De San Vicente Ferrer O. P.
INTRODUCCION
     El Tratado consolatorio en las tentaciones contra 1a fe sigue en muchas ediciones al Tratado de la vida espiritual, con el que no tiene ninguna relación interna, aunque lo complementa admirablemente. Es un código bellísimo, de perfecto esquema y trabazón lógica, en el que se enumeran con brevedad los frutos que reportan las tentaciones que Dios permite en sus siervos contra el fundamento de la vida espiritual, que es la fe. Su brevedad no es obstáculo para su profundidad. Inútil querer averiguar las ediciones que ha tenido.
     La tradición entera reconoce la paternidad vicentina sobre este opúsculo, que se conservaba con sus caracteres antiguos, escrito parte en membrana, parte en papel, en la Cartuja de Scala Dei. San Vicente visitó este glorioso cenobio, y, durante su hospedaje, cierto monje, atormentado por tentaciones contra la fe, le pediría consejo y ayuda. Tal vez fuera llevado allí por un discípulo de nuestro Santo, al cual le unía estrecha amistad, Pedro Queralt, cartujo del mismo monasterio. El padre Antist, cuya edición reproducimos a través del padre Fages da testimonio de ello.
     La doctrina que San Vicente expone en este tratadito es un compendio espiritual del tratado de la fe de Santo Tomás, deteniéndose especialmente en la firmeza de la misma. Esta firmeza y seguridad de la fe en medio de la tentación, es el fundamento de toda consolación.
     Una fuente de inspiración para la redacción de la obra presente fué el libro de un dominico francés, coetáneo de Santo Tomás, titulado: Summa aurea de virtutibus et vitiis. El Santo cita en el epílogo del tratado la obra de Perault, transcribiendo la frase inicial.
Tres son los agentes que integran la escena en las tentaciones contra la fe: Dios, que permite; el hombre, que resiste; y el demonio, que ataca.
     Por parte de Dios, la fe se robustece pensando en su omnipotencia, en su verdad, que es la verdad primera, incapaz de engañarse ni de engañar, y en su bondad, la bondad por esencia, la bondad suma, que se difunde como a su infinitud le conviene.
     Por parte del fiel, es de gran consuelo la tentación contra la fe, porque: a) purifica algún pecado oculto de presunción; b) esta prueba engendra la firmeza; c) las tentaciones son índice de gran robustez espiritual.
     Y por parte del enemigo, la fe tentada cobra un nuevo timbre de gloria: a) porque, siendo el fundamento de la vida espiritual, no puede arrancarla el demonio, aunque, sabedor de ello, su intención es muy otra: sumir en tristeza y melancolía al tentado; b) porque la alegría con que se soporta es un reto al enemigo, al que se deja en ridículo; c) porque intentando el demonio fabricar cadenas para atar a los fieles, les fabrica coronas de plata y oro. En esto es un excelente orfebre.
     Por esta consideración triple se librará el siervo de Cristo de sus escrupulosas tentaciones. El maestro Vicente, como sus discípulos cariñosamente le llamaban, ha pulsado los distintos resortes, dogmáticos y psicológicos, para robustecer la fe que ataca el demonio. Puede quedar tranquilo, porque sus consejos magistrales operarán la paz y el equilibrio interior, que producirán la máxima consolación en los suyos y en la posteridad que tenga ocasión de meditar este enjundioso tratadito.
TRATADO CONSOLATORIO 
EN LAS TENTACIONES CONTRA LA FE 
Prólogo
     Nueve consoladores remedios se me ocurren ahora contra las tentaciones o pensamientos escrupulosos que surgen en la mente de los devotos contra la profundidad de la fe cristiana: tres por parte del Rey que preside; otros tres consoladores por parte del siervo que resiste; y tres por parte del enemigo atacante, por los que la fe es glorificada.
