TEOLOGÍA DEL APOSTOLADO SEGÚN SAN VICENTE FERRER
Vicente Ferrer es un apóstol. La definición teológica de apóstol, según nuestro Santo, será su más acabada definición. El carácter apostólico rige la vida y la obra de nuestro taumaturgo, el cual ha pasado a la posteridad personificado con esta formalidad especifica.
El apóstol es el producto del teólogo-sabio. La teología es su elemento genérico en la definición, y la sabiduría su elemento específico. Ambos conceptos corresponden adecuadamente a otra expresión vicentina que los esclarece un poco más: «Claridad de ciencia y santidad de vida». Sabiduría y santidad. Pero sabiduría teológica. El conocimiento de Dios —teología— sin el sabor de la devoción, propio de la sabiduría, no pasará de la categoría de ciencia, por más teología que sea. Y la sabiduría, o sea el conocimiento sápido de Dios, si no tiene la base científica, es decir, un conocimiento por las causas, no será teología. Por lo mismo, no será verdadero apóstol ni el teólogo con gran bagaje científico, pero sin la santidad, sin el conocimiento sápido; ni el sabio, el que tiene el conocimiento sápido, como puede ser cualquier fiel, que no posea la ciencia teológica. El apóstol será el resultado del maridaje perfecto entre la ciencia sápida y clara que descenderá al corazón y fructificará en una vida santa: ciencia sápida y santa vida.
Esta comunión entre la ciencia y la sabiduría tiene como acto propio, como propiedad esencial, sin la cual no se concibe, el desbordarse a los demás. «El teólogo debe esforzarse por conocer a Dios, y conociéndolo, amarlo —sabiduría teológica— y después hacer que los demás lo conozcan y lo amen, mediante la predicación y la enseñanza». Es, ni más ni menos, la función de la caridad integral, que ama a Dios por mismo y al prójimo por Dios; y si ama al prójimo por y para Dios, ha de darle a conocer y a amar al mismo Dios.
El teólogo-sabio, definido por su función específica, es el predicador. La plenitud contemplativa de lo divino, habida por el don de sabiduría, se desbordará para llevar a los demás al conocimiento y al amor de Dios. Y esta predicación revestirá caracteres muy singulares, como la de los apóstoles, los cuales marcharon por el mundo, de ciudad en ciudad, predicando el evangelio a todas las gentes (sabiduría apostólica). Esta peregrinación conllevará pruebas de fidelidad y amor de Dios hasta el sacrificio cruento o incruento, hasta el heroísmo (sabiduría angélica y heroica).
En esta segunda parte examinaremos por separado los elementos constitutivos del predicador considerado en sí mismo y visto a través de sus funciones; en términos de la Escuela diríamos: el predicador en acto primero y en acto segundo.
La predicación tiene que proceder de la abundancia de la contemplación. Esto supone un estado de vida mixta, en la que no pueden disgregarse sus dos elementos esenciales: contemplación y acción. Esta vida mixta es más completa que la sola contemplativa o la sola activa. San Vicente la encarna en la Orden de Predicadores, su propia Orden.
El primer elemento para la formación del predicador, que será siempre igual al apóstol, es el estudio, la contemplación. Es la sabiduría, la ciencia sápida. San Vicente utiliza estos dos términos, estudio y contemplación, indistintamente.
El segundo elemento es la santidad, la virtud, la sabiduría que deriva al corazón y fructifica en obras buenas. Estudiaremos estos dos elementos en sendos apartados.
Por último, el predicador en acto segundo, la predicación. Esta actuación debe ejecutar el mandamiento de Cristo a sus apóstoles: «Id por todo el mundo, predicando el evangelio a toda creatura».
Con estas notas características tiene diseñada San Vicente la figura del varón espiritual, del predicador, tal como él lo quería y tal como era él, sin saberlo. Así consta en el Proceso de canonización, del que espigaremos breves testimonios que cerrarán nuestra síntesis doctrinal sobre la teología vicentina del predicador. Una vez más, veremos que su pensamiento es la clave de su vida.
