cuida de los intereses de Dios y el casado pone su cuidado en los del mundo), juzgo de hombres sensatos no errar en la elección de lo que les conviene ni desconocer el camino que a ello conduce, camino que no es fácil entender sino por una analogía.

Quien no desea aparecer humillado en el matrimonio de la carne, hace gran aprecio de su complexión corporal, de la belleza correspondiente, de la abundancia de riquezas y de que nada mancille su nombre ni en su vida ni en su estirpe; pues así es como mejor obtendrá sus propósitos. Del mismo modo, el que intenta contraer el matrimonio espiritual ha de mostrarse en primer lugar joven y alejado de cualquier señal de senectud por la renovación del espíritu y además aparecer rico por herencia de familia, haciendo gran caudal de las riquezas; pero no enorgullecido con bienes de la tie­rra, sino rebosante de tesoros celestiales. No se desvivirá por poseer aquella dignidad de linaje que, obtenida por me­ra casualidad, poseen muchos entre los más viciosos, sino la que se alcanza con el trabajo y la diligencia de las obras irreprensibles, la cual sólo pueden acrecentar, por medio de sus obras luminosas, los hijos de Dios y de la luz y los bien nacidos en toda la tierra desde el lejano oriente. Engendrará en sí la fortaleza y una buena constitución corporal, no por el ejercicio deportivo ni por la sobrealimentación de la carne, sino al contrario, perfeccionando la fuerza del espíritu por el ascetismo del cuerpo.

Sé muy bien que los regalos esponsalicios de este matri­monio no consisten en riquezas corruptibles, sino que se in­tegran con los caudales propios del alma. Si quieres conocer los nombres de estas donaciones, escucha a Pablo, excelente paraninfo, que, disertando acerca de ciertos ricos, que se han visto abundantes en muchas cosas, entre otros gran­des y múltiples dones, dice, en castidad . Además, todos aquellos frutos del espíritu que en otra parte se enumeran son dones de este matrimonio. Y quien esté dispuesto a se­guir a Salomón, tomando como compañera de casa y de vida a la verdadera sabiduría (de la que se dice: Ámala y te custodiará, hónrala para que te abrace, por la digni­dad de este anhelo se revestirá con la estola inmaculada, para que, al celebrar esta fiesta junto con los que en ella se regocijan, no sea arrojado fuera, siendo apartado de los dignos de participar en la fiesta, por no estar cubierto con la túnica nupcial.

Es manifiesto que asiste ‘la misma razón a hombres y a mujeres respecto al deseo de estos divinos consorcios, pues, como dice el Apóstol, no hay ni hembra ni varón, sino que todos y en todos Cristo. Con todo fundamento, por tanto, el amante de la sabiduría tiene como ideal inspirada de sus apetencias la verdadera sabiduría; y el alma que se une con el Esposo inmortal posee el amor de la verdadera sabiduría, que es Dios. Así, pues, con lo dicho ha quedado suficientemente esclarecido en qué consista el matrimonio espiritual y hacia qué blanco deba dirigirse este amor puro y celeste.