AÑO LITÚRGICO: MÍSTICA DEL ADVIENTO
CAPITULO II
MÍSTICA DEL ADVIENTO
Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger
EL TRIPLE ADVENIMIENTO. — Si, después de haber detallado las características que distinguen al tiempo del Adviento de cualquier otro tiempo, queremos penetrar ahora en las profundidades del misterio que ocupa a la Iglesia durante este período, hallaremos que el misterio del Advenimiento de Jesucristo es a la vez simple y triple. Simple, porque es el mismo Hijo de Dios el que viene; triple, porque viene en tres ocasiones y de tres maneras.
En el primer Advenimiento, dice San Bernardo en el Sermón quinto sobre el Adviento, viene en carne y debilidad; en el segundo viene en espíritu y poderío; en el tercero viene en gloria y majestad; el segundo Advenimiento es el medio por el que se pasa del primero al tercero.»
Este es el misterio del Adviento. Oigamos ahora la explicación que Pedro de Blosio nos da de esta triple visita de Cristo, en su sermón tercero de AdvIento: «Hay tres Advenimientos del Señor, el primero en carne, el segundo al alma, el tercero en el día del juicio. El primero ocurrió en medio de la noche, según la frase del Evangelio: Se oyó un clamor en medio de la noche: He aquí el Esposo. Este primer Advenimiento ya pasó: porque Cristo apareció en la tierra y convivió con los hombres. Ahora estamos en el segundo Advenimiento: pero con tal de que seamos dignos de que venga a nosotros; porque El ha dicho que si le amamos, vendrá a nosotros y hará en nosotros su morada. Por consiguiente, este Advenimiento no es para nosotros algo completamente seguro, porque ¿quién, sino solamente el Espíritu divino, conoce los que son suyos? Aquellos a quienes el ansia de las cosas celestiales saca fuera de sí mismos saben cuándo viene, pero no de dónde viene y a dónde va. En cuanto al tercer advenimiento, es seguro que ha de ocurrir; pero muy incierto cuándo ocurrirá: puesto que no hay nada tan cierto como la muerte pero tampoco tan incierto como el día de la muerte. En el preciso momento en que se hable de paz y seguridad, dice el Sabio, aparecerá repentinamente la muerte, como aparecen en el seno de la mujer los dolores del parto, y nadie podrá huir. La- primera venida fué, pues, humilde y oculta, la segunda misteriosa y llena de amor, la tercera será resplandeciente y terrible. En su primer Advenimiento Cristo fué injustamente juzgado por los hombres; en el segundo nos hace justos por la gracia; en el tercero juzgará en justicia a todo lo criado: en el primer Advenimiento fué Cordero, en el último será León, en el segundo Amigo rebosante de ternura».
EL PRIMER ADVENIMIENTO. — La Santa Iglesia aguarda, pues, durante el Adviento con lágrimas e impaciencia la venida de Cristo en su primer Advenimiento. Y así, se hace eco de las ardientes expresiones de los Profetas, a las que añade sus propias súplicas. Las ansias del Mesías no son, en boca de la Iglesia, un simple recuerdo de los anhelos del antiguo pueblo: tienen un valor real, una eñcaz influencia sobre el gran acto de la generosidad del Padre celestial, que nos dió a su Hijo. Desde toda la eternidad, las oraciones reunidas del antiguo pueblo y las de la Iglesia cristiana estuvieron presentes ante el divino acatamiento; y fué después de haberlas oído y escuchado todas, cuando se decidió a enviar en su debido tiempo a la tierra este celestial roclo que hizo germinar al Salvador.
EL SEGUNDO ADVENIMIENTO. — La Iglesia ansia también el segundo Advenimiento, consecuencia del primero, y que consiste como acabamos de verlo, en la visita que el Esposo hace a la Esposa. Este Advenimiento ocurre todos los años en la fiesta de Navidad; un nuevo nacimiento del Hijo de Dios liberta a la sociedad de los Fieles, del yugo de la esclavitud que el enemigo quisiera imponerle. Durante el Adviento la Iglesia pide, pues, ser visitada por el que es su Jefe y Esposo, visitada en su Jerarquía, en sus miembros, vivos unos y otros ya difuntos pero que pueden volver a la vida; y por fln en todos los que no están en comunión con ella, en los mismos infieles para que se conviertan a la luz verdadera, que también para ellos luce. Las expresiones de la Liturgia, que emplea la Iglesia para pedir este amoroso e invisible Advenimiento, son las mismas que aquellas por las cuales solicita la venida del Redentor en la carne; porque proporcionalmente la situación es idéntica. En vano hubiera venido el Hijo de Dios, hace diecinueve siglos, si no volviera a venir para cada uno de nosotros y en cada momento de nuestra existencia, para procurarnos y fomentar en nosotros esa vida sobrenatural cuyo principio es El y el Espíritu Santo.
EL TERCER ADVENIMIENTO. — Pero esta visita anual del Esposo no colma los deseos de la Iglesia: suspira todavía por el tercer Advenimiento que será la consumación de todo y la abrirá las puertas de la eternidad. Conserva en su memoria la última frase del Esposo: He aquí que vengo a su tiempo; y dice con fervor: ¡Ven, Señor Jesús! Tiene prisa por verse libre de la sujeción del tiempo; suspira por ver completo el número de los elegidos y por ver aparecer la señal de su Libertador y Esposo sobre las nubes del cielo. Hasta allí, pues, se extiende el sentido de los deseos que expresa en su Liturgia de Adviento; esa es la explicación de la frase del discípulo amado en su profecía: He aquí las bodas del Cordero, y la Esposa está preparada
Mas, el día de la llegada del Esposo será también un día terrible. La Santa Iglesia tiembla con frecuencia con el solo pensamiento del tremendo tribunal ante el que comparecerá todo el mundo. Califica a este día de «día de ira, del cual dijeron David y la Sibila que reduciría al mundo a cenizas; día de lágrimas y de espanto. Y no es que tema por sí misma, habiéndose de colocar sobre su frente en ese día la corona de Esposa de un modo definitivo; pero su corazón maternal tiembla ante la idea de que muchos de sus hijos estarán a la izquierda del Juez, y que privados de toda sociedad con los elegidos, serán arrojados para siempre, atados de pies y manos, en las tinieblas donde no habrá más que llanto y crujir de dientes. He ahí la razón por la que se detiene la Iglesia con tanta frecuencia, en la Liturgia de Adviento, a considerar el Advenimiento de Cristo como un Advenimiento terrible y, en las Escrituras, elige los trozos más a propósito para despertar un saludable terror en el alma de aquellos de sus hijos que tal vez duerman en el sueño del pecado.
FORMAS LITÚRGICAS. — Este es, pues, el triple misterio del Adviento. Ahora bien, las formas litúrgicas de que se halla revestido son de dos clases: consisten las unas en oraciones, lecturas y otras fórmulas en que se emplean las palabras para traducir los sentimientos que acabamos de exponer; las otras consisten en ritos externos característicos de este santo tiempo y destinados a completar la expresión de los cantos y de las palabras.
Por el color de duelo de que se cubre, la Santa Iglesia quiere hacer sensible a los ojos del pueblo la tristeza que embarga su corazón. Exceptuando las fiestas de los Santos, no usa más que el color violeta; el Diácono deja la Dalmática, y el Subdiácono la Túnica. Antiguamente se llegó a usar el color negro en varios lugares, como Tours, Mans, etc. Este duelo de la Iglesia indica claramente con cuánta verdad se asocia a los verdaderos Israelitas que esperaban al Mesías en la ceniza y el cilicio, y lloraban la gloria eclipsada de Sión, y el «cetro arrebatado a Judá, hasta que venga el que ha de ser enviado, el que es el ansia de las naciones'». Significa también las obras de penitencia por las que se prepara al segundo Advenimiento lleno de dulzura y misterio, que se realiza en los corazones en la medida que aquellos se muestran sensibles a la ternura que les manifiesta este divino Huésped que dijo: Mis delicias son estar con los hijos de los hombres
Finalmente traduce el desconsuelo de esta viuda, en espera del Esposo que tarda en llegar. Cual la tórtola, gime sobre la montaña, hasta sentir la voz que la ha de decir: «Ven del Líbano, Esposa mía; ven y serás coronada, porque has herido mi corazón»2.
La Iglesia suspende también durante el Adviento, fuera de las fiestas de los Santos, el empleo del Himno angélico: Gloria in excelsis Deo, et in térra pax hominibus bonae voluntatis. Efectivamente, este maravilloso cántico se oyó por vez primera en Belén en la gruta del Niño Dios; la lengua de los Angeles permanece todavía muda; la Virgen no ha depositado aún su divina carga; no es tiempo todavía de cantar, aún no es propio entonar: «¡Gloria a Dios en las alturas! ¡en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!»
Tampoco deja oir el Diácono al fin de la Misa aquellas solemnes palabras con que despide a la asamblea de los fieles en tiempo ordinario: Ite, missa est. En su lugar exclama: Benedicamus Domino! como si la Iglesia tuviese miedo de interrumpir la oración de los fieles, que no debería ser nunca demasiado larga en estos días de espera.
En el Oficio Nocturno, la Santa Iglesia suspende también, durante estos días, el cántico jubiloso del Te Deum laudamus. Espera en la humildad el don divino y por eso durante esta expectación no sabe hacer otra cosa que pedir, suplicar y esperar. Ya llegará la hora solemne en que el Sol de justicia aparezca de repente en medio de las más oscuras tinieblas: entonces recobrará ella su voz de acción de gracias; y el silencio de la noche hará eco, en toda la tierra, a este grito de entusiasmo: «Te alabamos, oh Dios; te ensalzamos, oh Señor. ¡Oh Cristo, Rey de la gloria, Hijo eterno del Padre! para libertar al hombre no tuviste horror al seno de una pobre Virgen.»
Los días de feria, antes de terminar cada hora del Oficio, las Rúbricas del Adviento prescriben oraciones especiales que se deben hacer de rodillas; en esos mismos días el Coro debe permanecer también en esa postura durante una buena parte de la Misa. Bajo este aspecto, las prácticas del Adviento son idénticas a las de la Cuaresma.
No obstante eso, existe un rasgo característico que distingue a estos dos tiempos: el canto de la alegría, el jubiloso Alleluia no queda suspendido durante el Adviento, a no ser en los días de feria. Continúa cantándose en la Misa de los cuatro domingos, formando contraste con el sombrío color de los ornamentos. Incluso hay una dominica, la tercera, en que el órgano recupera su amplia y melodiosa voz y el triste color violeta es reemplazado unas horas por el color de rosa.
Este recuerdo de las alegrías pasadas, que es bastante frecuente en las santas tristezas de la Iglesia, es también suficientemente elocuente para significar que, aunque se una al pueblo antiguo para implorar la venida del Mesías y pagar de esta manera la gran deuda que la humanidad ha contraído con la justicia y bondad divinas, no olvida a pesar de todo, que el Emmanuel ha venido ya para ella, que está a su lado y que antes de que mueva los labios pidiendo redención, se encuentra ya rescatada y señalada para la unión eterna con su Esposo. He ahí por qué el Alleluia se mezcla con sus suspiros y las alegrías con las tristezas, en espera de que el gozo venza al dolor en aquella sagrada noche, que será más radiante que el más esplendoroso día.
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