IV. Apocalipsis Apócrifos.

Imitando al Apocalipsis canónico de San Juan, existen también apocalipsis apócrifos atribuidos a otros apóstoles. A pesar de que la forma literaria del Apocalipsis, o Libro de Revelación, parece debiera haber ejercido una atracción especial sobre los escritores de leyendas poéticas y de narraciones edificantes, el número de los apocalipsis apócrifos es muy limitado.
1. Apocalipsis de Pedro.
El más importante de todos es el Apocalipsis de Pedro, compuesto entre el 125 y el 150. Fue tenido en gran estima por los escritores eclesiásticos de la antigüedad. Clemente de Alejandría (Eusebio, Hist. eccl. 6,14,1) lo considera como un escrito canónico. Su nombre figura en la lista más antigua del canón del Nuevo Testamento, el Fragmento Muratoriano, pero con la adición: “Algunos no quieren se lea en la Iglesia.” Eusebio declara (Hist. eccl. 3,3,2): “Del llamado apocalipsis (de Pedro) no tenemos ninguna noticia en la tradición católica. Pues ningún escritor ortodoxo de los tiempos antiguos o de los nuestros ha usado sus testimonios.” Jerónimo (De vir. ill. 1) también lo rechaza como no canónico. Sin embargo, en el siglo V, el historiador de la Iglesia Sozomeno (7,19) observa que aún seguía en uso en la liturgia del Viernes Santo en algunas iglesias de Palestina.
Un fragmento griego importante del apocalipsis fue hallado en Akhmin en 1886-1887. El texto completo se descubrió en 1910 en una traducción etiópica. Su contenido consiste principalmente en visiones que describen la belleza del cielo y el horror del infierno. El autor pinta al detalle los repugnantes castigos a que se somete a los pecadores, hombres y mujeres, según sus crímenes. Sus ideas y su imaginación revelan la influencia de la escatología órfico-pitagórica y de las religiones orientales. Baste comparar el siguiente pasaje:
Vi también otro lugar frente a éste, terriblemente triste, y era un lugar de castigo, y los que eran castigados y los ángeles que los castigaban vestían de negro, en consonancia con el ambiente del lugar.
Y algunos de los que estaban allí estaban colgados por la lengua: éstos eran los que habían blasfemado del camino de la justicia; debajo de ellos había un fuego llameante y los atormentaba.
Y había un gran lago, lleno de cieno ardiente, donde se encontraban algunos hombres que se habían apartado de la justicia; y los ángeles encargados de atormentarles estaban encima de ellos.
También había otros, mujeres, que colgaban de sus cabellos por encima de este cieno incandescente; éstas eran las que se habían adornado para el adulterio.
Y los hombres que se habían unido a ellas en la impureza del adulterio pendían de los pies y tenían sus cabezas suspendidas encima del fango, y decían: No creíamos que tendríamos que venir a parar a este lugar.
Y vi a los asesinos y a sus cómplices echados en un lugar estrecho, lleno de ponzoñosos reptiles, y eran mordidos por estas bestias, y se revolvían en aquel tormento. Y encima de ellos había gusanos que semejaban nubes negras. Y las almas de los que habían sido asesinados estaban allí y miraban al tormento de aquellos asesinos y decían: ¡Oh Dios!, rectos son tus juicios.
Muy cerca de allí vi otro lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí había mujeres sentadas, sumergidas en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados y llorando, muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían unos rayos de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto.
2. El Apocalipsis de Pablo.
Fueron varios los apocalipsis que aparecieron con el nombre de Pablo. Epifanio (Haer. 38,2) menciona un libro gnóstico titulado Ascensión de Pablo. Nada queda de esta obra. En cambio, el texto de un Apocalipsis de Pablo se conserva en varias traducciones. Fue escrito en griego entre el 240 y el 250, probablemente en Egipto. Así se explica que Orígenes tuviera conocimiento de él. Del texto original no se ha conservado nada. Tenemos, con todo, una revisión del texto griego que se hizo entre los años 380 y 388. En la introducción de esta edición se dice que el apocalipsis fue hallado debajo de la casa de Pablo en Tarso, durante el consulado de Teodosio y Graciano.
