Desde el hombre conoce que Dios es remunerador, no ha dejado de buscar una “vacuna” para evitar, desde el principio de inmanencia, o sea, desde sus propias ideas,  la eternidad de las penas del infierno, e incluso la inutilidad del mismo al proclamar con teología volteriana que, si existe, está vacío (K Rhaner), o que no es un lugar físico (Wojtyla). Hubo en la antigüedad grandes sabios, como Orígenes que enseñaron falsamente que, al final, hasta los demonios serían redimidos; al presente hay otros herejes, como Bergoglio, que proclaman la herejía de que las almas que no merecen el cielo no padecerán sufrimientos, sino que serán aniquiladas; existe toda una literatura “pseudo” católica que adoctrina en una misericordina muy peligrosa para las almas que la suscriben. Sin embargo, el infierno existe y es un dogma de fe católica; y al igual es dogma la eternidad de las penas del infierno.

 

El presente artículo tiene como propósito enseñar esta verdad de la eternidad de las penas, a la vez que adiestrar a los lectores para que puedan rebatir los argumentos de los herejes e incrédulos, porque pensamos que sólo predicando la verdad y aprehendiéndola cada alma, se establecen los verdaderos principios para, en el lenguaje tan “pandémico” ad hoc, evitar que las ánimas sean contaminadas con errores y herejías, y así no tengan puesta una esperanza falsa en una vacuna (solución) en el más allá. Porque el que muere en gracia de Dios se salva para siempre, pero el que muere en pecado mortal se condena eternamente. Ni uno ni otro pueden ya revertir jamás su situación de bienaventuranza o de condena.   Aprendamos todos que no hay vacuna (falsa idea) contra la realidad: que son los eternos decretos de Dios, que la verdadera Iglesia de Cristo, la católica, ha enseñado hasta la muerte del último legítimo Papa, y seguirá enseñando infaliblemente tras la elección del siguiente Vicario de Cristo en la tierra.

 

Objeciones y soluciones

 

Para proceder en la solución de las objeciones de la manera lógica y encadenada posible, vamos a recogerlas en forma de conversación o diálogo entre un incrédulo que pregunta y un de teólogo que contesta.

Objeción 1.La eternidad de las penas del infierno se opone a la justicia de Dios. Es injusto castigar eternamente un pecado que duró sólo unos momentos.

RESPUESTA. Ningún crimen se castiga por el tiempo que se tarda en cometerlo sino por la gravedad intrínseca que tiene. La justicia humana, ¿no condena, a veces a prisión perpetua y aun a la pena capital al malhechor metido su crimen en un instante? Pues, teniendo en cuenta que el pecado— sobre  todo el cometido contra el mismo Dios con voluntaria y obstinada maldad–encierra una malicia en cierto modo infinita, por razón de la distancia infinita que separa al ofensor del ofendido, justo es que se le castigue con una pena también infinita. Y, no pudiendo serlo en intensidad, tiene que serlo por lo menos en extensión. Luego la intensidad de las penas del infierno no solamente no se opone a la justicia de Dios, sino que es una exigencia y postulado elemental de la misma.

Objeción 2. Se me hace muy difícil concebir la malicia infinita del pecado. Una criatura no puede realizar un acto infinito.

RESPÙESTA. La infinitud relativa del pecado no se toma del acto en sí mismo u objetivamente considerado, sino de la infinita distancia existente entre pecador y Dios. Al pecar libré y voluntariamente, el pecador se adhiere a una criatura que le aleja o separa de Dios. Y este alejamiento es, de suyo infinito y naturalmente irreparable.

Objeción 3. El pecador no comete su pecado previendo y aceptando esa proyección eterna. Al menos, la mayoría de los hombres pecan tan sólo provisionalmente, esperando arrepentirse después.

RESPUESTA.  Esa esperanza en un futuro arrepentimiento es una ilusión tan vana como inmoral. Vana, porque el pecador no podrá salir de su pecado sin la gracia del arrepentimiento, que Dios no está obligado a darle y puede que le niegue de hecho en castigo de tanta ingratitud. El que se arroja a un pozo del que no puede salir sin que de arriba le echen un cable, se resigna a permanecer en él eternamente si los de arriba—que no tienen obligación de ayudarle, por su loca temeridad—dejan de arrojárselo de hecho. Y es, ade­más, inmoral, porque se apoya precisamente en la misericordia de Dios para ofenderle con mayor tranquilidad.

Objeción 4. De todas formas, el pecador peca en el tiempo. ¿Por qué castigarle en la eternidad?