I.- Estados de vida
Tres grados o diferencias tiene en este mundo la práctica del servicio divino, según los diversos estados en que viven los hombres. Estos tres grados son tres caminos distintos por los que se llega a la bienaventuranza. La sagrada Escritura los enumera y los canoniza, y San Agustín los resume en esta frase lapidaria: «Hay tres géneros de vida: activa, ociosa y compuesta de ambas» (De Civitate Dei, 1, 19, C. 19). Vida activa, contemplativa y mixta. Los tres estados son buenos, pero entre ellos existe jerarquización.
San Vicente, basándose en esta frase agustiniana, describe los caracteres y la valoración teológica de cada una de estas tres formas o estados de perfección.
 1. Vida activa
Buen filósofo, nuestro Santo busca definir la vida activa por sus cuatro causas, para que su definición resulte completa, según los cánones de la buena lógica. Causa eficiente: Dios y nuestro libre albedrío; causa material: las obras de misericordia para con el prójimo; causa formal: es la que da la perfección; causa final: Dios. Se trata de Dios como fin de todas las cosas, fin sobrenatural al que deben ordenarse todas las obras de misericordia. Y de esta ordenación les vendrá la perfección, porque en las cosas morales la bondad o malicia viene del fin. Ordenación que, procedente del amor de Dios y no de vanagloria, será la verdadera causa formal. En las obras de misericordia, corporales o espirituales, se sirve más a Dios que al prójimo, ya que la única razón de ellas es Dios (Sermo in festo sancti Gregorii Papae).
Entre los dos géneros de obras de misericordia, son más valiosas las que se refieren al bien espiritual del prójimo, porque el alma es más noble que el cuerpo. De este modo, predicar la palabra de Dios, dar buenos consejos, corregir con dulzura y caridad a los que yerran, consolar al triste, soportar pacientemente las impertinencias…, perdonar las injurias a los enemigos por amor de Dios, orar por el prójimo, etc., obras de misericordia espirituales, exceden en mérito y en valor a las corporales, siempre que se dé paridad de circunstancias.
La predicación es, para San Vicente, una obra de misericordia para con el alma del prójimo, y corresponde a la vida activa. Tendremos ocasión de ver completo el catálogo de las obras de misericordia, espirituales y corporales, que ejerce el predicador.
Esta vida activa agrada a Dios, pues por ella consigue el hombre la bienaventuranza… Porque a quienes trabajan sirviendo a Dios en la vida activa, les corresponderá la quietud en la mesa del paraíso, que es la contemplación de la esencia divina.
2. Vida contemplativa
La vida contemplativa constituye el segundo grado del servicio que se hace por Dios en este mundo. Es más perfecta que la activa, y consiste en ocuparse sólo de Dios o de cosas espirituales ordenadas directamente a Dios. Lo material y lo formal en este nuevo género de vida dice orden directo a Dios. Así, por ejemplo, orar devotamente, con fervor de espíritu, de día y de noche; pensar en la gloria del paraíso; leer libros espirituales, a fin de penetrar más y más en el conocimiento de Dios; oír misa y sermones; pensar en la justicia divina reflejada en las penas del infierno; saborear la Providencia divina que tan armónicamente rige el mundo… Es el oficio que deseaba David, cuando decía: «Siervo tuyo soy; dame entendimiento, Señor, para conocer tus mandamientos» (Ps. 118, 125). Esto es, explica el autor, para contemplar, pues la contemplación es un acto del entendimiento (Sermo in festo sancti Gregorii Papae).
