Este libro es una fiel respuesta de un hijo de la Iglesia a la reiterada voluntad de los papas: desde San Pío V a Pío XII en la Humani Generis, pasando por San Pío X en la Pascendi o Benedicto XV, entre otros, hasta 1958, cuyas intenciones fueron siempre volver a la doctrina segura de Santo Tomás. En esta obra, a lo largo de sus 1492 preguntas y correspondientes respuestas, el lector no sólo podrá adquirir el concepto claro de ley injusta, de las relaciones entre dones del Espíritu Santo y virtudes, de los medios de la gracia, de las procesiones trinitarias, de las distintas ciencias en Jesucristo, o qué es la oración, entre otros muchos, sino que al paso de las páginas y mientras va meditando su contenido, la potencia de la verdad contribuirá a ordenar su inteligencia y a que comprenda que en el hombre inteligencia y voluntad deben ir de la mano, evitando todo voluntarismo y subjetivismo y que también debe ser así en la teología católica. Es realmente un tesoro que todo católico debería tener, leer y releer, meditándolo, porque contiene toda la ciencia divina y humana que un cristiano debe conocer, para saber para qué existe, para qué vive en esta tierra, a dónde va y cuál es el camino para llegar a la felicidad, en este mundo y en el otro.

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INTRODUCCIÓN

            El Padre Thomás Pègues, de la orden de los Predicadores, nació en 1866 en Marcillac, Francia, y murió el 28 de abril de 1936; fue profesor en la Universidad  Pontificia de Santo Tomás de Aquino (El Angelicum) entre 1919 y 1921. Realizó una labor extraordinaria al comentar, en miles de páginas, la Suma Teológica del doctor angélico de la Fe católica, y después de haberla comentado y analizado y explicado punto por punto, nos presenta un resumen de esta misma obra en forma de catecismo, con preguntas y respuestas.

Este método suscita la atención y despierta la curiosidad intelectual del lector y después le da la respuesta a la duda que le había surgido.

Por su brevedad y su clara y hasta amena exposición, este Catecismo permitirá que se pueda conocer la Suma Teológica, sin tener que realizar el esfuerzo de leer un texto que sobrepasa unas veinte veces su extensión. Como puede fácilmente deducirse, el Catecismo de la Suma Teológica es un resumen de la obra cumbre de Santo Tomás de Aquino. La ortodoxia probada y la competencia de largos años de estudio y enseñanza de las obras del aquinate, hacían del Padre Pègues un divulgador riguroso de la teología del Ángel de las Escuelas, el doctor común de todos los católicos.

No se trata de que este libro pretenda sustituir la lectura de la Suma. Lo que pretende es evitar que las dimensiones de la obra original (veinte veces más voluminosa que el libro de Pégues) disuadan al hombre de estew siglo de su lectura. Quiere poner al alcance de cualquier inteligencia medianamente formada algunos puntos esenciales de la arquitectónica obra del Maestro de Aquino, y lo hace en forma de preguntas y respuestas, al modo de los catecismos de siempre. La vieja fórmula de los catecismos de la instrucción de la fe, verdadera escuela cristiana, es un recurso particularmente ameno y adaptado a las introducciones de materias intelectuales.

Se puede decir que, hoy más que nunca en que los contenidos de la fe son desconocidos por la inmensa mayoría de los católicos practicantes presas de errores, es urgente la difusión de obras como este Catecismo tomista;  en esta obra a lo largo de sus 1492 preguntas y correspondientes respuestas, el lector no sólo podrá adquirir el concepto claro de ley injusta, de las relaciones entre dones del Espíritu Santo y virtudes, de los medios de la gracia, de las procesiones trinitarias, de las distintas ciencias en Jesucristo,  o qué es la oración entre otros muchos, sino que al paso de las páginas y mientras va meditando su contenido, la potencia de la verdad contribuirá a ordenar su inteligencia y a que comprenda que en un ser como el hombre, inteligencia y voluntad deben ir de la mano, evitando todo voluntarismo y subjetivismo y que también debe ser así en Teología. En otras palabras, que dado que hoy vivimos en un mundo lleno de errores y hasta herejías que se proclaman desde los púlpitos, en buena parte lo debemos a haber descuidado su método y a algo que Santo Tomás tenía muy presente: que para la adquisición de la verdad se requiere también un recto uso de la voluntad, más cuando se trata de verdades arduas.

