LA HUMILDAD
Estudio Bíblico de Cornelio A Lapide. Es un profundo estudio sobre la virtud de la Humildad, virtud fundamental para cimentar el edificio espiritual. Como es extenso, puede se leído de a poco y a la vez ser reflexionado.
¿QUÉ ES HUMILDAD?
Humildad viene de las palabras latinas “humi alitus”, alimentado por tierra o echado por tierra. La verdadera humildad no es más que el exacto conocimiento de Dios y de uno mismo. Por esto San Agustín decía incesantemente a Dios: “Que os conozca, Señor, y me conozca” (Soliloq., c. 1.)
La verdadera humildad consiste en no enorgullecerse de nada, en no murmurar de nada, no ser ingrato, ni arrebatado, sino dar gracias a Dios en todos los actos de su providencia, y alabarle en su justicia como en su bondad.
“Conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos son dos cosas que constituyen la más alta sabiduría práctica”, dice San Agustín (Soliloq., c. 1.)
San Francisco de Asís decía: “Señor, ¿qué sois vos, y qué soy yo? Vos sois el abismo de la sabiduría, del ser y de todo bien; yo soy el abismo de la locura, el último de los pecadores, y todo mal”. (S. Bonav., in ejus vita.)
LA HUMILDAD ES NECESARIA
Oigamos a Jesucristo: “En verdad os lo digo; si no cambiáis y no os volvéis como pequeños niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 18, 3)
Los niños no son ambiciosos, sino sencillos, inocentes, cándidos; y así debemos ser. Es preciso ser humilde por la virtud, como el niño lo es por la edad. Es menester ser pequeño por humildad, como el niño lo es por su estatura. Jesucristo nos manda ser semejantes a los niños, no en ligereza y en imprudencia, sino en sencillez y en humildad.
Dice San Crisóstomo: “Aunque practiquéis ya la oración o el ayuno, ya la misericordia o la pureza, o cualquier otra virtud sin humildad, todo se perderá y será inútil” (Homil. XV. in Matth.).
San Agustín dice: “Si me preguntáis cuál es el camino que conduce al conocimiento de la verdad, qué cosa es la más esencial en la religión y disciplina de Jesucristo, os responderé: “Lo primero es la humildad, lo segundo es la humildad, y lo tercero es la humildad”. Y cada vez que me hagáis la misma pregunta, os daré la misma respuesta”. (Epist. LVI)
El Abate Isaías: “Así como la tierra no puede dar frutos sin simiente ni agua, nadie puede tampoco hallar en sí el arrepentimiento sin tener la humildad”. (In ejus vita.)
Y San Gregorio: “El que reune las virtudes sin humildad, obra como si arrojase polvo a los vientos” (Lib. 34. Moral.)
Añadiendo el gran Doctor: “La señal más cierta de una reprobación inevitable es el orgullo; pero la humildad es la señal más fija de predilección” (Idem., c. 18)
Dice San Pedro: “Revestíos de humildad, porque Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes” (I Ped. 5, 5)
Dice el Salmista: “Antes de ser humilde era pecador” (Salmo 18, 67). Y agrega: “Desde lo alto de su trono, el Señor mira a los humildes, y rechaza lejos de sí los votos de los soberbios” (Salmo 137, 6)
“Todo lo que hagamos se pierde si no lo conservamos cuidadosamente en la humildad”, dice San Gregorio (Lib. Moral.)
San Agustín comenta: “Jesucristo, que era la misma humildad, ha matado el orgullo; nos ha trazado el camino por la humildad; porque con el orgullo estábamos separados de Dios, y sólo con aquella virtud podíamos volver a su seno” (Serm. 49)
Dice Judith: “Humillemos nuestras almas, y sirvamos a Dios con espíritu de humildad” (Jud. 8, 16)
“Un pecador que se humilla, vale más que un justo orgulloso”, dice San Agustín (Serm. 49)
Y añade: “La serpiente sabe que, perdidos por el orgullo, sólo podemos volver a Dios por la humildad” (In Psal. 137)
San Bernardo: “Es preciso que nos juzguemos humildemente a nosotros mismos para ascender a virtud, a fin de que no suceda que creyéndonos más de lo que somos, caigamos más abajo todavía. Sin el mérito e la humildad, jamás se obtienen mayores méritos” (Serm. 34. in Cant.)
San Agustín: “Solamente con la humildad nos acercamos a la grandeza de Dios; el humilde se le acerca, y el soberbio se le aleja”. (Sentent. 88)
“Todo el que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado”, dice Jesucristo (Lc. 14, 11). Ninguna sentencia es más verdadera, y ninguna se observa menos en la práctica.
Por eso dice San Bernardo: “¡Qué grande error! ¡Qué grande ilusión la de los hijos de Adán! Cuanto más grandes sois, cuanto más elevados, más debéis humillaros en todo”. (Serm. 34 in Cant.)
Dice San Gregorio: “El vestido de las virtudes es la humildad; si se lo quitáis, desaparecerán todas” (Lib. Moral.)
Dice San León: “Es preciso que los que han de ser coherederos de la gloria de Jesucristo, sean partícipes de su humildad” (Serm. de Nativ.)
San Agustín: “Quisiéramos ser ensalzados antes de humillarnos. Empecemos por humillarnos, nosotros que queremos ser ensalzados” (Sentent. 88)
Escuchemos a San Bernardo: “La virginidad es laudable, pero la humildad es más necesaria. Aquella es aconsejada, y ésta es prescrita. Se os invita a que guardéis la primera; y se os obliga a la segunda. Podéis salvaros sin virginidad, pero no sin humildad. La humildad que deplora la virginidad perdida, es agradable a Dios; pero sin humildad, me atrevo a decir que la virginidad de María no habría sido del agrado del Hijo de Dios” (Homil. super Missus est.)
EJEMPLO DE JESUCRISTO
“Jesucristo estaba subordinado a María y a José” (Cf. Lc 2, 51). Sobre estas palabras exclama San Bernardo: “¿Quién es el que estaba subordinado?, ¿a quiénes se subordina? ¡Un Dios, que obedece no solamente a María, sino también a José! Que un Dios se subordine a una mujer, es una humildad sin ejemplo. Avergüénzate, orgullosa ceniza; un Dios se humilla, y tú te ensalzas!” (Homil. super Missus est.)