Es de mayor perfección que la vida activa, porque el premio que Dios concede al contemplativo es mayor que el que otorga al activo. El Santo encuentra una confirmación humana de esta doctrina pensando en lo que acontece en la corte de los soberanos. Aunque el activo haga más servicios materiales, con todo, tiene más mérito y es más honorífico servir de compañero o privado de la persona del rey o del papa. Los contemplativos sirven a Cristo como privados; los activos le sirven a más distancia. La Escritura así lo indica de modo alegórico, poniendo en boca de la Iglesia las siguientes palabras, dirigidas a Cristo: «Bienaventurados tus varones, que están siempre ante ti y escuchan tu sabiduría» (3 Reg. X, 8). «Bienaventurados tus varones», es decir, los virtuosos, los que poseen la virtud de una buena vida; los viciosos no pueden ser contemplativos… Y habla también de «los que están siempre ante ti», por la contemplación. Hay que notar que dice «siempre», y esto porque la vida activa termina con la muerte, mientras que la contemplativa continúa y se crece después de ella (Sermo in festo sancti Gregorii Papae).
Es la vida que canonizó el Señor hablando de Santa María Magdalena, embelesada a los pies del Maestro, mientras Marta se afanaba por el servicio material del Huésped divino (Sermo 2 in festo Assumptionis B. M. V.) Es la vida que hacía la Virgen después que Jesucristo subió a los cielos.
Con todo, hay que tener en cuenta que la vida activa será el primer peldaño para ascender a la quietud de la contemplación (Sermo in festo sancti Gregorii Papae). Y, a su vez, la contemplativa, más perfecta que la activa, será la última disposición para llegar a la vida mixta o prelativa, que es la más perfecta.
3. Vida mixta o prelativa
Es la más perfecta de las tres, porque armoniza y une en si la perfección de las otras dos. Porque es más perfecto arder e iluminar que hacer cualquier cosa de las dos por separado, como diría Santo Tomás. Porque asi como en el hombre el cuerpo es bueno y el alma es mejor, pero lo óptimo es el compuesto, el hombre, así también es buena la vida activa, y mejor la contemplativa; pero la óptima es la prelativa o mixta, dice San Vicente (Sermo in festo sancti Gregorii Papae).
Glosando unas palabras de San Gregorio, concluye nuestro Santo que el acto propio de esta vida mixta es la predicación, porque en ella se dan las obras de misericordia como una efusión de la contemplación. Dice San Gregorio, hablando del prelado: «El prelado sea el primero en la acción, y suspendido en la contemplación por encima de todos» (San Gregorius De cura past.). «El primero en la acción, pues la obra de la vida prelativa es la predicación, porque en ella se cumplen las obras de misericordia: los hambrientos se sacian con la palabra de Dios; los tristes beben la consolación; los desnudos se visten de virtudes; los enfermos por el pecado son visitados» (Sermo in festo sancti Gregorii Papae). He aquí hermanadas íntimamente las notas especificas de las dos vidas antes descritas: obras de misericordia, espirituales y corporales, tan divinizadas, que trascienden todo lo humano y no pueden proceder sino del ardor de la más alta contemplación, de la unión más íntima con Dios.
Esta vida mixta la encarna en la Orden de Predicadores. En ella veremos las excelencias prácticas de la vida prelativa comparada con las demás.
4. La Orden de Predicadores
Nuestro autor contempla las excelencias de su Orden en un hermoso sermón predicado en la fiesta de Santo Domingo. La idea del predicador, teólogo-sabio, quedará personificada en el fundador de los predicadores, y será el ideal que propone al joven religioso a quien dirige su Tratado de la vida espiritual. En las páginas del mismo y en los sermones en que toca el tema de las formas de vida religiosa se advierte un sabor netamente dominicano, de robusta espiritualidad, rector y orientador de las almas a través del prisma del ideal de la Orden. ¡Con qué acentos tan cariñosos hablará de la misión del Patriarca de los Predicadores! Es que San Vicente había asimilado fielmente el espíritu de Domingo en su vida santa y apostólica. Llevaba el hábito de su Orden, modesto, pobre, raído, recortado por los devotos impetuosos que lograban alcanzarle, y rivalizaba en las observancias con el novicio más fervoroso. En la síntesis doctrinal de la Orden como estado de perfección plasmará su propia vida.