Este libro es, pues, una fiel respuesta de un hijo de la Iglesia a la voluntad de San Pío X en la Pascendi,  cuya intención se siguió hasta Pío XII en su Humani Generis de volver a la doctrina segura de Santo Tomás. Es realmente un tesoro que todo católico debería tener, leer y releer, meditándolo, porque contiene toda la ciencia divina y humana que un cristiano debe conocer, para saber para qué existe, para qué vive en esta tierra, a dónde va y cuál es el camino para llegar a la felicidad, en este mundo y en el otro.

Elogio de la Iglesia a Santo Tomás de  Aquino.

 

Seguimiento de la Doctrina tomista.

            Poco después de su muerte, los escritos de Santo Tomás eran universalmente estimados. Los dominicos naturalmente fueron los primeros en seguir al Santo. El Capítulo General de París de 1279 prometió grandes penas para todo aquel que se atreviese a hablar irreverentemente de él o de sus obras. Los capítulos de París de 1286, de Burdeos de 1287 y de Lucca de 1288, expresamente dispusieron que los frailes tenían que seguir la doctrina de Tomás, que en aquel momento no había sido canonizado (Const. Ord. Praed. N. 1130). La Universidad de París, coincidiendo con la muerte de Santo Tomás, envió una misiva oficial de pésame al capítulo general de los dominicos, diciendo que con los hermanos, la universidad expresaba su dolor por la pérdida de aquél que era como suyo propio por sus muchos títulos (texto de la carta en Vaughan). En la encíclica “Aeterni Patris”, León XIII menciona las Universidades de París, Salamanca, Alcalá, Douai, Toulouse, Lovaina, Padua, Bolonia, Nápoles, Coimbra, como “las sedes del conocimiento humano donde Tomás reinaba supremo, y donde las mentes de todos, maestros y discípulos, disfrutaban de una maravillosa armonía bajo la tutela y autoridad del Doctor Angélico”. A esta relación, podemos añadir Lima y Manila, Friburgo y Washington. Los seminarios y escuelas siguieron a las universidades. La “Summa” gradualmente sustituyó a las “Sentencias” como texto de teología. Las mentes se formaban según los principios de Santo Tomás; se convirtió en un gran maestro, ejerciendo una vasta influencia universal sobre las opiniones de los hombres y sus obras; porque incluso los que no adoptaban todas sus conclusiones, quedaban obligados a considerar sus opiniones. Se estima que se han escrito unos seis mil comentarios sobre la obra de Santo Tomás. Durante los últimos 600 años, se han publicado manuales de teología y filosofía, compuestos con la intención de impartir su enseñanza; traducciones, estudios o resúmenes (études), de partes de sus obras, y hasta hoy, su nombre se honra en todo el mundo. En cada uno de los Concilios Generales que han tenido lugar después de su muerte, Santo Tomás siempre ha ocupado un lugar de honor. En el Concilio de Lyon su obra “Contra errores Graecorum” fue utilizada con gran efecto contra los griegos. En disputas posteriores, antes y durante el Concilio de Florencia, Juan de Montenegro, el campeón de la ortodoxia Latina, encontró en Santo Tomás una fuente inagotable de argumentos irrefutables. El “Decretum pro Armenis” (Instrucción para los Armenios) emitido por la autoridad de ese concilio, está tomado casi literalmente de su tratado “De fidei articuli et septem sacramentis“. En los concilios de Lyon, Vienne, Florencia y el Vaticano, escribe León XIII (encíclica “Aeterni Patris”), “casi podríase decir que Santo Tomás participó y presidió las deliberaciones y decretos de los Padres contendiendo contra los errores de los griegos, herejes y racionalistas, con una fuerza invencible y con los más felices resultados”. Pero la mayor y más especial gloria de santo Tomás, que no comparte con ningún otro Doctor Católico, es que los Padres de Trento hicieron parte del orden del cónclave poner sobre el altar, junto al códice de las Sagradas Escrituras y los Decretos de los Sumos Pontífices, la Summa de Tomás de Aquino, para buscar consejo, razones e inspiración. Mayor influencia, nadie puede tener. Antes de concluir, debemos mencionar dos libros muy conocidos y apreciados, inspirados por y basados en los escritos de Santo Tomás. El Catecismo del Concilio de Trento, compuesto por discípulos del Doctor Angélico, es en realidad un compendio de su teología, presentada en forma apropiada para uso de los párrocos. La Divina Comedia de Dante se ha llamado “la Summa de Santo Tomás en verso”, y los comentaristas hacen derivar las divisiones y descripciones de las virtudes y los vicios del gran poeta florentino a la “Secunda Secundae”.