En el siglo V lo conocía el historiador Sozomeno, pues en su Historia eclesiástica (7,19) dice: “La obra titulada Apocalipsis del apóstol Pablo, que jamás vio ninguno de los ancianos, es tenida aún en mucha estima por la mayoría de los monjes. Algunos afirman que el libro fue hallado durante el reinado (de Teodosio), por revelación divina, en una caja de mármol entrerrada debajo del pavimento de la casa de Pablo, en Tarso de Cilicia. He tenido noticias de que el tal informe es falso, por un sacerdote de la Iglesia de Tarso, en Cilicia. Era éste un varón cuyas canas demostraban su avanzada edad, y decía que no se sabe ocurriera nunca cosa semejante entre ellos, y se preguntaban si no habrán sido los herejes los que inventaron esta historia.”
Además del texto griego tenemos traducciones en siríaco, copto, etiópico y latín. La versión latina, que data del año 500 más o menos y que se encuentra en más de doce narraciones, es superior a todas las demás autoridades, incluso al texto griego revisado. En la mayor parte de los manuscritos latinos al Apocalipsis se le intitula Visio Pauli. Este título es la mejor descripción del contenido de la obra, ya que el autor se propone narrar lo que Pablo vio en la visión de que habla en la segundo Epístola a los Corintios (12,2). El Apóstol recibe de Cristo la misión de predicar la penitencia a toda la humanidad. Toda la creación: el sol, la luna, las estrellas, las aguas, el mar y la tierra, apelaron contra el hombre, diciendo: “¡Oh Señor Dios omnipotente!, los hijos de los hombres han profanado tu santo nombre.” Un ángel conduce al Apóstol al lugar de las almas justas, el país resplandeciente de los justos, y al lago Aquerusa, del que se levanta la áurea ciudad de Cristo. Tras de haberle mostrado esta ciudad detenidamente, el ángel le lleva al río de Fuego, donde sufren las almas de los impíos y pecadores. Esta parte, con la descripción de los tormentos del infierno, recuerda el Apocalipsis de Pedro. Pero el Apocalipsis de Pablo va más allá en las descripciones. Entre los condenados incluye también a miembros de los diversos grados del clero, obispos, sacerdotes, diáconos y asimismo herejes de todas clases. El autor es un poeta de notable habilidad y gran poder de imaginación. No es, pues, de extrañar que su obra ejerciera un influjo enorme sobre el medioevo. Dante alude a él cuando habla del “navío escogido” para el infierno en el canto 2,28 del Inferno.
La angelología de este apocalipsis ofrece gran interés. Merece ser citado lo que dice del ángel de la guarda:
Cuando ya se ha puesto el sol, a la primera hora de la noche, a esa misma hora va el ángel de cada pueblo y de cada hombre y de cada mujer, que los protege y los guarda, porque el hombre es la imagen de Dios, e igualmente a la hora de la mañana, que es la duodécima hora, de la noche, todos los ángeles de hombres y mujeres van u entrevistarse con Dios y le presentan todas las obras que cada uno de los hombres ha realizado, tanto si son buenas como si son malas (c.7).
Guiar y proteger a las almas (Psychopompoi), tal es el oficio de los ángeles, especialmente cuando aquéllas suben de la tierra al cielo después de la muerte. La misión de San Miguel como guía (cf. c.14) nos recuerda al ofertorio de la misa de réquiem del Misal Romano:
Y vino la voz de Dios, diciendo: Porque esta alma no me ha afligido, tampoco le afligiré yo a ella… Que sea, pues, confiada a Miguel, el Ángel de la Alianza, y que él la conduzca al paraíso de la alegría, para que sea coheredera con todos los santos.
En oposición a Miguel como Psychopompos está el Tártaro (c.18): “Y oí una voz que decía: Sea esta alma entregada en manos del Tártaro y que la precipite en el infierno.”
La obra ofrece todavía otra particularidad interesante (c. 44): la idea de la mitigatio poenarum de los condenados el domingo:
No obstante, por causa de Miguel, el Arcángel del Testamento, y de los ángeles que están con él, y por causa de Pablo, mi bienamado, a quien no quisiera entristecer, y por causa de vuestros hermanos que están en el mundo y ofrecen oblaciones, y por causa de vuestros hijos, pues en ellos están mis mandamientos, y más aún, por causa de mi propia bondad: el día en que resucité de entre los muertos, concedo a todos los que están en el tormento un día y una noche de alivio por siempre.
Esta creencia influyó notablemente en la literatura de la Edad Media (cf. Dante).
