Monarquianiamo

A fines del siglo primero ya hubo algunos herejes judaizantes, Cerinto y los ebionitas, que, tomando como base un rígido monoteísmo unipersonal, negaron la divinidad de Cristo (SAN IRENEO, Adv. haer. i 26). A fines del siglo ii, la herejía, conocida con el nombre de monarquianismo, enseñó que en Dios no hay más que una persona («monarchiam tenemos» ; TERTULIANO, Adv. Prax. 3). Según la explicación concreta que dé acerca de Jesucristo, se divide en dos tendencias:

a) Monarquianismo dinamístico o adopcionista. Enseña que Cristo es puro hombre, aunque nacido sobrenaturalmente de la Virgen María por obra del Espíritu Santo; en el bautismo le dotó Dios de particular poder divino y le adoptó como hijo.

Los principales propugnadores de esta herejía fueron Teódoto el Curtidor, de Bizancio, que la trasplantó a Roma hacia el año 190 y fue excomulgado por el papa Víctor i (189-198) ; Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, a quien un sínodo de Antioquía destituyó como hereje el año 268, y el obispo Fotino de Sirmio, depuesto el año 351 por el sínodo de Sirmio.

b) Monarquianismo modalístico (llamado también patripasianismo). Esta doctrina mantiene la verdadera divinidad de Cristo, pero enseña al mismo tiempo la unipersonalidad de Dios explicando que fue el Padre quien se hizo hombre en Jesucristo y sufrió por nosotros.

Los principales propugnadores de esta herejía fueron Noeto de Esmirna, contra el cual escribió HIPóLITO (Philosophumena ix 7-10; x 27; Contra haeresim Noëti); Praxeas, de Asia Menor, combatido por TERTULIANO (Adv. Praxeam); Sabelio aplicó también esta doctrina errónea al Espíritu Santo enseñando que en Dios hay una sola hipóstasis y tres «prósopa» (prosopon = máscara de teatro, papel de una función), conforme a los tres modos (modi) distintos con que se ha manifestado la divinidad. En la creación se revela el Dios unipersonal como Padre, en la redención como Hijo, y en la obra de la santificación como Espíritu Santo. El papa San Calixto (217-222) excomulgó a Sabelio. La herejía fue combatida de forma poco afortunada por el obispo de Alejandría, Dionisio Magno (hacia 247-264) y condenada de manera autoritativa por el papa San Dionisio (259-268); cf. Dz 48-51.

DOCTRINA DE LA IGLESIA

En Dios hay tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; y cada una de ellas posee la esencia divina que es numéricamente la misma (de fe).

Los términos «esencia», «naturaleza», «sustancia» designan el ser divino común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, mientras que los términos «hipóstasis» y «persona» designan a los tres poseedores del ser divino; cf. § 17, 1.

1. La más antigua fórmula magistral de la fe de la Iglesia en la Trinidad es el símbolo apostólico, que en su forma romana de símbolo bautismal sirvió desde el siglo II como base para la enseñanza de los catecúmenos y como profesión de fe en la administración del santo bautismo. Está construido sobre la fórmula trinitaria bautismal de Mt 28, 19; cf. Dz 1-12.

2. Una carta doctrinal del papa San Dionisio (259-268), «de trascendental importancia» (SCHEEBEN, Gotteslehre, n. 687), al obispo Dionisio de Alejandría, condena el sabelianismo, el triteísmo y el subordinacionismo ; Dz 48-51.

3. El símbolo niceno, nacido de la lucha contra el arrianismo, pone de manifiesto la verdadera divinidad del Hijo y su consustancialidad (homousía) con el Padre; Dz 54.

4. El símbolo niceno-constanetinopolitano, profesión oficial de fe del segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381), que apareció con motivo de la lucha contra el arrianismo y el macedonianismo, recalca, al mismo tiempo que la divinidad del Hijo, también la divinidad del Espíritu Santo; Dz 86.

5. Un sínodo romano, que tuvo lugar bajo el pontificado del papa San Almas() (382), ofrece una condenación colectiva de los errores antitrinitarios de la antigüedad, sobre todo del macedonianismo; Dz 58-82.

6. El símbolo Quicumque (atanasiano), que no fue compuesto por San Atanasio, sino por un autor latino desconocido, del siglo v-vi, contiene de forma clara y bien estructurada una síntesis de la doctrina de la Iglesia sobre la Trinidad y la encarnación. Frente al sabelianismo, pone bien de manifiesto la trinidad de Personas ; y frente al triteísmo, la unidad numérica de la esencia divina; Dz 39s.

7. La formulación más perfecta de la doctrina trinitaria en la época patrística la constituye el símbolo del concilio XI de Toledo (675), que está compuesto, a manera de mosaico, de textos de padres (sobre todo de San Agustín, San Fulgencio, San Isidoro de Sevilla) y de sínodos anteriores (principalmente del concilio vi de Toledo, celebrado el año 638) ; Dz 275-281.

8. En la edad media, son de importancia, por lo que respecta a la formulación eclesiástica del dogma trinitario, el concilio IV de Letrán (1215), que condenó el error triteísta de Joaquín de Fiore (Dz 428 ss), y el concilio de Florencia, que en el Decretum pro lacobitis (1441) presentó un compendio de la doctrina sobre la Trinidad, el cual puede considerarse como meta final de la explanación del dogma (Dz 703 ss).

