LAS 24 TESIS TOMISTAS (Y 24ª): Las relaciones de Dios con el mundo

La Teodicea de Santo Tomás (TESIS XXII a XXIV)

TESIS XXIV. — «Ipsa igitur púntate sui esse a finitis ómnibus rebus seeernitu Deus. Inde infertur primo, mundum non nisi per creationem a Deo procederé potuisse deinde virtutem creativam, qua per se primo attingitur ens in quantum ens, neo miraculose ulli finitae naturae esse communicantem: nulluin denique creatum agens in esse cujuseumque effectus influere, nisi motione accepta a prima causa,»

«Por la misma pureza de su ser se distingue Dios de todas las cosas finitas. De aquí se infiere, en primer lugar, que el mundo sólo por creación pudo proceder de Dios; además, que ninguna virtud creadora que alcanza y tiene por término de su acción el ser en cuanto ser, puede comunicarse ni por milagro a la naturaleza finita; y, por último, que ningún agente creado puede influir en el ser del efecto que se quiera, sin recibir la moción de la causa primera»[1].

Cuatro afirmaciones capitales se formulan en esta tesis: 1º, la distinción esencial entre Dios y las criaturas; 2º, el origen del mundo por vía de creación; 3º, la incomunicabilidad de la virtud creadora; 4º, la necesidad de la moción divina en todas las operaciones de las criaturas.

I. — El Dios personal

Ya lo hemos visto; la refutación más eficaz y evidente del panteísmo está fundada en la absoluta pureza del ser divino. Por lo mismo que es Dios el ser subsistente, es todo perfección ilimitada y única, esencialmente distinto de cuanto significa multiplicidad y límite[2]. Si existe el Acto puro, excluye toda mezcla de potencialidad, es por necesidad transcendente, se aparta de cuanto es potencial, indeterminado y cambiante. Quedan, pues, radicalmente eliminadas todas las formas y variantes del panteísmo: el panteísmo del ser vago concretándose luego en géneros y en especies; el panteísmo evolucionista que confunde a Dios con el devenir; el panteísmo emanatista que representa al mundo como un manantial o una floración brotando de la substancia divina.

II. — El origen del mundo por vía de creación

Las diversas hipótesis sobre el origen del mundo se reducen a éstas: el mundo es distinto de Dios, pero eterno, e improducto como Él; es el mismo Dios; Dios lo produce sacándolo de su misma divina substancia; Dios lo produce sacándolo de la nada.

La primera hipótesis se excluye con las mismas razones aducidas para probar la existencia de Dios. Basta recordar que el movimiento y la pasividad que observamos en el mundo y en todos sus elementos, son la demostración de su contingencia, Dubois Reymond, célebre sabio materialista, se vio forzado a hacer esta confesión: »No siendo esencial el movimiento a la materia, la necesidad de la causalidad exige, o la eternidad del movimiento, y entonces es preciso renunciar a la comprensión de cosa alguna, dificultad absoluta para todo hombre de sano juicio, o es preciso acudir a un impulso sobrenatural; hay que admitir el milagro, desesperante dificultad para el positivismo»[3].

Tampoco Renán, según lo hemos notado, ve aquí la solución. «Si el movimiento existe desde la eternidad, no se concibe cómo el mundo no alcanzó todavía el reposo y la perfección. Nos encontramos aquí con las antinomias de Kant, con esos remolinos donde la mente humana se ve forzada a danzar de una contradicción a otra»[4]. Medio para evitar tales contradicciones y salvar la dignidad de la razón, es admitir un Dios distinto del mundo.

Nuestros argumentos han demostrado ya la necesidad de un Motor inmóvil, de un Primer Ser necesario, de una soberana Perfección, de una Inteligencia infinita, o sea, de un Ser subsistente, cuya transcendental pureza lo eleva infinitamente sobre todo el universo.

Mas si el mundo es distinto de Dios y producido por Él, no es posible lo extraiga de sí mismo, como pretendieron los filósofos de la India, los budistas, los neoplatónicos y los gnósticos con algunos sabios de nuestros días, según los cuales »la naturaleza es verdadera hija de Dios, por brotar de un germen de la misma Divinidad, por el cual Dios sería a la vez criador y padre en el más estricto sentido de la palabra»[5].

Salta a los ojos el absurdo de tal teoría. O se trata aquí de una emanación inmanente, por cuya virtud Dios llega a ser todo, y tenemos entonces la evolución indefinida, el perpetuo devenir de la divina substancia (en otros términos, la negación del verdadero Dios personal); o se refieren a una emanación transitoria, desprendida de la divina substancia, como un germen o porción de Dios, y en tal caso Dios se divide, no es el Ser subsistente, Perfección infinita o Acto puro.

Tampoco vale decir que Dios hace brotar de sí mismo el mundo, como brota un pensamiento de nuestra mente, pues ésta, al producir el pensamiento, evoluciona, pasa de la potencia al acto, función incompatible con la pureza absoluta del ser divino.

La estricta lógica nos obliga a concluir que el mundo es distinto de Dios y producido por Dios; pero no sacado de un absurdo o imposible sujeto preexistente improducto, sino directamente educido del no ser al ser, o lo que es igual, de la nada.

La creación es la única manera de explicar el origen del mundo, como sabiamente concluye nuestra proposición: »mundum non nisi per creationem a Deo procederé potuisse».

Bien indica nuestra tesis, conforme a Santo Tomás, el verdadero concepto de la creación: es la producción del ser, en cuanto ser.

En las demás producciones es tal ser, o tal otro, el que vemos entrar en el mundo de la existencia: El agua adquiere tal modo, al pasar al estado de nieve o al de vapor; no adquiere el ser en cuanto ser, pues algo era; la semilla convertida en planta, o en árbol gigantesco, se convirtió en tal ser, no en el ser en cuanto ser, pues ya preexistía una fuerza que se desarrolló.

En la creación nada existía antes; toda la realidad del sujeto fue producida: el mismo ser en toda su substancia, el ser en cuanto ser[6].

Sabios de primer orden han rendido homenaje a nuestro dogma de la creación, diciendo que Dios ha dado el ser a los elementos con todas sus propiedades y cualidades. Hable por todos Hirn[7] : «Sólo resulta explicable el conjunto del Universo admitiendo la intervención de una voluntad libre, anterior a todo fenómeno, no sólo, como se dice a menudo, capaz de mandar a los elementos — esto lo hace el hombre dentro de ciertos límites, — sino bastante poderosa para dar a estos elementos todas sus propiedades y todas sus cualidades. La realidad de tal intervención nos parece tan clara como una verdad matemática. Tal afirmación, a los ojos de todo espíritu recto y juicio independiente, debe aparecer como la última palabra de la ciencia».

III. — La virtud creadora es incomunicable

De lo dicho resulta un corolario, ya indicado por la tesis: que la virtud creadora, ni por milagro, puede comunicarse.

Los gnósticos y los maniqueos, y más tarde los albigenses, imaginaron que el Dios supremo debe quedar distante y aislado del mundo material, y si ha producido el mundo, verificó su obra mediante criaturas intermedias, llamadas demiurgos. El mismo error reproducen Avicena y los filósofos árabes[8].

Es de fe que Dios lo creó todo inmediatamente, tanto las criaturas materiales como las espirituales, en la totalidad de su substancia. Los católicos admiten generalmente que, según la Providencia ordinaria de Dios, la criatura jamás podrá crear como causa principal. Durando, no obstante, opina que aplicando Dios su potencia absoluta, podría dar a una criatura el poder de causa principal en la creación. Aunque Arriaga estima por probable esta opinión, los demás doctores la rechazan. Es clara la imposibilidad. Habiendo entre la nada y el ser una infinita distancia, sólo el poder infinito la puede franquear. Como la potencia infinita repugna en absoluto a la criatura, limitada en su substancia y en sus cualidades, radicalmente carece de capacidad para constituirse causa principal creadora.

¿Podría, al menos, convertirse la criatura en causa instrumental de la creación? Escolásticos célebres, como Pedro Lombardo, Durando, Suárez y Vázquez, opinaron afirmativamente; pero la mayoría de los teólogos apoyan el sentir de Santo Tomás, expresado en esta tesis[9]. He aquí la prueba decisiva, expuesta por nosotros en otro libro[10].

