Virginitas in partu (1)
Ya nos advertía San Jerónimo que “Hablar impropiamente es el origen de las herejías. Por eso, con los herejes no debemos tener ni siquiera en común el lenguaje, para no favorecer sus errores” y en esto no hacía más que ser fiel a lo mandado por San Pablo: “Os exhorto, hermanos, que observéis a los que están causando las disensiones y los escándalos, contrarios a la enseñanza que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos; porque los tales no sirven a nuestro Señor Cristo, sino al propio vientre, y con palabras melosas y bendiciones embaucan los corazones de los sencillos”(Rom. XVI, 17-18).
Imagínese un saludable, magnífico y vigoroso cuerpo que se quisiera matar. Hay varias formas de acometer ese fin. Intentarlo desde fuera de forma rauda y de frente tiene graves inconvenientes, pues con facilidad será vencido por sus fornidos miembros; si por la espalda se hiciese desde el exterior y no se acertase al primer golpe o fuera descubierto, el aprendiz de matador ya se puede dar por bien muerto. Como de una y otra forma lo intentaron sus ancestros y fracasaron y según dicen la venganza se sirve fría, se intentará en el presente de nuevo, pero desde dentro. Exhalarán ciertas bacterias para producir la lepra aquí y allá, no de golpe ‘sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas’ (1); y puesto que tal infección tarda en manifestarse hasta 20 años, difícil será saber con certeza dónde se adquirió, pues, probablemente y para entonces, los propaladores estén bien fenecidos y huelan pese a su caros embalsamientos. Al paso del tiempo unos órganos primero y después otros, se irán pudriendo y paralizando a tal punto que la necrosis de las vísceras y tejidos sólo admita, como única solución, la amputación, para que no se pudra el resto del Cuerpo; místico.
Desde la época post apostólica la perpetua Virginidad de María ha sido una de las doctrinas marianas más atacadas, y más controvertidas por parte de los herejes, cuyas cabezas, hoy en día, no están tonsuradas, sino que se cubren con capelos y birretas, mitras y solideos; tampoco se tapan, desde décadas ha, con bonetes, aunque suelen usar otros cubre calvas más académicos. No son herejes al estilo de Joviniano (2), ni van de frente, sino que desde dentro y con apariencia de piadosita santidad de carrillos colorados van exhalando la bacteria de Hansen un poco acá y otro poco allá, matando, eso sí, miembro a miembro.
Desde antaño por los dos flancos se arremetió contra este dogma entre los sectarios: unos, los menos, negaban la concepción virginal; otros, los más, creyendo ésta una verdad revelada, no admitían la perpetua virginidad porque afirmaban que Jesús tuvo hermanos. Pero en esta época confusa, se han venido a sumar a aquellos impíos cismáticos que, si agredían, lo hacían desde el exterior, otros mucho más mezquinos, cuyas abominaciones las vienen perpetrando desde dentro y desde el prestigio que otorga la cátedra o la jurisdicción; bien es verdad que sus eructos gozan de la fama por pasar por anfibológicos (Figura que consiste en emplear adrede voces o cláusulas de doble sentido) y sibilinos; ahí radica su mayor peligro.
Vamos a ocuparnos, pues, en esta primera entrega del presente artículo de la cuestión dogmática ‘María Virgen durante el parto’, virgo in partu; y en una segunda parte, si Dios quiere, de la ‘virginidad de María después del parto’, post partum. Dejamos sin tratar, de momento, la virginidad de María en el instante de la concepción del Verbo, ante partum, por estimar que si alguien pusiera reparos en eso, no parece que fuera lector de este sitio, sino algún ordinario blasfemo despistado; aunque haremos alguna reseña colateral a este ámbito del dogma, dado que también la necrosis ha inficionado el cerebro de algunos teólogos sedicentes católicos, ya en los estertores de la agonía.
Creo interesante reseñar, primero, que las posiciones heréticas de los teólogos y prelados católicos son, en general, bastantes recientes. En segundo lugar cabe señalar que la necrosis de su fe en este fenomenal dogma mariano debe su etiología al contacto mantenido con los herejes protestantes que practican una exégesis racionalista desde mitad del siglo XVIII y cuya metodología teológica prescinde del dato revelado. Prácticamente todo el protestantismo liberal niega este aspecto del dogma, a pesar de que tanto Lutero, como Calvino y Zwinglio, sus próceres heresiarcas, defendieron esta verdad de fe. La vomitiva algarabía ecuménica de los católicos con los heterodoxos imbuidos de los errores y prejuicios de su ‘vaca sagrada’, Karl Barth (1886-1968), no ha conseguido sanar las póstulas de los falsarios; al contrario, éstos transmitieron la bacteria de la lepra a los que parecían rectos. El resultado es que ahora hay ‘locos y villanos’ (3) tanto fuera como dentro y estando éstos además, por cierto, bien encumbrados. En este fenomenal cambalache parece que, en efecto, la única solución posible que resta es llevar a los que se dicen de los ‘nuestros’, y de una vez por todas, al lazareto o destruirán la fe católica de los sencillos de corazón: el disminuido pusillus grex echado al desierto.