9. En época más moderna hay que mencionar una declaración del papa Pío vi en la bula Auctorem fidei (1794), en la cual rechaza la expresión «Deus unus in tribus personis distinctus» empleada por el sínodo de Pistoia, por hacer peligrar la absoluta simplicidad de la esencia divina, declarando que es más acertado decir : «Deus unus in tribus personis distinctis» ; Dz 1596.

 

LA EXISTENCIA DE LA TRINIDAD, PROBADA
POR LA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN

 EL ANTIGUO TESTAMENTO

. INSINUACIONES DEL MISTERIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Como la revelación del Antiguo Testamento no es más que figura de la del Nuevo (Hebr 10, 1), no hay que esperar que en el Antiguo Testamento se haga una declaración precisa, sino únicamente una alusión velada, al misterio de la Trinidad.

1. Dios habla de sí mismo usando con frecuencia el plural; Gen 1, 26 : «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ ; cf. Gen 3, 22; 11, 7. Los santos padres interpretaron estos pasajes a la luz del Nuevo Testamento, entendiendo que la primera persona hablaba a la segunda o a la segunda y tercera; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. Iv, 20, 1. Probablemente la forma plural se usa para guardar la concordancia con el nombre de Dios «Elohim»; que tiene terminación de plural.

2. El Ángel de Yahvé de las teofanías del Antiguo Testamento es llamado Yahvé, El y Elohim, y se manifiesta como Elohim y Yahvé. Con ello parece que se indica que hay dos Personas que son Dios : la que envía y la que es enviada ; cf. Gen 16, 7-13 ; Ex 3, 2-14. Los padres de la Iglesia primitiva, teniendo en cuenta el pasaje de Isaías 9, 6 (magni consilii angelus según los Setenta) y Mal, 3 1 (angelus testamenti), entendieron por Ángel de Yahvé al Logos. Los santos padres posteriores, principalmente San Agustín y los autores escolásticos, opinaron que el Logos se servía de un ángel creado.

3. Las profecías mesiánicas suponen distinción de personas en Dios al anunciar de forma sugerente al Mesías, enviado por Dios, como Dios e Hijo de Dios; Ps 2, 7: «Díjome Yahvé: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado» ; Is 9, 6 (M 9, 5) : «…que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz» ; Is 35, 4: «…viene Él mismo [Dios] y Él nos salvará» ; cf. Ps 109, 1-3 ; 44, 7; Is 7, 14 (Emmanuel = Dios con nosotros) ; Mich 5, 2.

4. Los libros sapienciales nos hablan de la Sabiduría divina como de una hipóstasis junto a Yahvé. Ella procede de Dios desde toda la eternidad (según Prov 8, 24s, procede por generación), y colaboró en la creación del mundo; cf. Prov 8, 22-31; Eccli 24, 3-22 (G) ; Sap 7, 22 — 8, 1 ; 8, 3-8. A la luz del Nuevo Testamento podemos ver en la Sabiduría de que nos hablan los libros del Antiguo Testamento una alusión a la Persona divina del Logos.

5. El Antiguo Testamento nos habla con mucha frecuencia del Espíritu de Dios o del «Espíritu Santo». Esta expresión no se refiere a una Persona divina, sino que expresa «una virtud procedente de Dios, que confiere la vida, la fortaleza, y que ilumina e impulsa al bien» (P. Heinisch) ; cf. Gen 1, 2; Ps 32, 6; 50, 13; 103, 30; 138, 7; 142, 10; Is 11, 2; 42, 1; 61, 1; 63, 10; Ez 11, 5 36, 27; Sap 1, 5 y 7. A la luz de la revelación neotestamentaria, los padres y la liturgia aplican muchos de estos pasajes a la Persona del Espíritu Santo, principalmente Ps 103, 30; Is 11, 2; Ez 36, 27; Ioel 2, 28; Sap 1, 7; cf. Act 2, 16 ss.

6. Algunos creyeron ver, a la luz del Nuevo Testamento, una insinuación de las tres divinas personas en el Trisagio de Isaías 6, 3, y en la triple bendición sacerdotal de Nm 6, 23 ss. Con todo, hay que tener en cuenta que triplicar una expresión, en el lenguaje del Antiguo Testamento, es un modo de expresar el superlativo. En Ps 36, 6 junto a Yahvé se nombran su Palabra y su Espíritu ; en Sap 9, 17 su Sabiduría y su Espíritu Santo. Pero la Palabra, la Sabiduría y el Espíritu no aparecen como personas propiamente dichas junto a Yahvé, sino como potencia o actividades divinas.

Andan descaminados todos los intentos por derivar el misterio cristiano de la Trinidad de la teología judaica tardía o de la doctrina judaico-helenística del Logos de Filón. El «Menra de Yahvé», es decir, la Palabra de Dios, y el «Espíritu Santo», no son en la teología judaica personas divinas junto a Yahvé, sino que son circunlocuciones del nombre de Yahvé. El Logos filoniano es el instrumento de Dios en la creación del mundo. Aunque se le llama hijo unigénito de Dios y segundo dios, hay que entenderlo solamente como personificación de los poderes divinos. Su diferencia del Logos de San Juan es esencial. «El Logos de Filón es en el fondo la suma de todos los poderes divinos que actúan en el mundo, aunque varias veces se le presente como persona; en cambio, el Logos de San Juan es el Hijo eterno y consustancial de Dios y, por tanto, verdadera persona» (A. WIRENHAUSER, Das Evangelium nach Johannes, Re 1948, 47).

