LA NECESARIA DESNUDEZ DEL ALMA
La Subida del Monte Carmelo, en tres libros, trata de las purificaciones activas, o dicho de otra manera, de las purificaciones a las que con la ayuda de la gracia debe entregarse el alma espontáneamente si quiere unirse a Dios. Mortificaciones que afectan a todas las facultades: primeramente a los sentidos, luego al espíritu en sus diversas actividades: inteligencia, memoria, voluntad. Mortificaciones que son llamadas de la noche, porque privan a las facultades de sus objetos connaturales, así como la noche priva a los ojos de la luz para la cual están hechos. El renunciamiento al pecado propiamente dicho, renunciamiento previamente supuesto y afectivo, es la represión de todo apetito aun no desordenado, sino simplemente superfluo, que desde luego se requiere para la unión del alma con Dios, sin lo cual es imposible: «Si se le ofreciere gusto de oír cosas que no importen para servicio y honra de Dios, no las quiera gustar ni las quiera oír. Y si le diere gusto mirar cosas que no le ayudan a amar más a Dios, ni quiera el gusto ni mirar las tales cosas».
La primera noche, que no es todavía sino el crepúsculo, pero prepara la plena noche, la del espíritu, sin la cual es imposible al alma la unión con Dios, y que es más oscura aún que la de los sentidos: Porque las virtudes teologales las ocupan enteramente: la inteligencia no tiene ya más conocimiento que el de la Fe teologal, ni la memoria más recuerdo que los bienes celestiales descubiertos por la Esperanza, ni la voluntad más amor que el de Dios. En esta noche, más propia de los aprovechados que ya han transcurrido por la noche de los sentidos, la Fe es una «iluminación» infusa del espíritu humano, su luz es totalmente sobrenatural, y su modo de conocimiento consiste en creer sin comprender (pero no es irracional). Por lo tanto la Fe es oscura, naturalmente hablando, y tanto más oscura cuanto más se descartan de ella las claridades humanas, imaginaciones e ideas, revelaciones externas e internas y puesta solamente en lo inevidente, puesto que el asentimiento de fe teologal es asentimiento oscuro e inevidente, o de objetos no vistos. Dicha condición de inevidencia en la definición de la Fe está declarada por la Iglesia en muchos actos magisteriales; Así en el Concilio Vaticano (18969-1870), en el que se afirma que «los divinos misterios exceden por naturaleza todo alcance de la inteligencia creada, de tal modo que, aun revelados y aceptados por el creyente, permanecen cubiertos por el velo de la fe y como envueltos en una oscura niebla»: «quam quasi calígine» (Dz 1796); y sobre todo se habla con frecuencia de la oscuridad esencial a los misterios sobrenaturales, por ser inaccesibles a la humana razón (magisterio infalible que se puede encontrar en Dz473, 1616, 1642, 1655, 1666, 1682, 1709). Lo mismo enseña la Sagrada Escritura (Hebr 11,1; 1 Cor 13, 12; 2 Cor 5,6 , 2 Pe 1, 19, etc., y toda la patrística.). Toda la doctrina de la Iglesia nos enseña la misma conclusión a la que llegaba y exponía magistralmente Santo Tomás de Aquino en el Tratado de la Fe de la Suma Teológica, y que en perfecta concordancia explica San Juan de la Cruz en sus obras, enseñando una teología mística católica- exenta de elementos espurios-, o un verdadero tratado de teología mística, por la que es proclamado doctor de la Iglesia por el papa Pío XI.
Desde esta doctrina católica es cuando, al observar a una masa innumerable de creyentes que pide signos y está excesivamente pendiente de revelaciones privadas, nuevas profecías, divulgación de mensajes, locuciones…, masa que en todos los tiempos hubo, se plantean dos dificultades, a cual una más peligrosa que otra, y a la que contesta plenamente San Juan de la Cruz.
La primera se refiere al daño que hace al alma admitir esas revelaciones a causa de que muchas pueden ser causadas por la propia sugestión, imaginación, deseos, de una parte, por lo que dichas almas no están desnudas siéndoles imposible la unión con Dios, y además conducen a otros crédulos por la misma vía, negándose a entrar en la noche oscura del espíritu; ciegos, en fin, que guían a otros ciegos. Y de otra, suelen ser la puerta que abrimos en nuestra alma al demonio, que concediéndonos la vehemencia en muchas verdades de fe católica para seducirnos y alejar de nosotros sospechas, introduce algún error de su propia cosecha, de manera que apoyado Satanás en él va poco a poco tomando posesión del alma, y le hace caer en soberbia, o gula espiritual, desobediencia a la jerarquía de la Iglesia, crítica a los válidos y legítimos obispos, etc.
Por esta razón nos dice San Juan de la Cruz que en cuanto a las visiones o revelaciones, locuciones, sentimientos.., ya sea que muevan más o menos a los sentidos, ya sea que afecten solamente al espíritu, sean naturales o sobrenaturales, a cuyos fenómenos “místicos” ciertas almas se aficionan fácilmente y se inclinan a ver fenómenos celestes e interpretan los mensajes del cielo que supuestamente revelan los santos «totalmente han de huir de ellos, sin querer examinar si son buenas o malas, y atenerse estrictamente al magisterio de la Iglesia sobre ello- el cual ya hemos expuesto otras veces-, y disponerse dócilmente a entrar en la noche del espíritu al cual Dios nos invita, y que es condición sine qua non, para la unión del alma con Dios. Pues la necesidad de esta purgación, como la llaman otros maestros espirituales, es tal, que o bien se da en esta vida, o bien en el Purgatorio, si es que, no habiéndose extraviado en demasía atendiendo a sus gustos espirituales, son agraciados con esa bienaventuranza.
