La homosexualidad y los pecados en contra de la naturaleza que la acompañan no son cuestiones nuevas para la juventud de nuestros días. Desafortunadamente este tipo de males sociales han existido por miles de años.

Las Sagradas Escrituras describen la destrucción de Sodoma y Gomorra de tal forma que ninguna persona en su pleno juicio puede dudar que Dios Nuestro Señor se encontraba molesto con los habitantes de estas dos ciudades: «Hizo el Señor llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, desde el cielo. Destruyó estas ciudades y cuantos hombres había en ella y hasta las plantas de la tierra».

Destruir estas dos ciudades y sus alrededores de tal manera nos demuestra claramente que Dios no quería que permaneciera de pie nada de esos lugares. Aun las mismas plantas y vida vegetal fueron destruidas. ¿Por qué tal destrucción? .

Los efectos del pecado son mucho más trascendentales de lo que mucha gente puede imaginar. En el mundo actual ciego, pero políticamente correcto, el pecado es cosa de burla. La gravedad del pecado de homosexualidad, ha sido completamente encubierta bajo el titulo de tolerancia, falsa caridad y libertad sexual. Ser misericordioso ante un pecador arrepentido es una cosa, pero permitir que esta degradación moral exista en unión de la virtud como si fueran ambas una sola cosa, es una cuestión muy diferente.

Quien sea el que lea estas líneas debe saber que la homosexualidad es gravemente pecaminosa. No existe la menor duda de ello en la mente de la Iglesia Católica independientemente de lo que enseñen los modernistas de nuestros días. Debemos preguntarnos que actitud tomaron las autoridades eclesiásticas y civiles, en el pasado, respecto a estas desviaciones y como la enfrentaban.

Aun aquellos que no han sido embrutecidos por las falsas ideas de la sociedad actual se sorprenderán de la severidad tan objetiva que la Iglesia y el Estado tomaron sobre estos temas.

Las Sagradas Escrituras son claras respecto a los pecados de Sodomía. «Si uno se acuesta con otro como se hace con mujer, ambos hacen cosa abominable y serán castigados con la muerte; caiga sobre ellos su sangre» (Levítico 20-13). «No llevará la mujer vestidos de hombre, ni el hombre vestidos de mujer, porque el que tal hace s abominación ante Dios.» (Deuteronomio 22-5). «No os engañéis: Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, poseerán el reino de Dios». (1 Corintios 6; 9-10).

Las declaraciones del Magisterio de la Iglesia no son menos estrictas a este respecto. La primera declaración en un concilio de la Iglesia en relación a las prácticas homosexuales fue publicada en el Concilio de Elvira en los años 305 al 306. El decreto excluye de recibir la comunión, aún en peligro de muerte, a los corruptores de menores.

La recopilación mas completa de normas en contra de las practicas homosexuales se encuentran en los cánones aprobados en el Concilio de Naplouse, reunido el 23 de enero de 1120, bajo la dirección de Garmund, patriarca de Jerusalén y de Baldwin, rey de la misma ciudad. En esa ocasión fue predicado un sermón sobre las atrocidades que habían recaído sobre el Reino de Jerusalén; terremotos, plagas, y ataques de los Sarracenos (Musulmanes). Todos estos males fueron juzgados como castigo del Cielo por los pecados de la gente. Consecuentemente el Concilio publicó veinticinco cánones encontra de los pecados de la carne, cuatro de estos trataban directamente sobre las prácticas homosexuales. Muerte en la hoguera les fue dictada a quienes fueran encontrados culpables de tales prácticas.

El tercer concilio de Letrán (1179) establece que: «cualquiera que sea encontrado en la práctica de algún pecado en contra de la naturaleza, por el cual la ira de Dios fue desatada sobre los hijos de la desobediencia, si es clérigo, que se a depuesto de su dignidad y se le mantenga recluido en un monasterio para que haga penitencia; si es laico, que sea excomulgado y que se le mantenga alejado de la comunión de los fieles«.

Tal era la consternación que acompañaba al pecado encontra de la naturaleza, que para el siglo doce, perdonar el pecado de sodomía fue reservado para que solo el Soberano Pontífice lo pudiera perdonar y en algunos casos, fuera perdonado, por el Obispo.

Con el Renacimiento este vicio resurgió nuevamente por todos lados; y fue el Papa San Pío V quien además de verlo como un problema gravísimo, se propuso eliminarlo, así nos lo narra el historiador von Pastor: «En el primer año de su pontificado, el Papa tuvo dos preocupaciones preponderantes: Celo por la Santa Inquisición y la lucha en contra de ‘este horrendo pecado por el cual la Justicia de Dios hizo que las ciudades contaminadas por este mal fueran consumidas por el fuego.’ El primero de abril de 1566 ordenó que los sodomitas fueran entregados a las autoridades civiles… los diversos encarcelamientos de sodomitas… impresionó tanto a Roma entera y llenó de temor especialmente a las familias acomodadas, ya que era sabido por todos que el Papa quería que sus leyes fueran aplicadas por parejo, aun en contra de los poderosos de su tiempo. De hecho, los castigos por vicios en contra de la naturaleza fueron aplicados durante todo el pontificado de San Pió V y un documento anterior a esto declaraba que si algún clérigo era encontrado culpable de este crimen, fuera despojado de todas sus posesiones, dignidades y sueldo y que después de la degradación fuera entregado a las autoridades civiles».