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”, dice Jesucristo (Mt. 11, 29)
Dice el gran apóstol a los filipenses: “Tened vosotros los sentimientos que tenía Jesucristo, quien, revestido con la Divinidad e igual a Dios, se anodadó a sí mismo, tomando la forma de esclavo; hecho a semejanza de los hombres, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y a la muerte de la cruz” (Fil. 2, 7-8)
Dice San León: “Toda la enseñanza de la sabiduría cristiana no consiste en la abundancia de las palabras, ni en el arte de raciocinar, ni en la alabanza y la gloria; sino en una humildad verdadera y voluntaria, en la humildad que Nuestro Señor eligió y enseñó con energía desde el seno de su madre hasta el suplicio de la cruz” (Ad Diascorum.)
Dice Jesucristo por medio del Salmista: “Yo soy un gusano de tierra, y no un hombre; soy el oprobio de los mortales y la hez de la plebe” (Salmo 21, 7)
Mirad al gran Dios: quiso nacer en un establo; llevó una vida humilde y oscura durante treinta años. Pasó su vida entera en la mayor pobreza. Él mismo dice: “Las raposas tienen sus madrigueras, y las aves del cielo sus nidos; mas el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza” (Mt. 8, 20). ¡Y muere como impostor, como un malvado entre dos ladrones! ¡Qué humildad tan profunda y sublime!
Dice San Agustín: “Para que el hombre no se desdeñase de humillarse, Dios se ha aniquilado, a fin de que el orgullo del género humano quedase abatido, y el hombre no mirase como indigno el seguir las huellas del mismo Dios” (In Psalm. 33)
San Basilio: “El alma no hace progresos en la virtud más que por la humildad. El conocimiento de la piedad es el conocimiento de la humildad. Cuando el hombre sabe humillarse, sabe imitar a Jesucristo” (Homil. in Psalm)
EJEMPLO DE LOS SANTOS
“No soy más que polvo y ceniza”, dice el gran patriarca Abrahan. (Gn. 18, 27)
Moisés, tan grande y constituido en tanta dignidad, fue profundamente humilde. Todos los profetas practicaron la humildad.
La bienaventurada Virgen, elegida por Dios desde la eternidad para ser madre de Dios, y saludada por el ángel con profundo respeto como llena de gracia, y debiendo dar a luz al prometido Mesías se declara, en su sublime humildad, siempre criada del Señor. “He aquí la esclava del Señor” (Lc. 1, 38)
Jesucristo dice de San Juan Bautista: “Nadie entre los hijos de las mujeres ha sido más grande que Juan Bautista” (Mt. 11, 11). Y le llama “lámpara clara y luciente” (Jn. 5, 35). Juan Bautista, a quien Jesucristo da el nombre de Elías y de profeta, haciéndole superior a los profetas (cf. Mt. 11, 9); Juan Bautista, elegido por Dios para ser precursor; Juan Bautista, santificado en el seno de su madre por la presencia del Verbo encarnado; Juan Bautista, tan grande y tan elevado, es el más humilde de los hombres; se llama simplemente “una voz que clama en el desierto” (Mt. 3, 3). Dice aquel gran santo: “No soy digno de desatar los cordones del calzado del Salvador” (Lc. 3, 16)
Ved la humildad del Publicano. En el templo se mantiene alejado del santuario, ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo, y se da golpes en el pecho diciendo: “Dios mío, tened lástima de mí, que soy un pecador”. (Lc. 18, 13)
Ved la humildad del Centurión. Jesús quiere ir a su casa para sanar a su sirviente; y el Centurión le contesta: “No soy digno, Señor, de que entréis en mi casa; pero decid tan sólo una palabra, y mi sirviente quedará bueno” (Mt 8, 8)
Ved la humildad de Pedro: “Apartaos de mí, Señor, pues soy un hombre pecador” (Lc. 5, 8)
Ved a Magdalena a los pies de Jesucristo.
Y ¿qué diremos de la humildad del gran Apóstol, de aquel a quien Jesucristo había elegido como un vaso de honor para ser doctor de las gentes y llevar el nombre y la fe del verdadero Dios al universo entero? “Nada soy”, dice (2 Cor. 12, 11). Dice: “Soy el más pequeño de los Apóstoles, e indigno de ser llamado Apóstol” (1 Cor. 15, 9). “No soy más que un aborto” (1 Cor. 15, 8)
Todos los Santos han sido modelos de humildad.
Así como las capas terrestres ocultan los veneros de oro, el mar las perlas, y la tierra las raíces y la savia de los árboles, la virtud de los humildes y de los Santos está escondida en el mundo ora por la Providencia, ora por ellos mismos.
Cuanto más iluminados por Dios y elevados en perfección son los hombres prudentes y los Santos, tanto más reconocen que Dios es todo, ellos no son nada; y por esto se humillan y se aniquilan.
CUANTO MÁS ELEVADOS SEAMOS, MÁS DEBEMOS HUMILLARNOS
“Cuanto más grande seas, más debes humillarte en todo”, dice el Eclesiástico (3, 20) Las razones que legitiman este precepto son muchas:
1.º La grandeza enorgullece ordinariamente a los hombres.
2.º La verdadera grandeza es la humildad; sólo la humildad eleva, y solamente la magnanimidad está en la humildad. Sólo la humildad desprecia en un gran corazón el incienso y las pequeñas y vanas sombras de los honores del mundo, porque ve que no hay verdadero honor más que en la virtud, y que no hay honor sólido y digno de desearse más que en la gloria eterna.
3.º La escuela de Jesucristo es la escuela de la humildad; en esta escuela se aprende la humildad y la caridad.
San Gregorio da también otra razón: “Cuando aumentan los dones aumenta también la cuenta que hemos de dar; y así cada uno según su empleo y su posición, debe procurar humillarse y servir a Dios con tanto más celo, cuanto más terrible y estrecha cuenta ha de dar de Dios” (Hom. 7 in Evang.)
El Eclesiástico da la quinta razón. Después de haber dicho: “Cuanto más grande seas, más debes humillarte en todo”, añade: “Y hallarás gracia ante Dios” (Eclesiástico 3, 20). Así, para ser más grande ante Dios, que es el único que sabe estimar y pesar la grandeza, y para ser más grandes en su gracia, hemos de serlo más en la humildad.
Dice San Isidoro: “Acordaos que sois polvo y ceniza, podredumbre y gusanos; y aunque seais en alguna posición elevada, si vuestra humildad no está al nivel de vuestra altura, perdéis enteramente cuanto sois. ¿Estáis acaso a mayor elevación que el primer ángel? ¿Sois más ilustre en la tierra que Lúcifer en el cielo, quien por su orgullo cayó de su sublime grandeza a la más profunda miseria? (De conflictu vitiorum et virtutum.)
Dice San Efrén: “Cuando os veis en la cima de las virtudes, tenéis entonces necesidad de una humildad suma, a fin de que, siendo sólidos y perfectos los cimientos, que son la humildad, sea fuerte el edificio construido encima; entonces vuestras virtudes y méritos tendrán una gran firmeza” (De Vita spirit. núm. 86)
La sexta razón que nos obliga a humillarnos a medida que nos elevamos, es que tan sólo allí reside la perfección así de la humildad como de las demás virtudes.
El Eclesiástico nos da la séptima de las razones. Vedla: “Sólo el poder de Dios es grande y honrado por los humildes” (3, 21). Humillaos pues profundamente, y recibiréis de Dios mucha abundancia de gracias; porque Dios es muy honrado por la humildad, le place esta virtud, y le alegra infinitamente; y Dios honra a los que le honran y les colma de gracias. Es evidente la razón: Siendo Dios la suprema grandeza, la criatura le debe tributar la suprema humildad. Dios ama la humildad porque ama la verdad, y la humildad no es más que la verdad, puesto que no es más que el conocimiento de Dios y de nosotros mismos, en tanto que el orgullo es la ignorancia completa de estas dos grandes verdades, compendio de todas las verdades posibles.
MOTIVOS QUE OBLIGAN A HUMILLARNOS
1.º ¿Qué somos por la sustancia?
2.º ¿Qué por la extensión y medida de nuestro ser?
3.º ¿Qué por la calidad?
4.º ¿Qué somos por nuestro origen? Hijos del pecador Adán, y nosotros también pecadores
5.º ¿Qué somos por la acción?
6.º ¿Qué por la debilidad?
7.º ¿Donde estamos? En la tierra, entre el cielo y el infierno.
8.º ¿Desde cuándo existimos? ¿Cuánto hemos vivido? ¿Cuándo moriremos?
9.º ¿Cuál es nuestra posición? De pie ahora, inclinados o caídos mañana, y tal vez dentro de un instante.
10.º ¿Cuáles son nuestras costumbres? ¿cómo vivimos?
Dice San Bernardo: “¿Qué hemos sido? ¿Qué somos? ¿Qué seremos? ¿Qué hemos sido? La vil nada. ¿Qué somos? Un vaso de ignominia. ¿Qué seremos? Pasto de los gusanos” (Lib. Consid.)
Escuchemos a Job: “He dicho a la corrupción: “Eres mi padre”; y a los gusanos: “Sois mi madre y mis hermanos”” (Job 17, 14)
San Agustín: “Oh hombre, si considerases toda la asquerosidad que tu cuerpo contiene y arroja, comprenderías que es la cloaca más vil” (In Psalm.)
“Tu humillación está en ti”, dice el profeta Miqueas (4, 14)
Dice el Salmista: “Mi ser, Señor, está delante de vos como la nada; sí, todo hombre vivo en la tierra no es más que vanidad” (Salmo 38, 6). “Mi ignominia está todo el día en mi presencia, y la confusión cubre mi rostro” (Salmo 43, 16)
Dice Isaías: “Baja, siéntate en el polvo, siéntate en la tierra” (Isaías 42, 1)
¡Qué mayor motivo para humillarnos que el no poder hacer nada bueno por nosotros mismos! Y Jesucristo nos lo afirma: “Sin Mí, nada podéis hacer”, dice (Jn. 15, 5)
Dice San Pablo a los Gálatas: “Si alguien cree ser algo, sin ser nada, se engaña a sí mismo” (Gál. 6, 3)
San Jerónimo: “El que sepa que es ceniza, y que pronto quedará reducido a polvo, no puede nunca ser orgulloso; y el que considere la brevedad del tiempo y la longitud de la eternidad, y se ocupe siempre con el pensamiento de la muerte y de la nada de su ser, será necesariamente humilde”. (Lib. super Matth.)
Dice San Agustín: “No hay pecado cometido por hombre, que no pueda cometer cualquier hombre, si su Criador le abandona” (De Caritate.)
¡Qué motivo de humillación!
“¿Quién es el hombre que puede decir: Mi corazón está puro, inocente y estoy exento de pecado?”, dicen los Proverbios (20, 9)
Aunque haya justos y corazones puros, no deben sin embargo gloriarse de ello ni hacerlo motivo de vanidad, ya porque esta pereza no es obra suya, sino de Dios, ya porque el que es perfecto hoy, puede mañana ser un gran pecador y un réprobo; puede caer por su fragilidad natural, como lo han hecho y lo hacen tantos otros. Podemos decir otro tanto de la incertidumbre del estado de gracia, según aquellas palabras de la Escritura: “El hombre ignora si es digno de amor y de odio” (Eclasiástico 9, 1). Nadie, en efecto, por más santo que sea, sabe de un modo cierto que es justo, a no mediar una revelación especial, es decir, que no puede saber si está en el feliz estado de la gracia santificante y en la amistad de Dios. ¡Qué motivo para temblar y humillarnos!
Dice San Crisóstomo: “Aunque cierto hombre sea justo, y sea mil veces justo, y hasta llegado a la cumbre de la justicia, de modo que pueda hallarse exento de pecado, no puede estar exento de alguna mancha; porque, por más santo que sea, es hombre. ¿Quién puede creerse sin mancha? ¿Quién puede asegurar que se halla sin pecado? Por esto se nos manda a decir en la oración: Perdonadnos nuestras culpas; a fin de que por el hábito de la oración estemos advertidos de que nos hallamos expuestos al mal por el foco del pecado y por los resultados de la concupiscencia”. (In Orat. Dom.)
“No hay hombre justo en la tierra que obre bien y no peque”, dice el Eclesiastés (7, 21)
Humillaos ante Dios, haceos inferiores a los ángeles, a los hombres y a todas las criaturas hasta del infierno”. San Francisco de Borja se hace inferior a Judas, y aún a los demonios, y hasta a Lucifer. (In ejus vita.) Haced lo propio. Y ¿por qué? Porque habéis pecado más veces y más tiempo que ellos. San Vicente Ferrer dice con mucha energía que “el que quiere huir de las redes y de las tentaciones del demonio, debe juzgarse a sí mismo como un cuerpo muerto lleno de gusanos, que despide mal olor; como un cadáver cuya vista horroriza, y a cuyo lado contenemos el olfato, porque su olor infecta, y volvemos el rostro con disgusto”.