3. El Apocalipsis de Esteban.
En el Decretum Gelasianum, juntamente con el Apocalipsis de Pablo, aparecen condenados otros dos, el de Esteban y el de Tomás. Del Apocalipsis de Esteban no tenemos noticia alguna. Podría ser que el Decretum se refiriera al relato de la invención de las reliquias de San Esteban, compuesto por el presbítero griego Lucio hacia el 415.
4. El Apocalipsis de Tomás.
El Apocalipsis de Tomás fue compuesto en griego o en latín hacia el año 400. El autor comparte los puntos de vista del gnosticismo maniqueo. La obra no fue descubierta hasta el año 1907, en un manuscrito de Munich, en el que se le da el título de Epistola Domini nostri Iesu Christi ad Thomam discipulum. Existe una antigua traducción inglesa de esta revelación en un sermón que se halla en un manuscrito anglosajón de Vercelli. Algunos indicios permiten suponer que la lengua original fuera el griego.
El contenido encierra revelaciones que el Señor hizo al apóstol Tomás acerca de los últimos tiempos. Las señales precursoras de la destrucción del mundo se suceden aquí durante un período de siete días. El apocalipsis fue usado por los priscilianistas y era conocido en Inglaterra ya en el siglo IX o antes.
5. Los Apocalipsis de San Juan.
Se atribuyeron apocalipsis apócrifos incluso al autor del Apocalipsis canónico, el apóstol Juan. Uno de ellos fue publicado por A. Birch y C. Tischendorf. Contiene una serie de preguntas y respuestas acerca del fin del mundo y una descripción del anticristo, que a menudo sigue al Apocalipsis canónico. Otro Apocalipsis de San Juan fue editado por F. Nau de un manuscrito de París (París graec. 947). En él, San Juan propone al Señor algunas cuestiones sobre la celebración del domingo, el ayuno, la liturgia y la doctrina de la Iglesia.
6. Los Apocalipsis de la Virgen.
Los Apocalipsis de la Virgen son de origen más reciente. En ellos, María recibe revelaciones sobre los tormentos del infierno e intercede por los condenados. Existen varios textos en griego y en etiópico. Acusan influencias de los Apocalipsis de Pablo y de Pedro, pero su fuente principal son las leyendas de la Asunción, conocidas bajo el nombre de Transitus Mariae (cf. infra, p.236).
V. Cartas Apócrifas de los Apóstoles.
1. La Epistola Apostolorum.
La más importante de las epístolas apócrifas y, desde el punto de mira histórico, la más valiosa, es la Epistola Apostolorum. Fue publicada por vez primera en 1919. La carta va dirigida a las Iglesias del Oriente y del Occidente, del Norte y del Sur,” y salió a la luz en Asia Menor o en Egipto. Según C. Schmidt, fue escrita entre los años 160 y 170, mientras que A. Ehrhard fija su composición entre 130 y 140. Indicios del mismo texto sugieren más bien una fecha entre los años 140 y 160. No queda nada del texto original griego. Tenemos parte de una versión copta, descubierta en 1895 en El Cairo, y una traducción etiópica completa publicada en 1913. También quedan fragmentos de una versión latina. C. Schmidt publicó en 1919 una edición crítica a base de estas autoridades.
La parte principal de la carta se compone de revelaciones que el Salvador hizo a sus discípulos después de la resurrección. En la introducción hay una confesión de fe en Cristo y un resumen de sus milagros. Concluye con una descripción de la ascensión. La forma epistolar se mantiene solamente en la primera parte; por consiguiente, en su conjunto, la obra es más bien de carácter apocalíptico que epistolar. Es un ejemplo de literatura religiosa popular no oficial. El autor toma sus ideas principalmente del Nuevo Testamento. En su lenguaje y en sus conceptos predomina el influjo del evangelio de San Juan. El relato de la resurrección es una combinación de los cuatro evangelios canónicos. Además de estas fuentes, el autor echó mano de los apócrifos siguientes: Apocalipsis de Pedro, Epístola de Bernabé y el Pastor de Hermas.
La teología de la epístola. La epístola afirma con toda claridad las dos naturalezas de Cristo. Cristo se llama a sí mismo “Yo que soy ingénito y, sin embargo, engendrado del hombre; que soy sin carne y, sin embargo, me revestí de carne” (21). Se afirma explícitamente la encarnación del Verbo:
Respecto de Dios, el Señor, el Hijo de Dios, creemos esto: que es el Verbo que se hizo carne; que tomó su cuerpo de la Virgen María, concebido por obra del Espíritu Santo, no por la voluntad de la carne, sino por el querer de Dios; que fue envuelto en pañales en Belén y fue manifestado, y creció y llegó a la edad adulta (3).
