LA MADRE CORREDENTORA

La explicación del quinto dogma sobre la Bienaventurada Virgen María

De La  Virgen María. Teología y Espiritualidad Marianas, por Antonio Royo Marín

Vamos a examinar en este capítulo una de las cues­tiones más importantes de la teología mariana y una de las más profundamente investigadas en estos últimos tiempos: la coope­ración de María a la obra de nuestra redención realizada por Cristo en el Calvario, por cuya cooperación conquistó María el título gloriosísimo de Corredentora de la humanidad.

Creemos que María fue real y verdaderamente Correden­tora de la humanidad por dos razones fundamentales:

  1. a) Por ser la Madre de Cristo Redentor, lo que lleva con­sigo-como ya vimos-la maternidad espiritual sobre todos los redimidos.
  2. b) Por su compasión dolorosísima al pie de la cruz, ínti­mamente asociada, por libre disposición de Dios, al tremendo sacrificio de Cristo Redentor.

Los dos aspectos son necesarios y esenciales; pero el que constituye la base y fundamento de la corredención mariana es—nos parece—su maternidad divina sobre Cristo Redentor y su maternidad espiritual sobre nosotros. Por eso hemos que­rido titular este capítulo, con plena y deliberada intención, la Madre Corredentora, en vez de la Corredención mariana, o sim­plemente la Corredentora, como titulan otros. Estamos plena­mente de acuerdo con estas palabras del eminente mariólogo P. Llamera:

«La corredención es una función maternal, es decir, una actuación que le corresponde y ejerce María por su condición de madre. Es corredentora por ser madre. Es madre corredentora»

El orden de nuestra exposición doctrinal en este capítulo será el siguiente:

  1. Nociones preliminares.
  2. Existencia de la corredención mariana.
  3. Naturaleza de la corredención.
  4. Modos de la misma.

Dentro de la amplitud enorme de la materia, nuestra expo­sición será lo más breve y concisa posible. No nos dirigimos a los teólogos profesionales, sino al gran público, que tiene de­recho a que se le digan las cosas con brevedad, claridad y en un lenguaje perfectamente accesible a cualquier persona de me­diana cultura.

Nociones previas

  1. a) FINALIDAD REDENTORA DE LA ENCARNACIÓN DEL VERBO. Prescindiendo de la cuestión puramente hipotética de si el Verbo de Dios se hubiera encarnado aunque Adán no hubiera pecado—de la que nada podemos afirmar ni negar, puesto que nada nos dice sobre ello la divina revelación—, sa­bemos ciertamente, por la misma divina revelación, que, ha­biéndose producido de hecho el pecado de Adán, la encarna­ción se realizó con finalidad redentora, o sea para reconciliar­nos con Dios y abrirnos de nuevo las puertas del cielo cerradas por el pecado. Consta expresamente en multitud de textos de la Sagrada Escritura (Véanse, p.ej., Mt 20,28; Jn io,io; i Jn 4,9; Gál 4,4-5; 1 Tirn 1,15, etc) y constituye uno de los más fundamen­tales artículos de nuestro Credo: «Que por nosotros los hom­bres y por nuestra salvación descendió del cielo».
  2. b) CONCEPTO DE REDENCIÓN. En sentido etimoló­gico, la palabra redimir (del latín re y emo = comprar) signi­fica volver a comprar una cosa que habíamos perdido, pagando el precio correspondiente a la nueva compra.

Aplicada a la redención del mundo, significa, propia y for­malmente la recuperación del hombre al estado de justicia y de salvación, sacándole del estado de injusticia y de condena­ción en que se había sumergido por el pecado, mediante el pago del precio del rescate: la sangre de Cristo Redentor ofrecida por El al Padre.

c) CLASES DE REDENCIÓN. Los mariólogos—a par­tir de Scheeben—suelen distinguir entre redención objetiva y subjetiva. La objetiva consiste en la adquisición del beneficio de la redención para todo el género humano, realizada de una sola vez para siempre por Cristo mediante el sacrificio de la cruz (cf. Heb 9,12). La segunda—la subjetiva—consiste en la aplicación o distribución de los méritos y satisfacciones de Cris­to a cada uno de los redimidos por El.

Nosotros, al hablar en este capítulo de la redención, nos re­feriremos siempre—de no advertir expresamente otra cosa—a la Redención objetiva realizada en el Calvario.

d) CONCEPTO DE CORREDENCIÓN. Con esta palabra se designa en mariología la participación que corresponde a María en la obra de la redención del género humano realizada por Cristo Redentor. La corredención mariana es un aspecto particular de la mediación entendida en su sentido más amplio, o sea la cooperación de María a la reconciliación del hombre con Dios mediante el sacrificio redentor de Cristo. La corredención se relaciona con la redención objetiva, mientras que la distribución de todas las gracias por María es un aspecto se­cundario de la redención subjetiva.

e) CLASES DE CORREDENCIÓN. Los mariólogos di­viden la corredención mariana en mediata o indirecta e inmedia­ta o directa. Los protestantes rechazan ambas corredenciones. Algunos teólogos católicos—muy pocos—admiten solamente la mediata o indirecta, por habernos traído al mundo al Redentor de la humanidad. La inmensa mayoría de los teólogos católicos —apoyándose en el mismo magisterio de la Iglesia—proclaman sin vacilar la corredención inmediata o directa, o sea no sólo por habernos traído con su libre consentimiento al Verbo en­carnado, sino también por haber contribuido directa y positi­vamente, con sus méritos y dolores inefables al pie de la cruz, a la redención del género humano realizada por Cristo.