Es preciso que me mire y me trate siempre de igual manera a mí mismo; porque toda mi vida está manchada, todo soy corrupción, y mi cuerpo, y mi alma, y mi corazón, y todo lo mío está lleno de podredumbre, de ignominia repugnante, y es una vergonzosa sentina de pecados y de iniquidades; y lo que es más abyecto y horrible, es que siento volver en mí con más fuerza esta corrupción vil y peligrosa. (Tract. de vita spirit.)
Dionisio el Chartreux dice que “tenemos mil motivos de humillarnos, considerando principalmente:
1.º, nuestros pecados cometidos;
2.º nuestra propia fragilidad;
3.º la imperfección de nuestra naturaleza;
4.º nuestras manchas y miserias corporales;
5.º comparándonos con los Santos y elegidos;
6.º viendo que nada tenemos por nosotros mismos y nada nos pertenece;
7.º considerando los juicios de Dios;
8.º considerando su divina majestad;
9.º pesando el castigo del orgullo
San Bernardo pone en los labios de Dios estas palabras: “¡Oh hombre! si te vieses, te disgustaría tu aspecto, y me gustarías; pero, porque no lo ves, estás prendado de ti, y me desagradas. Tiempo vendrá en que no podrá gustarme a mí, ni te satisfarás a ti mismo; a mí no me gustarás, porque has pecado, y te disgustarás de ti mismo, porque arderás eternamente” (Serm. in Psal.)
Dice San Gregorio: “El que se conoce perfectamente, se desprecia; porque el orgullo nace de la ceguedad y de la ignorancia de uno mismo” (Lib. moral.)
DIVERSOS GRADOS DE HUMILDAD
El primer grado de la humildad es conocernos, y conocer nuestra nada; el segundo es sufrir con valor el desprecio que recibimos, de cualquier persona que venga; el tercero es que nos alegremos de ello.
San Anselmo hace consistir la humildad en el desprecio propio. Indica siete grados de humildad:
1.º Reconocer que somos despreciables.
2.º Lamentar esta degradación.
3.º Confesar que somos despreciables.
4.º Persuadir de ello a los demás.
5.º Sufrir con paciencia que nos lo digan.
6.º Sufrir con espíritu tranquilo que así nos traten.
7.º Tenerlo por agradable, desearlo y quererlo. (Lib. de simil, c. C.)
He aquí otros grados señalados a la humildad:
1.º Humillarnos ante nuestros superiores.
2.º Humillarnos delante de nuestros semejantes.
3.º Humillarnos con nuestros inferiores.
Los doce grados que San Benito señala a la humildad en la regla que ha trazado, son los siguientes:
1.º El temor del Señor.
2.º La resignación.
3.º La obediencia.
4.º La práctica de esta obediencia hasta en lo más penoso.
5.º Descubrir nuestros defectos, y darnos directamente a conocer a nuestros superiores.
6.º Creernos indignos de toda consideración y de todo bien.
7.º Persuadirnos sinceramente de que somos inferiores a los demás.
8.º (Para religiosos) Seguir el ejemplo de la comunidad, y no singularizarse nunca.
9.º Guardar silencio hasta que se nos pregunte.
10.º No dejarse arrastrar a la risa y a la disipación.
11.º Hablar con modestia, hablar poco, y no decir más que cosas razonable.
12.º Practicar la humildad exterior e interiormente.
SEÑALES DE LA HUMILDAD
Casiano indica como señales de la humildad:
1.º La mortificación.
2.º El conocimiento que damos de nosotros a nuestros superiores.
3.º Todo lo hacemos según la decisión del superior.
4.º La obediencia y la mansedumbre en todo.
5.º No hacer daño a los demás, y sufrir el que recibamos.
6.º No hacer nada fuera del ejemplo y de la regla.
7.º Estar contentos con los oficios viles, y creernos sirvientes inútiles.
8.º Creernos inferiores a todos.
9.º Reprimir nuestra lengua y hablar con modestia.
10.º Huir de las alegrías ruidosas (Lib. IV. institut. renunt., c. XXXIX)
El mismo autor da también las siguientes señales:
1.º No querer alabanzas
2.º Ser sencillos en las costumbres.
3.º Ignorar de buena gana el bien que los demás digan de nosotros, temiendo que al conocerlo lo perdamos.
4.º Abrigar humildes sentimientos sobre nuestra pobre persona, aún cuando los demás digan otra cosa.
5.º Reconocer siempre que los demás tienen más ventaja que nosotros.
6.º Acusarnos a nosotros mismos.
7.º No excusarnos, y recibir de buen grado la corrección.
8.º Ignorar nuestras virtudes.
9.º Despreciar lo que es humano y de la tierra.
10.º Orar por nuestros perseguidores y hacerles favor.
EXCELENCIAS, RIQUEZAS Y VENTAJAS DE LA HUMILDAD
1.º La humildad sale victoriosa del infierno y de las tentaciones.
San Macario oyó un día que el demonio le decía: “Macario, mucho me violentas; deseo dañarte, y no puedo. Ayunas y velas sin cesar; yo hago siempre lo propio; pero tú me aventajas en una cosa. Y preguntándole Macario en qué, respondió: “Tu humildad es la que tan sólo triunfa de mí” (In Vit. Patr. Lib. VII. c. XIII)
“Toda la victoria del Salvador, que venció al demonio y el mundo, fue concebida en la humildad y terminada por la humildad”, dice San León (Lib. II. de Consid.)
La humildad abate toda la fuerza del enemigo. “El humilde es el primero en acusarse y condenarse”, dicen los Proverbios (18, 17) Así es que quita al demonio todo medio de atacar, de acusar y de vencer.
2.º La humildad eleva.