I. Remedios consoladores por parte de Dios
     Por parte de Jesucristo, Dios y hombre, Rey nuestro, lo primero por lo que la fe católica se afirma en el corazón del hombre es el poder infinito. Porque Dios es omnipotente, por encima de cuanto puedan decir, pensar o entender los hombres. Dice el apóstol: Poderoso es para obrar copiosamente más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros (Eph. III, 20). Y así, cuando se presenta algún pensamiento escrupuloso acerca de un admirable misterio de la fe, inmediatamente ha de refugiarse en la omnipotencia divina. Se lee en San Lucas (I, 37), que cuando la bienaventurada Virgen inquirió con solicitud del ángel cómo siendo virgen podría concebir y dar a luz, inmediatamente fué tranquilizada por la consideración de la omnipotencia divina: Para Dios nada es imposible. Del mismo modo, el siervo de Cristo, cuando se le presente la tentación de lo admirable de la fe, opóngale la omnipotencia divina, diciendo: Para Dios nada es imposible.
     Lo segundo es la verdad infalible: Dios, verdad primera, ni puede engañarse ni puede engañar. A este propósito dice Ricardo de San Víctor, en su libro De Trinitate«Por tanto, siendo así que la misma Verdad de Dios encarnada, Cristo Señor nuestro, nos enseñó por sí mismo el misterio de la fe cristiana, tenemos ciertamente una garantía de seguridad consoladora en lo referente a los documentos de la fe, de tal modo que de ninguna manera podemos errar en ellos, a no ser que seamos engañados por Aquel que no puede engañar ni ser engañado». Y San Agustín dice: «A fin de que el hombre caminara confiadamente hacia la verdad, la misma Verdad, el Hijo de Dios, revestido de humanidad, estableció y robusteció la fe».
     Por lo cual, el cristiano fidelísimo oponga a las tentaciones que le sobrevengan contra la fe las verdades segurísimas de la divina Escritura, a ejemplo de Cristo, quien ahuyentó al tentador, no por el poder, sino por sabiduría, aduciendo la autoridad de la divina Escritura, como se lee en San Mateo (IV, 1-11). A cada impulso de la tentación, puede decir con el salmista: La verdad del Señor permanece eternamente (Ps. CXVI, 2).
     Lo tercero es la consideración de la bondad incomprehensible. Siendo así que Dios es bueno, no sólo en sí mismo, y mejor que todo lo demás, sino que es el óptimo en absoluto, ya que es la misma esencia de la bondad, a Él le pertenece hacer las obras de la redención no sólo bien, sino de modo óptimo, ya que, según Dionisio, al óptimo le pertenece obrar óptimamente. Por tanto, muy convenientemente Dios se encarnó para la obra de nuestra redención, pues por esta unión la naturaleza humana fué elevada al óptimo ser, al divino. Convenientemente también, conservó intacta a la Virgen Madre, pues por esta gracia la Virgen fué encumbrada al grado óptimo de castidad. Convenientemente, Dios-hombre padeció y murió por nosotros, pues por ello se concede, con plena justicia, la vida eterna al género humano. Muy convenientemente entregó su cuerpo por comida y su sangre como bebida, ya que por esto el hombre es alimentado con el mejor manjar de la vida espiritual. Y lo mismo en los demás misterios de nuestra fe.
     Por tanto, contra las imaginaciones escrupulosas en materia de fe, cuando piensa el hombre por qué se realizó de tal manera y no de otra el misterio de la redención humana, el siervo de Cristo debe fortificarse con aquello que se dice de la obra de la creación: Vió Dios todas las cosas que había creado, y eran muy buenas (Gen. I, 31).
II. Consuelos por parte del fiel
     Por parte del siervo de Dios que sufre las tentaciones acerca de la fe, lo primero que debe consolarle es que por estas tentaciones se purifica de la culpa. Porque a veces permite Dios que el hombre sea atacado con tentaciones contra la fe, como pena de algún pecado pretérito de presunción. Según los sagrados doctores, San Pedro, singularmente entre los demás apóstoles, fué atacado con tentaciones contra la fe, porque presumió sobre los demás de modo especial. Por tanto, el devoto siervo de Cristo, asi como sufre con paciencia, es más, con alegría, las penalidades y aflicciones corporales, con la esperanza de alcanzar el perdón, así también paciente y alegremente debe aguantar, firme en la fe, las trabajosas y penosísimas pruebas del espíritu en la fe, para enmendarse y corregirse del pecado de soberbia, que desagrada mucho al Señor. A este propósito se dice: Ahora tenéis que entristeceros un poco en las diversas tentaciones, para que vuestra fe, probada, sea más preciosa que el oro, acrisolado por el fuego (I Petr. I, 6-7).
