Partimos del principio que la autoridad pertenece al que da el ser.

Así pondremos un ejemplo: Cuando Dios crea, da todo el ser a la creatura, la esencia y la existencia, pero la operación divina no se limita al acto de crear, sino de seguir comunicando el ser continuamente en un solo acto de Voluntad Omnipotente, de modo que su dominio sobre lo creado es total, pues ningún ser puede substraerse a su acción creadora y conservadora. Por tanto, tiene pleno derecho de autoridad a tal punto que cualquier autoridad legítima proviene de Él como de fuente primaria y principal. Y así lo testifica todo el Antiguo Testamento.

Con la Encarnación del Verbo sabemos que “TODO poder le ha sido dado, en la tierra y en el Cielo”, por tanto, y aunque siempre la suprema autoridad es divina, ahora pasa a manos de Cristo: “¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!”, porque es Señor y Maestro.

En los designios divinos no hay lugar para el azar. Todo ha sido pensado y querido eternamente en el seno Trinitario. Es fundamental tener presente esta idea todo el tiempo porque, “de lo alto es todo bien que recibimos y todo don perfecto, descendiendo del Padre de las luces, en quien no hay mudanza ni sombra de variación.” (Sant. I,17).

Estando asociada –en el mismo decreto de predestinación- desde siempre en la mente divina la fundación y constitución de la Iglesia, Jesucristo -Verbo de Dios Encarnado- va eligiendo a sus discípulos y los va preparando para ser las columnas de Su Iglesia, que proceden de Él, y de esta manera el Episcopado está asociado a la autoridad de Cristo, porque le compete -junto con Él- hacer renacer a la vida sobrenatural a los hombres en la fecundidad de la operación vivificante por la que, da a Dios, hijos por adopción.

También aquí resplandece en la Iglesia otro Misterio divino: el Misterio Trinitario de la “circumincesión”, porque las Personas divinas operan en el modo en que son, y como su poder –que es la esencia misma- es indivisible, su operación lo es también, de manera que no se puede separar a las Personas ni invertir el orden que hay en Ellas, ni hacer que la acción se divida entre Ellas ni les pertenezca por partes distintas. La operación es una entre las Personas, como una es su Esencia. Siempre están presentes Una a Otra, de forma tal que la que procede no puede subsistir separada de su principio ni dejar de estar presente del que depende por su origen, así El Padre engendra, el Hijo es engendrado y de los dos por vía de espiración procede el Espíritu Santo. En la operación del Padre está encerrada la operación del Hijo y del Espíritu Santo, “porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace” (Sn. Jn. V. 20). Y aunque se muestren “solos”, nunca en las operaciones las Personas están solas: “Quien me ve a Mí, ve al Padre”.

La Iglesia, asociada por el Hijo al Misterio Trinitario, no puede obrar de manera distinta, porque “las obras que Yo hago, no las hago de mí mismo, sino que el Padre que mora en mí, realiza las obras” (Sn. Jn. XIV. 10-12), por tanto, el poder conferido a la Iglesia es espejo del poder que hay en Dios, y es el modo de obrar jerárquico de la Iglesia.

Este poder es el poder de Dios, y como tal es indivisible, pero la comunicación a la Iglesia es efecto de un don superior de la potencia divina, es un efecto sobreañadido y en el caso de recibir obstáculo en los hombres, queda interrumpido, y como el obrar sigue al ser, faltando este poder, se pierden los otros dos: el de magisterio y el de ministerio, que son los dos elementos de este poder conferido, que es la autoridad de gobierno. A través de ellos, Cristo llama a las creaturas, no del abismo de la nada, sino de “las tinieblas y sombras de la muerte” y de la infidelidad, y los “invita a la admirable luz” (I Sn.Pe. II.9) a través de la operación, que crea una nueva creatura, por los Sacramentos, y a partir de allí, aquel que era extraño, según el orden de esta nueva vida, pasa a pertenecerle con pleno derecho.

De este modo queda patente que cualquier clérigo con autoridad: Obispo, Sacerdote o Diácono, necesariamente tiene que formar parte de la cadena de poder conferido. No puede actuar solo o desgajado del tronco jerárquico.

En la actualidad y debido a la falta de Cabeza Visible, el poder conferido está a la espera de ser confirmado, cuando quede restablecido desde la Cabeza. Por eso que ya no es aceptable la ignorancia –en los clérigos- de este principio fundamental del modo de obrar de la autoridad jerárquica.

El poder es uno e indivisible, aunque sea compartido por muchos, pero este poder no existe completo, ni el de gobierno, ni menos el de magisterio y el de ministerio, hasta tanto y cuanto no quede restablecida la autoridad jerárquica de la Iglesia desde su Cabeza. Tan solo poseen estos clérigos la validez del Orden Sacerdotal- las que son válida- a la espera que un verdadero Sumo Pontífice les confirme la autoridad en la Iglesia. Si no quieren ni procuran cuanto antes acabar con la vacancia de la Sede, su magisterio y su ministerio es puro humo, que no da gloria a Dios, y Dios les pedirá cuenta de semejante negligencia; es un sarcasmo en ellos la aplicación de la virtud de la epiqueya; de ninguna manera se ajusta a las condiciones que señala Santo Tomás de Aquino para su legítimo uso. Es duro, pero debemos decirlo y recordarle a los Obispos acéfalos que sin el Papa que los confirme son “muchedumbre confusa y perturbada” y próximos a desviarse de la Fe.

Por Simón del Temple