“El que se humilla será ensalzado”, dice Jesucristo (Lc. 14, 11)
Dice San Pablo: “Jesucristo se ha aniquilado, por cuya razón Dios le ha ensalzado, dándole un nombre superior a todos los nombres; a fin de que al pronunciarse la palabra Jesús, se doblen todas las rodillas en el cielo, en la tierra y en los infiernos” (Filip. 2, 9-10)
San Bernardo: “La humildad en los honores es el honor del mismo honor, y la dignidad de la dignidad. Toda indignidad es digna de este nombre si tiene orgullo. Si nos hallamos constituidos sobre los demás, seamos sus iguales por medio de la humildad. Si mandamos, sepamos someternos. ¿Por qué hemos de enorgullecernos sin causa? El Señor es infinitamente grande; pero no debemos tratar de imitarle en esto. Su grandeza es laudable, pero no imitable. Humillaos, y seréis grandes, seréis dueños de Dios. Solamente la humildad eleva, ella solamente da la vida. Es el verdadero camino, no hay otro fuera de ella. El que ande de otra suerte, ha de caer, pero no subir” (Serm. 36. In Cant.)
María se humilla, y en el momento en que se dice humilde sierva del Señor, se encarna el Verbo Eterno en sus castas entrañas. La humildad la eleva al único y sublime puesto de Madre de Dios.
Dice San Bernardo: “María ha llegado a ser justamente señora del universo por haberse presentado como sierva de todos” (Serm. in Apoc.)
El humilde se considera como el más indigno de todos, aunque viva más dignamente que los otros, y creyéndose el último de todos, es indudablemente el primero. La verdadera grandeza del alma es la humildad, con la que el hombre se cubre, a ejemplo del Verbo encarnado, que ocultó su divina grandeza bajo el velo de la sagrada humildad. el hombre verdaderamente humilde ignora su grandeza.
La humildad es el árbol de la vida, que crece siempre y llega a grandísima altura. Cuanto más se rebaja el hombre, tanto más sube; así como el árbol crece a medida que bajan sus raíces y se ocultan más en la tierra. El orgullo que sube hasta el cielo, baja hasta el infierno, y la humildad que baja hasta el infierno, se eleva hasta los cielos. Esto enseñan los Santos Padres.
Dice San Bernardo: “Cuanto más humildes seais, más os seguirá el acrecentamiento de la gloria. Bajad para subir; humillaos para ser ensalzados, a fin de que, ensalzados, no os veais humillados. La humildad ignora lo que es caer, pero sabe lo que es subir” (De modo bene vivendi. c. 39)
“Dios sigue de cerca a los orgullosos para vengarse”, dice Séneca (In Hercule) Y Dios, remunerador de los humildes, está ante estos para guiarlos, elevarlos y coronarlos.
“La humildad eleva al más alto grado”, dice San Cipriano (Serm. ad Martyr.)
“Sed pequeños a vuestros propios ojos, para que seáis grandes a los ojos de Dios”, dice San Agustín (Serm. 213. de Temp.)
Dice el Real Profeta: “Dios levanta al pobre, al humilde del polvo, y al indigente de su muladar, para hacer que se sienten entre los príncipes del pueblo en medio de sus elegidos” (Salmo 112, 7-8)
Ved a José: sus hermanos le hicieron padecer toda clase de persecuciones y ultrajes, y le rebajaron hasta venderle como esclavo (Gn. 37, 28); pero Dios le elevó, haciéndolo como dios de Faraón y de todo el Egipto; y sus orgullosos hermanos se vieron obligados, para no morir de hambre y obtener su gracia, a postrarse a sus pies. Al respecto, dice San Gregorio: “Sus hermanos le vendieron para no honrarle; y él fue honrado y enaltecido porque le vendieron” (In Gen.) José vendido así, y así tratado, parecía miserable y digno de compasión, según el juicio de sus hermanos y del mundo; pero no lo era, pues por aquel hecho Dios empezó a glorificarle y a deprimir a sus hermanos. Porque Dios empieza, en efecto, a elevar cuando humilla, y cuando más quiera ensalzar, más deprime. Así hizo con José, y principalmente con Jesucristo.
El orgulloso Amán, tan elevado, quiso perder al humilde Mardoqueo; pero aquel Mardoqueo fue más elevado que Amán, y Amán fue atado al patíbulo levantado para Mardoqueo. ¡Cuántos ejemplos parecidos podríamos citar!
El carro triunfal de la virtud y de la gloria es la adversidad y el desprecio.
Dice Samuel a Saul: “Cuando eras pequeño a tus ojos, ¿no fuiste erigido en jefe de las tribus de Israel, y no te consagró el Señor como rey?” (I Rey 6, 17). Ved el fruto de la humildad.
Dice el rey David: “Ante el Señor que me ha elegido, mandándome ser rey de su pueblo en Israel, apareceré más pequeño de lo que he sido, y seré humilde a mis ojos, apareciendo así más glorioso” (2 Samuel 6, 22)
Dice San Crisóstomo: “David confiesa que ha sido pastor y hombre de labranza, y después de haber llegado a ser noble y grande, siente y confiesa que ha salido del polvo, y por no haber olvidado lo que ha sido, es mantenido en la grandeza de la dignidad real” (In lib. II Reg.)
Dice San Agustín: “¿Queréis ser grandes? Comenzad por ser humildes. ¿Pensáis en levantar un gran edificio? Debéis principiar por la humildad, que es su cimiento” (In Evang. Matth., Serm. X)
Por causa del orgullo cayó del Cielo la admirable naturaleza de los Ángeles; y por la humildad del hijo de Dios sube al Cielo la fragilidad de la naturaleza humana. Cuanto más desciende y se rebaja el corazón con profunda humildad, más se eleva. La humildad es pues el principio de la exaltación, de la grandeza y de la gloria.
“La gloria va precedida de la humildad”, dicen los Proverbios (15, 33)
Dice San Gregorio Nacianceno: “El esplendor y la gloria acompañan a la humildad” (Orat. III)
San Agustín: “Cuanto más nos humillemos, es decir, cuantas más bajas ideas tengamos de nosotros mismos, más grandes seremos en presencia de Dios. Por el contrario, cuanto más elevado aparecerá el orgullo entre los hombres, más pequeño y abyecto le juzgará Dios. Humillaos pues para ser ensalzados, no sea que, elevados por el orgullo, seais humillados. Porque el que es pobre a sus ojos, es del agrado de Dios; el que se desprecia, es estimado de Dios. Tened una profunda humildad en vuestra elevación; esta elevación no será honrosa para vosotros sino en tanto que seáis humildes”. (Serm. 213)
San Cirilo: “Creedme el que se cree grande, se hace abyecto, como el que se cree sabio, se vuelve loco. Allí donde se halla una profunda humildad, está la dignidad suprema; y cuando os despreciáis soberanamente, vuestra dignidad llega a ser casi infinita. Juzgándonos indignos de las grandezas, la humildad nos hace repentinamente dignos de la mansión celestial y eterna” (Catech. III)
San Ambrosio: “El que desee seguir las huellas de la Divinidad, siga el camino de la humildad, y el que quiera ser más ensalzado que su hermano en el cielo, debe precederle en humildad en la tierra, aventajándole por el respeto hacia sus deberes, a fin de vencerle en santidad” (Offic.)