     En segundo lugar, por estas tentaciones el hombre se fortifica en la fe. Porque la verdadera fe del cristiano crece mucho con las tentaciones y se robustece en la tribulación. Leemos que cuando los apóstoles pidieron al Señor: Auméntanos la fe, inmediatamente el Señor, señalando la norma de conducta, dijo: Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este sicomoro: Desarráigate y trasplántate en el mar, y os obedecerá (Lc. XVII, 5-6). Según San Gregorio, en los Morales, el Señor comparó la fe al grano de mostaza porque, así como el grano de mostaza cuando es enterrado descubre su vigor y crece, así la verdadera fe del cristiano se perfecciona y robustece cuando por la piedra de las tentaciones se machaca importunamente.
     El siervo de Cristo, fiel y devoto, debe gozarse en el Señor cuando, firme en la fe, es atribulado en la misma con tentaciones. Por eso dice Santiago: Tened, hermanos míos, por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. La paciencia ha de tener su obra perfecta, para que seáis perfectos y cumplidos, sin faltar en nada (Sant. I, 2-4).
     Lo tercero es que en estas tentaciones se ennoblece la vida. Pues si las personas espirituales son tentadas en este mundo por divina permisión, según su fuerza y posibilidades, según dice el apóstol (I Cor., X, 13), supone una gran robustez de la virtud espiritual y de la nobleza de espíritu en el hombre, el ser expuesto a grandes tentaciones, como son las tentaciones contra la fe.
     Gran materia de gozo y de consolación tienen los fieles de Cristo, viéndose, a ejemplo de los más nobles santos, firmes en la fe, ser onerados con tentaciones contra la fe. Según esto, dice el apóstol: Dando gracias a Dios Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia de los santos en el reino de la luz (esto es, la luz de la fe), que nos libró del poder de las tinieblas (de la infidelidad) (Col., I, 12-13).
III. Consuelos por parte del enemigo 
     La verdadera fe cobra un timbre de gloria por parte del enemigo que asalta.
     Primeramente, porque el enemigo no puede arrancarla. La fe es, según San Agustín, el fundamento del edificio espiritual en el hombre. Por tanto, aunque una pequeña prueba en este espiritual fundamento haga estremecer de miedo al varón espiritual, sin embargo, es muy rara la ruina en la fe, por cuanto el fundamento es lo último que se destruye en el edificio. De aquí que, según los teólogos, aunque por cualquier pecado mortal se pierdan las virtudes infusas, con todo, permanecen la fe y la esperanza. Incluso en los demonios y condenados, destruidas y aniquiladas todas las demás virtudes, sólo la fe permanece inconmovible.
     A propósito de esta frase de San Vicente, y para su recta interpretación. puede verse Santo Tomás de Aquino, Summa, 2-2. q. 5, a. 2. Los demonios tienen fe, una fe coaccionada, en cierto modo, por la evidencia de las señales que la garantizan, y no porque su voluntad se ordene al bien. La perspicacia natural de su entendimiento les obliga a creer. No quiere decir San Vicente que la fe en los demonios sea un don de la gracia, y, por tanto, por excluir este concepto de sobrenaturalidad, no puede llamarse ni siquiera fe informe. Porque la fe informe inclina a creer con cierto afecto hacia el bien, Y los demonios no tienen de ningún modo este afecto. Es una fe natural, no infusa, y solamente .puede .llamarse teológica en el sentido de que tiene a Dios por objeto material y formal terminativo. De ningún modo tiene el motivo formal quo o luz especificante de la virtud sobrenatural infusa de la fe teologal     
     Por eso frecuentemente la intención del demonio que tienta en la fe al siervo de Cristo no es lanzarlo en el abismo de la infidelidad, sino que, por el temor y tristeza de ánimo, pierda la dulzura del espíritu y la devoción en la oración y que, dejando el deseo de la contemplación, se embarace en los negocios y ocupaciones del siglo, como aconteció a muchos, según se lee en las Vidas de los Padres. Contra lo cual se dice: El que milita para complacer a quien le alistó como soldado, no se embaraza en los negocios del siglo (Col. II, 4).