Desde dentro de la Barca, pues, esparcen la lepra, es decir, siembran la cizaña; de distinta especie en popa que en proa; quiero decir con distintos argumentos ‘teológicos’; e igualmente, también, es diferente el enfoque a estribor que a babor. Veamos cada herejía según su especie irracional y sus más conspicuos representantes, así como alguna reacción poco acertada a tales tropelías.
A POPA. Unos niegan la virginidad en el parto porque al considerar las fuentes históricas meramente como tales, es decir, prescindiendo de los datos de la fe, consideran como más probable que Jesús tuviera hermanos. Al negar, pues, la virginidad después del parto de María, ven innecesario e inútil sostener aquella otra parte del dogma que asegura que María fue Virgo in partu, porque aunque lo fuera, según ellos concluyen, la virginidad ya no podría ser perpetua; luego se preguntan estos blasfemos ¿si no lo fue más tarde, para qué sostener aquella otra parte más incomprensible del dogma que aparenta ser mucho más maravillosa? El sacerdote sedicente católico, John P. Meier, profesor de Nuevo Testamento en la Universidad católica de América en Washington y en la Universidad Notre Dame de Indiana, ex presidente de la Asociación Bíblica Católica y uno de los autores más influyente en los estudios bíblicos del orbe católico hoy en día, es el más sobresaliente entre todos los heresiarcas que defienden esta conclusión aborrecible, en su voluminosa obra traducida a varios idiomas (4). Más como parte de negar la Virginidad después del parto para concluir que huelga afirmarla en el parto, desbrozaremos estas calumnias en la parte dedicada a afirmar el aspecto dogmático virgo post partum contra todos los ‘católicos’ que niegan esa verdad(Sic.).
A PROA. En este lado de la nave que corta las aguas solía situarse antaño el capitán rodeado de sus primeros oficiales; toda bacteria expelida en tan significado sitio la inhalan los demás, a la par que la nave va cortando los vientos. Aquí los herejes prefieren más el disimulo; pueden fundamentar su pus desde cualquier texto sagrado pero, en general, suelen decir que, de acuerdo a los textos de S. Lucas, se puede deducir que al santo Evangelista no le parecía que causara un especial deshonor a la virginidad de María la apertura de su seno materno. Y usando de argumentos extraídos de su mente imbuida de la ‘sola scriptura’ protestante, continúan diciendo que, puesto que el parto virginal no consta en la Escritura, no puede resolverse mediante la exégesis bíblica, sino desde un tratamiento teológico-simbólico-especulativo. Fíjense que no dicen “se deduce”, sino “se puede deducir”, con lo cual ni afirman ni niegan; solamente lanzan la sospecha, usando de las propias maneras del diablo, para que los ignorantes traguen la bacteria satánica, y ellos se vean libres de la excomunión que, según toda la tradición merece cualquier sentencia con sabor herético, como esta. Hay demasiados leprosos en proa que dicen auxiliar al contradictorio timonel de la Barca, Bergoglio. El más insigne es, precisamente, aquél que más debería defender la salud de los ocupantes, Gerard Ludwig Müller, actual Prefecto de la C. de la Doctrina de la Fe. Pero observemos que en él la herejía es clara; se pasó de la raya o de copas ¡vaya usted a saber!; es decir, desbordó lo anfibológico: Veamos las bacterias pululando en su medio: su hediondo aliento:
Por consiguiente, el contenido del enunciado de fe no se refiere a detalles somáticos fisiológicos y empíricamente verificables. Descubre, más bien, en el nacimiento de Cristo los signos anticipados de la salvación escatológica del tiempo final mesiánico, ya iniciado con Jesús…(….) Más allá y por encima de la errónea interpretación del dualismo gnóstico de la virginitas in partu entendida como negación de la realidad de la humanidad de Jesús esta doctrina eclesial debe ser entendida en el sentido de la realidad de la Encarnación. No se trata, pues, de singularidades fisiológicas del alumbramiento (por ejemplo, que no se abriera el canal del parto, o que no se rompiera el himen ni se produjeran los dolores propios de las parturientas), sino de la influencia salvadora y redentora de la gracia del Redentor sobre la naturaleza humana, que había sido “vulnerada” por el pecado original (5).
