SERMONES DESDE EL POZO DE SICAR (1)

Miércoles de Ceniza

 In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

El profeta Joel anuncia, en la epístola de este día, la solemne apertura del ayuno cuaresmal, el tiempo de expiación, la proximidad del gran aniversario de nuestra Redención. Arriba, pues, los corazones,  preparémonos a combatir las batallas del Señor, que no permitirá que seamos escarnio de las naciones.

La Iglesia juzgó oportuno iniciar este santo tiempo señalando con ceniza la frente culpable de sus hijos y repitiendo a cada uno las palabras del Señor que nos condenan a muerte.

Comentando el Evangelio de hoy nos dice San Agustín: “Si alguno hace estas cosas con el objeto de conseguir algún beneficio terreno, no podrá decirse que tiene el corazón limpio aquel que se complace con las cosas de la tierra. El que se une a una naturaleza inferior, mancha la suya, aunque aquélla a la que se ha unido no esté manchada en su especie. Y así como el oro se deteriora cuando se mezcla con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con la tierra, por muy buena que sea en su clase(de sermone Domini, 2, 13).

Y Rabano: “Hablando de una manera alegórica, el orín significa la soberbia, que oscurece el brillo de las virtudes, y la polilla, que muerde el buen deseo, y por esto descompone lo compacto de la unidad. Ladrones son los herejes y los demonios, que siempre están dispuestos a quitarnos las gracias espirituales”.

No entendamos esto solamente de las cosas de la tierra, como nos recuerda San Jerónimo: sino de todas las cosas que se poseen en la tierra. Para el goloso, su dios es el vientre; para el lascivo, su tesoro es la impureza; para el amante, la liviandad. Cada uno es esclavo del que le ha vencido. Allí, pues, tiene su corazón donde tiene su tesoro.

Nuestro Señor Jesucristo nos invita, pues, a la desnudez del alma. Entendamos bien, no se trata de la carencia de las cosas, porque las cosas del mundo no pueden dañar a menos que se deseen. Se habla más bien de la mortificación del deseo. La razón de la necesidad de mortificar el deseo es porque los afectos que el  alma siente a todo lo creado son puras tinieblas y que al llenar el alma, le quitan la capacidad de ser alumbrada por la luz sencilla y pura de Dios. Por lo que ha de arrojar esos afectos de sí.  

Otra razón, es que dos contrarios no caben en el mismo espíritu. Y las tinieblas, el apego a lo creado, y la luz, que es Dios, son contrarios, como enseña San Pablo, 2 Cor 6, 14: ¿Que concordia puede haber entre la luz y las tinieblas? La luz divina no se puede asentar en el alma si antes no ahuyenta los afectos.

Pero hay más razones, las cuales el sentido común a poco que pensemos nos lo manifiesta: Quien ama la cosa creada se iguala con ello, quedando tan bajo como lo que ama. Porque el amor hace semejante al que ama con aquello que ama. Por eso dice el Salmo 113,8: Los que ponen su corazón en los ídolos serán semejantes a ellos. Porque el amor no sólo iguala, sino que, de alguna manera, somete al amante a lo amado. Por lo que el alma que ama algo, se vuelve incapaz de la transformación en Dios, pues la bajeza de la cosa creada  es más incompatible con la alteza infinita del Creador; por eso nos dice Jeremías 4,33: Miré a la tierra y estaba vacía, y ella misma no era nada; miré a los cielos, y vi que no tenían luz.

CONCLUSIONES

  1. El alma apegada a algo se vuelve incapaz para la unión con Dios. Porque la existencia de lo creado, comparada con la existencia de Dios, no es nada, y el alma que en ella pones sus afectos, se iguala a la nada y no es nada.
  2. Y toda la hermosura de lo creado y gentileza, comparada con la gracia de Dios no es nada.
  3. Y la bondad y sabiduría de las criaturas, comparada con la sabiduría y bondad de Dios, no es nada. Pues no hay nada ni nadie bueno, sino solo Dios. Por eso dice San Pablo, Rom. 1,22: teniéndose ellos por sabios se hicieron necios.
  4. Y toda alma que crea que todo su saber y habilidad le van a llevar a unirse con la sabiduría de Dios, es sumamente ignorante ante Dios. Porque dice San Pablo I Cor 3,9: La sabiduría de este mundo es locura ante Dios.
  5. Y todos los deleites y el poder y la libertad del mundo, comparados con la dicha que es Dios, no son nada.
  6. Y todas las riquezas, famas, honores y magnificencias del mundo, comparadas con Dios no son nada.

 Añadamos la limosna a las privaciones corporales. Nos exhorta a que atesoremos, pero sólo para el cielo. Tenemos necesidad de intercesores; busquémosles, pues, entre los pobres.

Evitemos hacer la oración del publicano, pues según ella no seremos justificados por muchos ayunos, limosnas y oraciones que hagamos. Recordemos que Dios no les dio el maná del cielo a los israelitas en el desierto hasta que no se les había acabado la harina de Egipto. (Ex. 16.). Pero aún no contentos con el maná pidieron carne, y el Señor se lo concedió,  pero cuando estaban ahítos y satisfechos sus deseos, Dios se enojó. (Ex 21)

 Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, nos dice la Vida nuestra, (Lc 14,33) no puede ser mi discípulo. Sentencia que San Agustín comenta: Lo dicho antes concuerda con lo que ahora se dice, porque en renunciar cada uno a todo lo que posee se incluye también el aborrecer a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun su propia vida. Todas estas cosas son propias de cada uno y son obstáculo e impedimento para obtener, no lo temporal y transitorio, sino lo que es común a todos y habrá de subsistir siempre. Y San BedaHay diferencia entre renunciar a todas las cosas y dejarlas, porque es de un pequeño número de perfectos el dejarlas -esto es,  posponer los cuidados del mundo- mientras que es de todos los fieles el renunciarlas, esto es, tener las cosas del mundo de tal modo que por ellas no  estemos ligados al mundo.

No cabe en el penitente la tristeza, pues el fin de esta mortificación cuaresmal no sólo es la rememoración del misterio de nuestra Redención, sino apropiárnosla y llegar a  La Unión del alma con Dios. Porque si por la gracia habitual la Santísima Trinidad inhabita en nosotros, y somos, entonces, templos del Espíritu Santo: Si alguno me ama, guardará mi palabra,  y mi Padre le amará, y vendremos a él y en  él haremos morada. (Jn 14,23) pues, no siendo substancialmente diferentes, hay entre ellas una diferencia de grado. Es de cómo aprovechar las gracias de Dios, para subir de la justificación recibida en la que el alma ya comenzó a participar de la naturaleza divina, aunque sea en su grado ínfimo, a la unión del alma o desposorio místico, de lo que se ha de practicar en esta Santa cuaresma. Mortifiquemos, pues, nuestros deseos que impiden o retardan la unión del alma con Dios.

Ave María purísima. Sin pecado concebida.

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