     Tenga sumo cuidado el siervo de Cristo, no sea que, abrumado por el tedio o por la molestia de estas tentaciones, se entregue, como remedio, a acciones indebidas o superfluas, posponiendo los ejercicios espirituales. Antes por el contrario, siempre que se sienta atacado en el fundamento de la fe, firme en el propósito de su espíritu, diga con el apóstol: Nadie puede colocar otro fundamento que el puesto, que es Cristo Jesús (I Cor. III, 11); esto es, según la Glosa, la fe de Cristo. Es de notar el comentario de San Agustín sobre estas palabras en el libro De la fe y de las obras«La fe cristiana, que obra por el amor, si se asienta como fundamento, a nadie deja perecer».
     En segundo lugar, la fe se sublima con vigor y alegría contra el enemigo. Por lo mismo que es raro que desfallezca el siervo de Cristo en la fe, por eso se han de afrontar estas tentaciones con más firmeza y contento.
     De aquí que la magnanimidad y alegría en estas tentaciones son medios muy oportunos para vencer al enemigo, según se lee en las Vidas de los Padres, de cómo instruía San Antonio a sus discípulos. Ya que, como se dijo, la intención principal del enemigo en esta clase de tentaciones es inducir a tristeza al siervo de Cristo, por temor, y cambiar la dulzura de la vida espiritual en amargura, por lo mismo ha de sentirse vencido, en gran parte, cuando el siervo de Cristo afronta estas tentaciones con alegría y grandeza de ánimo. Por eso me parece muy buen consejo que, cuando el maligno cese en procurar estas tentaciones, fatigado por la fuerza de la fe, entonces el siervo de Cristo lo provoque de nuevo a irrisión, diciendo con San Vicente: «Levántate, miserable, y emborráchate con todo tu espíritu de maldad, y verás que, por la ayuda divina, puedo mucho más en mis tormentos, que tú atormentarme puedes».
     Tercero: el mismo enemigo es torpemente defraudado por la fe. Queriendo el enemigo antiguo quitar al siervo de Cristo el mérito de la vida espiritual mediante estas tentaciones, le fabrica, contra su voluntad, una excelente corona de gloria. El mismo diablo, como herrero, pone el hierro de la tentación en el horno del corazón, a fin de fraguar una cadena para los devotos. Mas cuando el vigor de la fe resiste a sus tentaciones, por disposición providencial, el hierro de la tentación se convierte en oro de consuelos y méritos, y la cadena de los pies en corona para la sien. Y el diablo, sin querer, se convierte en platero.
     San Agustín, en el libro De la ciudad de Dios, dice: «Los demonios nos son útiles para muchas cosas, pues cuando nos tientan fabrican coronas». Se lee en las Vidas de los Padres que se le reveló a un anciano que un discípulo suyo había lucrado siete hermosísimas coronas para el cielo durante una noche, porque habiendo sido fatigado siete veces por el sueño, no quiso dormir. Pues mucho más cualquier devoto siervo de Cristo lucrará coronas para el cielo si soporta con firmeza las fatigas de las tentaciones contra la fe. Dice Santiago: Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, cuando sea probado, recibirá la corona de la vida, que Dios prometió a los que le aman (Sant. I, 12). Entonces podrá decir con el Apóstol: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he conservado mi fe. Ya me está preparada la corona de justicia, que me otorgará aquel día el Señor, justo juez (II Tim. IV, 7-8).
     Además de estos remedios y ayudas espirituales en las tentaciones contra la fe, hay otras tres ayudas generales: continua lectura, devota oración y divina consolación.
     Una lectura muy útil para nuestro propósito es el libro que se titula Suma de las virtudes, que comienza así: Porque es nuestro deber procurar las cosas útiles…, etc.
     La oración apropiada para esto es repetir con frecuencia aquel salmo: ¿Hasta cuándo, Señor, te olvidarás de mí? (Ps. XII, 1).
     La consolación espiritual es infundida liberalmente por Dios en todos aquellos que se refugian en Él. Pues el Señor es: Padre de. las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones (II Cor. I, 3-4). Amén.