El obispo Müller repite, sin disimulos, los errores de Joviniano (s. IV), que sostuvo la concepción virginal de María; pero no así la virginidad en el parto, pues María habría perdido la misma ya que dio a luz a su Hijo según el modo ordinario de la naturaleza. Joviniano, según tradición histórica, luego de haber vivido algún tiempo en un monasterio de Milán, acabó preso de los placeres sensuales; fue denostado por San Jerónimo, quien le apodó el Epicuro de los cristianos. Lo que confirma las Sagradas Escrituras “Por no haber recibido el amor a la Verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacieron en la iniquidad” (2Ts 2.11-12; Nac. Col.).
Müller niega, pues, el dogma de la perpetua virginidad de María dándole un significado distinto, esjatólogico, al verdaderamente proclamado en el dogma; se separa de la fe de la Iglesia sin la cual nadie puede salvarse. Porque, de una parte, sabemos que el dogma de la virginidad in partu de María, pertenece al depósito de la fe y, según la doctrina tradicional, supone una integridad corporal que conlleva la inviolabilidad del sello virginal -de lo contrario no habría integridad; porque el antónimo de ‘íntegro’ es ‘parcial’ referido a lo físico y ‘corrupto’ referente a lo moral- y la impasibilidad. Cambiar el significado de las palabras es una táctica preferida de los herejes; es por eso que San Jerónimo exhortaba a no tener común con ellos ni siquiera el lenguaje. He aquí algunas definiciones dogmáticas:
“De parte de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con la autoridad apostólica, corregimos a los que tal vez afirmen que Jesucristo no fue concebido de la beatísima siempre Virgen María, por obra del Espíritu Santo, sino como los demás hombres… o que la misma beatísima Virgen María, no es Madre de Dios ni permaneció siempre en perfecta integridad virginal… antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto…” (6).
“Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad por Madre de Dios a la santa y siempre Virgen María, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente le engendró,permaneciendo ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble, sea condenado” (7).
Cualquiera que niegue uno de los tres aspectos a los que se extiende la integridad de la virginidad de María es un hereje. Comprende, pues, la virginidad: la virginitas mentis, es decir, la perpetua virginidad de su espíritu; la virginitas sensus, es decir, la inmunidad de todo movimiento desordenado del apetito sensual; y la virginitas corporis, es decir, la integridad corporal o inviolabilidad del sello virginal e impasibilidad.
El dogma católico se refiere ante todo a la integridad de la naturaleza humana de María: cuerpo y alma. Es de fe divina y católica (al menos implícitamente) definida (8), entender la naturaleza como un ser substancial indiviso en sí, el cual es el principio de obrar y de padecer o soportar. Es decir, de la unidad del cuerpo y del alma resulta una sola naturaleza, esto es, un sólo ser substancial. Si, en efecto, la integridad está referida al ser substancial de María, no puede entenderse la virginidad sino como mentis, corporis y sensus, y no una especie de metáfora teológica del Misterio de la Encarnación entroncada con el Porvenir como señala Müller en su herética ‘Dogmática’. Resumamos: Por una parte, el hoy brazo derecho de Francisco, principal defensor de la Fe después del Papa, negó en su obra, explícitamente, la virginidad corporal en el parto; y por otra, guardó silencio absoluto sobre la virginidad del espíritu y sobre la carencia de movimientos desordenados, ya que la Virgen María careció del fomes peccati.
