Esta Pía Unión se acoge al patrocinio de Santa María Virgen, Madre de Dios, a la que veneramos muy singularmente bajo el título de Sedes Sapientiae, para que por su intercesión nos alcance a sus hijos el don de la Sabiduría para conocer y gustar las cosas de Dios.
A San José, su virginal y castísimo esposo, diligente protector de la Sabiduría de Dios encarnada y de su purísima Sede, para que nos proteja eficazmente del mal y de las asechanzas de los enemigos internos y externos.
A Santo Tomás de Aquino, Doctor común de la Iglesia, agraciado por Dios con el don de la Sabiduría, Entendimiento y eximia Ciencia, para que por su intercesión nos alcance la fidelidad a la Iglesia siguiendo sus principios.
A Santa Teresita de Lisieux, cuyo modelo de infancia espiritual es un tratado de gracia vivida, para que nos alcance seguir las inspiraciones del Espíritu Santo a fin de que todas nuestras acciones sean movidas por la gracia.
A San Juan Evangelista, el Apóstol amado por nuestro Señor, para que nos alcance la unión de amor y el gozo del desposorio entre Dios y nuestras almas, e imitar a las vírgenes prudentes ante la inminente venida del Esposo.
A Santa María Magdalena, escogida por Jesús para ser la primera en anunciar su Resurrección, al objeto de que nos obtenga el llanto por nuestros pecados y los de nuestros semejantes, y para que sea derramado sobre nosotros el exquisito perfume de las virtudes y dones con los que Cristo nos desea adornar.
A San Paulino de Nola, cuya virtud de despreciar los mayores honores supuso una lámpara tan grande encendida por Dios que los mismos Padres de la Iglesia la admiraron; y por el sacrificio de renunciar a los legítimos goces de su estado para abrazar la continencia a mayor gloria de Dios, para que nos auxilie a ser fieles a esta regla que determinamos comenzar a escribir en el día de su fiesta.
A Santa Catalina de Siena, ejemplo de mortificación y mística, para que nos alcance por su intercesión el amor a la cruz y la contemplación infusa.
Significado del título de la Virgen María: Sedes Sapientiae.
La palabra Sabiduría tiene en la Sagrada Escritura varios significados: en primer lugar la Sabiduría personal o subsistente, esto es, el Verbo Divino, y Jesucristo como Hombre, ya que en Él la Humanidad creada estaba unida a la Divinidad en unidad de Persona; en segundo lugar, la Sabiduría impersonal, hábito o cualidad de los seres inteligentes; y por último, la Sabiduría, Don del Espíritu Santo.
Bajo estos tres significados la Virgen María es llamada y es verdaderamente Trono o Sede de la Sabiduría.
María Santísima, Trono de la Sabiduría, de la Sabiduría personal. El Verbo es el perfecto y subsistente conocimiento de todo el ser Perfectísimo e Infinito que es el Padre.
El Verbo Divino se encarnó en el seno purísimo de María, que así vino a ser Madre de Dios, Madre del Verbo, Madre de Cristo Hombre, Madre de la Sabiduría.
Por eso, principalmente se la invoca como Trono de la Sabiduría porque puso el Verbo su sede en las purísimas entrañas de Ella.
El Verbo se hizo para sí, en el seno virginal, una morada muy digna y escogida; habitó en Ella, y después de nacer fue llevado en sus brazos durante sus primeros años y estuvo sentado sobre sus rodillas. Siendo realmente también, por decirlo así, el Trono humano de Aquél que reina en el Cielo.
María Santísima, Sede de la virtud de la Sabiduría. El hábito de la Sabiduría reside en el entendimiento del ser humano y tiene por objeto propio el conocimiento de las cosas naturales y sobrenaturales y sus causas; se eleva al conocimiento y contemplación de la Causa primera e increada, necesaria, absoluta, es decir, Dios; ve y contempla a Dios en todas las cosas de la naturaleza, todo lo refiere a Dios, se remonta hasta Dios y en Él descansa; de todo lo creado toma base para admirar, bendecir y amar a Dios, último término al cual están dirigidas todas las cosas. Y es así como esta Sabiduría, de especulativa se hace práctica; de quietud se convierte en activa; del entendimiento pasa al corazón y lo ensancha y lo consuela y le infunde un gozo, un sabor y una unción, por lo cual precisamente se llama Sabiduría.
Por encima de todos los santos, María poseyó en grado perfecto la virtud de la Sabiduría; más aún, Ella es la Sede de la Sabiduría. Fue dotada por Dios de un entendimiento naturalmente perfecto, ejercitado y enriquecido por la continua y altísima contemplación y por el conocimiento de la Escritura.
María, después de Jesucristo, tuvo el corazón mejor dispuesto para la gratitud, para la admiración, para el amor: disposición acrecentada hasta el máximo por la fiel correspondencia a la obra de la gracia que la llevó al más perfecto conocimiento de Dios posible, después de la humana naturaleza de Cristo.
María, Sede del don de Sabiduría. Hay una Sabiduría que no se adquiere con los recursos humanos, sino que es un don sobrenatural infundido por el Espíritu Santo. Este don, como enseña Santo Tomás de Aquino, es distinto en su naturaleza del hábito de la Sabiduría. Este don consiste en un profundo conocimiento de Dios y de sus altísimos misterios, conocimiento encaminado no tanto a satisfacer la inteligencia que contempla, cuanto a alimentar y atraer la voluntad con la fuerza del amor. El alma en la que se ha desarrollado este don se sumerge y se abisma enteramente en Dios, en sus perfecciones infinitas y en sus misterios, y allí se goza de tal manera que todo lo que no es de Dios o no conduce a Dios se le hace pesado y molesto, le resulta insípido.
En los treinta años que vivió en íntima unión con la Sabiduría Encarnada, cuántas veces recibiría María en el secreto de la casa de Nazaret los vívidos rayos de la Sabiduría eterna en los que Ella recogía hechos y misterios; palabras y recuerdos en el santuario de su Corazón donde los conservaba. Era el tesoro de las diversas riquezas que, pasando por su alma de Madre, se convertían en leche de vida, de sabiduría y de gracia para sus hijos. Ella, más que ninguna criatura angélica o humana, penetró en los profundos misterios de la Divinidad, rozando, por decirlo así, los confines de lo infinito.
María llevó en su seno a la Sabiduría Increada, pero su mente y su corazón fueron más anchos y capaces que su mismo seno, dice San Buenaventura. Con toda razón, la Iglesia la invoca Trono de la Sabiduría, por cuya razón, entre otras muchas, la escogemos como capitana de los santos que nos patrocinan.