Una propiedad esencial de la Iglesia de Cristo es la Unidad. León XIII en Satis cognitum enseña: «Si examinamos los hechos, comprobaremos que Jesucristo no concibió ni instituyó una Iglesia formada de muchas comunidades que se asemejan por ciertos caracteres generales, pero distintas unas de otras y no unidas entre sí por aquellos vínculos que únicamente pueden dar a la Iglesia la individualidad y la unidad de que hacemos profesión en el símbolo de la fe: » Creo en la Iglesia Una».[…] «La Iglesia está constituida en la unidad por su misma naturaleza; es una, aunque las herejías traten de desgarrarla en muchas sectas. Decimos, pues, que la antigua y católica Iglesia es una, porque tiene la unidad; de la naturaleza, de sentimiento, de principio, de excelencia… Además, la cima de perfección de la Iglesia, como el fundamento de su construcción, consiste en la unidad; por eso sobrepuja a todo el mundo, pues nada hay igual ni semejante a ella» (1). Por eso, cuando Jesucristo habla de este edificio místico, no menciona más que una Iglesia, que llama suya: «Yo edificaré mi Iglesia» (2). Cualquiera otra que se quiere imaginar fuera de ella, no puede ser la verdadera Iglesia de Jesucristo. […..]
«Pues ningún otro nombre ha sido dado a los hombres por el que podamos ser salvados» (3). La misión, pues, de la Iglesia es repartir entre los hombres y extender a todas las edades la salvación operada por Jesucristo y todos los beneficios que de ella se siguen. Por esto según su Fundador, es necesario que sea única en toda la extensión del mundo y en toda la duración de los tiempos. Para que pudiera existir una unidad más grande, sería preciso salir de los límites de la tierra e imaginar un genero humano nuevo y desconocido.»[…].
«Así pues, si algunos miembros están separados y alejados de los otros miembros, no podrán pertenecer a la misma cabeza como el resto del cuerpo. «Hay -dice San Cipriano- un solo Dios, un solo Cristo, una sola Iglesia de Cristo, una sola fe, un solo pueblo que, por el vínculo de la concordia, está fundado en la unidad sólida de un mismo cuerpo. La unidad no puede ser amputada; un cuerpo, para permanecer único, no puede dividirse por el fraccionamiento de su organismo»(4). Para mejor declarar la unidad de su Iglesia, Dios nos la presenta bajo la imagen de un cuerpo animado, cuyos miembros no pueden vivir sino a condición de estar unidos con la cabeza y de tomar sin cesar de ésta su fuerza vital; separados han de morir necesariamente. No puede (la Iglesia) ser dividida en pedazos por el desgarramiento de sus miembros y de sus entrañas. Todo lo que se separe del centro de la vida no podrá vivir por sí solo ni respirar» (5). Ahora bien; ¿en que se parece un cadáver a un ser vivo? Nadie jamás ha odiado a su carne sino que la alimenta y la cuida como Cristo a la Iglesia, porque somos los miembros de su cuerpo formados de su carne y de sus huesos» (6)
«Que se busque, pues, otra cabeza parecida a Cristo, que se busque otro Cristo si se quiere imaginar otra Iglesia fuera de la que es su cuerpo. «Mirad de lo que debéis guardaros, ved por lo que debéis velar, ved lo que debéis tener. A veces se corta un miembro en el cuerpo humano, o más bien, se le separa del cuerpo una mano, un dedo, un pie. ¿Sigue el alma al miembro cortado? Cuando el miembro está en el cuerpo, vive; cuando se le corta, pierde la vida. Así el hombre en tanto que vive en el cuerpo de la Iglesia es cristiano católico: separado se hará herético. El alma no sigue al miembro amputado» (7)
«La Iglesia de Cristo es, pues, única y además, peipetua: quien se separa de ella, se aparta de la voluntad y de la orden de Jesucristo Nuestro Señor, deja el camino de salvación y corre a su pérdida. «Quien se separa de la Iglesia para unirse a una esposa adúltera, renuncia a las promesas hechas a la Iglesia. Quien abandone a la Iglesia de Cristo no logrará las recompensas de Cristo… Quien no guarda esta unidad, no guarda la ley de Dios, ni guarda la fe del Padre y del Hijo, ni guarda la vida ni la salud» (8).
«Pero Aquél que ha instituido la Iglesia única, la ha instituido una; es decir, de tal naturaleza, que todos los que debían ser sus miembros habían de estar unidos por los vínculos de una sociedad estrechísima, hasta el punto de formar un solo pueblo, un solo reino, un solo cuerpo. «Sed un solo cuerpo y un solo Espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza en vuestra vocación » (9).