El camino el cielo es la humildad y las humillaciones, así como el camino de la ruina y de la condenación es el orgullo.
“La gloria recibirá al humilde de espíritu”, dicen los Proverbios (29, 23). Así como el águila alimenta a sus pequeñuelos, los recibe, los levanta en el aire, y allí los mantiene y sostiene para que no caigan, la gracia celestial recibe a los humildes, los levanta, los sostiene en su elevación, los fortifica y les impide caer.
Cuanto más grande y elevado es el hombre humilde, más trata de empequeñecerse. la humildad es madre del verdadero honor, y el humilde es, en efecto, honrado de Dios, de los ángeles y de los hombres; y no recibe un sólo honor, sino todos los honores, ya temporales, ya espirituales, ya eternos.
A medida que el humilde multiplica sus actos de humildad, aumenta y multiplica su gloria; porque nada es tan glorioso y admirable como considerarse pequeño, haciendo las cosas más grandes. en esto estriba la verdadera gloria; y así cumplimos aquellas palabras de Jesucristo: “Cuando hayais hecho lo que se os mande, decid: “Somos servidores inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc. 17, 10)
Dice San Efren: “¿Deseáis ser grandes? Sed los últimos de todos. ¿Deseáis una buena reputación? Haced vuestras obras en la humildad y mansedumbre” (Tract. de Timore Dei)
Y Séneca: “¿Queréis tener muchos honores? Os entregaré un grande imperio: Regíos a vosotros mismos, y aprended a gobernaros” (In Prov.)
Dice San Agustín: “Dios habita los lugares más altos, y hace, de los que levanta, un cielo para sí. ¿Quién es santo sino el humilde? Dios da la vida a los humildes: los humildes son el cielo” (Serm. XXII)
San Gregorio: “San Juan Bautista no quiere tomar el nombre de Jesucristo, y llega a ser miembro suyo, y dedicándose a reconocer humildemente su debilidad, merece el mayor de lso encumbramientos” (Lib, Moral.)
3.º Sólo el humilde es capaz de cosas grandes.
“Nada es imposible, ni siquiera difícil a los humildes”, dice San León (Serm. de Quadrag.) El humilde, desconfiando de sí mismo, todo lo hace en Dios, y Dios le ayuda. Siempre consulta a Dios, y Dios le guía. Atribuyéndolo todo a Dios, Dios le bendice en todo; y entonces todo lo puede. Dice como Pedro: “Echaré, Señor, la red sobre vuestra palabra” (Lc. 5, 5)
El orgulloso descansa sobre un brazo de carne; quedan fallidas sus esperanzas, no puede sostenerse, y cae: el humilde no se apoya más que en el poderoso brazo de Dios, está firme, resiste, emprende y concluye.
El gusano de seda hace un trabajo precioso; pero se oculta, y no puede verse más que su hermosa casita. Consideraos como gusanos; ocultaos, y haced que no se vean vuestras obras. Es lo que aconsejaba y hacía el Real Profeta: “No soy un hombre, sino un gusano” (Salmo 21, 7)
¿Quién ha hecho cosas más grandes que Moisés, Judas Macabeo, los Apóstoles y Santos de todos los tiempos? Pues no hacían nada por sí mismos; obraban siempre por Dios y en Dios. Los orgullosos no producen más que ruinas; los humildes son los que hacen obras duraderas y heroicas.
4.º La humildad de María todo lo repara.
“Dios mira la humildad de su sierva” (Lc. 1, 48)
San Agustín: “El favor divino que la naturaleza humana había perdido por el orgullo de nuestros primeros padres, volvió a recobrarlo María por la humildad” (Serm. 12)
San Bernardo: “Dios mira a María, y da su gracia” (Serm. super “Missus est”)
San Agustín exclama: “¡Oh verdadera humildad, humildad que engendra un Dios a los hombres, da vida a los mortales, renueva los cielos, purifica el mundo, abre el cielo, y libra las almas de los hombres” (Serm. 12)
“¿A quién miraré yo, dice el Señor, sino al pobre y al corazón contrito?” (Isaías 66, 2)
San Bernardo comenta: “Así pues, si María no hubiese sido humilde, el Espíritu Santo no habría bajado a ella, ni la habría fecundizado. Dios miró más la humildad de su sierva, que su virginidad; y aunque agradó por su virginidad, concibió sin embargo por su humildad; y aquella misma humildad hizo que su virginidad fuese del agrado de Dios” (Homil. 1 super Missus est)
5.º La humildad es el fundamento, el sostén y el acrecentamiento de las virtudes.
Dice San Basilio: ” La humildad es el tesoro más seguro de todas las virtudes, su raíz y su fundamento” (In Constit. monasterii, c. XVII.)
Y San Crisóstomo: “Así como el orgullo es el manantial de todos los males, la humildad es el origen de todas las virtudes” (Homil. XV in Matth.)
Casiano dice: “La humildad es señora de todas las virtudes, y es el más sólido cimiento del edificio celestial” (Collat. XV, c. VII.)
“La humildad es el arsenal que encierra todas las virtudes”, dice San Basilio (Ad monit. ad filium spirit.)
Dice Santa Paulina: “Nada sea para vosotros más precioso que la humildad; nada debe pareceros más amable; esta virtud es la principal conservadora, y como la custodiadora de todas las virtudes” (Epist. 14. ad Celant.)
San Bernardo: “La humildad es la que guarda el pudor, y es también madre de la paciencia” (Epist.); y San León: “Ella sola es la escuela de la sabiduría cristiana” (Epist. ad Diascorum.)
“Todos los dones de Dios y todas las virtudes mueren sin la humildad”, dice San Gregorio (Moral.)
6.º La humildad es la virtud que al momento encuentra a Dios, y más se acerca a él.
“Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”, dice el apóstol Santiago (4, 8). ¿Preguntais cuál es el camino más corto para acercarnos a Dios? Humillaros.
