VIII. LICITUD DEL MATRIMONIO Y CONVENIENTE MODERACIÓN EN ÉL

 

Nadie crea por todo lo dicho que yo repruebo la institución del matrimonio. No ignoro que éste fue objeto de la bendición de Dios; pero como la vida conyugal tiene por abogado defensor a la misma naturaleza humana, que comunica fuerza a los que por medio del matrimonio se entregan a la procreación de los hijos, y, por el contrario, la virginidad lucha contra la naturaleza, resultaría superfluo acumular cuidadosamente argumentos y exhortaciones a favor del matrimonio (una vez que el mismo deleite natural se muestra su más acérrimo protector) si no se hubieran hecho necesarios tales razonamientos ante las impugnaciones de aquellos que falsifican los preceptos de la Iglesia. De éstos—dice el Apóstol—que tienen la conciencia cauterizada y con razón, porque, dejando las enseñanzas del Espíritu Santo, imprimen en sus corazones unas como cicatrices con las doctrinas de los demonios, detestando las cosas creadas por Dios como impuras, inducentes al pecado y causas de otros males. Estas y otras frases semejantes corren por ahí.

Mas ¿a qué voy a juzgar a los extraños?, dice el Apóstol. Porque extraños a la palabra y al lugar de los misterios santos son, en verdad, aquellos que no viven en las mansiones de Dios, sino en la guarida del demonio. Allí están prisioneros a disposición del diablo, según la frase del Apóstol y por eso no entienden que la virtud está en el justo medio y los extremos son viciosos. Quien en todas las cosas, así grandes como pequeñas, elige el medio, éste distingue la virtud del vicio. Más lúcida parecerá esta sentencia si la demuestro con hechos.

La cobardía y la audacia son dos vicios opuestos, aquélla por defecto, ésta por exceso de confianza; el valor se halla colocado en el medio. El varón piadoso no peca ni por ateo ni por idólatra. Ambos extremos son impíos. El primero, porque niega a Dios; el segundo, porque cree que hay muchos dioses. ¿Quieres que te lo explique con otros ejemplos?

El que huye caer en la avaricia y en la prodigalidad apartándose de ambos vicios contrarios, practica por hábito la liberalidad. Pues la liberalidad es de tal naturaleza, que ni derrocha en gastos inmoderados e inútiles ni es escasa en lo necesario. Y del mismo modo en las demás cosas, por no recorrerlas todas, ha definido la razón que la virtud es el justo medio entre dos extremos: la prudencia está en el centro, y ambos extremos se apartan abiertamente hacia el mal. El que afloja la tensión de su espíritu, es con facilidad vencido del ansia del deleite, no consigue acercarse al camino de una vida sobria y virtuosa y viene, por fin, a caer en pasiones ignominiosas. Mas si alguno, traspasando los límites de la moderación, se apartare del medio de la virtud, ese tal se verá impulsado al precipicio de las enseñanzas del demonio, marcando con fuego en su conciencia su propia ignominia, según la frase del Apóstol.

Quien declara al matrimonio execrable, a sí mismo se afrenta con sus injurias contra el matrimonio; porque si el árbol es malo, como dice el Evangelio, su fruto será digno de tal árbol Si el matrimonio es como el germen de una planta cuyo fruto es el hombre, todos los reproches lanzados contra el matrimonio recaen sobre el hombre.

Aquellos que tienen la conciencia estigmatizada y están marcados como por una cicatriz por lo absurdo de sus dictámenes, caen dentro de la anterior acusación. Nosotros, empero, pensamos que se deben anteponer el anhelo y solicitud de las cosas divinas al matrimonio; pero no se venga a creer que despreciamos a quienes usan de él casta y moderadamente.

Así se condujo el patriarca Isaac, que se casó con Rebeca, no en el vigor de la juventud, para hacer del matrimonio instrumento de su concupiscencia, sino pasada ya la edad adolescente, a fin de obtener hijos según la bendición de Dios. Y habiendo usado del matrimonio hasta el primer parto de su mujer, luego de nuevo se entregó todo a las cosas espirituales, refrenando las pasiones del cuerpo. Esto me parece a mí que significa el relato de la ceguera del patriarca.  Y estas cosas son así como parecen a aquellos que saben verlas claramente.

Pero sigamos el hilo del discurso. ¿Qué significa, pues el dicho : si fuera lícito, ni se aparte de la divina voluntad ni deje de casarse? El argumento que desprecia las instituciones de la naturaleza y condena aquello que se suele honrar, no tiene peso ninguno. Porque, como queda demostrado en el ejemplo del agua y de la fuente, cuando el labrador lleva el agua por entre canales hacia algún terreno y sucede que a imitad de camino alguno necesita un poco de agua, sólo le concede lo que parece ser conveniente para aquella pequeña necesidad, uniendo después de nuevo el agua ásí desviada con la restante; pero si abre la salida incautamente y sin reservas, correrá el peligro de que el caudal íntegro, separándose de su dueño, inunde todo el campo.

De manera semejante, en la vida son necesarios estos cuidados y sucesivos cambios, de modo que si alguno, teniendo siempre en más los deberes espirituales, usase del matrimonio discreta y moderadamente, regulándose por la brevedad del tiempo y conformándose al precepto del Apóstol ese tal es un labrador prudente, que no está únicamente ocupado en satisfacer sus fríos deberes matrimoniales, sino que se interesa por la limpieza del alma para vacar a la oración; pues teme que, cuidándose solamente de aquellos deleites, quede todo él hecho carne y sangre, en las cuales no permanece el espíritu de Dios.

Claro está que el que sea tan débil que no pueda soportar varonilmente el peso de la naturaleza hará mejor en mantenerse alejado que en aceptar el combate con fuerzas desiguales. Porque no es pequeño el peligro de que, engañado ese tal por la experiencia del placer, crea que no existe otro bien que el que se percibe con los sentidos en los deleites del cuerpo, y así, apartando su mente por completo del deseo de los bienes espirituales, piense que todo es carne y busque siempre la felicidad en ésta, como si fuese más amante del placer que de Dios. Y ya que por la debilidad de la naturaleza no todos pueden alcanzar la moderación en los deleites y hay peligro de hundirse en el fondo del lodo, en frase del Salmista una vez perdida la justa medida, será útil no elegir inexpertamente este género de vida, según queda indicado, no sea que, con pretexto de lo permitido, se abra el camino a las afecciones desordenadas del alma.