Oficio esencial de todo instrumento es ejercer alguna acción preparatoria, ordenada a la acción de la causa principal; faltando esto nos queda un medio totalmente inútil, no un verdadero cooperador. Aquí es totalmente imposible preparación u operación preliminar de ningún género, pues no hay en todo el efecto la menor partecilla de realidad que no salga de la nada; no queda el menor resquicio de lugar para la obra de la criatura. La acción del instrumento, lejos de ser aquí anterior a la del autor principal, es todo lo contrario, efecto del Dios creador. La obra creadora de Dios es preliminar o anterior a toda actividad creada, es el ser mismo, el ser en cuanto ser, el efecto universal que precede a todos los otros y a ninguno presupone[11].

Toda acción de la criatura es accidental; ha de sacar de un sujeto real todo cuanto realiza. Es el accidente algo que depende de otro, no menos en su operación que en su existencia. Débil y precario, necesita soporte, pide como base un elemento previo de donde pueda sacar cuanto produce y puede producir. Las obras de las causas segundas, las mismas maravillas geniales que desafían los siglos, consisten en modificaciones de elementos y de energías preexistentes. Los más altos pensamientos del hombre y del ángel, y hasta la misma visión de Dios y amor beatífico, brotan de un sujeto, arrancan de una facultad. Sí, toda acción creada es mera modificación, puro cambio. Resulta, pues, absolutamente incompatible con la creación, que excluye toda idea de sujeto preexistente y de movimiento evolutivo.

Podemos asemejarnos a Dios por la naturaleza y por la gracia, jamás por la virtud creadora; podemos ser auxiliares de sus misericordias, ministros de su poder santificante; jamás seremos instrumentos de la creación, obra exclusiva de la divinidad. ¡ Gloria, pues, al Poder infinito e incomunicable del Criador!

IV. — La moción divina

Ultimo corolario de los principios establecidos es la moción divina, indispensable en todas las operaciones de las criaturas.

Dogma de nuestra religión es que la criatura necesita de la continua e inmediata influencia de Dios para existir; la conservación es una creación continuada, así como la criatura no pudo darse el ser, tampoco tiene poder propio para conservarlo un solo instante. Dios nos favoreció con la perpetua dádiva de la existencia; con su poder lleva en peso todas las cosas, como dice San Pablo, portans omnia verbo virtutis suae[12], de tal suerte que si Él retirara un punto su mano sustentadora, todo se hundiría en el abismo de la nada.

Pero aun hay más. Dios produce la criatura, la conserva, la dota de facultades o potencias, principios remotos de la operación. Aun así constituida y dotada, nada es su naturaleza en orden a la operación, sin la inmediata intervención de Dios en todas sus obras.

Durando opinó que el influjo de Dios en la operación de las causas segundas, ni es inmediato, ni se distingue de la acción divina creadora y conservadora. Tal sentir, censurado por otros teólogos, si no es formalmente herético, es erróneo y debe eliminarse de las escuelas. Con mayor razón se ha de rechazar el sistema racionalista, según el cual, después de haber Dios creado al mundo, y especialmente a los seres libres, los deja, en manos de su consejo, funcionar a sus anchas.

El Syllabus de Pío IX, 8 de diciembre de 1864, condena esta proposición: «Se debe negar toda acción de Dios sobre los hombres y sobre el mundo»[13].

El Concilio Vaticano proclama que Dios, después de creado el mundo, lo conserva por su Providencia y lo gobierna, interviniendo en todas las cosas desde el principio hasta el fin y disponiéndolas con suavidad[14].

Tres puntos brevemente indicados vemos aquí: la creación de todas las cosas: universa quae condidit; la conservación de todo lo creado: tuetur; el gobierno ejercido por una influencia que llega a todas las cosas: gubernat, attingens…

La razón nos dicta que toda operación es una producción de ser. Cada vez que obramos, sin duda se verifica algo real, se produce el ser en una forma o en otra. Hay que reconocer a la vez la intervención de la criatura, como causa próxima, que produce tal o tal ser, o el ser bajo una forma particular, y el influjo de la Causa primera que produce el ser en cuanto es, que es el efecto propio de Dios[15].

Así, contra los ocasionalistas, confesamos la causalidad real de las criaturas, y contra los racionalistas, la influencia actual e inmediata del primer Motor.

Por otra parte, la criatura y Dios no pueden actuar en el mismo plano, siendo la causa segunda, en orden a la acción de la Causa primera, lo que el movimiento del vehículo en su relación con el motor. Con propiedad de razón y de causalidad, dice el Doctor Angélico, antecede la acción del motor a la del vehículo[16].