Otros teólogos, cuyas enseñanzas han influido notablemente a generar la grave crisis que atraviesa la iglesia, pertenecen también a esta especie herética cuyas bacterias se dispensan en proa; v.g. las vaca más sagrada en los seminarios postconciliares: Karl Rahner, cuyas herejías han infectado la oficialidad de la Nave…Para Rahner el parto o nacimiento debe considerarse no desde un punto de vista exclusivamenteanatómico-biológico, sino como un acto humano-personal que, en la forma en que es experimentado, afirma la totalidad de la persona que lo realiza (10). He aquí el tipo de lenguaje anfibológico; evita el anatema usando el adverbio ‘exclusivamente’ para de inmediato poner el énfasis en la experiencia personal, ardid de la Nueva Teología, consiguiendo que la mente del lector rebaje la importancia del sello corporal. Quiten ese adverbio, lo cual quise facilitarles habiéndolo tachado y vuelvan a leer la frase sin él; verán con absoluta nitidez lo que pretende decir. No en vano, este enemigo de los dogmas del catolicismo, llamado ‘la mente del Concilio Vaticano II’, ‘el constructor de la Iglesia del porvenir’ y ‘el primero de los teólogos’, mantenía durante la celebración del Concilio V. II, un ‘affaire amoroso’ con la escritora Luise Riser, ex mujer del músico Kart Orff, a quien escribió 1800 cartas de amor, hasta 5 por día, en las cuales se dirigía a ella con frases como: ‘mimosita’, ‘rizada’, ‘pescadito mío’, ‘mi querido pez’, ‘no comas mucho de lo contrario engordarás y después no me gustarás más’, ‘me asusta que me ames con tanta pasión’. No sé si Karl Rahner sabía que su Luise estaba ligada en cuerpo y alma a otro importante abad benedictino modernista, de Baviera, M.A” (11).
No piense el lector que se trata de un argumento ad hominem lo dicho sobre este teólogo. No. Más bien su ‘affaire’ ilustra mejor que sus propias palabras lo que él mismo dice sobre la virginidad de la Madre de Dios. La herejía en la casi totalidad de los heterodoxos no es más que un intento de justificación de los desórdenes habidos en sus almas que, en general, se somatizan bajo el vientre. Con lo que se vuelve a confirmar la veracidad de las Sagradas Escrituras “Por no haber recibido el amor a la Verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacieron en la iniquidad” (2Ts 2.11-12; Nac. Col.). Véase, al mismo objeto y para mayor demostración, al incontinente Lutero, al adúltero Enrique VIII o la vida epicúrea de Joviniano, por ejemplo. ¿Quiere el lector saber qué significa esta Nueva Teología sobre la virginidad del contestatario del celibato sacerdotal, inventor del concepto de ‘cristiano anónimo’ para extender la salvación, de facto, a todos? Nada, salvo un intento desesperado de cubrir su propia desnudez. Desgraciadamente, su falsa doctrina ha sido la fuente en la que han bebido los actuales sacerdotes y obispos; o al menos la inmensa mayoría.
Un excurso al hilo de la redacción. Son muchos los que tildando de hereje a Müller por este asunto, y hacen muy bien, no dejan de inspirarse, en vez de en el Magisterio infalible de la Iglesia, en los santos Padres o en los santos Doctores de la Iglesia,…, en escritos de falsos videntes plagados de herejías. Se supone una reacción bien intencionada, en la mayoría de los casos, a estos 50 años de desprecio a los dogmas marianos; pero escogen una forma errónea, que no ayuda mucho a comprender la verdadera hermosura de la Madre de Dios, sino a confundir aún más.
Sólo voy a citar uno de esos mamotretos devorados insaciablemente por los perpetuos requirentes de pruebas y mensajes del cielo. Me baso para ello en la edición de 1976 en castellano de la obra enciclopédica de las ‘revelaciones privadas’ a Valtorta, que no he leído, pero me fío del criterio profundamente católico de quien sí lo ha hecho y ha ido construyendo un aparato crítico ortodoxo; El editor de dicha obra es un señor llamado Emilio Pisani, que a través del “Centro Editorial Valtortiano” y en compañía de Fray Escobar, el traductor al español de la obra, nos facilita esta ‘nueva revelación’. Hay que observar que dicha obra estuvo en el Índice hasta que éste desapareció, luego del Concilio V. II, según muchos lo afirman; lo cual en tiempos de Pío XII era muy serio y con prohibición de leer salvo a estudiosos y para rebatirla; otros, defendiendo la obra, aseguran que nunca estuvo aquélla en el Índice; sin embargo, si así fuera, igualmente hubiera evadido la ley eclesiástica, pues, por entonces, estaba prohibida tal publicación sin la censura pertinente, al menos de algún Obispo; censura que nunca existió; puesto que no consta ni tan sólo un ‘Nihil Obstat’, y por supuesto ningún ‘Imprimatur’. Y también hay que señalar que ninguna de las ediciones posteriores a la supresión del Índice, luego del Concilio, lleve algún tipo de censura eclesiástica que guíe al católico sobre sí la obra es o no ortodoxa; por lo menos hasta la castellana de 1989. Veamos sólo un par de ejemplos de crasa herejía e impiedad, entre varias más que existen en la obra- y no sólo contra la Virgen- referidas a la Stª Madre de Dios. Dice en el Poema del Hombre Dios:
“María Su Madre sufrió el tormento de asaltos periódicos de tentaciones desde el viernes de la crucifixión hasta el alba del domingo”. Que “la atacó con una terrible tentación, tentación en la carne de María…” (pag.600).
