LA POSICIÓN INSOSTENIBLE. (Y II)
LOS QUE DICEN QUE NO SE NECESITA UN PAPA, SON ENEMIGOS Y DEMOLEDORES DE LA IGLESIA.
Jaime Balmes, en la obra citada, T. 1, Pág. 927, escribe: «GUÁRDENSE LOS CATÓLICOS DE PRESTAR OÍDOS A LOS QUE INTENTAN PERSUADIRLES DE QUE LA SUPREMACÍA DEL PAPA, NO ES NECESARIA PARA NADA; entiendan que se trata nada menos que de un dogma de Fe reconocido como tal por toda la Iglesia…»
Por eso, es falaz el argumento de que si el Trono de San Pedro está vacante, de todas formas, Cristo gobierna a la Iglesia. La situación de sede vacante es anormal en la Iglesia. Para que Cristo gobierne invisiblemente a la Iglesia, es necesario que lo haga a través de Su Vicario en la tierra, que es el papa. El papa tiene por derecho divino sobre toda la Iglesia militante, Y SOLAMENTE DURANTE EL TIEMPO DE SU PONTIFICADO, no sólo el primado de honor, sino también la suprema y plena potestad de jurisdicción y de régimen, y los obispos gozan de potestad ordinaria, solamente si están subordinados al Sumo Pontífice, pero no a los que han muerto, sino al papa en funciones, que si no lo hay, están en la gravísima obligación de elegirlo, para no perder sus prerrogativas si acaso se oponen de cualquier manera. Porque esta es una herejía, y los que siguen esta NOVEDAD, son herejes. Esta era la doctrina del galicano Edmond Richer, Doctor de la Sorbona, a principios del siglo XVII, contra las palabras: sobre esta roca EDIFICARE, es decir, construiré, gobernaré, uniré.
Que lo apunten bien y lo recuerden, quienes siguiendo a Mons. Lefebvre en un principio, lo abandonaron cuando no supo romper completamente con la Roma apóstata, ni declarar la sede vacante, y quienes apoyaron al grupo del Padre Sáenz y Arriaga cuando organizaba el Concilio General Imperfecto, que si bien algunos dijeron, no daria los resultados deseados, manifestaban claramente el deseo de enfrentar al antipapa de Roma un papa verdadero que unificara a la Iglesia y hablara la verdad que estaba en peligro.
Todos ellos estaban perfectamente conscientes de la esencial necesidad que tiene la Iglesia de la dirección del Romano Pontífice, pues, ¿no es más necesario cuando la tormenta es más furiosa?, ¿no se necesita su palabra y dirección infalible cuando todo el edificio amenaza con desplomarse?.
Pero se ha perdido la fe en Dios. La Iglesia remanente en su casi totalidad, ha apostatado de Dios, y haciendo una labor conservatiba, ha querido confiar más en el hombre para salvar a la Iglesia. Se ha confiado en el poder de los hombres, en su dinero, en sus recursos, y esto para Dios es aberrante. Porque se ha negado la primordial obligación en sede vacante: elegir papa. Y no ha parecido al orgullo humano y a esa prudencia diabólica, hacer lo que Dios manda, solo porque les parece que en este momento no va a funcionar. Porque quieren que la Iglesia sujete sus doctrinas a las contingencias de cada momento y a la opinión y prudencia de los hombres.
Esta crisis no es querida por Dios. El nunca puede desear el mal para nadie, aunque a veces lo tolera, lo permite poniendo siempre a disposición de los hombres el remedio y el camino a la victoria que no se obtiene nunca fuera de Su voluntad soberana.
Dios no necesita de nadie para mantener Su Iglesia en el mundo contra la voluntad de todos Sus enemigos, pero ha querido tolerarles algunos triunfos para probar y enseñar a los fieles la eternidad e indestructibilidad de Sus obras. Se vale de los humildes, de los pequeños, de los pocos, para obrar portentosos resultados. Pero ahora, sin fe y sin la confianza a la que están obligados, la pequeña Iglesia remanente pide milagros. Sin tener fe, quiere milagros. Divididos, piden intervenciones sobrenaturales. Se olvidan del versículo 58 del capítulo 13 de San Mateo. Dios no obra si no hay fe, si no hay caridad. Jesucristo condenó duramente la prudencia humana y a los fariseos legistas (Mat. 11, 25; Luc. 10, 21; 11, 46 y 52).
