En el anterior escrito, acerca del pecado venial propiamente se hizo una analogía del grano de mostaza con este pecado, y siguiendo ese símil se se hizo una exhortación para mover al cristiano a no cometer más ese pecado.

Ahora se va tratar más propiamente la naturaleza de este pecado, sus consecuencias y castigos que Dios impone al que comete el pecado venial deliberado.

NATURALEZA DEL PECADO VENIAL.     

EL PECADO VENIAL:

1º. ES UNA VIOLACIÓN DE LA LEY DE DIOS. Ya que considerado en sí mismo el pecado venial, es un desorden de palabra, de omisión o de obra contrario a la ley de Dios, pero al no ser tan grave este desorden, no nos lleva a incurrir en la perdida de la gracia santificante.

Sin embargo, en esta falta se encuentran todos los elementos de un verdadero pecado; como es el hecho de que—Dios manda, y—el hombre que rehúsa obedecer; no habiendo más diferencia entre el pecado mortal y venial, sino aquella que existe entre el más y el menos; consentimiento más o menos completo;—materia más o menos considerable; con mayor o menor advertencia.

Por lo demás, en uno y en otro se ve una indigna preferencia de la voluntad del hombre sobre la voluntad de Dios. Por consiguiente tanto el pecado mortal y el venial son una ofensa que se hace a Dios.

2º. ES UN VERDADERO DESPRECIO DE DIOS. Es una injuria real a todas las divinas perfecciones, injuria ligera si se compara con la que se le hace en el pecado mortal, pero que en cierto modo reviste una gravedad infinita, pues ataca una majestad infinita. Y nunca será poca cosa el ofender a una Majestad infinita dice S. Jerónimo.

3º. ES UNA OFENSA QUE SE HACE A DIOS. El Señor no puede quedarse indiferente al ver que la creatura se rebela contra El, ya que desoye su voz, y se quebranta sus Santos Mandamientos. Dios necesariamente se ha de llenar de indignación al ver la facilidad con que se comete el pecado venial.

Por lo mismo, todo buen cristiano, debe destetar no solo el pecado mortal, sino también todos los otros males. Porque grande mal sería sin duda el aniquilamiento y aun mucho más la condenación de todos los hombres, y si embargo sería un desorden el querer impedir, si se pudiese, esta terrible desgracia a costa de un solo pecado venial.

Luego ¡qué se puede pensar de un alma que después de haber ofendido a Dios repetidas veces, se consuela diciendo que al cabo no hace gran mal, pues no comete más que pecados veniales!

El usar este lenguaje, dice S. Bernardo, es endurecimiento del corazón, y por lo mismo es como una impenitencia; y blasfemia contra el Espíritu Santo.

Dice el santo: “Nadie diga, estas cosas son poca monta, no es grave si me quedo en este estado de pequeñas imperfecciones y de pecados veniales; esto, hermanos míos, es dureza e impenitencia y rebeldía al Espíritu Santo”: palabras terribles que por hallarse en los escritos de un Doctor de la Iglesia tan autorizado como lo es San Bernardo, tienen que ser verdaderas y contener sana doctrina.

4º. PUES ESTO ES LO QUE HACEMOS:

a)—cuando nos dejamos llevar de estos enfados, de esas envidias y celos ocultos, o de esas ligeras faltas de templanza.

b)—cuando nos entregamos a esas murmuraciones, criticas, o palabras ofensivas, que si no causan un prejuicio formal al prójimo, a lo menos le desagradan, o lo hacen enojar y con ello faltar a la caridad.

c)—cuando somos tan descuidados en nuestros ejercicios de piedad, en la Santa Misa, rezos o cumplimiento de la propias devociones.

d)—cuando cometemos tantas irreverencias en el templo, en la recepción de los santos sacramentos, que a veces llegan a causar sobresaltos y dudas por si se llegó a pecado mortal, o no.

e)—cuando somos negligentes en desechar pensamientos peligrosos, cuando tomamos en nuestros labios palabras ociosas, o poco convenientes; cuando no aprovechamos el tiempo y nos ocupamos en acciones de ninguna utilidad; en fin, cuando cometemos una infinidad de faltas que afean nuestra alma.

¡Oh que intranquilas deberían estar las almas que cometen el pecado venial como por costumbre y sin remordimiento alguno!

Y ¿dirán que aman a Dios? Y ¡toman como por juego desagradable, resistiéndose cuando el Señor les manda, aun en cosas fáciles y pequeñas!

Y entre tanto no ven que contristan al Espíritu Santo; y que afligen al Corazón de Jesús, llagado aun por nuestras menores faltas!

Así como dice Isaías LIII, 5: “Siendo así que por causa de nuestras iniquidades fue él llagado y despedazado por nuestras maldades”.

EFECTOS DEL PECADO VENIAL

 EL PECADO VENIAL:

1º. DISMINUYE LAS LUCES DE ALMA Y AMORTIGUA LA CLARIDAD DE LA FE. Todo pecado que se comete es como una ligera nubecilla que se interpone entre nuestro entendimiento y el sol de la eterna verdad.

Cuando más multiplicamos nuestras faltas, tanto más se condensa la nube y acaba por interceptar los rayos de este sol divino, dejándonos en tinieblas.

De ahí esa fe que casi extinguida con que a veces solemos tratar las cosas más sagradas; es como si viviéramos una vida de ilusión.

Y todavía nos  quejamos, diciendo: Dios mío, porque no te veo, porque me hallo tan tibio, porque experimento tedio y fastidio en mis ejercicios de piedad; pero lamentablemente no queremos darnos cuenta que estamos así, es por nuestras propias culpas y faltas, es por lo que estamos sumidos en las tinieblas.