 EL NUEVO TESTAMENTO


FÓRMULAS TRINITARIAS

1. Los evangelios

a) En el relato de la Anunciación habla así el ángel del Señor, según Lc 1, 35: «[El] Espíritu Santo (pneuma agion) vendrá sobre ti y [la] virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» ; cf. Lc 1, 32: «Este será grande y llamado Hijo del Altísimo». Se hace mención de tres personas: el Altísimo, el Hijo del Altísimo y el Espíritu Santo. Es verdad que no se expresa con toda claridad la personalidad del Espíritu Santo, dado el género neutro de la palabra griega mei4cc y la ausencia de artículo, pero no hay duda sobre su interpretación si comparamos este pasaje con aquel otro de Act 1, 8, en el cual se distingue al Espíritu Santo de la virtud que de él dimana, y si atendemos a la tradición ; Act 1, 8: «Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros.»

b) La teofanía que tuvo lugar después del bautismo de Jesús lleva consigo una revelación de la Trinidad ; Mt 3, 16 s : «Vio al Espíritu de Dios (pneuma theou; Mc 1, 10: to pneuma Lc 3, 22: to pneuma to agion; Ioh 1, 32; to pneuma descender como paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo decía : Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias». El que habla es Dios Padre. Jesús es el Hijo de Dios, su Hijo único, por lo tanto, el verdadero y propiamente dicho Hijo de Dios. «Hijo amado», efectivamente, según la terminología bíblica, significa «hijo único» (cf. Gen 22, 2, 12 y 16, según M y G ; Mc 12, 6). El Espíritu Santo aparece bajo símbolo especial como esencia sustancial, personal, junto al Padre y al Hijo.

c) En el sermón de despedida, Jesús promete otro Abogado (Paraclitus), el Espíritu Santo o Espíritu de verdad, que Él mismo y su Padre enviarán ; cf. Ioh 14, 16: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre» ; cf. Ioh 14, 26 y 15, 26. El Espíritu Santo, que es enviado, se distingue claramente como persona del Padre y del Hijo que lo envían. La denominación de «Paraclitus» y las actividades que se le asignan (enseñar, dar testimonio) suponen una subsistencia personal.

d) Donde se revela más claramente el misterio de la Trinidad es en el mandato de Jesucristo de bautizar a todas las gentes ; Mt 28, 19: «Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» Trátase aquí de tres personas distintas, como se ve, con respecto al Padre y al Hijo, por su oposición relativa, y con respecto al Espíritu Santo, por ser éste equiparado totalmente a las otras dos personas, lo cual sería absurdo si se tratara únicamente de un atributo esencial. La unidad de esencia de las tres personas se indica con la forma singular «en el nombre» (dró ivoµa). La autenticidad del pasaje está plenamente garantizada por él testimonio unánime de todos los códices y versiones. En cuanto fórmula litúrgica se halla bajo el influjo del kerygma cristiano primitivo.


2. Las cartas de los apóstoles

a) San Pedro, al comienzo de su primera carta, usa una fórmula trinitaria de salutación; 1 Petr 1, 1 s: «A los elegidos extranjeros… según la presencia de Dios Padre, en la santificación del Espíritu, para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo.»

b) San Pablo concluye su segunda carta a los Corintios con una bendición trinitaria; 2 Cor 13, 13: «La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (cf. 2 Cor 1, 21 s).

c) San Pablo enumera tres clases distintas de dones del Espíritu refiriéndolos a tres dispensadores, el Espíritu, el Señor (Cristo) y Dios; 1 Cor 12, 4 ss: «Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos». Queda indicada la unidad sustancial de las tres personas, porque esos mismos efectos se atribuyen solamente al Espíritu en el v 11; cf. Eph 1, 3-14 (elección por Dios Padre, redención por la sangre de Cristo, sigilación con el Espíritu Santo) ; Eph 4, 4-6 (un Espíritu, un Señor, un Dios).

d) Donde más perfectamente se expresan la trinidad de personas y la unidad de esencia en Dios es en el llamado Comma Ioanneum, 1 Ioh 5, 7 s : «Porque son tres los que testifican [en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y los tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra] ». Sin embargo, sobre la autenticidad de las palabras que van entre corchetes algunos las cuestionan, pues faltan en todos los códices griegos de la Biblia hasta el siglo xv, en todas las versiones orientales y en los mejores y más antiguos manuscritos de la Vulgata, ni tampoco hacen mención de él los padres griegos y latinos del siglo iv y v en las grandes controversias trinitarias. El texto en cuestión se halla por vez primera en el español Prisciliano (+ 385), aunque en forma herética («haec tria unum sunt in Christo Jesu») ; desde fines del siglo v se le cita con más frecuencia (484 veces en un Libellus fidei, escrito por obispos norteafricanos; Fulgencio de Ruspe, Casiodoro). Como ha sido recibido en la edición oficial de la Vulgata y la Iglesia lo ha empleado desde hace siglos, puede considerarse como expresión del magisterio de la Iglesia. Aparte de esto, presenta el valor de ser testimonio de la tradición.

El año 1897, el Santo Oficio declaró que no se podía negar o poner en duda con seguridad la autenticidad del pasaje. Como posteriormente se fuera probando cada vez con mayor claridad su inautenticidad, el Santo Oficio declaró en el año 1927 que, después de concienzudo examen de las razones, se permitía considerarlo espúreo ; Dz 2198.

DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS PADRE


1. Dios Padre en sentido impropio

La Sagrada Escritura habla a menudo de la paternidad de Dios en sentido impropio y traslaticio. Ei Dios trino y uno es Padre de las criaturas en virtud de la creación, conservación y providencia (orden natural) y principalmente por la elevación al estado de gracia y de filiación divina (orden sobrenatural) ; cf. Deut 32, 6; Ier 31, 9; 2 Reg 7, 14; ‘Mt 5, 16 y 48; 6, 1-32; 7, 11; Ioh 1, 12; 1 Ioh 3, 1 s ; Rom 8, 14s; Gal’ 4, 5 s.


2. Dios Padre en sentido propio

Según la doctrina revelada, hay también en Dios una paternidad en sentido verdadero y propio, que conviene únicamente a la primera Persona y es el ejemplar de la paternidad divina en sentido impropio y de toda paternidad creada (Eph 3, 14 s). Jesús consideraba a Dios como Padre suyo en un sentido peculiar y exclusivo. Cuando habla del Padre que está en los cielos, suele decir : «mi Padre», «tu Padre» o «vuestro Padre», pero jamás «nuestro Padre» (el Padrenuestro no es propiamente oración de Jesús, sino de sus discípulos; cf. Mt 6, 9). Las frases de Jesucristo que demuestran su consustancialidad con el Padre, prueban al mismo tiempo que es necesario entender en sentido propio, físico, su filiación divina y la paternidad de Dios; cf. Mt 11, 27: «Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo» ; Ioh 10, 30 : «Yo y el Padre somos una sola cosa» ; Ioh 5, 26: «Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener la vida en sí mismo». San Juan llama a Jesús el Hijo unigénito de Dios, y San Pedro el propio Hijo de Dios; Ioh 1, 14; «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; Ioh 1, 18 : «El Dios (Vulg.: Hijo) unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le ha dado a conocer» ; cf. loh 3, 16 y 18; 1 loh 4, 9 ; Rom 8, 32: «El que no perdonó a su propio Hijo»; cf. Rom 8, 3.

También los adversarios de Jesús entendieron, lo mismo que los apóstoles, la paternidad de Dios como propia y verdadera ; Ioh 5, 18: «Por esto los judíos buscaban con más ahínco matarle, porque llamaba a Dios su propio Padre (patéra ídion), haciéndose igual a Dios».

DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS HIJO

1.El Logos de San Juan

a) El Logos de San Juan no es una cualidad o virtud impersonal de Dios, sino verdadera Persona. Esto se indica claramente por la denominación absoluta ó logos sin el complemento determinativo tou theou, y lo expresan terminantemente las palabras siguientes : «El Logos estaba en Dios» (ó lògos én prós theon). La preposición griega prós, «junto a», indica que el Logos estaba junto a Dios (no en o dentro de Dios) y «en relación» con El ; cf. Mc 9, 19. La frase del v 11: «Vino a los suyos», y la del v 14: «EI Logos se hizo carne», solamente se pueden referir a una persona y de ninguna manera a un atributo divino.

b) El Logos es una Persona distinta de Dios Padre (ó theos). Esto se infiere de que el Logos estaba «junto» a Dios (v 1 s) y, sobre todo, de la identificación del Logos con el Hijo unigénito del Padre; v 14: «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; cf. v 18. Entre Padre e Hijo existe una oposición relativa.

c) El Logos es Persona divina; v 1 : «Y el Logos era Dios» (kai theos en ó lógos). La verdadera divinidad del Logos se infiere también de los atributos divinos que se le aplican, como el de ser Creador del mundo («todas las cosas fueron hechas por El», v 3) y el de ser eterno («al principio era el Logos», v 1). El Logos aparece también como Dios porque se ‘le presenta como autor del orden sobrenatural, por cuanto, como Luz, es el dispensador de la Verdad (v 4 s) y como Vida es el dispensador de la vida sobrenatural de la gracia (v 12) ; v 14: «Lleno de gracia y de verdad».

2. Doctrina de San Pablo sobre Cristo como imagen viva de Dios

Hebr. 1, 3 designa al Hijo de Dios como «esplendor de la gloria de Dios e imagen de su sustancia» ; cf. 2 Cor 4, 4; Col 1, 15 s. Llamar a Cristo esplendor de la gloria de Dios es tanto como afirmar la imagen viva de la esencia o la consustancialidad de Cristo con Dios Padre («Luz de Luz»). La expresión «imagen de la sustancia de Dios» indica también la subsistencia personal de Cristo junto al Padre. Prueba bien clara de que el texto no se refiere a una imagen creada de Dios Padre, sino verdaderamente divina, son los atributos divinos que se le aplican al Hijo de Dios, tales como la creación y conservación del mundo, la liberación del pecado y el estar sentado a la diestra de Dios (v 3), el hallarse elevado por encima de los ángeles (v 4).

 DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA

SOBRE DIOS ESPÍRITU SANTO

Aunque la palabra pneuma en algunos pasajes de la Sagrada Escritura designa el ser espiritual de Dios o un poder impersonal del mismo, con todo, es fácil probar por numerosos pasajes que el Espíritu Santo es una persona divina distinta del Padre y del Hijo.

a) El Espíritu Santo es persona real. Pruebas de ello son la fórmula trinitaria del bautismo (Mt 28, 19), el nombre de Paráclito (= consolador, abogado), que no puede referirse sino a una persona (Ioh 14, 16 y 26; 15, 26; 16, 7; cf. 1 Ioh 2, 1, donde se llama a Cristo «nuestro Paráclito» = abogado, intercesor ante el Padre), e igualmente el hecho de que al Espíritu Santo se le aplican atributos personales, por ejemplo : ser maestro de la verdad (Ioh 14, 26 ; 16, 13), dar testimonio de Cristo (Ioh 15, 26), conocer los misterios de Dios (1 Cor 2, 10), predecir acontecimientos futuros (Ioh 16, 13 ; Act 21, 11) e instituir obispos (Act 20, 28).

b) El Espíritu Santo es una Persona distinta del Padre y del Hijo. Pruebas de ello son la fórmula trinitaria del bautismo, la aparición del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús bajo un símbolo especial y, sobre todo, el discurso de despedida de Jesús, donde el Espíritu Santo se distingue del Padre y del Hijo, puesto que éstos son los que lo envían, y él, el enviado o dado (Ioh 14, 16 y 26 ; 15, 26).

c) El Espíritu Santo es Persona divina. Se le aplican indistintamente los nombres de «Espíritu Santo» y de «Dios» ; Act 5, 3 s : «Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo ?… No has mentido a los hombres, sino a Dios» ; cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19 s. En la fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, que realmente son Dios. Al Espíritu Santo se le aplican también atributos divinos. Él posee la plenitud del saber: es maestro de toda verdad, predice las cosas futuras (Ioh 16, 13), escudriña los más profundos arcanos de la divinidad (1 Cor 2, 10) y Él fue quien inspiró a los profetas en el Antiguo Testamento, (2 Petr 1, 21; cf. Act 1, 16). La virtud divina del Espíritu Santo se manifiesta en el prodigio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc 1, 35 ; Mt 1, 20) y en el milagro de Pentecostés (Lc 24, 49; Act 2, 2-4). El Espíritu Santo es el divino dispensador de la gracia: concede los danes extraordinarios de la gracia (1 Cor 12, 11) y la gracia de la justificación en el bautismo (Ioh 3, 5) y en el sacramento de la penitencia (Ioh 20, 22) ; cf. Rom 5, 5 ; Gal 4, 6; 5, 22.

 LA DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA

ACERCA DE LA UNIDAD NUMÉ RICA DE LA

NATURALEZA DIVINA EN LAS TRES PERSONAS

 

La doctrina bíblica sobre la trinidad de Personas en Dios solamente es compatible con la doctrina fundamental de la misma ßiblia acerca de la unicidad de la esencia divina (Mc 12, 29; 1 Cor 8, 4 ; Eph 4, 6 ; 1 Tim 2, 5) si las tres divinas Personas subsisten en una sola naturaleza. La unidad o identidad numérica de la naturaleza divina en las tres Personas está indicada en las fórmulas trinitarias (cf. especialmente Mt 28, 19: in nomine) y en algunos pasajes de la Escritura que nos hablan de la «inexistencia mutua» (circumincessio, períjóresis) de las Personas divinas (Ioh 10, 38; 14, 9 ss; 17, 10; 16, 13 ss ; 5, 19). Cristo declaró expresamente la unión numérica de su naturaleza divina con la del Padre en Ioh 10, 30: «Yo y el Padre somos una sola cosa». SAN AGUSTÍN nota a este propósito : «Quod dixit unum, liberat te ab Ario; quod dixit sumus, liberat te a Sabellio» (In l oh. tr. 36, 9). El término católico para designar la unidad numérica de la esencia divina en las tres Personas es la expresión consagrada por el concilio de Nicea (325), óµooúsios.

Los padres de Capadocia emplean la fórmula : Una sola esencia — tres hipóstasis, entendiendo esa unidad de esencia en el sentido de unidad numérica, no específica.

LA TRADICIÓN


TESTIMONIO DE LA TRADICIÓN

EN FAVOR DE LA TRINIDAD DE PERSONAS EN DIOS


1. Testimonios del culto en la primitiva Iglesia

a) La liturgia bautismal paleocristiana ofrece una clara profesión de fe en la Trinidad. Como testifica la Didakhé (cap. 7), el bautismo se administró ya en los tiempos más remotos del Cristianismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», haciendo al mismo tiempo una triple inmersión o derramando tres veces agua sobre el bautizando; cf. SAN JUSTINO, Apología I 61; SAN IRENEO, Adv. haer. III 17, 1; TERTULIANO, De bautismo 13; ORÍGENES, In ep. ad Rom. 5, 8; SAN CIPRIANO, Ep. 73, 18.

b) El símbolo apostólico de la fe, que en su forma primitiva se identifica con el primitivo símbolo bautismal romano, sigue las líneas de la fórmula trinitaria del bautismo. Las Reglas de Fe, que nos han transmitido los escritores eclesiásticos de los siglos II y III, son una ampliación y paráfrasis del símbolo trinitario del bautismo; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. I 10, 1; TERTULIANO, De praescr. 13, Adv. Prax 2, De virg. vel. 1; ORÍGENES, De principiis I praef. 4-10; NovACIANO, De Trin. I. Podemos ver expuesta con claridad meridiana toda la doctrina sobre la Trinidad en una confesión de fe de San Gregorio Taumaturgo (+ hacia 270), dirigida privadamente contra Pablo de Samosata.

c) Las antiguas doxologías expresan igualmente la fe en la Trinidad. La antigüedad cristiana conocía dos fórmulas : la coordinada, Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo; y la subordinada, Gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Como los arrianos interpretaron torcidamente esta última fórmula en sentido subordinacionista, SAN BASILIO la cambió de la siguiente manera: Gloria al Padre con el Hijo en unión del Espíritu Santo (De Spiritu Sancto 1, 3) ; cf. Martyrium Sancti Polycarpi 14, 3.