QUIENES DICEN QUE NO SE NECESITA PAPA O QUE NO SE PUEDE ELEGIR ANTE CIERTAS CIRCUNSTANCIAS, SON HEREJES.
El Concilio de Constanza, (1414-1418), en la sesión XV del 6 de julio de 1415, condenó los errores de Juan Hus. Tres afirmaciones de este hereje, conviene ahora conocer que copiamos del Denz. 653, 654 y 655: «No tiene una chispa de evidencia, la necesidad de que haya una sola cabeza que rija a la Iglesia en lo espiritual, que haya de hallarse y conservarse siempre en la Iglesia militante». «Sin tales monstruosas cabezas, Cristo gobernaría mejor a Su Iglesia por medio de sus verdaderos discípulos esparcidos por toda la redondez de la tierra». «Los apóstoles y los fieles sacerdotes del Señor, gobernaron valerosamente a la Iglesia en las cosas necesarias para la salvación, antes de que fuera introducido el oficio de papa; y así lo harían si, por caso sumamente posible, faltara el papa, hasta el día del Juicio».
Estas son las doctrinas que han introducido los pastores de la Iglesia remanente entre sus filas y las predican con palabras o con los hechos, porque la caridad que no obra, es mero sentimentalismo y nunca caridad. Se han creído ortodoxos, porque conservan los Sacramentos y los ritos, pero han sido cegados por la vanidad colectiva, que logra imponerse al hombre religioso. «No busca la gloria personal, sino la de su cuerpo, de su grupo, de su institución, de su escuela. Procura la gloria de Dios, sí, pero a través del instrumento nuestro. Por donde queremos, a la par de la gloria de Dios, nuestra propia gloria. Surge así la vanagloria colectiva, la emulación colectiva, la envidia colectiva, la soberbia colectiva, con daño de la caridad, y escándalo de los buenos y sencillos, y regocijo del mundo y del infierno» (La Palabra de Cristo. T. I. Pág. 205. B.A.C.). Y así han venido a desechar la piedra fundamental, la piedra angular, imprescindible, sin la cual no pueden llamarse Iglesia Católica ni gozar de NINGUNA CLASE DE JURISDICCIÓN, que les viene de esa Piedra que han rechazado. Y habiendo sido escogidos por Dios, aún siendo pocos para ver el poder de Dios cuando obra contra Sus enemigos, confiando más en el poder de los hombres y en la propia prudencia, se han convertido en mayores culpables que los herejes del Vaticano, pues habiendo sido conservados en la ortodoxia, siendo el remanente de la Iglesia, estaban llamados al triunfo, no a la derrota, a la división y a la dispersión. A ellos se les confiaron los verdaderos Sacramentos y el tesoro de la Misa.
Pero al negarse a elegir al papa, han rechazado también a Cristo, porque «CRISTO Y SU VICARIO, CONSTITUYEN UNA SOLA CABEZA» (Mystici Corporis), a quien no quieren oír, porque sobre Pedro, el Señor»EDIFICA» Su Iglesia, y han dejado de ser cristianos, «PORQUE NO NOS DECIMOS CRISTIANOS SOLO POR CRISTO, SINO POR LA PIEDRA» (Sto. Tomás), y quieren hacer de la Iglesia un «MONSTRUO» con dos cabezas (Bonifacio VIII), y quieren inventar una NOVEDAD HERÉTICA, mediante la cual debemos de suponer que hay situaciones, a juicio de los hombres en que no es necesario el papa en la Iglesia. Y en esta forma, todo el edificio amenaza ruina.
