LAS 24 TESIS TOMISTAS (20ª)
NUESTRO MODO DE CONOCER
La Biología y la Psicología de Santo Tomás (TESIS XIII a XXI)
TESIS XX. — «Pes has species airéete universália eognoscimus: singularid sensu attingimus, tum etiem intellectu per conversionem ad phantasmata; ad cognitionem vero spiritualium per analogiam as-cendimus.»
«Por medio de estas especies inteligibles conocemos directamente los universales; con los sentidos alcanzamos los singulares, y también con el entendimiento, pero en este caso volviéndonos hacia las imágenes; y nos elevamos al conocimiento de las cosas espirituales, por analogía».
Esta tesis viene a ser un comentario de las dos anteriores acerca del objeto propio del entendimiento humano y el origen de nuestras ideas, aplicables al universal, al singular y a las realidades espirituales.
I. — Conocimiento del universal
Desde el momento en que el objeto propio de nuestro entendimiento es la esencia abstraída de las condiciones materiales, y que el origen de nuestras ideas es por vía de abstracción, resulta evidente que lo que conocemos en primer término y directamente ha de ser aquello que la mente ha extraído de lo concreto y singular, esto es, el universal. En este proceso del entendimiento, lo mismo que en todo tránsito de la potencia al acto, vamos siempre de lo imperfecto a lo perfecto, de lo vago a lo preciso, de lo indeterminado a lo determinado, y por este motivo los primeros objetos que percibimos son los más generales y comunes. Así sucede también en el conocimiento sensible, según observa Santo Tomás: en el orden local, porque al ver algo en lontananza, primero nos percatamos de que es un cuerpo, luego, ya más cerca, de que es un animal, y, por último, de que es un hombre; en el orden temporal, otro tanto de lo mismo, porque en un principio sólo distinguimos al hombre de lo que no es hombre, antes de distinguir un hombre de otro, y por eso los niños muy pequeños a todos llaman papá, hasta que con el andar del tiempo acaban por no confundir a su padre con ningún otro hombre.
No se puede, pues, negar, sin chocar contra el testimonio de la experiencia, que los primeros objetos que conocemos son los más universales. Comenzamos por tener idea de lo más común e indeterminado que es el ser en general; enseguida vamos detallando, concibiendo ya al ser en sí mismo o apoyado en algo, lo que constituye un conocimiento confuso de la substancia y los accidentes; y esto no es todo, todavía precisamos más. »Parécenos que el conocimiento intelectual se desarrolla en esta forma: 1, conocimiento del ser, de algo que existe y que implica un conocimiento confuso de la substancia; 2, conocimiento confuso de los accidentes; 3, conocimiento distinto de la substancia, precisada más, porque acabamos de comprender confusamente a los accidentes; 4, conocimiento distinto de los accidentes. En la misma progresión: 1º, conocimiento confuso de la esencia, fruto de la abstracción espontánea del entendimiento agente que se ejerce sobre los datos centralizados por el sentido común; 2º, conocimiento confuso de las propiedades; 3º, conocimiento distinto de la esencia definida por el género y la diferencia, y si ello no es posible, con una definición descriptiva; 4º, conocimiento distinto de las propiedades hechas inteligibles en la medida que pueden deducirse de la diferencia específica, que es su razón de ser».
Una vez adquiridas las primeras ideas, puede el espíritu detallarlas, por su propia virtud, volverlas más claras, compararlas entre sí, unirlas por medio de la afirmación, separarlas por la negación, fecundarlas y multiplicarlas por el juicio y el raciocinio, por inducción o deducción, por vía de análisis o de síntesis.
II. — Conocimiento de los singulares
En cuanto a los singulares, constituyen el objeto de los sentidos, por ser de su mismo orden. El objeto exterior produce en el organismo una impresión que excita al nervio sensible, propagándose por él como una ondulación, atraviesa el ganglio, sube por la médula espinal hasta el encéfalo, y allí excita el centro nervioso sensible. Sin esta excitación del cerebro y la atención indispensable por parte del sujeto, no podría verificarse la percepción. Además de los sentidos externos, el conocimiento completo del singular requiere una potencia interna que centralice las impresiones recibidas de fuera: es el sentido común. Otra que reciba en el interior las imágenes de los objetos presentes: la imaginación. Otra que guarde y conserve esas imágenes en ausencia de los objetos: la memoria. Y otra que aprehenda o estime, más bien, lo que los sentidos externos no pueden apreciar de por sí, como lo que es útil o nocivo. A esta última facultad, que llamamos la estimativa, P. Janet la define así: «La causa desconocida en virtud de la cual los animales, y aun el mismo hombre, realizan con seguridad infalible y sin educación, esa serie de movimientos necesarios para la conservación del individuo y de la especie».