Pone en boca de la Santísima Virgen: “Satanás se preocupó ante todo de arrastrarme a la impureza… La tentativa de Satanás se enderezó con este objetivo para vencerme” (pág. 285)
Como todo católico debe saber, no sólo es herejía decir que María tuvo tentaciones de la carne o de impureza, sino que además es impío. Niega la integridad de la virginidad de María; en este caso lavirginitas sensus, es decir, la inmunidad de todo movimiento desordenado del apetito sensual. La Virgen María careció del fomes paccati, es decir, por su Inmaculada Concepción ordenada a la Maternidad divina,no tenía inclinación al pecado, la cual es consecuencia del pecado original que los demás heredamos y sigue persistiendo aún después del bautismo; excepto Cristo por ser Hijo de Dios y como hemos dicho, Aquélla que estaba ordenada desde toda la eternidad a concebir virginalmente al Verbo de Dios en su seno, todos los demás hombre padecemos el fomes peccati. (9).
Bien diferente son otras revelaciones privadas, que aunque no es obligatorio en absoluto creerlas, en nada contradicen el Dogma católico: vg., las de la beata Ana Catalina Emmerick. No niego el piadoso alimento de la obra de Valtorta en las almas católicas; pero, a menudo, muchas están poco formadas y tragan gato por liebre montuna. Se asemeja esta obra a los evangelios apócrifos; la mayoría se escribieron con el buen fin, qué duda cabe, de saciar la demanda de curiosidad y piedad de los primeros cristianos, pero la Santa Madre Iglesia tuvo que expurgarlos debido a las desviadas doctrinas gnósticas que en ellos se contenían, por el bien de las almas, no admitiéndolos en el Canon de las sagradas Escrituras. Porque la piedad que va contra la Verdad es falsa. Una sola herejía en un escrito es suficiente al verdadero católico para rechazarla como revelada. Con más razón si hay varias, como es el caso.
Pero retomemos el hilo del artículo. La Iglesia en muchos concilios, sínodos en Oriente y Occidente, múltiples declaraciones papales y a través de los Santos Padres han dejado claro que se trata de una verdad revelada, un dogma de fe que debe ser creído por todos los católicos. Este dogma en nada contradice a la Escritura, ni tampoco al constante magisterio a lo largo de la historia de la Iglesia; no es invento, sino que es una vetusta doctrina que se encuentra presente en la Iglesia desde sus orígenes y que los modernistas niegan.
Desde el principio se creyó en la Virginidad Perpetua de la Madre de Dios. Podemos encontrar la antigüedad de esta fe en el discípulo de San Juan Evangelista y probablemente de san Pablo, San Ignacio de Antioquía (+107); en El Proto Evangelio de Santiago (hacia el año 150 d.C), Tertuliano (155-220 d.C.), Orígenes (185-202 d.C), S. Clemente de Alejandría (150-215 d.C), S. Efren el Sirio (306-373 d.C); S. Gregorio de Nisa (331 – 394 d.C), S.Epifanio (310 – 403 d.C), S. Basilio (329 – 379 d.C), S. Agustín de Hipona (354-430), S. Jerónimo (340 – 420 d.C), S. Atanasio (276-373), S. Gregorio Nacianceno (329-389), S. Zenón (+380), S. Cirilo de Jerusalén (315-386),), S. Ambrosio (340-397);etc.,etc., y unánimemente en todos los Padres posteriores al siglo IV.
Lo que los teólogos modernistas se niegan a entender es “que no se trata de una maternidad ordinaria, sino de una Maternidad que necesariamente, dentro de un orden teológico, tenía que ser virginal. «Se trata de una virginidad ordenada ante partum a no tener más Padre que a la primera Persona trinitaria; ordenadain partu a la imitación más perfecta de la eterna generación del Hijo y ordenada post partum a guardar intacto el perfume de la consagración del Espíritu Santo» (12) ; se trata de la Maternidad divina que, por ser tal, ha exigido una maternidad humana de tipo excepcional o, mejor, única y singular”(13). Doctrina difícil de entender para quienes la proclamación de santidad es algo tan ordinario que, sin usar de la infalibilidad, tratan de ‘elevar a los altares’ a los que carecen de virtudes heroicas e incluso favorecieron la herejía con actos, palabras y escritos.