Algunos tal vez no fueron conscientes de que eran engañados por el falso espejismo de frases brillantes, de prudencias falsas difundidas por los hijos de la Sinagoga que se infiltraron, por la falsedad de la ciencia mundana tratando las cosas del espíritu; ni preveían las amargas consecuencias, que hoy vemos, de tan lamentable actitud, que cambiaba la verdad de la doctrina de la Iglesia con la doctrina de algún particular, a veces investido de alguna autoridad; ni pensaban que renunciaban a la Doctrina, infinitamente sabia y paterna, para entregarse al arbitrio de una doctrina humana o mundanamente prudente, indudablemente pobre y mudable. Y hablaron de triunfo, cuando eran arrastrado a la derrota; de lucha cuando eran maniatados y vencidos, porque Dios no estaba con ellos; y hablaron de progreso cuando retrocedían; de elevación, cuando se degradaban; de guardar y conservar la ortodoxia, cuando la iban perdiendo o se las arrebataban; de madurez, cuando eran esclavizados por pastores soberbios o infiltrados en el rebaño; y no percibían la vanidad de todo ese esfuerzo humano que sustituía la Ley de Cristo por algo que pudiera igualarla, y así, como dice San Pablo, «se entontecieron en sus razonamientos»(Rom. 1, 21).
Después del terrible desgarramiento que separa a la Iglesia alejándose de la apostasía del Vaticano, la reciben para consolidarla nuevamente, para estructurarla, para unirla bajo las llaves de San Pedro, pero la han aniquilado y han destruido hasta su casi desaparición total; toda posibilidad, humanamente hablando, de recuperación. Y han venido a ser los cumplidores de la profecía de San Victorino mártir: «La Iglesia será quitada», porque no hay Iglesia, donde no está el papa.
LA VANA PRETENSIÓN DE CONSTRUIR SIN EL PAPA Y SIN CRISTO.
Cristo «EDIFICA» Su Iglesia, a partir de Pedro. Cualquier construcción que aparte al Sumo Pontífice, que es UNA SOLA PIEDRA CON CRISTO, es una construcción sobre arena, y prepara la ruina total. No hay ningún momento en la historia que esto no pueda darse. Decirlo es adherirse a la herejía y a la apostasía. Cualquier doctrina o cualquier acción que prescinda de la piedra fundamental, sigue un falso camino que lleva al abismo, porque aunque se construya con una mano, con la otra mano se prepara todo lo que es propicio para la ruina más completa. Toda lucha por sacrificada que sea que no sea dirigida por Pedro, no lleva a ningún lado aunque la soberbia humana quiera ver otra cosa. No se puede cambiar la voluntad de Jesucristo: «EN VANO CONSTRUYEN LOS EDIFICADORES…». Porque el apartamiento de la Doctrina y de la prudencia de la Iglesia, trae la indigencia moral y espiritual y se extiende la tiniebla por todas partes. Donde se rechaza la Doctrina y se pretende elevar a la colectividad de obispos a la suprema autoridad que solamente le corresponde al Sumo Pontífice, y ademas estando separados y hasta enemistados, se está rechazando no solamente la razón y conciencia cristianas, sino la misma autoridad invariable de Cristo, que hecho uno con Pedro, gobierna invisiblemente, por él y a través de él. Y bien sabemos que donde se rechaza la dependencia a la suprema autoridad y se le niega en la forma más estupida el derecho que tiene de existir, se provoca el desmoronamiento más completo de todo el edificio.
Muchos se creen Iglesia, se creen jerarquía, se creen autoridad y la verdad es que no son nada más que «UNA MASA CONFUSA Y PERTURBADA», PERO NO IGLESIA CATÓLICA.
Un poder así apoyado sobre fundamentos tan débiles y vacilantes, por humanos, ciertamente puede conseguir alguna vez, por las contingencias de las circunstancias, algunos éxitos materiales de que se maravillan sus observadores menos profundos, pero viene el momento indiscutiblemente en que triunfa la ineluctable ley que sacude todo lo que con aparente éxito se pudo haber construido y lo destruye, para manifestarse así la monstruosa desproporción entre la magnitud del resultado material débilmente cimentado en el capricho, en la opinión o en el orgullo humano, y la magnificencia de lo que incluso con débiles recursos humanos, Dios puede lograr, cuando se hace Su voluntad siguiendo los dictados de la Doctrina.
Porque donde no está el papa, no está Jesucristo, y allá donde todos se niegan a elegirlo, incluso en las condiciones más adversas e incomprensibles, se reniega de Cristo y de Su poder, y se cierran voluntariamente los oídos a Su palabra y dirección.