RESPUESTA. Desde el momento en que el pecador coloca actualmente su fin úl­timo en una criatura renunciando a su último fin sobrenatural con el que es absolutamente incompatible, muestra bien a las claras que con mayor motivo se entregaría a ese pecado si pudiera gozar eternamente el placer momentáneo que le ofrece. Si por un instante de dicha, fugaz y pasajero, acepta la posibilidad de quedarse sin su fin sobrenatural eterno, ¡cuánto más se lanzaría a cometer ese pecado si pudiera permanecer en él impunemente durante toda la eternidad! En este sentido dice profundísimamente Santo Tomás que el pecador, al separarse de Dios, peca en su eternidad subjetiva (*). Por consiguiente, si el pecador ha ofendido a Dios en su eternidad, es muy justo que le castigue Dios en la suya, como dice San Agustín.

(*)He aquí las palabras mismas de Santo Tomás: «Decimos que alguien peca en su eterni­dad no sólo por la continuación del acto que perdura toda su vida, sino porque, por el mero hecho de haber puesto su fin en el pecado, tiene la voluntad de pecar eternamente. Por lo que dice San Gregorio en los Morales (c19: ML 76,738) que ,los inicuos quisieran vivir siempre para permanecer sin fin en sus iniquidades» (I-II,87,3 ad I; cf. Suppl., 99,1).

 

En su magnífica Suma contra los Gentiles insiste Santo Tomás en el mismo argumento con las siguientes palabras: “Ante el juicio divino, la voluntad se computa por el hecho, porque el hombre sólo ve lo exterior, pero Yavé mira el corazón (I Reg. 56,7). Ahora bien: quien a cambio de un bien temporal se desvió del último fin, que se posee por toda la eternidad, antepuso la fruición temporal de dicho bien a la eterna fruición del último fin; por donde vemos que hubiera preferido mucho más disfrutar eternamente de aquel bien temporal. Luego, según el juicio de Dios, debe ser castigado como si hubiese pecado eternamente. Y es indudable que a un pecado eterno se debe pena eterna. Por tanto, quien se desvía del último fin debe recibir una pena eterna (Contra gen., III,144.).

Objeción 5. Pero la malicia subjetiva del pecado, ¿no depende del grado de conocimiento y voluntariedad con que ha procedido el pecador?

RESPUESTA. Ciertamente que sí.

Objeción 6. ¿Y qué pecador se da cuenta al cometer su pecado del alcan­ce y trascendencia de su acto? Sería menester para ello tener una idea muy  clara de la grandeza de Dios y de la inconmensurable eternidad.

RESPUESTA. El pecado cometido en esas condiciones sería de una malicia verdaderamente satánica. Ése fue el pecado de los ángeles rebeldes, cuya ma­licia fue tal, que Dios les negó para siempre el beneficio de la redención, que ofreció, sin embargo, al hombre pecador.

Objeción 7. Luego vos mismo confesáis que el pecado del hombre no reune la malicia satánica de los demonios, y, por consiguiente…

RESPUESTA. Por consiguiente, Dios se compadeció de él y le ofreció el beneficio de la redención, que negó a los ángeles rebeldes. Pero precisamente por esto, la reincidencia voluntaria del hombre en su pecado después de haberse derramado para redimirlo toda la sangre del Hijo de Dios encarnado, supone por lo menos mayor ingratitud, si no queremos admitir también mayor malicia subjetiva. Y esto basta para que ese pecado, cometido libre y voluntariamente, tenga la fuerza suficiente para apartarlo eternamente de Dios lo fin último sobrenatural.

Además, como dice excelentemente un teólogo, «el hombre que sospecha de su padre una misteriosa grandeza para él desconocida, un sacrificio secreto, pero incomparable, llevado a cabo en su favor por padre, ¿no es responsable, si le ofende, de eso mismo que no conoce? Nosotros, que sabemos la grandeza inconmensurable de nuestro Dios, su ternura infinita y la sublimidad del sacrificio de la cruz, ¿podemos decir con fundamento que no somos responsables ante el misterio de la justicia del cielo, bajo pretexto de que, en el momento de pecar, nuestra imaginación inteligencia no nos representaban con exactitud aquella justicia?( P. Sertillanger, Catecismo de los incrédulos-Barcelona 1934-)

 

Objeción 8. Pero ¿por qué crea Dios a los que sabe que se han de condenar?