Dice San Agustín: “Ved, hermanos míos, un gran milagro: Dios está muy alto, y si queréis subir hasta Él, huye de vosotros; pero si os humillaos, baja hasta vosotros” (Serm. II. de Ascens.) Lo mismo dice el Rey Profeta: “Desde lo alto de su trono mira el Señor a los humildes, y rechaza lejos de sí los votos de los soberbios” (Salmo 137, 6). Añade: “El hombre subirá sobre su corazón orgulloso, y Dios se elevará todavía más arriba” (Salmo 63, 7-8)
San Agustín: “En las cosas visibles hemos de subir mucho para ver mejor; pero para acercarnos a Dios y verle, no hemos de elevarnos, sino bajar” (Serm. 2. de Ascens.)
Un pecador humilde encuentra más pronto a Dios que un justo soberbio. Con los pasos de la humildad subimos hasta la cumbre del cielo. Aprendamos pues a ser; sólo así nos acercaremos a Dios.
Oigamos a Isaías: “He aquí lo que dice el Altísimo, el muy sublime, aquel cuyo palacio es la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: “Habito más allá de los cielos, y oigo los suspiros del corazón humilde; vivifico a los espíritus humildes” (Isaías 57, 15) Notad aquí la admirable grandeza de Dios, y su magnificencia en la maravillosa combinación con que une los dos extremos; pues une la suprema elevación con el supremo abatimiento, el cielo y el humilde; Él, que está elevado hasta el infinito, se une a la suprema nada que se humilla. Habita en el corazón humilde como habita en el cielo, porque se hace un cielo del corazón humilde. Así eleva Dios a los humildes hasta el cielo, hasta la eternidad. Elevados así, ¿cómo no han de hallar a Dios, puesto que está en ellos, y ellos en Él?
7.º La humildad es la destrucción del pecado.
San Egidio, discípulo de San Francisco, dice admirablemente: “La humildad es como el rayo, que a la verdad hiere, pero desaparece; así la humildad hiere y destruye todo pecado, y hace que el hombre se considere como la nada a sus propios ojos” (In ejus vita.)
El humilde es casi impecable, porque desconfía constantemente de sí mismo, y sólo confía en Dios. Vela, teme, huye y ruega.
Todos los pecados del corazón humilde quedan perdonados y borrados, según aquellas palabras del Salmista: “Señor, no os acordéis de nuestras iniquidades pasadas, y apresúrense a prevenirnos vuestras misericordias, porque hemos sido muy humillados” (Salmo 78, 8). “No despreciaréis, Dios mío, un corazón contrito y humillado” (Salmo 50, 19)
Dice San Agustín: “Dios olvida nuestros pecados cuando los reconocemos y humildemente los confesamos” (Lib. Confess.) El hombre cae en el pecado por orgullo, y se levanta por humildad. Jamás un corazón humilde ha quedado en el pecado; jamás rehusa Dios el perdón al humilde.
8.º La humildad hace ángeles de los demonios.
San Anselmo dice: El orgullo de los ángeles hizo demonios; y la humildad, por el contrario, convierte en ángeles a los mismos demonios” (Lib. de Similit.)
San Gregorio: “Por medio de la humildad los hombres ocupan el lugar de los ángeles que se hicieron apóstatas por el orgullo” (Homil in Evang.)
El mayor de los pecadores se convierte en ángel humillándose. Véase a David, al Publicano, a Pablo, a Magdalena, a Agustín, etc. Todos estos grandes pecadores llegaron a ser grandes Santos por la humildad. Dios perdonaría hasta a los demonios que están en el infierno si pudiesen y quisiesen humillarse.
9.º La humildad es el sacrificio más agradable a Dios.
“La humildad es el mayor y más excelente de todos los sacrificios”, dice San Crisóstomo (Homil. II. in Psalm. 50). En efecto: la humildad es el sacrificio del corazón, del alma, del espíritu, de la voluntad, del cuerpo, del hombre todo.
10.º La humildad ilumina y hace conocer la verdad.
San Bernardo: “En la profunda humildad es donde radica el conocimiento de la verdad” (Epist.)
Dios no se revela más que a los humildes. Jesucristo, dirigiéndose a su Padre, dice: “Os doy gracias, oh Padre mío, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes (es decir, a los orgullosos), y haberla revelado a los pequeños (a los humildes)” (Mt. 11, 25)
Si los herejes están en el error y fuera de la verdad, es porque son orgullosos. La ausencia de la humildad del espíritu y del corazón es la mayor de las desgracias para el hombre, y el mayor castigo de Dios. Un espíritu humilde no necesita más que la fe para ver y conocer todas las verdades esenciales a la salvación; mientras que el orgulloso no quiere más que su razón. Y como Dios se ha retirado de su espíritu, la razón está oscurecida y alterada, ya que el hombre no es más que un insensato.
11.º La humildad da la verdadera libertad.
Dice el Rey Profeta: “Me he humillado y Dios me ha dado la libertad”. (Salmo 114, 6)
“El que se humilla, el que confiesa su dependencia, merece la libertad de la gracia” (Homil. II. in Psalm. 50)
La humildad queda victoriosa de los movimientos de la ira; es superior a las ofensas y a toda clase de dificultades; queda siempre victoriosa de los demonios, del mundo, de la carne, de todos los pecados, de todos los obstáculos, y abre el camino y la puerta del cielo. ¿Dónde una libertad más bella y preciosa que la que nos proporciona la humildad?
12.º La humildad da la verdadera sabiduría.
“En todas partes donde habita el orgullo está cerca la confusión; pero la sabiduría habita con los humildes”, dicen los Proverbios (11, 2)
“La humildad merece ser guiada por la luz de Dios, y la luz de Dios es la recompensa de la humildad”, dice San Agustín (CIV. in Joann.)
13.º La humildad da la paz.
“Aprended de Mí, pues que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso vuestras almas”, dice Jesucristo (Mt. 11, 29). La hija de la humildad es la paz del corazón. El humilde está en paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo.
14.º La humildad alcanza la gracia.
“Dios da su gracia a los humildes”, dice Santiago (4, 6). “La gracia del Espíritu Santo no puede habitar en el que no es humilde”, dice San Agustín (CIV. in Joann.) Así pues, la gracia del Espíritu Santo habita en un corazón humilde. Ninguna gracia niega Dios a la humildad.
15.º Siempre es oída la oración del humilde.