La causa principal de la confusión reinante que estamos viendo en la Iglesia remanente, es la división porque no hay una cabeza. Dios ha dado a unos el episcopado, a otros el sacerdocio y así a muchos toda clase de recursos intelectuales o materiales. Porque quiere que la Iglesia reunida obtenga el triunfo con Su ayuda. Porque ese triunfo no se lo dará a una Iglesia dividida y rebelde a Sus deseos. Si hay esterilidad en el apostolado, si no hay un horizonte de oportunidades, si todo se ve oscurecido, si ha surgido la división y la enemistad entre los grupos tradicionalistas y sus jefes, si nadie se pone de acuerdo, si todos quieren salvar a la Iglesia según su parecer cerrando sus ojos a los dictados de la misma Iglesia, si vemos que a un mundo paganizado y a una Iglesia del Vaticano caída en la herejía es, en las condiciones actuales, algo imposible de convencer, es porque no hay unidad con Pedro, que no está en la Iglesia. Porque todos se han concentrado en la administración de los Sacramentos y se han sentado a esperar algún milagro del Cielo destruyendo así las bases de la unidad y de la caridad .
DISTINTOS GRADOS DE VERDAD PARA CAPTAR A LOS TONTOS
Y DESTRUIR A LA IGLESIA.
Y DESTRUIR A LA IGLESIA.
Hace algunos años, el terremoto que causó el movimiento de Mons. Marcel Lefebvre, principalmente desde el año de 1976, y raramente apoyado por toda la prensa internacional, vendida en sus altas esferas a los lineamientos futuros del Vaticano, aunque en general por esos años poco conocidos, fue sin embargo para muchos, una esperanza que representaba el regreso a la ortodoxia y una lucha contra la herejía de Roma. Algunos avisaron, sin ser oídos, que el grupo de Lefebvre era colateral de la Roma apóstata y que solamente se pretendía la captación y nulificación de la protesta » tradicionalista».
Era muy lógico. Los grandes iluminados desde el siglo pasado habían anunciado no solamente la llegada al Trono pontificio de un individuo que actuara según los lineamientos del Poder Mundial, y la celebración de un concilio para introducir la Revolución dentro de la Iglesia, sino su rompimiento «en dos anillos»: el anillo de los progresistas y el anillo de los tradicionalistas.
Era lógica la preparación de un poderoso mecanismo para la nulificación de los inconformes que pretendieran continuar fieles a la ortodoxia. El grupo de Lefebvre «protestaría» contra las reformas, conservaría los ritos, hablaría para revelar duras verdades pero nunca declararía que el Trono de Roma está vacante, ni daría un paso para solucionar la situación, que era en última instancia, lo que al Vaticano y al Poder Mundial les interesaba, quienes mientras con gran rapidez e inmensos poderes, consolidarían a los enemigos de la Iglesia en sus más altas cumbres de mando. Los lefebvristas dicen que el individuo que ocupa el Trono de Roma, es verdadero papa, pero papa malo, y en esta forma, no se le debe obedecer. Así justifican para sus fieles mantener los ritos condenados por el Vaticano y les hacen creer que así están luchando contra la impiedad cuando en realidad lo han encerrado en una cárcel sin salida. No vamos a analizar la incongruente posición, sino solamente destacar que el grupo de Mons. Lefebvre, extendido por muchas naciones y con muchos dólares, ha sido hasta el día de hoy, sumamente efectivo para lograr los planes que desde el principio se pretendieron.
Sin embargo, durante todo este tiempo, desde el Concilio Vaticano II, (verdadero conciliábulo), no fue posible evitar que muchos declararan que la Sede romana estaba vacante y que en el Trono de San Pedro se sentaba un antipapa. Se dio esta situación que no se deseaba. Y fue más grave desde que Mons. Pierre Martín Ngo Dinh Thuc, a quien luego asesinaron en los Estados Unidos, alarmado con la invalidación de ordenaciones sacerdotales y consagraciones episcopales, consagra a seis obispos para conservar la sucesión apostólica en peligro de extinción por la alteración más estúpida de fórmulas y ritos sacramentales.