Aprecio de la Iglesia por Santo Tomás.

              La estima de que disfrutaba en vida no ha disminuido, sino aumentado, en el transcurso de los seis siglos transcurridos desde su muerte. El lugar que ocupa en la Iglesia lo explica el gran León XIII en la encíclica “Aeterni Patris”, en la que recomienda el estudio de la filosofía escolástica: “Es sabido que casi todos los fundadores y legisladores de órdenes religiosas ordenaron a sus frailes estudiar y hacer suyas las enseñanzas de Santo Tomás… Además de la familia Dominica, que justamente reclama como suyo a este gran maestro, los estatutos de los Benedictinos, Carmelitas, Agustinos, Jesuitas y muchos otros, dan testimonio de su acatamiento de esta ley”. Entre los “muchos otros”, Servitas, Pasionistas, Bernabitas y Sulpicianos se han dedicado de manera especial al estudio de Santo Tomás. Las principales universidades donde Santo Tomás brillaba como gran maestro han sido enumeradas más arriba. Los doctores parisinos le llamaban estrella del alba, sol luminoso, luz de la Iglesia entera. Esteban, Obispo de París, reprendiendo a aquellos que se atrevían a atacar la doctrina de aquel “excelentísimo Doctor, el bendito Tomás”, le llama “la gran luminaria de la Iglesia Católica, la joya del sacerdocio, la flor de los doctores, el lustroso espejo de la Universidad de París”. En la antigua Universidad de Lovaina, los doctores tenían que descubrirse e inclinarse cuando pronunciaban el nombre de Santo Tomás.

              “Los concilios ecuménicos, donde florecen las   flores de todo el conocimiento terrenal, siempre han procurado honrar de manera singular a Santo Tomás” (León XIII en la encíclica “Aeterni Patris”). El “Bullarium Ordinis Praedicatorum”, publicado en 1729-39, cita 38 bulas en las que 18 soberanos pontífices alabaron y recomendaron la doctrina de Santo Tomás. Estas aprobaciones las repite y renueva León XIII, que pone especial énfasis en “el destacado testimonio de Inocencio VI: Su enseñanza, por encima de todas, exceptuando sólo los cánones, posee tal elegancia en sus frases, un método en sus afirmaciones, una verdad en sus proposiciones, que aquellos que la siguen, nunca se desviarán del camino de la verdad, y el que se atreva a refutarla, siempre será sospechoso de error”. León XIII sobrepasó a sus predecesores en su admiración por Santo Tomás, y declaró que en sus obras se encuentra el remedio para los muchos males que afligen a nuestra sociedad. Las encíclicas de ese ilustre Pontífice demuestran que había estudiado las obras del Doctor Angélico. Esto es evidente en las epístolas sobre el matrimonio cristiano, la constitución cristiana de los estados, la condición de las clases trabajadoras, y el estudio de la Sagrada Escritura. El Papa san Pío X, en varias epístolas, por ejemplo en “Pascendi Dominici Gregis” (septiembre 1907), insiste en observar las recomendaciones de León XIII sobre el estudio de Santo Tomás. Intentar dar los nombres de los escritores católicos que han expresado su admiración por santo Tomás sería una tarea imposible, porque la lista incluiría a casi todos los autores de filosofía o teología desde el siglo XIII, además de cientos de autores de otros temas. En los capítulos introductorios de todo buen comentario, encontramos alabanzas y elogios. Una relación incompleta de autores que han recogido estos testimonios la da el P. Berthier.