Dice David: “Dios oye la oración del humilde, y nunca la desatiende. Graben en su memoria las generaciones esta consoladora verdad” (Salmo 101, 18-19)
Y Judith: “Señor, siempre os ha sido agradable la oración de los humildes, y de los misericordiosos” (Jud. 9, 16)
“Oíd mi oración, Señor, porque estoy profundamente humillado” (Salmo 141, 7)
16.º La humildad asegura al hombre lo que es necesario a la vida, y hasta le asegura la abundancia.
“Los valles se cubren de mieses”, dice el Salmista (64, 14). Los valles representan a los humildes. Añade el Salmista: “Ya veis, Señor, fuentes en los valles; sus aguas corren al través de las montañas” (103, 10)
17.º La humillación es un bien precioso.
“¡Qué ventajoso es para mí, y qué bueno, Señor, el que me hayáis humillado!”, dice el Real Profeta (Salmo 118, 71) Las humillaciones nos hacen reconcentrar, hacen volver al hombre a sus extravíos, le abren los ojos, le desprenden de los bienes, de los honores y de los placeres del mundo, le hacen conocer la nada del cuerpo y de todas las criaturas, y le inclinan a no unirse más que a Dios, que es el único rico, grande, bueno, soberanamente amable y digno de admiración y de alabanza.
18.º La humildad satisface toda justicia.
Con la humildad pagamos cuanto debemos a Dios; porque el hombre humilde se somete a Dios por espíritu de religión, y hace cuanto Dios le exige. Satisface sus deudas con el prójimo con una atención y una caridad sinceras; pues el hombre humilde es siempre caritativo, dispuesto a prestar servicios, a socorrer, a ayudar y a consolar. Ved a las humildes hijas de la caridad en los hospicios. El hombre humilde satisface también las deudas que tiene consigo mismo, sujetando el cuerpo al alma con la continencia, y sometiendo el espíritu a Dios.
19.º La humildad place infinitamente a Dios.
Dice San Luis, obispo de Tolosa: “Nada es tan agradable a Dios como una vida llena de méritos y acompañada de una grande humildad; porque somos tanto ma´s agradables a Dios, cuanto más nos despreciamos a nosotros mismos por Él” (In ejus vita.)
Los humildes son los predilectos, los favoritos de Dios.
20.º La verdadera dicha está en la humildad.
“Bienaventurados los pobres de espíritu”, dice Jesucristo, es decir, los humildes (Mat. 5, 3) Dice San Agustín: “Con mucha razón entendemos por pobres de espíritu a los humildes, porque su espíritu no está hinchado de orgullo. (In haec verba.)
El principio de la gracia, de la gloria, del reino celestial, es la humildad; y es muy cierto que la verdadera dicha sólo se halla en la gracia y en la gloria celestial.
Dice San Nilo: “¡Bienaventurado aquel cuya vida es muy ensalzada, y cuyo espíritu es muy humilde!” (In vitis Patrum.)
Dice San Jerónimo al hablar de Santa Paula: “Huyendo de la gloria, merecía la gloria”. Y María dice: “Habiendo el Señor puesto su consideración en la humildad de su sierva, todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc. 1, 48)
“Señor, nos hemos alegrado en los días que escogisteis para humillarnos” (Salmo 89, 15)
“Llenos de humildad esperamos el consuelo del Señor”, dice Judith (8, 20)
Dice San Efrén: “La humildad es una gran felicidad y una gran gloria; no tiene caída ni ruina” (Serm.)
Y Séneca: “Si queréis ser felices, pensad primero en despreciaros a vosotros mismos, y desead ser despreciados por los demás” (Prov.)
Dios consuela, llena de alegría y vivifica a los humildes.
21.º La verdadera perfección está en la humildad.
La virtud de la humildad es el árbol de vida que crece y se eleva siempre.
Cuanto más llena está la espiga, más se inclina al suelo; cuanto más cargado de frutas está el árbol, más ceden sus ramas. Lo mismo sucede con el humilde.
22.º La humildad asegura la salvación.
Dice el Real Profeta: “Señor, salvaréis al pueblo humilde” (Salmo 17, 28) “Dios salvará a los espíritus humildes” (Psalm. 33, 19)
Y ¿cómo no ha de salvarse el humilde, siendo la humildad de Jesucristo y de María causa de nuestra salvación?
San Crisóstomo dice: “La humildad ha hecho entrar al buen ladrón al paraíso antes que a los Apóstoles” (In Luc., c. XIX.)
San Optato dice también: “Los pecados con humildad valen más que la inocencia con orgullo” (Lib. II contra Donat.)
La humildad ha venido del Cielo, y a él conduce.
¿QUÉ HEMOS DE HACER PARA SER HUMILDES?
“Hemos de ser aún más humildes de corazón y de espíritu que de palabra; es preciso que nuestra conciencia nos halle humildes, y que estemos convencidos de que nada somos, nada sabemos y nada comprendemos”, dice San Anselmo (Lib. de Similit.)
“Sed amantes de vivir ignorados y de ser tenidos por nada”, dice La Imitación de Cristo (Lib. I, c. II.)
Hemos de tener los humildes sentimientos de Salomón y decir con él: “Soy el más insensato de todos los hombres, y la sabiduría no está conmigo” (Prov. 30, 2). El Espíritu Santo quiere enseñarnos con estas palabras que la verdadera sabiduría consiste principalmente en el conocimiento de nosotros mismos, de nuestra miseria y locura, y en tenernos en poco.
Trabajar como San Agustín para conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos, es el verdadero medio de comprender la humildad y practicarla.
Aprendamos a hacer actos de humildad por el orden siguiente:
Acto 1.º Despreciarnos a nosotros mismos.
Acto 2.º No creernos buenos para nada.
Acto 3.º No querer ser estimados.
Acto 4.º Querer ser considerados como viles y despreciables.
Acto 5.º Sentir tener educación.
Acto 6.º Rebajarse siempre más que los otros.
Acto 7.º Estar resignados a todo.
Acto 8.º Someternos por Dios a todos los hombres.
Acto 9.º Abrazar lo más humillante.
Hay otro orden relativo a los actos de humildad:
1.º No decir nada para ser alabados.
2.º No alegrarnos de las alabanzas.
3.º No hacer nada por respetos humanos.
4.º No disculparnos a nosotros mismos.
5.º Ahuyentar los pensamientos vanos.
6.º Considerar a todo el mundo como superior a nosotros.
7.º Recibir bien todas las humillaciones.
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