Existencia de la corredención mariana

. El hecho o la existencia de la corredención mariana se apoya en la Sagrada Escritura, en el magisterio de la Iglesia, en la tradición cristiana y en la razón teológica. Vamos a examinar con la mayor brevedad posible cada uno de estos luga­res teológicos.

. LA SAGRADA ESCRITURA. Católicos y no católi­cos coinciden en que la Sagrada Escritura no dice expresamen­te en ninguna parte que María sea Corredentora de la humanidad. Pero hay en la Biblia—en ambos Testamentos—gran cantidad de textos que, unidos entre sí e interpretados por la tradición y el magisterio de la Iglesia, nos llevan con toda clari­dad y certeza a la corredención mariana.

Un resumen del argumento escriturario lo ha hecho en nuestros días el P. Cuervo, (Cf. MANUEL CUERVO, O.P., Maternidad divina y corredención mariana (Pamplona 1967) P-236-38. ) cuyas palabras nos complacemos en citar aquí :

«Superfluo parece decir ahora que la corredención mariana no se halla en la Escritura de una manera expresa y formal. Pero de aquí no se sigue que no se encuentre en ella de algún modo. Oscura y como implícitamente la encontramos en la primera promesa del re­dentor, que había de ser de la (posteridad) de la mujer, o lo que es lo mismo, del linaje humano, y poi tanto nacido de mujer (Gén 3,15). No se dice aquí que la mujer de la que había de nacer el redentor sea María, pero, en el proceso progresivo de la misma revelación divina, se va determinando cada vez más cuál sea esa mujer de la que había de nacer el redentor del mundo. Así Isaías dice que na­cería de una virgen (Is 7,14) y Miqueas añade que su nacimiento tendría lugar en Belén (Miq 52), todo lo cual concuerda con lo que los evangelistas San Mateo y San Lucas narran acerca del nacimiento del Salvador (Mt 1,23; 2,1-6; Lc 2,4-7). Un ángel anuncia a María ser ella la escogida por Dios para que en su seno tenga lugar la con­cepción del Salvador de los hombres, a lo cual presta ella su libre asentimiento (Lc 1,28-38), dándole a luz en Belén (Le 2,4-7). Con lo cual se evidencia aún más que la predestinación de María para ser madre de Cristo está toda ella ordenada a la realización del gran mis­terio de nuestra redención.

Esta predestinación encuentra su realización efectiva en la con­cepción del Salvador, y en los actos por los cuales ella prepara pri­mero la Hostia que había de ser ofrecida en la cruz por la salvación del género humano, y coopera después con Cristo, identificada su vo­luntad con la del Hijo, co-ofreciendo al Padre la inmolación de la vida de su Hijo para salvación y rescate de todos los hombres.

La unión de María con Jesús se extiende a todos los pasos de la vida del Salvador. Después de haberlo dado a luz, lo muestra a los pastores y Reyes Magos para que lo adoren (Lc 2,8-17; Mt 2,1-12); lo cría y sustenta; lo defiende de las iras de Herodes huyendo con El a Egipto (Mt 2,13-15); lo presenta para ser circuncidado (Lc 2,21), y en el templo oye al viejo Simeón anunciarle el trágico final de su vida y la «resurrección de muchos» que le habían de seguir (Lc 2, 22-35); lo va a buscar a Jerusalén, donde lo halla en el templo en medio de los doctores de la ley, escuchándoles y respondiendo a sus preguntas, quedando todos admirados de la sabiduría y prudencia en sus respuestas (Lc 2,42-49), e interviene, en el comienzo de su vida pública, en las bodas de Caná (Jn 2,1-5). Por fin, asiste a la ininola­ción de su vida en la cruz por nosotros (Jn 19,25), co-inmolándolo y co-ofreciéndolo ella también en su espíritu al Padre para conseguir a todos la vida.

Ahora bien: dada la unión tan estrecha que en la predestinación y revelación divina tienen Jesús y María acerca de nuestra redención, sería gran torpeza no ver en todos estos hechos nada más que la ma­terialidad de los mismos, sin percibir el lazo tan íntimo y profundo que los une en el gran misterio de nuestra salud. Porque en todos esos hechos no sólo resalta la preparación y disposición por María de la Víctima, cuya vida había de ser inmolada después en el monte Calvario por la salvación de todos, sino también la unión profunda de la Madre con el Hijo en la inmolación y oblación al Padre de su vida por todo el género humano en virtud de la conformidad de vo­luntades entre los dos existente.

Como, por otra parte, la maternidad divina elevaba a María de un modo relativo al orden hipostático, el cual en el presente orden de cosas está esencialmente ordenado, por voluntad de Dios, a la redención del hombre con la inmolación de la vida de su Hijo en la cruz, por cuya voluntad estaba plenamente identificada la de la Ma­dre, no sólo en el fin de nuestra redención, sino también en los medios señalados por el mismo Dios para conseguirla, la Virgen María, ade­más de preparar la Víctima del sacrificio infinito, cooperó con el Hijo en la consecución de nuestra redención co- inmolando en espíritu la vida del Hijo y co-ofreciéndola al Padre por la salvación de todos, juntamente con sus atroces dolores y sufrimientos, constituyéndose así en verdadera «colaboradora» y «cooperadora» de nuestra redención, como enseña también el Vaticano 11 4. Es decir, en Corredentora nuestra.

He aquí de qué manera en los hechos de la revelación divina, con­tenidos en la Sagrada Escritura, está reflejada la existencia de la co­rredención mariana».

En el próximo artículo veremos EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA