La doctrina en el Magisterio de la Iglesia

Las intervenciones del Magisterio en materia predestinacionista han tenido generalmente un tono que manifiesta que éste ha tenido mayor preocupación por situar rectamente el problema de la reprobación, rechazando opiniones erróneas, que por exponer positivamente una doctrina sobre la predestinación. Tal es la tónica del Concilio. de Arlés (a. 473), de los capítulos de los Concilio Arausicano II (a. 529), de Quierzy (a. 853) y de Valence (a. 855), y, finalmente, de los textos que el Concilio de Trento dedica al particular.

      Una idea domina la doctrina magisterial: la existencia de la voluntad salvífica universal y de la universalidad de la Redención. En ese ambiente se movía ya el Concilio de Arlés (4Denz. Sch. 330-336) y más concretamente el de Quierzy (Denz.Sch. 318). Como ya señalábamos, esta doctrina fue reafirmada en la condena de Jansenio (Denz. Sch. 2005); ha sido además repetidas veces comentada por el Magisterio reciente (cfr., p. ej.,, Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, 13-16).

      La existencia de la predestinación fue afirmada en el Concilio Arausicano II y en el de Quierzy, que gozan de máxima autoridad a pesar de su carácter particular. El Concilio Arausicano pone de relieve que la iniciativa en el orden de la salvación corresponde a Dios, sin méritos precedentes del hombre (Denz.Sch. 397). El Conc. de Quierzy escribe: «el Dios bueno y justo eligió de la misma masa de perdición, según su presciencia, a quienes predestinó por la gracia a la vida, predestinándolos a la vida eterna«, y a continuación añade: «la predestinación se refiere o al don de la gracia o a la retribución de la justicia» (Denz. Sch. 621).

      El Concilio de Valence, recogiendo esta doctrina, dijo: «Confesamos fielmente la predestinación de los elegidos a la vida y la predestinación de los impíos a la muerte. En la elección de los que se han de salvar, con todo, la misericordia divina precede al mérito bueno; por el contrario, en la reprobación de los condenados el mérito malo precede al justo juicio de Dios» (Denz.Sch. 626-629).

      El Concilio de Trento, en la sesión sexta, hablando de la gracia y de la justificación, da por supuesta la doctrina sobre la predestinación.  afirmando la voluntad salvífica universal de Dios, y rechazando la predestinación. ad malum o reprobación positiva antecedente (Denz.Sch. 1533,1556,1565 y 1567).

         Es dogma de fe que existe una verdadera predestinación para la bienaventuranza eterna. La Iglesia confesó esta verdad en el Concilio de Trento, y condenó la opinión de que se puede tener una seguridad de fide absoluta de nuestra elección ( sesión VI, cap. 12: D 805) 

En resumen la Iglesia afirma:

Nadie se salva por sí mismo, ni puede realizar ningún bien sin la ayuda de Dios. Dios tiene la iniciativa absoluta en el orden del bien y de la salvación: el que se salva, se salva porque ha sido ayudado por Dios. El que se salva, es porque la absoluta misericordia de Dios.

       Dios respeta la libertad del hombre, no la anula, ni aun bajo el influjo de su gracia. El hombre es dueño de sí y puede resistir a la acción de Dios. Dios no salva a quien no quiere ser salvado. El que se condena, es por el mal uso de su libertad, rechazando la gracia.

La predestinación  a la gracia y a la gloria, tomada en sentido adecuado y total, puede considerarse como independiente de los méritos del hombre, pues Dios llama libremente al comienzo de la fe y da con idéntica libertad la primera y última gracia; gracias que no se pueden merecer.

La reprobación positiva supone los deméritos previstos del hombre y se realiza en el tiempo simultáneamente a estos deméritos. Dios no determina ni ordena a nadie al pecado.

Aunque la predestinación  es cierta e infalible, nadie -sin una especial revelación- puede tener certeza natural o certeza común de fe sobre si está o no predestinado.

Santo Tomás de Aquino y su escuela no ha hecho más que explicar esta doctrina católica contra el pelagianismo, semipelagianismo, congruismo y molinismo [del jesuita Molina, que si no en su totalidad han seguido y enseñado el sistema jesuitíco]  que no logra explicar la omniscencia divina [y que mientras se mezcle la sciencia media del molinismo tendrá que luchar contra el peligro de hacer a Dios dependiente de la criatura, que caracteriza de el sistema de Molina, S.J.]. Santo Tomás no hace, pues, más que explicar lo que ya nos  ha revelado Dios y la Iglesia nos enseña.

Vemos, pues, en la Síntesis Tomista la predestinación,  de la pluma del gran Garrigou  Lagrange en el art. siguiente, de imprescindible lectura .