2. Los padres antenicenos

SAN CLEMENTE ROMANO escribe (hacia 96) a la comunidad de Corinto: « No es verdad que tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un soló Espíritu de gracia?» (46, 6). Llama a Dios y a nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo: fe y esperanza de los elegidos (58, 2). SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+ hacia el 107) no solamente enseña de forma clarísima la divinidad de Jesucristo, sino que usa además fórmulas trinitarias ; Magn. 13, 2: «Sed dóciles al obispo y unos a otros, como lo fue Cristo, según la carne, al Padre, y los apóstoles lo fueron a Cristo, al Padre y al Espíritu» ; Cf. Magn. 13, 1; Eph 9, 1.

Los apologistas intentaron valerse de la filosofía (noción del Logos) para explicar científicamente el misterio de la Trinidad; pero no siempre se mantuvieron exentos de expresiones subordinacionistas. SAN JUSTINO dice que los cristianos veneran, junto con el Creador del universo, en segundo lugar a Jesucristo, Hijo de Dios verdadero, y en tercer lugar al Espíritu profético (Apol. 1 13). ATENÁGORAS (hacia 177) rechaza así la acusación de ateísmo: «No es de maravillar que se llame ateos a los que creen en Dios Padre y en Dios Hijo y en el Espíritu Santo, y que enseñan así su poder en la unidad como su diferencia en el orden?» (Suppl. 10). Afirmaciones precisas sobre la fe de la Iglesia en el misterio de la Trinidad se encuentran en SAN IRENEO (Adv. haer. 1, 10, 1; Iv, 20, 1; Epideixis 6s, 47) y, sobre todo, en TERTULIANO (Adv. Prax.). Este último, frente al sabelianismo, enseña la trinidad de Personas divinas («Ecce enim dico alium esse Patrem et alium Filium et alium Spiritum» ; cap. 9), pero defiende igualmente de forma bien clara la unidad de sustancia en Dios («unius autem substantiae et unius status et unius potestatis, quia onus Deus» ; cap. 2). ORÍGENES emplea ya la expresión óµoousios (In ep. ad Hebr 1, 3). TEÓFILO DE ANTIOQUÍA es el primero en usar el término triás para designar la trinidad de Personas en Dios (Ad Autol. 11 15) ; el término latino equivalente «Trinitas» lo introduce TERTULIANO (Adv. Prax. 2; De pud. 21).

En todo el período anteniceno, la expresión más clara de la fe que animaba a la iglesia romana en el misterio de la trinidad de personas y de la unidad de esencia en Dios es la famosa carta dogmática del papa San Dionisio (259-268) al obispo San Dionisio de Alejandria, en la que reprueba el triteísmo, el sabelianismo y el subordinacionismo; Dz 48-51. La definición del concilio de Nicea no fue una innovación, sino una explicación orgánica de la doctrina que la Iglesia creía desde los primeros tiempos, y en la que cada vez había profundizado más la teología científica.


3. Los padres postnicenos

Los padres postnicenos se encontraron con el principal problema de probar científicamente y defender contra el arrianismo y el semiarrianismo la consustancialidad del Hijo con el Padre; y contra el macedonianismo, la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo. Se hicieron especialmente beneméritos San Atanasio el Grande (+ 373), los tres ilustres capadocios San Basilio el Grande (+ 379), San Gregorio Nacianceno (+ hacia 390), «el teólogo», y San Gregorio de Nissa (+ 394), San Cirilo de Alejandría (+ 4-44); entre los latinos, San Hilario de Poitiers (+ 367), «el Atanasio de Occidente», y San Ambrosio de Milán (+ 397). El punto culminante de la antigua especulación cristiana sobre la Trinidad lo alcanza SAN AGUSTÍN (+ 430) con su agudisima obra De Trinitate.

 DOCTRINA 

SOBRE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

FUNDAMENTO DE LA TRINIDAD DE PERSONAS EN DIOS

LAS PROCESIONES DIVINAS INMANENTES EN GENERAL

 Noción y realidad

En Dios hay dos procesiones divinas inmanentes (de fe).

Procesión significa que una cosa se origina de otra. Hay que distinguir entre procesión hacia fuera («processio ad extra o pr. transiens») y procesión hacia dentro («processio ad intra o pr. immanens»), según que el término de la procesión salga fuera del principio o permanezca dentro de él. De la primera forma proceden de Dios en cuanto causa primera todas las criaturas; de la segunda, proceden el Hijo y el Espíritu Santo en el seno de la Trinidad. Procesión divina inmanente designa el origen de una persona divina de otra por la comunicación de la esencia divina numéricamente una.

Los símbolos de fe nos hablan de dos procesiones inmanentes en Dios: la generación del Hijo y la procesión del Espíritu Santo; cf. Dz 86. Estas dos procesiones son la razón de que se den en Dios tres hipóstasis o personas realmente distintas. El término «procesión» ¿xir6pEua.C, processio) se deriva de la Sagrada Escritura ; Ioh 8, 42 : «Yo he salido de Dios» («Ego ex Deo processi») ; Ioh 15, 26: «…el Espíritu de verdad, que procede del Padre» («Spiritum veritatis, qui a Patre procedit»). Como se deduce por el contexto, ambos pasajes no se refieren a la procesión eterna del Hijo y del Espíritu Santo, sino a su misión temporal al mundo. Pero la misión temporal es signo de la procesión eterna.