RESPUESTA. Entre otras razones que trascienden infinitamente la pobre inteli­gencia humana, hay que decir que porque de lo contrario se seguiría una gran inmoralidad, lo cual repugna a la infinita santidad de Dios. En efecto: si Dios, llevado de su infinita misericordia, no creara más que a los que se han de salvar, se seguiría que el hombre podría impunemente burlarse de Dios, conculcando uno por uno todos los mandamientos de su ley divina. No sería menester siquiera que se arrepintiera de sus pecados, ya que Dios tendría que perdonarle forzosamente más pronto o más tarde. Con lo cual podría darse el caso de un pecador que, después de haber sufrido en la otra vida una pena temporal más o menos larga, entraría finalmente en el cielo sin haberse arrepentido de su pecado y sin haberle pedido perdón a Dios. ¿Quién no ve que esto sería una monstruosidad escandalosa, mil veces más inconcebible que el hecho de crearle previendo que se va a condenar?

Por lo demás, una cosa está del todo clara en la teología de la salvación, cualquiera que sea la escuela teológica a la que se pertenezca, y es que Dios no crea ni creará jamás a nadie para que se condene haga lo que haga (re­probación positiva), sino únicamente a pesar de prever que se querrá conde­nar voluntariamente (reprobación negativa en castigo del pecado volunta­riamente cometido). ¿De quién es la culpa, por consiguiente, si el pecador se condena? Sería el colmo de la inmoralidad pedirle cuentas a Dios por castigar justamente un crimen del que sólo el perverso pecador ha tenido libre y voluntariamente la culpa.

Objeción 9.     Pero ¿por qué la pena del pecado ha de ser eterna? ¿No bastaría un castigo temporal—aunque fuera larguísimo—para satisfacer las exigencias de la divina justicia?

RESPUESTA. De ninguna manera. La obstinación del pecador, perpetua aferrado a su pecado, obliga a mantenerle la pena eternamente El pecador no se arrepiente ni se arrepentirá jamás. Y en estas condiciones el castigo tiene que ser necesariamente eterno. Mientras permanezca la culpa, no debe terminar la pena.

Objeción 10. ¿Y por qué el pecador no puede arrepentirse?

RESPUESTA. Porque con la muerte termina el plazo del arrepentimiento. Tiempo tuvo durante toda su vida, y el pecador lo rechazó pertinaz y obstinadamente hasta el último suspiro. La culpa es exclusivamente suya. ¿ más pudo hacer Dios de lo que hizo? ¿No derramó toda su sangre  desde lo alto de la cruz y no le ofreció su eficacia redentora hasta el momento mismo de la muerte?

Objeción 11. La misericordia de Dios es infinita. Parece absurdo señalar un límite determinado más allá del cual no pueda ya ejercerse.

RESPUESTA. La misericordia de Dios es infinita ciertamente. Pero su ejercicio y manifestación están regulados por los demás atributos de Dios, especial­mente por su santidad, su justicia y su sabiduría. Y la santidad exige que no se le dé al pecador oportunidad de burlarse perpetuamente de Dios a propósito de su misericordia y la justicia reclama el castigo inexorable del pecador definitivamente obstinado en su maldad Y, puesta la divina sabi­duría a señalar un límite para que el pecador puede rectificar sus malos pasos, ninguno más oportuno que el de la hora de la muerte.

Objeción 12. ¿Por qué?

RESPUESTA. Porque con ella termina el estado de vía- esto es, la etapa viajera de nuestra vida—y penetramos en el estado de término, o de la inmutable eternidad. Es natural que el destino definitivo que el pecador eligió libre­mente en el último segundo de su vida viajera permanezca para siempre en la inmutable eternidad.

Objeción 13. ¿Y es que el pecador no continúa siendo libre?

RESPUESTA .Para elegir su destino, no. La muerte le arrebató para siempre el estado fluctuante de su espíritu y le fijó—le fosilizó podríamos decir—en el fin libremente elegido.

Objeción 14. ¿Y por qué el espíritu puede fluctuar en esta vida entre el bien y el mal y no ha de poderlo hacer en la otra?

RESPUESTA . Porque lo exigen así, de consuno, la psicología del alma separada y la justicia de Dios.

Objeción 15. Hacedme el favor de explicar el misterio

RESPUESTA. No es tan difícil como creéis. La simple filosofía nos dice que el alma no está sujeta ya al vaivén de las pasiones y de las impresiones caprichosas del mundo corporal y sensible. Desligada por completo de la materia actúa a la manera de los espíritus puros, ángeles y demonios. No  por vía de discurso, sino de intuición, y de tal forma quiere lo que el entendimiento le presenta como apetecible, que lo que quiere una vez lo quiere para siempre. En la eternidad nadie rectifica el bien o el mal.

Objeción 16. ¿Y por qué no les vuelve Diosa colocar en situación de nuevamente elegir?