La Orden de Predicadores —nos dice—, fundada por Santo Domingo, consta esencialmente de la práctica de los tres votos religiosos —comunes a todas las Ordenes— y de la profesión de predicar, como de su elemento especifico. Predicación en sentido amplio, como la entienden las Constituciones de la Orden, como la entiende y practica fray Vicente.
Es la vida más semejante al estado de Cristo en la tierra y a la vida de los apóstoles. El religioso predicador debe practicar esta vida mixta predicando el evangelio a todos los pueblos, sin establecerse en un lugar, en el que funde privilegios y busque familiaridades que impedirán el vuelo del espíritu.
En sus elementos esenciales la vida mixta que practica el predicador es la misma de Cristo, es la religión que fundó el mismo Cristo (Sermo in festo Sancti Patris Dominici). Es algo nuevo por lo que a las ceremonias se refiere, en cuanto a sus manifestaciones externas. Vestimos capa negra y hábito blanco —dice—; los actos comunes están regulados de modo especial, pero lo esencial es idéntico a lo que los apóstoles practicaron.
Ciertas Ordenes religiosas están dedicadas exclusivamente a la vida activa. Tales son las Ordenes militares de San Juan, Montesa y Calatrava. Otras se dedican sólo a la vida contemplativa. Pero la Orden de Santo Domingo está consagrada a estas dos formas de vida: a la acción y a la contemplación. De tal modo que es más activa que las activas, y más contemplativa que las mismas contemplativas. «Activa, pues todos sus miembros luchan y combaten contra los demonios, a los cuales molesta la predicación, pues por ella se convierten las almas y se revisten de virtudes; se visita a los enfermos, que son los pecadores, y se practican las demás obras de caridad, además, contemplativa, pues si los monjes blancos y negro contemplan en la misa y en sus horas canónicas, mucho mas se contempla en esta religión, ya que, además de contemplar en la misa y en las horas canónicas, se contempla para la predicación que se ha de hacer al pueblo».
Cierto religioso vió en espíritu penetrar en el cielo a Santo Domingo, a la misma hora en que expiraba, coronado con corona dorada y entre dos escaleras, sostenidas por Cristo y por la Virgen. En esta visión ve nuestro Santo el espíritu de su Orden: «¿Por qué hubo dos escaleras en esta visión? ¿No bastaba una sola? Esto lo hizo el Señor para insinuar que la religión de los Predicadores envía a sus frailes no sólo por la escalera de la vida contemplativa, sino también por la de 1a vida activa. Los Celestinos y otros parecidos lo hacen por la escalera de la contemplación; los de las Ordenes militares de San Juan, de Santiago, San Jorge y los frailes de la Merced, suben al cielo por la otra escalera, por la vida activa. Los frailes Predicadores, fundados por Santo Domingo, suben por las dos: por la contemplativa, estudiando; y por la activa, predicando».
El predicador, en general, y el religioso de la Orden de Predicadores con mayor razón, deben practicar estas dos formas de vida, entrelazadas de tal modo que la acción sea una efusión de la contemplación. La contemplación tiene dos fases: estudio y oración. El estudio del predicador será, como veremos inmediatamente, una oración, la oración teológica; y la oración se convertirá en un estudio, en un esfuerzo para llegar al conocimiento profundo de los misterios divinos, cuya vivencia sera el mejor conocimiento. La predicación será el desarrollo normal y espontáneo de la contemplación del apóstol, que marchara por el mundo, predicando el evangelio a toda creatura.
Nos encontramos de nuevo con las dos notas esenciales de la sabiduría teológica, bases de la predicación. Hemos apuntado que para nuestro autor la sabiduría teológica está constituida por la efusión en predicación de sus dos notas esenciales: claridad de ciencia y santidad de vida. Nos vamos a detener ahora a explicitar la espléndida virtualidad de estos tres conceptos: estudio, santidad y predicación. Con ello habremos logrado la imagen fiel del teólogo-sabio, del predicador, según la mente de Vicente Ferrer.