«Porque, así como son más exteriores y corporales, así tanto menos ciertas son de Dios…pues que nunca se ha de determinar el alma a creer que son de Dios» . Pues, en efecto «este sentido de la imaginación y fantasía es donde ordinariamente acude el demonio con sus ardides, ahora naturales, ahora preternaturales; el entendimiento no se ha de embarazar ni cebar en ellas, ni las ha el alma de querer admitir ni tener, para poder estar desasida, desnuda, pura y sencilla, sin algún modo y manera, como se requiere para la unión. Y de esto la razón es porque todas estas formas ya dichas siempre en su aprehensión se representan debajo de algunas maneras y modos limitados, y la Sabiduría de Dios, en que se ha de unir el entendimiento, ningún modo ni manera tiene, ni cae debajo de algún límite ni inteligencia distinta y particularmente, porque totalmente es pura y sencilla. Y como quiera que para juntarse dos extremos, cual es el alma y la divina Sabiduría, será necesario que vengan a convenir en cierto medio de semejanza entre sí, de aquí es que también el alma ha de estar pura y sencilla, no limitada ni atenida a alguna inteligencia particular, ni modificada con algún límite de forma, especie e imagen. Que, pues Dios no cae debajo de imagen ni forma, ni cabe debajo de inteligencia particular, tampoco el alma, para caer en Dios, ha de caer debajo de forma o de inteligencia distinta»
En las anteriores citas ya se ha anunciado por San Juan de la Cruz el segundo daño esencial que se produce en el alma, y el principal, de quien se presta a admitirlas, es que impiden la unión del alma con Dios, o al menos la retardan mucho. « Y aunque algunas persona no se encontrarán a gusto con esta enseñanza, mi poco saber – dice San Juan de la Cruz en el prólogo a su obra “Subida al Monte Carmelo”- y mi pobre estilo han de ponerla por escrito, porque la materia de por sí es buena y muy necesaria. Sin embargo, me parece que aunque se escribiera lo que aquí se dice de manera más perfecta y acabada, sería una minoría la que de ello sacaría partido, pues aquí no se dirán cosas útiles y sabrosas para aquellos espíritus que quieren llegar a Dios a través de cosas dulces y sabrosas, sino que se darán enseñanzas sustanciales y sólidas, tanto para unos como para otros, si quieren llegar a la desnudez de espíritu que aquí se describe»
Porque «son muchas las almas que lo necesitan, y que no lo consiguen habiendo comenzado el camino de la virtud, incluso habiéndolas puesto nuestro Señor en esta noche oscura para que a través de ella alcancen la divina unión. A veces, esto se debe a que no quieren entrar o no se dejan conducir a esta divina unión; otras a la falta de comprensión y a carecer de guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre. Y así es una lástima ver cómo muchas almas a las que Dios da talento y ayuda para avanzar, y que si quisieran animarse llegarían a este alto estado, se quedan en un bajo modo de trato con Dios, por no querer o no saber, o por no haber sido encaminadas o enseñadas a desasirse de estos comienzos– dejando gustos, no haciendo caso de revelaciones, locuciones, y otras aprehensiones del entendimiento, resume San Juan-. Y dado el caso de que, al final, nuestro señor las favorezca tanto, aún sin lo uno ni lo otro, las haga avanzar, lo consiguen muy tarde y con más esfuerzo y menos merecimiento, por no haberse acomodado a Dios, y haberse dejado poner libremente en el puro y correcto camino de la unión» « Y hay almas que, en vez de confiarse a las manos de Dios, ayudándose así, a sí mismas, ponen dificultades a Dios obrando indiscretamente y resistiéndose, de la misma manera que los niños se resisten a que sus madres los lleven en brazos, pateando y llorando, luchando por ir por su propio pie, para que no se pueda andar nada , y, si se andase, fuera a su paso».
« Ni siquiera es mi intención- dice San juan de la Cruz en la introducción de su obra- hablar con todos, sino…. con aquellos a quien Dios hace el regalo de conducir por la senda de este monte, y a quienes habiéndose despojado de las cosa temporales de este mundo, entenderán mejor la enseñanza de la desnudez del espíritu».
Tomado de la introducción del «Camino Seguro para la Unión del Alma con Dios», que puede adquirir aquí
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las obras y sobre todo la espiritualidad de San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia Universal
Siendo esta invitación a todos, según le dijo Jesucristo,a dos de sus discípulos, uno de ellos era el mismo San Juan que lo relata (I, 35-39), cuando le preguntaron : «Maestro, ¿dónde moras?, El les dijo: Venid y veréis». Lo mismo dice a cada alma, conduciéndola hacia el Padre: «Quien me ve , ve al Padre», y mansamente la conduce al conocimiento fruitivo de la Santísima Trinidad, pues «el Padre y Yo somos uno».
El alma ha de ser como la cananea que no descansaba hasta tocar el ruedo de la túnica del Salvador para ser sanada. Nada le importaba a su alrededor , sólo quería alcanzar al Señor, es decir, las cosas creadas en este «trabajo» más sirven de estorbo que de ayuda, incluso hasta los discípulos le decían que se fuera. La determinación de llegar la salvó de su mal.
Por tanto, no es falta de llamamiento de parte de Dios a lograr la unión con Él, sino en la tibieza del alma en ir y ver «dónde mora».
Agradecemos esta referencia a la que nos convida el Administrador, tan necesaria para no perdernos por otros senderos, de subir hacia la cumbre por la senda estrecha, ya que «es ancha la vía que lleva a la perdición».