RESPUESTA. Porque lo impide su divina justicia y su infinita seriedad. La justicia señaló un plazo para el ejercicio incontenido y desbordante de la misericordia: la hora de la muerte. Y la infinita seriedad de Dios le im­pide volverse atrás ofreciendo al pecador una nueva oportunidad de conversión después de haberse burlado definitivamente de El.

Objeción 17. Aunque el pecador no lo merezca, ¿acaso no sería esto un desbordamiento de amor y de misericordia digno de la grandeza so­berana de Dios?

 

RESPUESTA. De ninguna manera. Sería, por el contrario, un gran escándalo, que dejaría sin explicación posible la infinita santidad de Dios.

Objeción 18. ¿Por qué?

RESPUESTA. Porque ello equivaldría a autorizar al pecador para burlarse eternamente de Dios.

Objeción 19. No lo comprendo.

RESPUESTA. Pues es muy sencillo. Si, a pesar de continuar obstinado en el pe­cado y de no merecer, por consiguiente, el perdón, Dios le perdonara de todas formas, el pecador podría reírse eternamente de El.

Objeción 20. Pues ha habido algún Santo Padre partidario de la bella opi­nión de Orígenes, que imagina el perdón final para el mismo Sata­nás y todos sus secuaces angélicos y humanos.

RESPUESTA. La apocatástasis origenista ha sido expresamente condenada por la Iglesia (Denz. 211). Y esa hipótesis no solamente no es bella, sino que es una monstruosidad inconcebible.

Objeción 21. Haced el favor de demostrarlo.

RESPUESTA. Escuche el discurso que, al anunciarle el perdón de Dios, pronun­ciaría Satanás dirigiéndose a todos los demonios y condenados del infierno:

“Amigos: ya sabía yo que este final tendría que llegar algún día. Por eso me rebelé sin miedo contra Dios y os arrastré a todos vosotros en mi rebelión. Y como mi orgullo no podía sufrir la humillación de pedirle perdón a Dios, por eso no se lo pedí ni se lo pido ahora.  Ha sido El quien ha tenido que rendirse ante lo inflexible de mi actitud. Yo no me he inclinado ni me inclinaré jamás ante El; ha El quien se ha inclinado ante mí. Y estoy seguro que todos vosotros y mis fieles súbditos y amigos, compartís en absoluto mis propios sentimientos. Ninguno de vosotros pedirá jamás perdón a Dios ni acatará sus órdenes. Soy yo vuestro único jefe. Y ahora—aquí lanza una carcajada sarcástica—vámonos al cielo a sentarnos en los tronos de gloria junto a la bendita Madre de Dios, para eternamente de El y de su Madre por habernos admitido al cielo sin arrepentirnos de nuestros pecados y sin habernos inclinado ante su divina Majestad».

 

Objeción 22. ¿Dónde consta que Satanás pronunciaría ese discurso?

RESPUESTA.  En su obstinación diabólica. Escuche un diálogo habido entre el demonio—que hablaba por boca de un energúmeno de París—y el sacerdote que le exorcizaba en nombre de la Iglesia:

Sacerdote: ¿Cómo te llamas?

Energúmeno: Legión, porque somos muchos.

Sacerdote: ¿Quisierais ser aniquilados por Dios?

Energúmeno: ¡No!

Sacerdote: Pues no lo comprendo. Porque, si Dios os aniquilara dejaríais de sufrir, y esto no dejaría de ser un bien para vosotros.

Energúmeno: Dejaríamos de sufrir, es verdad; pero dejaríamos también de odiar a Dios, y preferirnos seguir odiándole eternamente.

Sacerdote:Y ahora decidme: ¿qué os parece?

Objeción 23. ¿Ofrece garantía histórica ese relato?

RESPUESTA.  Me es completamente indiferente. No lo he aducido como prueba histórica, sino únicamente por vía de ejemplo, para expresar una realidad indiscutible. Sea o no histórico, lo cierto es que el odio y la obstinación contra Dios son las disposiciones habituales de Satanás y de todos los con­denados. Este dato nos lo asegura terminantemente la teología, ya que no es sino una consecuencia inevitable de su estado de condenación.

Objeción 24. Pues si es así, ¿por qué no aniquilar a criaturas tan perversas, en vez de conservarlas eternamente en el ser?

RESPUESTA.  El aniquilamiento—lo hemos dicho ya—sería una rectificación de la obra de Dios, y es la criatura culpable y no el Creador quien debe rectificar. Aparte de que Dios no puede envolver en idéntico castigo a todos los condenados, que han pecado en grados muy desiguales de maldad. Finalmente, el aniquilamiento impediría la manifestación permanente y eterna de la justicia vindicativa de Dios, que contribuye también a glorificarle ante toda la creación.