En otro lugar, sin embargo, se considera a Gabriel como una personificación del Logos; se pone en su boca las siguientes palabras:
En aquel día en que tomé la forma del ángel Gabriel, me aparecí a María y hablé con ella. Su corazón me aceptó y ella creyó, y yo, el Verbo, entré en su cuerpo. Y me hice carne porque yo sólo fui mi propio servidor en lo que concierne a María bajo la apariencia de una forma angélica (14).
Por otra parte, la obra identifica completamente la divinidad del Logos con la del Padre:
Y le dijimos: Señor, ¿es posible que estés al mismo tiempo aquí y allí? Mas él nos contestó: Yo estoy enteramente en el Padre, y el Padre en mí, por razón de la igualdad de la forma, del poder, de la plenitud, de la luz, de la medida colmada y de la voz. Yo soy el Verbo (17).
Aunque hay ciertos giros de pensamiento gnósticos, la tendencia de este escrito es decididamente antignóstica. Al principio se habla de Simón Mago y de Cerinto como “de falsos apóstoles de los que está escrito que nadie se adhiera a ellos, porque hay en ellos engaño, y por el engaño llevan a los hombres a la destrucción.” La misma tendencia antignóstica se puede apreciar en el énfasis con que el autor insiste en la resurrección de la carne. De esta resurrección se dice que es “segundo nacimiento,” “vestidura que no se corromperá” (21). En cuanto a la escatología, no aparece traza alguna de milenarismo. En la descripción del último juicio la carne aparece juzgada juntamente con el alma y el espíritu. Después de eso la humanidad será dividida, “una parte descansará en el cielo y la otra sufrirá castigo eterno en una vida sin fin” (22).
También es importante la epístola por lo que atañe a la historia de la liturgia. Contiene un corto símbolo en el que, además de las tres divinas Personas, se hace mención a la santa Iglesia y de la remisión de los pecados como artículos de fe (5; véase más arriba p.33). El bautismo es condición absolutamente indispensable para la salvación. Por esta razón Cristo bajó al limbo a bautizar a los justos y a los profetas:
Y derramé sobre ellos con mi mano derecha el agua de la vida, del perdón y de la salvación de todo mal, como lo hice contigo y con todos los que creyeron en mí (27).
El autor muestra aquí conocer el Pastor de Hermas, quien da la misma explicación del Descensus ad inferos. Por otra parte, el bautismo solo no es suficiente para la salvación:
Pero si alguien creyere en mí y no observare mis mandamientos, aunque haya confesado mi nombre, no le aprovechará, antes bien corre en vano; porque los tales darán consigo en la perdición y en la ruina (27).
A la celebración de la Eucaristía se la llama Pascha y se le considera como un memorial de la muerte de Jesús. El Ágape y la Eucaristía seguían celebrándose simultáneamente. He aquí el texto de este precioso pasaje:
Pero conmemorad mi muerte. Ahora bien, cuando venga la Pascua, uno de vosotros será encarcelado por causa de mi nombre, y estará triste y afligido porque vosotros celebráis la Pascua mientras él está separado de vosotros… Y enviaré mi poder bajo la forma del ángel Gabriel y las puertas de la cárcel se abrirán. Y él salará y vendrá a vosotros y velará con vosotros durante la noche hasta el canto del gallo. Y cuando hayáis cumplido el memorial que se hace de mí y el ágape, será de nuevo encarcelado en testimonio, hasta que salga de allí y predique lo que yo os he transmitido. Y nosotros le dijimos: Señor, ¿es menester que tomemos otra vez la copa y bebamos? El nos respondió: Sí, es necesario hasta el día en que yo vuelva con los que sufrieron muerte por mi causa (15).