            Santo Tomás y el pensamiento moderno

            En el Syllabus de 1864 Pío IX  condenó una afirmación que decía que los métodos y principios de los antiguos doctores escolásticos no se adaptaban a las necesidades de nuestro tiempo y al progreso científico (Denzinger-Bannwart, n. 1713). En la encíclica “Aeterni Patris”, León XIII señala los beneficios que se derivan de “una reforma práctica de la filosofía, restaurando las reconocidas enseñanzas de Santo Tomás de Aquino”. El Papa exhorta a los obispos a “restaurar la sabiduría áurea de Santo Tomás y difundirla por todas partes en defensa y para mayor belleza de la Fe Católica, para el bien de la sociedad y para el avance de todas las ciencias”. En las páginas de la Encíclica que preceden inmediatamente a esas palabras, explica por qué la enseñanza de Santo Tomás llevaría a tal deseable resultado: Santo Tomás es el gran maestro para explicar y defender la Fe, porque suya es “la sólida doctrina de los Padres y Escolásticos, que con tanta claridad y vigor demuestran los firmes fundamentos de la Fe, su origen Divino, su certera Verdad, los argumentos que la sostienen, los beneficios que ha dispensado a la humanidad, y su perfecto acuerdo con la razón de tal manera que satisface completamente las mentes abiertas a la persuasión, aunque estén indispuestas para ello”. La carrera de Santo Tomás en sí misma habría justificado a León XIII cuando aseguró a los hombres del siglo XIX que la Iglesia Católica no se oponía al recto uso de la razón. También se destacan los aspectos sociológicos de Santo Tomás: “Las enseñanzas de Santo Tomás sobre el verdadero significado de la Libertad, que ahora se está convirtiendo en libertinaje, sobre el origen Divino de toda autoridad, sobre las Leyes y su fuerza, sobre el justo y paternal gobierno de los príncipes, sobre la obediencia a las máximas autoridades, sobre la mutua caridad fraterna, en fin, sobre todos estos y otros temas, poseen una gran e invencible fuerza para conquistar y vencer aquellos principios del “nuevo orden” que hacen peligrar el pacífico orden de cosas y la seguridad pública”. Los males que afectan a la sociedad moderna han sido señalados por el Papa en la epístola “Inescrutabili” del 21 de abril de 1878, y en la que versa sobre el Socialismo, Comunismo y Nihilismo. (“Las Grandes Encíclicas de León XIII”, pp. 9 sqq.; 22 sqq.) De qué manera los principios del Doctor Angélico proveerán un remedio para estos males, se explica aquí de manera general, y de manera más particular en las epístolas sobre la constitución cristiana de los estados, la libertad humana, los principales deberes de los cristianos como ciudadanos, y sobre las condiciones de las clases trabajadoras (ibid., pp. 107, 135, 180, 208).

              Es en relación a las ciencias, que algunos dudan de la actualidad de los escritos del Santo; se refieren a las ciencias físicas y experimentales, ya que en la metafísica, los escolásticos son reconocidos maestros. León XIII llama la atención a las siguientes verdades: (a) Los Escolásticos nunca se opusieron a la investigación. Sosteniendo como principio antropológico “que la inteligencia humana es llevada al conocimiento de las cosas sin cuerpo y materia sólo mediante las cosas sensibles, entendieron bien que nada era más útil a un filósofo que la indagación diligente en los misterios de la naturaleza, y la constancia en el estudio de los fenómenos físicos” (ibid. p. 55). Este principio se llevaba a la práctica: Santo Tomás, San Alberto Magno, Roger Bacon, y otros, “prestaron gran atención al conocimiento de la naturaleza” (ibid., p. 56). (b) La investigación sola no basta a la verdadera ciencia. “Cuando se establecen los hechos, es necesario aplicarnos al estudio de los objetos corpóreos, para indagar las leyes que les gobiernan y los principios de los que surgen su orden y unidad diversa”.