Este desgarrador llamado de Monseñor José Ramón López Gastón (R.I.P.) en defensa de la Iglesia Católica, aunque es del año 1993, no ha perdido actualidad, antes al contrario, tiene en el presente más vigencia que antaño al haber transcurrido más de 61 años desde la muerte del último máximo Pontífice legítimo de la Iglesia, su Santidad Pío XII. Si en aquel entonces quizás había muchos con confusión en el entendimiento que, tal vez, pudieran alegar como ignorancia cuasi invencible, hoy en día casi nadie puede, y menos obispos y sacerdotes, ampararse en tal ignorancia, la cual no podrán excusar como invencible, sino que será afectada, o sea, aumentará su culpa ante el Juicio de Dios. 

Por Monseñor José Ramón López Gastón

     Con la natural angustia de un católico sincero, que sufre en estos momentos terribles de la “gran apostasía”, cuando “en el lugar santo” reina “la abominación de la desolación”, todos nosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y seglares, que, por un designio inescrutable de Dios, conservamos la fe, y que, por medio del Santo Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, cuidamos de mantener en nuestras almas la gracia de Dios, tenemos ante Dios y ante la Santa Iglesia, una gravísima obligación que, inclusive, compromete la salvación de nuestras almas.

     Si a pesar de nuestra indignidad, el Señor nos escogió, no es para que enterremos el tesoro que recibimos, sino para hacerlo producir ciento por uno.

     Ya el Dr. Homero Johas, en su magistral artículo sobre “La herejía de la acefalia perene”, expuso a todos, los ángulos de la situación en la cual nosotros nos encontramos y ofreció la solución del problema para que se cumplan las promesas de Cristo sobre la perennidad de la Iglesia y del Supremo Pontificado, indicándonos, con argumentos fundados en insignes teólogos que: “si deben existir Sucesores de Pedro”, hasta el fin de los tiempos, también, por la Lógica natural, hasta la segunda venida de Cristo, deben existir “electores”.

     Solamente nos resta conseguir, dentro de la mayor brevedad posible, la unidad fundada en la Fe y en la Caridad.

     Sin estos dos pilares sólidos, todo cuanto queramos nosotros construir, será como la casa construida sobre la arena, la cual, al primer soplar del viento, caerá.

     Durante treinta años, escritores sabios y piadosos, nos expusieron los males que la Santa Iglesia sufre; como doctores que examinan a un moribundo y hacen, de su enfermedad, un diagnóstico detallado.

     Sin embargo muchos no se atreven a usar los remedios para alcanzar su cura.

     En vez de hacerlo, se ocupan solamente de su pequeño huerto; negándose a cooperar con los otros clérigos, o seglares; buscándoles todos los defectos, calumniándolos y hasta, a veces, llevándolos ante tribunales para reclamarles cosas materiales.

     ¿Que nos interesa?

     ¿Nuestro orgullo? ¿Nuestra ambición?

     ¿La perpetuidad de una Iglesia “católico episcopal”, que, a pesar de la Santa Misa y de los Sacramentos, no será nunca la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana?

     Lo más que conseguimos fue la unión de dos o tres obispos; dado que inventaron toda especie de extrañas teorías para evitar la actuación lógica que nos pide nuestra fe.

     Llegó el momento de no disfrazarnos de nuestros propios intereses; de olvidar prejuicios y fariseísmos, de que nos perdonemos mutuamente; y de obrar sin precipitarse y sin demoras.

     Me dirijo a todos los católicos de buena voluntad; clérigos y seglares, y suplico de rodillas a todos el esfuerzo para unirnos, para salvar la Iglesia y restaurar la Jerarquía eclesiástica, incluyéndose al Pontificado Supremo.

     Si lo hacemos, que Dios no lo premie.

     Si no lo hacemos, que Dios nos juzgue!

(Publicado en la revista “Roma”, de Buenos Aires, n° 127, año de 1993).

COMENTARIOS

     Después de 20 años de este llamado a la unidad de la Iglesia, los que entonces luchaban contra ella, como cierto seglar de Portugal, son los mismos que hasta hoy, perseveran actuando y predicando contra el “deber gravísimo y santísimo” de restablecer la Cabeza visible suprema de la Iglesia. No quieren un sólo rebaño y un sólo Pastor. No quieren la Iglesia fundada “sobre Pedro”, como Cristo la instituyó. Veinte años pasaron y expulsaron de su medio a aquellos que defienden la obediencia debida al deber mandado por la Sede de Pedro. Son cismáticos en la división; son herejes con doctrinas opuestas al dogma de Fe. Sin Pedro el dogma de fe seria falso.

Dr. Homero Johas

COETUS FIDELIUM N° 10

Marzo del 2014