Sujeto de las procesiones divinas inmanentes

El sujeto de las procesiones divinas inmanentes (en sentido activo y pasivo) son las personas divinas, no la naturaleza divina (de fe).

El concilio iv de Letrán (1215) defendió la doctrina de Pedro Lombardo contra los ataques del abad Joaquín de Fiore, declarando con el citado autor : «Illa res (sc. substantia divina) non est generans neque genita nec procedens, sed est Pater, qui generat, et Filius, qui gignitur, et Spiritus Sanctus, qui procedit» ; Dz 432.

La Sagrada Escritura aplica sólo a personas los verbos engendrar y proceder. El fundamento especulativo se halla en el axioma : «Actiones sunt suppositorum» ; cf. S.th. 139, 5 ad 1.

EL HIJO PROCEDE DEL PADRE POR VÍA DE GENERACIÓN

La segunda persona divina procede de la primera por generación y guarda con ella la relación de Hijo a Padre (de fe).

El símbolo Quicumque confiesa : «Filius a Patre solo est, non factus, nec creatus, sed genitus» (Dz 39) ; cf. el símbolo niceno (Dz 54).

Según testimonio de la Sagrada Escritura, la primera persona y la segunda guardan entre sí, respectivamente, relación de verdadera y estricta paternidad y filiación. El nombre característico que la Biblia aplica a la primera persona es el de Padre, y el que aplica a la segunda es el de Hijo. La Sagrada Escritura precisa más designando al Padre como «propio padre» (Ioh 5, 18) y al Hijo como «propio hijo» (uUó m.og; Rom 8, 32), como «Hijo unigénito» (1, 14 y 18; 3, 16 y 18; 1 Ioh 4, 9), como «Hijo amado» (Mt 3, 17; 17, 5), como «Hijo verdadero» (verus Filius; 1 Ioh 5, 20, Vulg.). No hay duda, por tanto, de que el Hijo se distingue de los hijos adoptivos de Dios (Rom 8, 29). Una filiación propia y verdadera solamente se logra por medio de la generación física. De la generación eterna del Hijo por el Padre se habla directamente en Ps 2, 7 y en Hebr 1, 5O «Tú eres mi Hijo. Hoy te he engendrado» ; cf. Ps 109, 3 según el texto de la Vulgata : «Ex utero ante luciferum genui te» (según la nueva versión latina del Instituto Bíblico: «ante luciferum, tanquam rorem, genui te»). Los santos padres y los concilios del siglo IV fundan la homousía del Hijo con el Padre en la eterna generación.

EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO POR VÍA DE ESPIRACIÓN

La procesión de la tercera persona, habida cuenta del nombre propio bíblico de ésta, se llama espiración (pneusys, spiratio).

1. Doctrina de la Iglesia

 

El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, corno de un solo principio y por medio de una única espiración (de fe).

La Iglesia ortodoxa griega enseña desde el siglo ix que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre. Un sínodo de Constantinopla, presidido por Focio en el año 879, rechazó como herético el aditamento «Filioque» de los latinos. Contra esto declaró el segundo concilio universal de Lyón (1274) : «Fideli ac devota professione fatemur, quod Spiritus Sanctus aeternaliter ex Patre et Filio, non tanquam ex duobus principiis, sed tanquam ex uno principio, non duobus spirationibus, sed unica spiratione procedit» ; Dz 460. Cf. el símbolo del concilio toledano del año 447 (Dz 19), el símbolo Quicumque (Dz 39), el símbolo del concilio xi de Toledo en el año 675 (Dz 277), el Caput firmiter del concilio iv de Letrán (Dz 428) y el Decretum pro Graecis e igualmente el Decretum pro lacobitis del concilio unionista de Florencia (Dz 691, 703 s). La primera vez que el aditamento «et Filio» aparece introducido en el símbolo niceno-constantinopolitano es en el concilio III de Toledo del año 589.

2. Prueba de Escritura

a) El Espíritu Santo, según la Sagrada Escritura, no es solamente el Espíritu del Padre (Mt 10, 20: «El Espíritu de vuestro Padre será el que hable en vosotros»; cf. Ioh 15, 26; 1 Cor 2, 11 s), sino también el Espíritu del Hijo (Gal 4, 6: «Dios envió el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones»), el Espíritu de Jesús (Act 16, 7: «El Espíritu de Jesús no se lo permitió»), el Espíritu de Cristo (Rom 8, 9: «Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo»), el Espíritu de Jesucristo (Phil 1, 19 : «…por la ayuda del Espíritu de Jesucristo»). Si la expresión «Espíritu del Padre» denota una relación de origen con respecto al Padre ( = «spiramen Patris o spiratus a Patre»), como también admiten los griegos, entonces la analogía nos fuerza a concluir que también la expresión «Espíritu del Hijo» denota una relación de origen con respecto al Hijo ( = «spiramen Filii o spiratus a Filio»).

b) El Espíritu Santo no es enviado únicamente por el Padre (loh 14, 16 y 26), sino también por el Hijo (Ioh 15, 26: «el Abogado que yo os enviaré de parte del Padre» ; cf. Iob 16, 7 ; Lc 24, 49 ; lob 20, 22). La misión ad extra es en cierto modo una continuación en el tiempo de la procesión eterna. Por tanto, de la misión temporal se puede inferir la procesión eterna. El hecho de enviar supone ser eternamente principio ; y el de ser enviado, proceder eternamente.

