Ontología 10: Propiedades del ente. La bondad y la perfección.
La bondad, la perfección y la belleza.
La bondad y la perfección.
1º La bondad.
La bondad, como propiedad transcendental del ente, es la apetibilidad del mismo, appetibilitas entis, o sea la entidad y realidad de la cosa según que tiene aptitud o capacidad para ser amada o apetecida. Por eso la bondad transcendental se convierte con el ente, del cual no se distingue sino con distinción mental o de razón, lo mismo que la verdad transcendental. En este sentido y por esta razón dice san Agustín que in quantum sumus, boni sumus.
El bien no puede ser apetecido actualmente o de hecho, sino a condición de ser conocido previamente por el apetente; y de aquí el apotegma, nihil volitum quin praecognitum. Téngase presente, no obstante, que éste conocimiento no es más que una condición sine qua non de la bondad actual y formal, o mejor dicho, de la bondad prout actu, et hic et nunc appetibilis; pero no de la bondad en sí misma, ni de la apetibilidad fundamental del ente; porque éste es apetecible, res appetibilis, independientemente de nuestro conocimiento y con anterioridad al mismo, como es anterior al acto de conocer, el mismo ente real con el cual se identifica. [50]
Por esta razón, el bien es susceptible de las mismas divisiones que el ente, pudiendo señalar y distinguir el bien absoluto y el bien relativo; el bien sustancial y el bien accidental; el bien espiritual y el bien material, &c. También puede dividirse
a) En bien físico o material, el cual perfecciona alguna cosa según su ser físico, como la salud, la fuerza, la hermosura; y bien moral, que la perfecciona bajo el punto de vista de la moralidad, como la justicia; bien intelectual, que perfecciona algún ente en el orden intelectual, como la ciencia.
b) En bien natural, que perfecciona al ser considerado en el orden de la naturaleza o como sujeto a la influencia de las causas naturales, como los bienes que se acaban de citar: y bien sobrenatural, que es el que sobrevive a un ente por la acción e influencia de una causa superior a la naturaleza, perfeccionándole en el orden de la gracia, como la fe teológica, la gracia santificante, &c.
c) Otra división importante de la bondad, es la que se refiere al bien útil, deleitable y honesto. El primero es el que se apetece non propter se, es decir, no por la apetibilidad o bondad que en sí mismo tiene, sino con relación a otra bondad, o como medio para conseguir algún otro bien: tal sucede en la medicina amarga o repugnante, la cual se apetece únicamente como medio para conseguir la salud. Bien deleitable se llama alguna cosa, en cuanto que produce satisfacción y descanso del apetito, como la comida agradable respecto del apetito sensible, la tranquilidad de conciencia respecto del racional. Bien honesto, se dice del objeto que es apetecible propter se, o sea por la bondad interna que en sí encierra, prescindiendo de su relación como medio, sea para la consecución de otro bien, sea para la satisfacción del apetito. Bajo este punto de vista, el bien honesto puede llamarse absoluto o perfecto, así como los otros dos pueden decirse bienes relativos e imperfectos.
Nótese empero que estos tres bienes no son opuestos de su naturaleza, toda vez que pueden hallarse reunidos en un mismo objeto. Así, por ejemplo, la virtud es a un mismo [51] tiempo bien útil, en cuanto sirve para conseguir la posesión de Dios: es deleitable, en cuanto que produce satisfacción moral de la voluntad y la conciencia: bien honesto, porque es conforme a la razón y naturaleza humana, y contiene una bondad interna y esencial.
De aquí se colige, que en realidad y hablando en rigor filosófico, sólo el bien honesto encierra bondad verdadera y esencial, y merece por consiguiente el nombre de bien; pues las cosas útiles y deleitables, solo pueden denominarse buenas con subordinación al bien honesto.
2º La perfección.