Era necesario de toda necesidad, controlar esta nueva forma de protesta que podría poner en peligro lo que la subversión había logrado. No era tiempo de hablar de Sede ocupada a quienes decían que estaba vacante. Y se siguió la política de la capilaridad. Se hizo cabeza con ellos, se les nominó «sedevacantistas», como si fuera posible que el catolicismo puede ser sedevacantista, y siendo los más pocos, se les infiltró por todos lados y se les nulificó mediante muy diversos medios. Se les dijo que sí, efectivamente eran la verdadera Iglesia remanente, PERO QUE, no era posible elegir papa por la pequeña cantidad que eran, debiéndose esperar a otros hasta tener una repre sentatividad mayor; que era necesario esperar que Dios obrara un milagro que salvaría a la Iglesia; que Elias y Enoc vendrían para elegir a un papa que con la ayuda de Dios les diera la victoria; que sucedería una aparición mariana que lograra el triunfo de la Iglesia; o simplemente que no era el momento adecuado para la elección, momento que evidentemente se daría con el tiempo, porque «las puertas del Infierno no pueden prevalecer contra la Iglesia»; etc.
Los seis obispos que Mons. Thuc consagró, fueron también consagrando a otros, pero todos ellos se fueron dividiendo y enemistando porque siempre encontraron muy cerca a quienes los enemistaron con los demás. O fueron surgiendo diversos grados de «ortodoxia» y doctrinas erradas que naturalmente nacen cuando no está Pedro gobernándolos. Y se metieron en sus filas antiguos activistas del grupo de Lefebvre, o judíos y todos juntos activando antiguas consignas de los «Protocolos de los Sabios de Sión», los mantuvieron divididos, enemistados y evidentemente nulificados. Y en esta forma, todos los grupos inconformes, maniatados por sus líderes que los controlan por los Sacramentos o los nulifican con la ocultación de medios para la lucha, quedaron condenados a sobrevivir, en el radio de influencia del Vaticano, a moverse siempre con relación a él, y a ser llamados»sedevacantistas».
Hay una prueba evidente de que la subversión ha podido controlar o influir todas las áreas de la ortodoxia o Iglesia remanente. Cuando algunos pocos hicieron el cónclave de Asís, porque querían elegir a un papa que los unificara, e invitaron a todos absolutamente, incluso a los grupos lefebvristas y progresistas, la condena fue general y llegaron cartas de reprobación e incluso insultos. Como si lo que se pretendía fuera algo malo y no la salvación de la Iglesia.
Fue significativa la represión del Vaticano que a las puertas de San Juan de Letrán en Roma ejerció contra los conclavistas, manifestando su acordidad con quienes desde el interior de la ortodoxia, habían condenado y combatido la idea de la elección papal.
Seria muy bueno, que los católicos sinceros se dieran cuenta de la forma en que poco a poco, con sutileza y con muy diversos motivos aparentemente lógicos o prudentes, han hecho de ellos sus pastores o líderes que obedecen a los enemigos de la Iglesia, consciente o inconscientemente: ENEMIGOS DE QUIENES QUIEREN UN PAPA PARA LA IGLESIA.
LOS «PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION», EN ACCIÓN.
No es necesario hacer observaciones a los textos que tomamos del libro «Los Protocolos de los Sabios de Sión», publicado a principios de este siglo y comentado por Mons. E. Jouin.
«Es suficiente dar a las masas, dice el libro, el poder de gobernarse para que se conviertan inmediatamente en un tropel completamente desorganizado» (Pág. 44). «Es necesario fijarse en que el número de hombres con instintos perversos, es mucho más grande que aquéllos que tienen instintos nobles… Todo hombre tiene ansias de mando y de poder; a cada uno le gustaría ser un dictador… Y muy raros son aquéllos que no consentirían sacrificar el bienestar de otros, por satisfacer sus ambiciones personales», «…la fuerza de las masas es ciega, desprovista de razón y de discernimiento, porque tan pronto escucha a unos como a otros… Es suficiente dejarles que se gobiernen por sí un corto tiempo, para que todo se desorganice inmediatamente». (Págs. 184 y 185).
Se ha roto la estructura fundada por Jesucristo: doce Apóstoles y uno de ellos a la cabeza de todos, como Su representante infalible.