De aquí la necesidad de una moción divina previa a la nuestra, que llamamos premoción. Y ya que nuestra libre y meritoria determinación es la más exquisita producción del ser, la realidad más perfecta y verdadera corona de nuestro libre albedrío, también esta acción debe ser causada por una determinación previa por parte de Dios, o, lo que es igual, por la divina predeterminación.

No vamos a entrar por primera vez, al fin de nuestro breve comentario, en controversias de escuela; pero séanos al menos permitido citar estas palabras de Bossuet: «Tal es el sentir de los llamados tomistas; esto es lo que dan a entender los más hábiles con esos términos de premoción y predeterminación física, tan duros para algunos, y que, bien entendidos, ofrecen tan buen sentido…»[17]

El reciente comentador de la Cuestión 105, aludida por esta tesis, demuestra muy bien la necesidad de una aplicación especial para cada acto y cada elección particular, pues de otro modo »habría un agente, que, como tal, no estaría sujeto a la acción de Dios, el primer agente», lo cual es imposible[18].

»Es preciso insistir para poner en claro que la premoción, pues se trata del primer motor, cuya acción previa es necesaria para que se muevan el segundo y los demás; que la premoción física, pues se trata de la moción que pone al agente segundo en condición de obrar; que hasta en el mismo caso de la voluntad libre que se mueve a sí misma para querer tal bien determinado, la premoción física determinante, o predeterminación física, pues se refiere a una moción que aplica la voluntad a querer tal bien especial, no son otra cosa que la más pura doctrina de Santo Tomás, precisa y evidentemente expresada en este artículo (art. 5), donde trata la cuestión ex professo.»

V. — Conclusión

Damos aquí por terminada la exposición de las veinticuatro Tesis tomistas, que, según habíamos anunciado, encierran, en breve síntesis, toda la Filosofía.

Desde el principio hemos hallado a Dios en las alturas de la Ontología, como el Acto puro, infinito, único; terminamos con el mismo Dios, Primer Motor y Providencia, que nos crió, nos conserva y nos mueve en todos nuestros actos, y que es, por consiguiente, nuestro último Fin, a quien debemos amar sin medida: «Modus diligendi (Deum) sine modo diligere»[19].

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[1] Esta proposición condensa las doctrinas expuestas por Santo TOMÁS en la Suma Theo\, I. P., Q. 44 y 45 y Q. 105. Cf. Cont. Gent., lib. III, cap. 66-69, y lib. IV, cap. 44; QQ. De Pot., sobre todo Q. 3, art. 7.

[2] Véase la Tesis II, explicada en la Ontología.

[3] Discurso pronunciado ante la Academia de Berlín, 8 de junio de 1880. La Creación no es propiamente milagro; el autor se refiere a una causa distinta del mundo.

[4] KENÍN, Dialogues Philosoph., p.  146.

[5] A. SABATIER, La Philosophie de l’effort, p. 181.

[6] El Concilio Vaticano realmente dice que todas las cosas, tanto espirituales como materiales, según toda su substancia, secundum totam suam substantiam, son sacadas por Dios de la nada. De Deo rer. omn. creat., can. 5.

[7] Es como la conclusión de su libro: La me future et la science.

[8] La refuta Santo TOMÁS en I. P., q. 45, art. 5.

[9] Véanse los comentadores del art. 5, Q. 45.

[10] Causalité instruméntale en Théologie, p. 190-193. Cf. Curs. PMlosoph). Thom., t. II, tract. I. Q.  II.

[11] La tesis de la S. Congreg. da esta razón como prueba de la incomunicabilidad: «Virtutem creativam qua, PER SE PEIMO ATTINGITUR ENS IN QUANTUM ENS, neo miraculóse ulli finitae naturae esse commuricabilem»‘.

[12] Helr., I, 3.

[13] Propos.  2;  DENZINGER,  1703.

[14] Capit. I, De Veo rer. omn. creat.; DENZINGEE, 1784.

[15] Cf. nuestro Ours. Philos. Thom., t. VI, p. 151, 155, 156.

[16] Santo TOMÁS, III Cont. Gent., cap. 140.

[17] BOSSUET, Traite ñu Libre Arbitre, cap. VIII. Cf. nuestro tratado De Gratia, p. 351.

[18] P. PEGUES, O. P., Comment. francais litteral., t. V (VI vol.), p. 300.

[19] San  BERNARDO,  De  diligencio  Deo,  cap.  I;   P.  L., CLXXXII, 947.