2. Epístolas apócrifas de San Pablo.
En las epístolas canónicas de San Pablo se hace mención de algunas cartas que no figuran en el canon del Nuevo Testamento y que evidentemente se han perdido. Con el fin de colmar esta laguna aparecieron las epístolas apócrifas de San Pablo.
a) En su Epístola a los Colosenses (4,16), San Pablo menciona una carta que escribió a los laodicenses. Esto dio ocasión a la Epístola de los Laodicenses apócrifa. Su contenido no es más que una imitación y plagio de las cartas auténticas del Apóstol, especialmente de su Epístola a los Filipenses. Empieza el autor por manifestar su alegría por la fe y virtudes de los laodicenses; luego les pone en guardia contra los herejes y les exhorta a que permanezcan fieles a la doctrina cristiana y al concepto cristiano de la vida, tal como les había instruido el Apóstol. La carta pretende haber sido escrita desde una cárcel. Por el contenido no es posible fijar la fecha en que fue compuesta. Es verdad que el Fragmento Muratoriano menciona una Epístola a los Laodicenses a la que califica de falsificación destinada a favorecer las doctrinas heréticas de Marción. Pero los sabios no han dado su asentimiento a la hipótesis de Harnack, que identificaba la epístola apócrifa a los laodicenses con la epístola mencionada en el Fragmento Muratoriano. Aunque es muy posible que la lengua original de la carta fuera el griego, por el momento existe solamente un texto latino. El manuscrito más antiguo que la transmite es el Codex Fuldensis, del obispo Víctor de Capua, escrito en 546. La carta no pudo ser compuesta en fecha posterior al siglo IV, puesto que los escritores eclesiásticos la mencionan a partir de esta época. Las traducciones que poseemos se basan todas en el texto latino. Esta carta aparece en muchas biblias inglesas
b) Junto a la Carta a los Laodicenses, el Fragmento Muratoriano cita una carta marcionita, la Epístola a los Alejandrinos, que se ha perdido. No sabemos nada más acerca de ella.
c)  La Tercera Carta a los Corintios se encuentra en los Hechos de Pablo (cf. supra p.133). Se supone que esta epístola fue escrita en contestación a una carta que los corintios enviaron a Pablo. En ella los corintios le informaban acerca de dos herejes, Simón y Cleobio, que trataban de “derrocar la fe” con las siguientes enseñanzas:
Dicen que no debemos servirnos de los profetas; que Dios no es todopoderoso; que no habrá resurrección de la carne; que el ser humano no fue criado por Dios; que Cristo no descendió en la carne ni nació de María, y que el mundo no es de Dios, sino de los ángeles.
El contenido de la respuesta de Pablo es, por consiguiente, de considerable importancia por los problemas que en ella se ventilan: la creación del mundo, la humanidad y su Creador, la encarnación y la resurrección de la carne. La carta de los corintios, lo mismo que la respuesta de Pablo, escrita desde la cárcel de Filipos, fueron insertadas en la colección siríaca de las epístolas paulinas y por algún tiempo fueron consideradas como auténticas en la Iglesias siríaca y armenia. Existe una traducción latina del siglo III.
d)  La Correspondencia entre Pablo y Séneca es una colección de ocho cartas del filósofo romano Séneca dirigidas a San Pablo y de seis breves respuestas del Apóstol. Fueron escritas en latín, a más tardar en el siglo III. San Jerónimo (De vir. ill. 12) afirma que eran “leídas por muchos.” Séneca comunica al Apóstol la profunda impresión que ha experimentado con la lectura de sus cartas, “porque es el Espíritu Santo, que está en ti y sobre ti, el que expresa estos pensamientos tan elevados y admirables.” Pero al filósofo no le gusta el estilo detestable con que Pablo escribió esas cartas; por eso le aconseja: “Desearía que fueras más cuidadoso en otros puntos, a fin de que a la majestad de las ideas no le falte el lustre del estilo” (Ep. 7). Es evidente que toda la correspondencia fue inventada con un fin determinado. Lo que el autor quería era que, a pesar de sus defectos literarios, las cartas auténticas de San Pablo fueran leídas en los círculos de la sociedad romana, “porque los dioses hablan a menudo por boca de los simples, no por medio de los que tratan engañosamente de hacer lo que pueden con su saber” (ibid.).
3. Cartas apócrifas de los discípulos de San Pablo.
a)La Epístola de Bernabé (cf. supra p.90ss).
b) Epistola Titi discipuli Pauli, de Dispositione Sanctimonii. El texto de este apócrifo latino fue publicado por primera vez en 1925 por dom De Bruyne. No es una carta, sino un discurso sobre la virginidad dirigido a los ascetas de ambos sexos. Combate los abusos de las Syneisaktoi y la vida en común bajo un mismo techo de los ascetas de diferente sexo. Presenta mucha afinidad con el escrito de Pseudo-Cipriano De singularitate clericorum, del que el autor se sirvió. Procede probablemente de los círculos priscilianistas de España. Parece que la lengua original fue el griego.