La indivisible unidad de la Iglesia, pese a que por su visibilidad pareciera perderse en la multiplicidad, de ninguna manera es así, porque de suyo, el orden es la reducción de lo múltiple a la unidad.

Como en todas las obras divinas queda manifiesto el admirable orden que Dios imprimió en ellas, en la Iglesia este orden hace referencia permanente a la vida dentro del seno Trinitario. De este modo las Tres Personas, sin dejar de serlo, no se confunden unas con otras, sino que el orden hace pensar siempre en la unidad de Esencia en Dios. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. No son tres divinidades, ni tres esencias, sino que siendo una sola Esencia son también Tres Personas distintas: ni el Padre es el Hijo o el Espíritu Santo, ni el Hijo es el Padre o el Espíritu Santo, ni el Espíritu Santo es el Padre ni el Hijo. El Padre engendra eternamente al Hijo y de los Dos procede el Espíritu Santo eternamente: en la Trinidad de Personas hay una sola Esencia, es decir, en la Unidad de Esencia hay pluralidad de Personas sin mezcla ni confusión.  Y así desde toda la eternidad, Tres Personas y una sola Esencia.

Lo mismo en la Iglesia – fundada por la Segunda Persona hecha Hombre: Jesucristo- este sello divino queda manifiesto, pues la multiplicidad visible de iglesias particulares regenteadas por cada Obispo, convergen en un punto, que es la unidad: de gobierno, de culto y de doctrina. El Episcopado es anterior a que un Obispo esté a la cabeza de una iglesia particular, así la Iglesia Católica –como Institución divina- es anterior a cualquier iglesia particular, ellas proceden de Ella y Ella no depende de aquellas y las precede. De este modo la Iglesia es una e indivisible, con una indivisibilidad inviolable y esencial: no puede no ser Una. Esta propagación de la Iglesia, en iglesias particulares, no se hace por división, sino por asunción de la unidad. Cualquier iglesia particular que separe alguna de las características de la unidad: gobierno, culto o doctrina, deja de pertenecer a Jesucristo porque Jesucristo es inseparable de la Iglesia, forma con Ella una sola unidad.

Ya podemos extraer la conclusión:

Al estar actualmente la Iglesia con Sede vacante y por ello verse eclipsada la visibilidad, los intentos de propagar las iglesias particulares a cargo de algún Obispo válido, o la fundación de innumerables capillas y congregaciones por sacerdotes (muchas veces sin comunión con un Obispo), sin referencia a la unidad, son meros intentos fallidos de apostolicidad porque opacan la unidad de gobierno, aunque mantengan la unidad de culto y tal vez la de doctrina, al dilatar cada vez más el procurar dar a la Iglesia la Fuente y Principio de la triple unidad, que es el Soberano Pontífice.

Porque en la Iglesia todo refleja la unidad en el seno Trinitario; y en la Iglesia es Jesucristo –Verbo Encarnado- el principio y el vínculo de unidad que se manifiesta: en la unidad de gobierno a través de la subordinación de los miembros -clérigos y fieles- al Papa, su Cabeza Visible; en la unidad de culto a través del único Sacrificio agradable a Dios; y en la unidad de doctrina: Credo, Mandamientos, Sacramentos y Oración. Este es el orden admirable de la Iglesia Católica, en quien tiene Jesucristo su plenitud (Ef. I.23): “que todos sean uno, Padre, como nosotros somos uno” reza.

A Jesucristo no se lo puede encontrar fuera de la Iglesia Católica, y tampoco a Ella sin Él, pues conforman una unidad. Pero esta unidad queda dispersa sin las prescripciones dada por el Fundador: siempre en la multiplicidad visible debe existir la Fuente y el Principio de donde fluye la triple unidad: la Cabeza Visible y Vicario de Jesucristo, el Papa, como sello característico que marca a la Iglesia Católica como Esposa, “sin mancha ni arruga”, del Cordero, de lo contrario la “apostolicidad” se diluye –digámoslo- en la propagación de falsos pastores, y el rebaño se dispersa y se pierde.  De aquí el gravísimo deber que la Iglesia tiene de elegir un Papa, luego de más de sesenta años de sede vacante.   

Por Simón del Temple