Tras estudiar los innumerables testimonios patrísticos sobre este hecho, se comprueba la casi total unanimidad desde el principio en la afirmación de un parto prodigioso, de tal forma que se puede hablar de una tradición dogmática y de una realidad que pertenece al depósito de la fe.
He aquí un apretado resumen de las conclusiones de Laurentin en su exhaustivo estudio patrístico (14).
a) En esta materia la Tradición se presenta como un bloque compacto de una densidad y de una homogeneidad raras tanto en el Oriente como en el Occidente.
b) La diversidad de formas de presentar esta verdad ponen de relieve la semejanza de todas las doctrinas: son como distintas perspectivas ligeramente coloreadas de un estereoscopio.
c) Todos los géneros literarios están representados y en especial aquellos que ofrecen más garantías.
d) A partir del siglo V diversos textos pontificios (algunos de primer orden) han asumido la doctrina afirmada por la tradición y condenado las opiniones contrarias o contradictorias.
e) La virginidad en el parto es para la Tradición un prodigio, un milagro que exige en nosotros un acto de fe. Los Padres multiplican los argumentos y las analogías para facilitarnos este acto de fe.
f) Los dos aspectos del milagro: la integridad corporal y la ausencia del dolor no están deducidos uno del otro, sino elaborados de datos dogmáticos diferentes: «están reintegrados en la fórmula virgo in partu y no deducidos de esta fórmula.
A la vista de lo hasta aquí expuesto, podemos ir anticipando alguna conclusión. Los heterodoxos cometen el error de distinguir entre un la virginidad en general —que para ellos es lo definido— y las concreciones de la virginidad —inviolabilidad, integridad corporal, impasibilidad— que, aunque afirmadas unánimemente por la tradición, según estos sectarios no pertenecerían a la fe y serían incompatibles con la verdadera maternidad. He aquí el exabrupto de los incrédulos.
Seguiremos en el próximo artículo, Dios mediante, denunciando los argumentos que los herejes expelen a estribor y a babor contra la virginitas in partu, aunque provengan de las más mitradas cabezas ¡Que San Elías nos auxilie en el profético ‘degüello’¡ Sub tuum praeesidium confugimus Sancta Dei Genetrix.
Sofronio
NOTAS (1) Pascendi. San Pío X (2) Hereje del siglo IV que negaba la virginidad en el parto de la Madre de Dios, pero no la concepción virginal. (3) De ‘locos y villanos’ trataba Lutero a los pocos, que por entonces negaban este dogma de fe. (4) Jesus: a Marginal jew. John P. Meier. Cf. Tierra Santa nº 12 (825) pag. 16. (5) Gerard Ludwig Müller. “Dogmática. Teoría y práctica de la teología”, editada por la compañía Herder en 1998 pag.499, 501. (6) Declaración del Dogma.- Constitución apostólica del 7 de Agosto de 1.555 (7) concilio de Letrán, el Papa Martín I estableció el dogma de la Virginidad perpetua de María (año 649 d.C):503 Can. 3. (8) D 148, 429, 480 (9) Teología del Dogma Católico, J. de Abarzuza, O.F.M., págs. 737-38 (10) K., Virginitas in partu, en Escritos de Teología, t. IV, Madrid 1964. FORTE, B., Maria, la donna icona del Mistero, Cinisello Balsamo 1989. La traducción castellana es María, la mujer icono del Misterio, Salamanca 1993. GARCÍA PAREDES, J. C. R., Mariología, Madrid 1995. (11) Chiessa Viva. Año XL. Nº 430. Septiembre 2010. Pag 26. (12) Alonso, J. M., Mariología y Biología, o.c., p. 217 (13) La virginitas in partu en la reflexión teológica del siglo xx (14) Laurentin, R., Le mystere de la naissance virginale, o.c. Fernández, D., Maternidad perfecta y virginidad integral de María, o.c. Aldama, J. A. de, El problema teológico de la virginidad en el parto, en AA. VV. Studia Mediaevalia et Mariologica. P. Carolo Balic septuagesimum explenti annum dicata, Roma 1971, pp. 497-514. Gherardini, B., La Madre. Maria in una sintesi storico-teologica, Frigento 1989, pp. 93-133. Ponce Cuéllar, M., María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, Badajoz 1995, pp. 264-274.
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