2º. DEBILITA LA VOLUNTAD. Cada pecado que se comete, por ligero que sea, es un alimento que se da, una concesión que se hace a alguna inclinación viciosa.

Lo que nosotros concedemos al amor de la creaturas, lo quitamos al amor de Dios. Estos dos amores son como dos fuegos, de los que el uno gana en ardor lo que el otro pierde.

 Nuestras innumerables infidelidades multiplican en proporción nuestras aflicciones, es decir, nuestras cadenas, y de ahí ese lamentable estado de languidez, y esa impotencia para hacer el bien.

3º.—DESFIGURA Y DEGRADA LA OBRA MAESTRA DIOS.

El alma revestida de gracia es la obra maestra salida de las manos del Creador. El pecado es como una mancha horrorosa en un vestido blanquísimo, una úlcera fea en un rostro hermoso.

4º.—PRIVA DE UN GRADO MAS DE GRACIA y del derecho, por consiguiente, a un grado más de gloria.

Uno era acreedor al uno y al otro si se hubiera resistido a la tentación; pero dejándose llevar de ella, ha perdido ambos grados. Pérdida que consiste en que Dios será eternamente menos conocido, menos amado, menos poseído por uno en el cielo.

5º.—PRIVA DE ESAS GRACIAS DE ELECCIÓN que son la recompensa del fervor. Nosotros medimos la fidelidad para con Dios, y El mide los beneficios que nos hace.

6º.—ALTERA LA PAZ DEL CORAZÓN y suele llenarlo a veces de crueles dudas y angustias: ¿Quién resiste a Dios y queda con paz?

7º.—DISPONE AL ALMA PARA EL PECADO MORTAL, como la enfermedad a la muerte. Es por eso, que nos dice la Sagrada Escritura: “El que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho” (S. Luc., XVI, 10).

La experiencia ha venido a confirmar esta sentencia de S. Bernardo: “Nadie se hace grande repentinamente; comienzan por poco los que caen en grandes miserias”.

¿Cómo fueron preparándose aquellos atentados criminales de Caín, Saúl y de Judas? Nada al parecer que en un principio pudiera inquietar.

¡Qué de horribles ultrajes, qué de sangre a toda la Europa, al mundo entero; cuántas lágrimas hubiera evitado a toda la Iglesia Martín Lutero si a tiempo hubiera reprimido el secreto orgullo que desde joven germinaba en su corazón!

8º.—NOS HACE FALTAR A LA DELICADEZA QUE DEBEMOS AL CORAZÓN DE JESÚS.

de seguro no quisiéramos desatender con una sola persona lo que reclaman las conveniencias sociales; pues bien, rehusamos a Jesús lo que prodigamos a las creaturas.

Entre dos amigos verdaderos todo tiene que ser delicado, atento, esmerado. ¿Cuántos sacrificios no se hacen en el mundo para agradar, para no aparecer descorteses, mal educados; y por qué no hemos de usar de la misma delicadeza para con el amigo más fino, más sincero que podamos tener sobre la tierra? Y sin embargo, el Smo. Sacramento vive con nosotros en familia, para establecer entre su corazón y el nuestro relaciones maravillosas de amor íntimo y cordial.

CASTIGOS DEL PECADO VENIAL.

DIOS CASTIGA EL PECADO VENIAL EN ESTE MUNDO Y EN EL OTRO.

1º.-EN ESTE MUNDO. Aun en al vida presente es en ocasiones terrible la divina Justicia por faltas al parecer levísimas.

a)—Moisés y Aarón fueron excluidos de la tierra prometida por una falta de confianza en Dios todopoderoso.

b)—Cuarenta y dos niños son despedazados por dos osos porque le faltaron el respeto debido al Profeta Eliseo.

c)—Oza cae muerto junto al arca por haberla tocado, para sostenerla porque iba a caer al suelo.

d)—David ve perecer setenta mil de sus vasallos en castigo de la vana complacencia que tuvo cuando hizo el censo de su pueblo.

e)—San Gerardo por haber mirado curiosamente una niña, quedo ciego.

f)—El Santo Abad Moisés sólo por una palabra inconsiderada que dijo en el calor de una disputa, fue invadido del demonio.

g)—El Señor dijo un día a Sta. Catalina de Sena que todas las penas de este mundo no bastan para satisfacer de condigno por una sola culpa venial.

2º.—EN EL OTRO MUNDO. Sin embargo, estos castigos y muchísimos más son nada en comparación de aquellas penas con que Dios castiga en la otra vida. trasladémonos en espíritu a aquella tristísima cárcel del Purgatorio. ¿Qué es lo que la fe nos enseña?

a)—Que estas almas justas, predestinadas, son muy queridas de Dios que halla ansioso de asociarlas a su fidelidad.

b)—Que estas almas están desterradas del cielo, por cierto tiempo, algunas veces bastante largo; sumergidas en los rigores de un fuego abrasador intensísimo; tan intenso que es igual al del infierno.

Sto. Tomás nos dice: El mismo fuego atormenta a los condenados que purifica a los escogidos. Y todo esto porque en estas almas hay algunas reliquias de pecado y porque Dios N. S. tiene una aversión horrible a todo pecado.

Por último, consideremos de la mejor manera toda esta doctrina, y procuremos con la ayuda de Dios sacar el mayor provecho espiritual de la misma, y acordémonos  lo que nos dice la Sagrada Escritura: “El que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho”, y por lo mismo, aborrezcamos el pecado venial y seamos fieles en lo poco.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Arte de Santidad” del R. P. Ernesto Rizzi, S. J.

Mons. Martin Davila Gandara