No es raro confundir o tomar como sinónimos la perfección y la bondad, lo cual no carece de algún fundamento filosófico, en atención a que cuanto una cosa es más perfecta, tanto con mayor apetibilidad se ofrece o presenta a nosotros (1). Esto no obstante, y bajo otro punto de vista, la perfección añade algo a la bondad, y por consiguiente se distingue de ella según nuestro modo de concebir. Todo ser, en el mero hecho de existir, y en cuanto existe, es bueno; pero perfecto, en el sentido riguroso y absoluto de la palabra, es aquel ser que contiene la suma de las realidades de que es capaz, atendida su propia naturaleza. Sólo diremos que un hombre es perfecto, en sentido riguroso y absoluto, cuando, además de la naturaleza humana, tiene todos los accidentes físicos, morales, espirituales, naturales y sobrenaturales de que es capaz.
{(1) Bajo este punto de vista, y en este sentido, dice santo Tomás: «Ratio boni in hoc consistit quod aliquid sit appetibile; manifestum est autem, quod unumquodque est appetibile, secundum quod est perfectum, nam omnia appetunt suam perfectionem.»}
De aquí se infiere, que según la naturaleza y condición de las realidades que puedan hallarse en un ser, resultan varias especies de perfección, la cual, por consiguiente, puede dividirse en perfección. [52]
a) Esencial y accidental: la primera consiste en la reunión o suma de las realidades y determinaciones que constituyen la esencia de una cosa, como el cuerpo y el alma racional, o la animalidad y racionalidad, con respecto al hombre. La segunda se constituye por las realidades y determinaciones que sobrevienen a la esencia, ya sea que estas determinaciones sean posteriores a la esencia en orden de tiempo, como la ciencia, o sólo en orden de naturaleza y según nuestro modo de concebir, como las potencias o facultades naturales.
Por lo mismo que las realidades o determinaciones accidentales presuponen necesariamente la esencia, la denominación absoluta de perfecto, corresponde en primer término al ser por razón de las determinaciones accidentales; así como por el contrario, la denominación de ente le corresponde en primer término por razón de las determinaciones o predicados esenciales. Si consideramos en Pedro lo que constituye la naturaleza humana, tenemos lo suficiente para llamarle ente o ser absolutamente; pero para denominarle absolutamente perfecto, necesitamos considerar en él, además de la naturaleza o esencia, la ciencia, la virtud, la hermosura, la salud, &c. Esto y no otra cosa querían significar los antiguos Escolásticos, cuando decían que las cosas, en cuanto tienen la esencia, pueden y deben denominarse entia simpliciter, y bona secundum quid; y por el contrario, las mismas cosas, en cuanto tienen modificaciones y realidades accidentales, además de la esencia, se pueden denominar bona simpliciter, y entia secundum quid.
La perfección accidental, cuando se refiere a las facultades o fuerzas para obrar, se llama perfección de virtud, perfectio virtutis: cuando se refiere a la consecución del fin total y último, recibe el nombre de perfectio finalis.
b) Se divide también la perfección en simple y mixta, o como decían los antiguos, en perfección simpliciter simplex, y perfección simplex secundum quid. Llámase perfección simpliciter simplex, aquella realidad que no envuelve en su concepto ningún defecto o no ser, sino pura realidad positiva, como la sabiduría, entendimiento, voluntad, &c. La segunda se aplica a las cosas que en su concepto propio envuelven [53] alguna imperfección o modo de no ser, como la razón, en cuanto facultad de raciocinio, la sensibilidad, &c.
c) Llámase perfección formal la que se halla en una cosa según el modo de ser propio, formal y explícito que le corresponde; así decimos que la razón es una perfección formal del hombre: virtual, la que se encuentra en un ser, no según su entidad formal, peculiar, y por decirlo así, circunscrita, sino de una manera potestativa o virtual, y esto puede suceder, o bien porque y en cuanto una cosa puede producir el ser de otra, en cuyo sentido la perfección del efecto se contiene virtualmente en su causa eficiente; o bien porque puede producir el efecto producible por otra causa, en cuyo sentido el sol contiene virtualmente al fuego: eminente, se dice la perfección o realidad que contiene en sí de una manera más elevada y noble, lo que hay de perfección o realidad en alguna naturaleza inferior: en este sentido y de esta manera la intelección intuitiva de Dios contiene eminenter la intelección discursiva o de raciocinio que compete al hombre.
Toda esta filosofía es fundamento de la Suma Teológica de Santo Tomás, que puede encontrar resumida, en tan sólo 338 páginas en el Catecismo de la Suma Teológica que puede adquirir aquí mismo.
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