El principio de individuación

COSMOLOGÍA

TESIS XI.— «Quantitate signata materia principium est individuationis, id est, numericae distinctionis (quae in quis spiritibus esse non potest) unius individui áb alio in eadem natura specifica.»

»La materia sellada por la cantidad es el principio de la individualización, o sea, de la distinción numérica (imposible en los espíritus), por la cual un individuo de la misma naturaleza específica se distingue de otro».

En el género humano y en todos los reinos de la naturaleza visible estamos viendo multitud de individuos de la misma especie; toda la naturaleza específica se encierra en cada individuo, y por mucho que éstos se multipliquen no rebasan la unidad de su especie: toda la humana naturaleza se halla íntegra en cada hombre; la especie de paloma o de águila se salva lo mismo en una que en una millonada de águilas o de palomas ; la del hierro es igual en una partícula que en un monte de este metal. ¿Por qué, siendo tantos los individuos, permanece única la naturaleza específica?

¿Cómo puede haber tantísimos individuos, cada cual de ellos dotado de peculiares perfecciones de la especie, sin multiplicar la especie misma? Hasta la mínima criatura, entre las innumerables que nos rodean, nos pone frente a un problema tan  misterioso y difícil que el mismo genio de Bossuet estimaba por insoluble.

Es la célebre cuestión del principio de individuación, o de la distinción numérica de los individuos dentro de su misma naturaleza específica.

Siendo el individuo una substancia incomunicable a otros, substancialmente distinto de los demás, el principio de individuación debe ser a la vez principio substancial e intrínseco, principio de incomunicabilidad y principio de distinción.

No es el caso examinar aquí las diversas opiniones de Escuela. No basta decir que la esencia material está individualizada por sí misma; no hemos de confundir a Pedro con la humanidad. «Tal solución sólo a falta de otra se pudiera aceptar, pues prácticamente nada explica». Penelón se acoge a la existencia diciendo: «Si de buena fe se quiere uno fijar en la existencia actual, sin abstracción, podrá ver que ésta es precisamente la que distingue una cosa de otra. La existencia producida no es otra cosa que el ser singular, o el individuo». Mas la existencia supone la esencia individualizada, como el acto segundo supone el primero. Otros filósofos han buscado el principio de individuación en la forma susbtancial. Mas la forma confiere la entidad y grado específico esencialmente comunicable, y por lo mismo, jamás puede ser principio de incomunicabilidad.

La tesis aprobada por la Sagrada Congregación pide, a la vez, materia y cantidad. La materia sola no basta, pues siendo de suyo indeterminada e indiferente para comunicarse a distintos individuos, no puede llamarse substancial, como el principio de individuación. La fórmula tomista es: «Materia signata quantitate»; la materia separada y marcada por la cantidad, como con un sello particular y exclusivo, que convierte al sujeto en un ser individual, inalienable, incomunicable.

Lo que comunica la individuación al sujeto es el orden esencial y transcendental a tal cantidad.

Todas las indicadas condiciones se cumplen en esta teoría. Es un principio substancial, pues la materia substancial por sí misma no pierde este atributo, por decir orden a tal cantidad, tratándose, como aquí, de un orden esencial. «La capacidad de la materia con tendencia y orden a tal cantidad, no es una propiedad adventicia distinta de la materia misma; al contrario, se identifica con ella, es la materia misma que consideramos relacionada con una realidad venidera».

Es juntamente principio de incomunicabilidad y de distinción. Recordemos la naturaleza de la cantidad, explicada en la tesis anterior. Lo esencial en la cantidad es tener partes distintas, que no sean las mismas, que esté la una fuera de la otra. Así, dos partes cuantitativas son distintas en sí mismas por virtud de su propia esencia. La materia que dice orden a la cantidad B, por ejemplo, tiene que distinguirse de la ordenada a la cantidad A; la forma recibida en la materia que mira a la cantidad B será distinta de la que mira a la cantidad de A. De esta suerte, la forma, así distinta y convertida en incomunicable, dará la individuación a todo el compuesto.

Simplificando de este modo el problema, llegamos a una solución razonable. La materia saca su individuación del orden que dice a tal cantidad, distinta por esencia de tal otra cantidad; la forma saca su individuación del hecho de ser recibida en tal materia, como sellada, distinguida y aparte; el todo finalmente recibe la individuación de la forma de esta suerte individualizada.

Lo que decimos de las especies en general, puede aplicarse a la humana. «De ordinario, cada especie de cuerpos tiene sus naturales dimensiones, que nos sirven para distinguirlos, y de este volumen normal, cuyas variaciones se limitan a dos extremos aproximados, es aquí la cuestión». El orden a tales dimensiones, o a tal cantidad, confiere la individuación al cuerpo; el alma recibe su individuación del orden que dice a tal cuerpo, que hará suyo, y del alma arranca luego inmediatamente la total individuación del compuesto humano.

Siendo este orden del alma a su cuerpo transcendental e inmutable, acompaña al alma en su estado de separación; la disolución del cuerpo no lesiona la individualización del alma, y en la resurrección, cuando los dos elementos se reúnan, hallarán súbitamente su ser y su vida individual, que será para los justos de felicidad sempiterna.

Nuestra tesis nos lleva a la conclusión de que es imposible la multiplicación numérica en las substancias puramente espirituales. Los ángeles, dice Santo Tomás, carecen de elementos que les permitan multiplicar los individuos sin multiplicar la especie.

En realidad, la multiplicación de individuos, destinada a conservar la especie, no tiene razón de ser cuando ya la especie es de suyo incorruptible.

Hay, pues, tantas especies cuantos son los individuos angélicos. Esta portentosa variedad del mundo invisible hizo exclamar a Bossuet: »Contad, si podéis, las arenas del mar o las estrellas del cielo, las que veis y las que están más allá, y no habréis contado el número de los ángeles. Nada le cuesta a Dios multiplicar las cosas excelentes; precisamente lo más bello y lo mejor, eso es lo que más prodiga».