Una vez más la conciencia es fiel testimonio de que nuestro entendimiento conoce los singulares, que debe compararlos entre sí y con el universal, que en derredor de ellos se mueve nuestra vida cotidiana y versa toda la moral, formando la trama de la historia humana. A pesar de todo lo cual, no pueden ser objeto directo del espíritu. «Nuestro entendimiento podría alcanzar el singular, si fuera material como los sentidos; pero desde el momento que es inmaterial, no puede tener por objeto a lo que principia en la materia. Ahora bien; el principio de individuación de las cosas materiales, las únicas que directamente se ofrecen a nuestro conocimiento, es la materia, luego nuestro conocimiento no puede dirigirse directamente a ningún ser individual y singular».
¿Cómo explicar, entonces, que el entendimiento llegue hasta conocerlo distintamente? Por una especie de conversión, reflexión o vuelta sobre las imágenes; per conversionem vel reflexionem quandam ad phantasia. La idea sacada de la imagen o del singular por el procedimiento de asbtracción, ya explicado, tiene que representar de algún modo la realidad concreta que ha sido su punto de partida; lo que expresa directamente y en primer lugar es el universal, fruto espontáneo de la abstracción, y lo que reproduce, indirectamente, es el singular del cual ha sido abstraída. El espíritu se apodera primero de lo que está representado directamente en la idea, y, enseguida, volviéndose sobre la imagen y el objeto contenido en ella, conoce el fenómeno concreto, el singular o el ser individual.
III. — Conocimiento del alma y de los objetos superiores
Al apercibirse el alma de sus operaciones, se da también cuenta de su existencia. Por esta razón, la existencia del sujeto pensante es una de las verdades imposibles de negar, por ser el objeto de la conciencia infalible. Nuestra alma, sin embargo, no tiene intuición de su esencia en el estado presente de unión, por el hecho de que, estando esa esencia unida a la materia, carece de aquella pureza necesaria para la intelección actual de sí misma. Para conocerse, pues, a fondo, tiene que enfrascarse en un análisis trabajoso y sutil: después de haber alcanzado su objeto, vuelve sobre su acto; de la naturaleza de aquél, infiere la de éste; de la naturaleza del acto, la de la facultad, y, finalmente, la de la substancia completa.
Derribada la valla del cuerpo que interceptaba los rayos del sol intelectual, el alma se verá a sí misma al desnudo y gozará, en su propia esencia, de una cierta intuición de las substancias separadas; mas, por no representar completa y exactamente a los demás seres, necesitará de ideas infusas. Podemos, pues, decir que el alma separada conocerá de muy diversas maneras: por medio de su propia esencia, y de las ideas llevadas de este mundo, y de las ideas infusas después de la muerte, sin hacer mención por ahora de la visión beatífica concedida a las almas santas.
El conocimiento que tenemos en esta vida de los objetos superiores a nosotros, espirituales o sobrenaturales, lo adquirimos por analogía. Del ángel, por ejemplo, ser incorpóreo, aunque finito, tengo tres conceptos: cuerpo, negación de corporeidad y limitación. Comienzo por abstraer del mundo que me rodea la idea de corporeidad; prosigue su obra la virtud abstractiva de mi entendimiento, y llego a la negación de corporeidad; y por último, el espectáculo de ese universo visible que se me presenta con caracteres evidentes de imperfección y contingencia, me proporciona la noción de lo limitado y finito.
Tan sólo la revelación puede darnos a conocer los objetos sobrenaturales, por campear de suyo fuera de los límites de nuestra inteligencia. Y ¿cómo se verifica esa revelación? Dios puede manifestar lo sobrenatural mediante ideas directamente infusas, como le plugo hacer por medio del alma de Nuestro Señor, de la de Adán y en ciertos casos de revelación a los santos. Pero «de ordinario, se dirige a la humanidad por medio de revelaciones corporales, vistas con los sentidos externos, o de revelaciones imaginarias, vistas con los sentidos internos. La mente ejecuta su trabajo natural de abstracción sobre esas imágenes; una luz infusa viene en ayuda y refuerzo del entendimiento, mas las ideas se forman por el procedimiento normal de la abstracción y generalización. Su naturaleza no cambia porque puedan ser esclarecidas, dispuestas y arregladas de nueva manera bajo la influencia divina; siempre serán un producto de nuestra actividad, representando las realidades sobrenaturales, no en virtud de un concepto propio, eso desde luego, sino por vía analógica, como todos los conocimientos del mundo sensible». Las nociones de naturaleza y de persona que de suyo mi espíritu tenga ya formadas, podrán entrar como elementos de esta proposición: en Dios hay una sola naturaleza y tres personas; sin embargo, si la especie inteligible puede ser natural, sobrenatural tiene que ser el verbo mental que expresa mi fe, porque es fruto y término de un acto sobrenatural, o sea, la adhesión a las verdades reveladas; y porque tiene por objeto a la verdad divina, y por motivo a la autoridad de Dios revelador y por principio a la luz infusa.
Después de haber resumido tan vigorosamente en esas tres grandes tesis la teoría del conocimiento, nuestro documento va a sacar ahora sus consecuencias en el orden afectivo y resolver, al mismo tiempo, el problema de la libertad humana.
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