Ahora los jefes de la Iglesia de las catacumbas, abandonando la Iglesia apóstata del Vaticano, gobernada por un antipapa, lo cual reconocen todos, y reprobando la postura de los lefebvristas y grupos similares, se mantienen en el vacío sin querer lo que se ha dejado, pero sin querer tampoco adoptar la posición congruente que les correspondería como Iglesia de Jesucristo, evidentemente reducida a su mínima expresión, pero verdadera Iglesia de Jesucristo.
No pueden permanecer en esta situación, porque formando pequeñas «iglesias episcopales» no son la Iglesia y tienen que darse cuenta del manipuleo a que están siendo sometidos. Esta es una posición insostenible que no lleva a ningún lado. Que es el vacío lleno de fábulas, de intereses inconfesables de grupo, de prudencias mundanas y de soberbia.
Y es necesario despertar pronto, pastores desorientados o fieles engañados por lobos con pieles de ovejas, porque la Iglesia está en peligro y si no se actúa con prontitud, ciertamente Dios ha de hablar, pero no hará milagros, sino que enviará un castigo muy gran de que la cobardía merece.
La sociedad civil, necesita jefes, así como la Iglesia también los necesita. Todo se organiza en una armoniosa gradación jerárquica. Las luchas nunca se ganan si los ejércitos no están organizados y tienen un jefe que diga la última palabra. ¿Es lógica la batalla contra la herejía que combaten grupúsculos que cada uno hace lo que le viene en gana? ¿no se hace esto o estúpido o intencional?
LOS CATÓLICOS SEDEVACANTISTAS.
El solo término, es una tontería mayúscula. Dos cosas que como el agua y el aceite, no pueden mezclarse nunca. No existe ningún católico que sea «sedevacantista» y permanezca católico. Pueden estar vacantes las sedes episcopales; puede estar vacante la Sede de San Pedro, cuando falta un papa muerto o impedido, pero camino siempre a la pronta elección del siguiente. Y en el menor tiempo posible. Pero la Sede de San Pedro no puede estar «perpetuamente» vacante y además adoptarse el término «sedevacantista» para señalar a la Iglesia remanente. Esto es aberrante, y si hubiera esa clase de Iglesia, no sería definitiva y absolutamente Iglesia Católica.
A la verdadera Iglesia ahora la llaman «sedevacantista», porque dice que el «papa» de Roma es antipapa. La hacen girar siempre con respecto al Vaticano apóstata y a muchos han nulificado en esta forma, y esto no se puede permitir porque es un manipuleo judaico burdo y sucio. Y no es posible, porque la verdad no vive con referencia a la herejía, sino que el error es error, porque con referencia a la verdad se enseña diverso y errado.
EN LAS BATALLAS DE LA IGLESIA NO ES EL NUMERO,
SINO EL ARDOR DE LA CARIDAD, EL ELEMENTO DETERMINANTE.
SINO EL ARDOR DE LA CARIDAD, EL ELEMENTO DETERMINANTE.
Así decía el Papa Pío XII al Episcopado Italiano sobre la Acción Católica un 25 de enero de 1950: «En las santas conquistas de la Iglesia, el número no es el elemento determinante; éste ha de buscarse, por el contrario, en el ardor de la caridad y en la seguridad con que se cree en la eficacia de la fiel obediencia y de la gracia divina. En la armonía admirable de las fuerzas católicas, aún los poquísimos socios de una pequeña parroquia aportarán, sin duda, una contribución benéfica cuando sus actividades, aún muy modestas y limitadas, sean el fruto de una preparación iluminada y fervorosa, de filial disciplina hacia la Jerarquía, de generosa e interior piedad, de auténtico espíritu de sacrificio».
¿Puede esto pensarse sin el papa?
ESPECIALMENTE EN LA CARIDAD,
HAY QUE BUSCAR LA SOLUCIÓN Y EL TRIUNFO.
HAY QUE BUSCAR LA SOLUCIÓN Y EL TRIUNFO.