c) El Espíritu Santo recibe su saber del Hijo; loh 16, 13 s : «El hablará lo que oyere… Me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer». Este oir y recibir el saber, cuando se trata de una persona divina, sólo puede entenderse en el sentido de que tal persona recibe, ab aeterno y por comunicación sustancial, de otra persona divina el saber divino y, por tanto, la esencia divina que con éste se identifica. Y como el Espíritu Santo recibe su saber del Hijo, por fuerza ha de proceder de Él; así como también el Hijo, que recibe su saber del Padre (Iob 8, 26 ss), procede del Padre. SAN AGUSTÍN comenta a este propósito : «Oirá de aquel de quien proceda. Oír es para Él tanto como saber, y saber tanto como ser» (In loh. tr. 99, 4).

Que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo y único principio y por medio de una única espiración, se deduce de Ioh 16, 15: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Por tanto, si el Hijo, por razón de ser engendrado eternamente por el Padre, posee todo lo que el Padre posee, exceptuando la paternidad y la carencia de origen, que no son comunicables, entonces poseerá también, necesariamente, su virtud espirativa y con ella su carácter de principio con respecto al Espíritu Santo.


3. Prueba de tradición

Los padres latinos prefirieron la fórmula coordinada: ex Patre et Filio (Filioque), mientras que los padres griegos escogieron la subordinada: ce Patre per Filium. TERTULIANO usa ambas expresiones, pero explica la fórmula coordinada en el sentido de la subordinada. Adv. Prax. 4: «Afirmo que el Espíritu no procede de otra parte sino del Padre por medio del Hijo» (a Patre Per Filium); ibídem 8: «El tercero es el Espíritu que precede de Dios [del Padre] y del Hijo [a Deo et Filio], como tercer fruto que brota de la raíz.» SAN HILARID, bajo el influjo de los padres griegos, emplea la fórmula subordinada: «De ti [del Padre] procede por Al [el Hijo] tu Espíritu Santo» (De Trin. xII, 56). SAN AMBROSIO enseña que «el Espíritu Santo, si procede del Padre y del Hijo, no está separado del Padre ni del Hijo» (De Spiritu Sancto I, 120). SAN AGUSTÍN prueba que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (de utroque) basándose en un prolijo argumento escriturístico (In Loan. tr. 99, 6; De Trin. xv, 27, 48).

ORÍGENES enseña, de manera subordinacionista, que «el Espíritu Santo es por orden el primero de todo lo creado por el Padre mediante el Hijo. El Hijo confiere a la hipóstasis del Espíritu Santo no sólo la existencia, sino también la sabiduría, la inteligencia y la justicia» (Comm. in loh II 10 (6), 75-76). SAN ATANASIO comenta: *La misma relación propia que sabemos tiene el Hijo con respecto al Padre, vemos que la tiene el Espíritu con respecto al Hijo. Y así como el Hijo dice: «Todo lo que el Padre tiene es mío» (Ioh 16, 15), de la misma manera hallaremos que todo eso se encuentra también en el Espíritu Santo por medio del Hijo» (Ep. ad Serap. 3, 1). SAN BASILIO enseña que «la bondad natural y la santidad física y la dignidad real pasa del Padre al Espíritu por medio del Unigénito» (De Spiritu Sancto 18, 47). Los tres capadocios (San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio Niseno) comparan las relaciones de las tres divinas personas entre sí a los anillos de una cadena. En la base de esta comparación yace la fórmula subordinaciana: «del Padre por el Hijo».

Didimo de Alejandría, Epifanio de Salamina y Cirilo de Alejandría usan la fórmula coordinada, aunque no de un modo exclusivo. SAN EPIFANIO, Ancoratus 7: «El Espíritu Santo es de la misma sustancia del Padre y del Hijo»; ibid. 8: «Del Padre y del Hijo, el tercero según la denominación» ; cf. DÍDIMO, De Spir. Sancto 34; CIRILO DE ALEJANDRÍA, Thes. 34.

SAN JUAN DAMASCENO impugna que el Espíritu Santo proceda del Hijo, pero enseña que es el Espíritu del Hijo, y que procede del Padre por medio del Hijo (De fide orth. 18 y 12). No niega, por tanto, que el Hijo sea también principio, sino solamente que sea principio fontal e ingénito como el Padre.

La fórmula coordinada y la subordinada concuerdan en lo esencial, en cuanto que las dos certifican que tanto el Padre como el Hijo son principio ; pero ambas se complementan. Pues, mientras en la primera se pone más de manifiesto la unicidad e indivisibilidad del principio, la segunda insiste con mayor vigor en que el Padre es principio fontal (cf. SAN AGUSTÍN, De Trin. xv 17, 29: de quo procedit principaliter), y en que el Hijo, en cambio, en cuanto «Dios de Dios», es principio derivado, puesto que con la sustancia divina recibe también del Padre la virtud espirativa; cf. Dz 691.

4. Argumentación especulativa de la escolástica

Como la distinción real de las divinas personas se funda exclusivamente en una oposición de relaciones de origen (Dz 703), no habría razón para la distinción hipostática entre el Hijo y el Espíritu Santo si el Espíritu Santo no procediera también del Hijo; cf. S.th. 136, 2.