Varios Padres de la Iglesia han escrito a este respecto y categóricamente condenan este vicio y aquellos que toman parte en el. Los comentarios de San Agustín son particularmente interesantes: «Pecados en contra de la naturaleza, por lo tanto, como el pecado de sodomía son abominables y merecen castigo cuando y en donde sean cometidos. Si toda la nación los comete, la nación entera será culpable de los mismos cargos de la Ley de Dios, porque nuestro creador jamás prescribió que pudiéramos usarnos los unos a los otros de esta manera. De hecho, la relación que debemos tener con Dios es violada cuando nuestra naturaleza, de la cual El es el autor, es profanada por una lujuria pervertida».

San Buenaventura, mientras trataba, en un sermón dictado en la iglesia de Santa Maria de los Ángeles (Porciúncula), sobre los milagros que tuvieron lugar simultáneamente al nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, narra de la siguiente manera: «Prodigio séptimo, «Todos los sodomitas tanto hombres como mujeres murieron sobre toda la faz de la tierra, como explica san Jerónimo en su comentario sobre el Salmo ‘Nació la luz para el justo’ lo cual nos aclara que Cristo nació para reformar la naturaleza y promover la castidad».

San Bernardino de Siena Escribió: «Ningún pecado tiene tanto poder sobre el alma como el pecado maldito de sodomía, el cual siempre es detestado por aquellos que viven de acuerdo a la voluntad de Dios… tales pasiones por hacer lo indebido se acercan mucho a los limites de la locura. Este vicio daña al intelecto, rompe con el elevado y generoso estado del alma, arrastra los pensamientos sublimes a pensamientos mezquinos, sin importancia, hace al hombre irascible y pusilánime, obstinado y duro de corazón, servilmente blando e incapaz de cualquier cosa. Consecuentemente, la voluntad, estando agitada por el insaciable deseo sensual, ya no sigue a la razón sino a la violencia. … quienes practiquen los vicios de sodomía sufrirán mayormente en el Infierno, porque este es el peor de los pecados que existen».

Santa Catalina de Siena se basa en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo sobre el vicio en contra de la naturaleza, que contaminaron parte de los clérigos de su tiempo. Refiriéndose a los sagrados ministerios dice: «Ellos no solo fracasaron al resistir esta fragilidad (naturaleza caída) sino que hacen peor al cometer estos pecados. Como el ciego y el estúpido que habiendo oscurecido la luz de su entendimiento, no reconocen la contaminación y miseria en la que se encuentran. Porque esto no solo me causa nauseas sino que a los mismos demonios repulsa, a quienes estas criaturas miserables han escogido como su Señor. Para mi estos pecados en contra de la naturaleza son tan abominables, que por este solo hecho, cinco ciudades fueron sumergidas, por virtud del juicio de Mi Justicia Divina, la cual ya no pueden poseer… este pecado es tan desagradable a los mismos demonios no porque los demonio lo rechacen y encuentran placer en el bien, sino porque su naturaleza es angelical y consecuentemente es repulsivo ver cometer tales pecados. Es verdad que es el demonio quien atraviesa al pecador con las flechas envenenadas de lujuria, pero cuando el hombre continua con tales actos pecaminosos, los demonios se alejan».

Finalmente, para los que pudieran preguntarse como trataban estos crímenes tan despreciables, las autoridades civiles, debemos empezar por leer las vidas del Emperador Constancio, Valentín II, Teodocio y Justiniano. Todos estos hombres ordenaron la pena de muerte, durante sus respectivos reinados. Lo mismo podemos decir de varias naciones e imperios de los siglos 16 y 17 en Europa. Carlos V (Santo Emperador Romano) y Maria Teresa (Imperio Austriaco, Hapsburg) fueron de entre los más destacados individuos que vieron apropiado destruir este cáncer mortal por el bien de la sociedad.

Mientras que el clima caprichoso y afeminado de la sociedad de nuestros días continúa doblegándose servilmente ante esta perversidad, acumula más y más carbón encendido del fuego eterno sobre si misma. La generación presente no será diferente a las generaciones pasadas a las que Dios juzgó pertinente castigar por este vicio, ya sea de manera directa como en Sodoma y Gomorra o por medio de las autoridades civiles. Toda vez que la Iglesia y el Estado están básicamente callados, haciendo poco o nada, pareciera que Dios se ‘enfadará’ de esta abominación perfidiosa e intervendrá. Si destruyó cinco ciudades por culpa de este solo pecado, que creen que le pasará a una nación o mundo entero que ha literalmente perdido el camino de salvación?.

Las leyes contra ‘crímenes de, no tolerancia’ que están rápidamente siendo ejercidas, son una manifestación evidente de lo que en realidad se ha convertido la sociedad actual. Cuando los pecados, vicios y perversiones son protegidos por la ley, y las multitudes están condicionadas a, por temor o cualquier otra razón, no decir nada o seguir a la mayoría, no existen muchas opciones disponibles.

Dios es paciente, pero por cuanto tiempo mas…

Fundación San Vicente Ferrer