Nunca había sido combatida la verdad y la Iglesia como hoy. Porque nunca había sido más cierta ni más convincente y soberana, y esto ha generado un odio exacerbado y la manifestación de los más ocultos pensamientos de los enemigos de Cristo y consecuentemente, nunca el hombre había abusado tan diabólicamente de la bondad de Dios.
Hay que temblar ahora que el Espíritu clemente del Señor está siendo ultrajado y la soberbia se enfrenta voluntad contra la Suya.
Cuando vemos muchedumbre de almas que voluntad, están realmente engañadas y oprimidas la miseria moral de nuestro siglo; cuando vemos por causas ajenas a su por la herejía y por a nuestra Iglesia remanente, sumergida en la más grande confusión y división, con gran temblor, no podemos más que aplicar el único remedio para la salud que se desea, que es una grande efusión de caridad, es decir, de caridad cristiana, en la que está compendiada toda la ley y todo el Evangelio.
Eligiendo al Pastor supremo, llega la hora de la acción, la hora de despertar, y de sacudir el funesto letargo, de dar los pasos definitivos para liberar a nuestra Iglesia de las fuerzas infernales, de los traidores que la han tomado desde sus puestos más elevados .
No es hora de lamentos, no es hora para la opinión personal, ni para el orgullo, ni para el capricho que engendra división. Es hora de la acción bajo las banderas eternas de Pedro visible, que nos ha de llevar al triunfo de Cristo.
Toca a los mejores y más selectos hijos de la Iglesia, el reunirse con el entusiasmo que en espíritu de verdad, de caridad y de justicia, reunió a los antiguos cruzados. Es tiempo de desoír las engañosas palabras de prudencia que algunos infiltrados o desorientados en las filas de la Iglesia remanente, han predicado para inhibir toda acción, y toda victoria cristiana. Nuestra posición no es vergonzante, sino de señorío y de victoria, pues Cristo ha vencido al mundo.
No es tiempo de aislarse, cuando se es testigo de tanta miseria y de tanta necesidad. Es ya tiempo de hacer llegar a los corazones de todos, los gritos de auxilio de tanto desheredado. Es tiempo de la fidelidad, al divino patrimonio de la verdad. Es la hora de la sumisión a la Doctrina eterna, que entraña en este momento mucho sacrificio y tal vez mucha sangre, y la renuncia a la propia voluntad para seguirse la palabra de la Iglesia, aunque parezca ilógica e irrealizable. No se puede concebir ni admitir una fría indiferencia frente a los graves deberes de esta hora. Si Dios nos ha favorecido con los verdaderos Sacramentos, con el verdadero Sacrificio, nos ha hecho más responsables que a los demás, que se fueron con los traidores del Vaticano.
¿Nos hemos olvidado acaso, de que la lucha es contra las potestades diabólicas y no precisamente contra los hombres malvados?, ¿nos atreveremos a enfrentar los poderes del Infierno sin la ayuda de Dios?. Si fuera esto verdad, ¡qué tan lejos ha llegado ya el orgullo y la ignorancia del hombre!. Y si queremos tener la dirección de Cristo y oír Su palabra, ¿nos negaremos a elegir a nuestro padre, para que él nos hable la palabra del Señor?. Si esto fuera así, siendo la primera vez en la historia que la Iglesia no quiere al papa, ¡qué cercano estaría ya el día del Juicio, y que tan avanzada estaría ya en el corazón de los hombres, la Apostasía y la corrupción!
Qué grandes verdades!! Ya es hora de dejar a un lado egoísmos y orgullos y unirse en verdadera caridad los católicos que quedamos. «Amaos los unos a los otros como Yo os he amado. En esto conocerán todos que sois discípulos míos». Esta es la base de la que hay que partir, y sobre ella apoyar desde nuestra posición, – el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote y el Obispo como Obispo-, la labor necesaria para elegir un Papa.
No podemos dejarnos engañar por quienes nos dicen, aunque sean sacerdotes, que es imposible elegir ahora, con la desunión que hay, un Vicario de Cristo. A lo mejor somos los seglares los que tenemos que convencer a los sacerdotes o incluso a los Obispos, de la urgente necesidad de elegir un Papa, primero porque Dios lo quiere, y segundo, porque sólo él puede acabar con la desunión y el caos que reina ahora mismo entre todos.