Y «el Autor divino de la Iglesia al decretar dar a ésta la unidad de la fe, de gobierno y de comunión, ha escogido a Pedro y sus sucesores para establecer en ellos el principio y como el cetro de la unidad» (10)
«PROMOVER LA RESTAURACIÓN DE LA UNIDAD ENTRE TODOS
LOS CRISTIANOS ES UNO DE LOS PRINCIPALES PROPÓSITOS
DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II»
Así comienza el Decreto sobre el Ecumenismo Unitatis Redintegratio. La edición de la B.A.C. (Madrid, 1975, 8a. ed.) que seguimos, traduce «redintegratio» por «restauración». El diccionario de la Real Academia traduce «reintegrar» del latín «redintegrare» por: «reconstituir la mermada integridad de una cosa».
Sigue el Concilio Vaticano II: «Porque una sola es la Iglesia fundada por Cristo Señor; muchas son, sin embargo, las Comuniones cristianas que a sí mismas se presentan ante los hombres como verdadera herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido (11). Esta división contradice abiertamente a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la causa santísima de la predicación del Evangelio a todos los hombres».
Pero el texto citado de San Pablo muestra el absurdo de esa suposición: «¿Está dividido Cristo? ¿Por ventura Pablo fue crucificado por nosotros?», ironiza el póstol.
Continúa Vaticano II: «Pero el Señor de los siglos, que sabia y pacientemente continúa el propósito de su gracia sobre nosotros pecadores, ha empezado recientemente a infundir con mayor abundancia en los cristianos desunidos entre sí el arrepentimiento y el deseo de la unión. Muchos hombres en todas partes han sido movidos por esta gracia y también entre nuestros hermanos separados ha surgido un movimiento cada día más amplio, por la gracia del Espíritu Santo, para restablecer la unidad de todos los cristianos. Participan en este movimiento de la unidad, llamado ecuménico, los que invocan a Dios Trino y confiesan a Jesús Señor y Salvador; y no sólo cada uno individualmente, sino también congregadas en asambleas, en las que oyeron el Evangelio y a las que cada uno llama Iglesia suya y de Dios. Sin embargo, casi todos, aunque de manera distinta, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta el Evangelio y de esta manera se salve para gloria de Dios».
«Este Concilio, por tanto, mira con alegría todas estas aspiraciones, y, después de haber expuesto la doctrina acerca de la Iglesia, movido por el deseo de reestablecer la unidad entre todos los discípulos de Cristo…..(U.R. 1).
Pío XI en Mortalium Animos mostró la falacia de esa aspiración por una unidad aún no lograda. «Y aquí se nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión délas iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: «Sean todos una misma cosa. Habrá un solo rebaño y un solo pastor», (12) mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la concorde impulsión de las voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como un ideal.»
Como si la Iglesia no fuera una sigue Unitatis Redintegratio; «La preocupación por el restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, tanto de los fíeles como de los Pastores, y afecta a cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas. Este cuidado evidencia ya de alguna manera la unión fraterna que existe entre todos los cristianos, y lleva a la plena y perfecta unidad según la benevolencia de Dios» (U.R. 5).
Pero como -ya vimos- dice San Agustín: «Cuando el miembro está en el cuerpo vive; cuando se le corta pierde la vida. Así el hombre en tanto que vive en el cuerpo de la Iglesia es cristiano católico; separado se hará herético. El alma no sigue al miembro amputado».
En cambio según Vaticano II, «la unidad plena y perfecta» aún debe ser lograda, aunque ya existe una unidad fraterna entre todos los «cristianos», afirmen éstos o nieguen dogmas fundamentales, sujetos o no al Vicario de Cristo.
Y así, «es cosa habitual entre los católicos reunirse con frecuencia para aquella oración por la unidad de la Iglesia que el mismo Salvador, la víspera de su muerte, dirigió enardecido al Padre: Que todos sean uno (Jo XVII, 21)»
«Es lícito, e incluso deseable, que los católicos se unan con los hermanos separados para orar en ciertas circunstancias especiales, como son las oraciones «por la unidad» y en las asambleas ecuménicas. Estas oraciones en común son medio extraordinariamente eficaz, sin duda, para impetrar la gracia de ¡a unidad y expresión genuina de los lazos que siguen uniendo a los católicos con los hermanos separados: Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt. IX, 20)»
«Sin embargo, no es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como un medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos» (U.R. 8).
En Mortalium Animos, Pío XI parece como adelantarse casi 40 años denunciando los errores del Concilio.
«Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, si no procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa? (13). Y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros? (14). ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad, que deslizándose y extendiéndose cada vez más, amenaza debilitar el Evangelio.»
«Estos y otros argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados «pancristianos» (¿no habla así también Vaticano II?]*** los cuales, lejos de ser pocos en número, han llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de hombres católicos, aunque discordes entre sí en materia de fe».
Mas, sólo una religión puede ser verdadera: la revelada por Dios. Puesto que enseña el Papa recordando a San Pablo: «Dios que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras, por medio de los Profetas, nos ha hablado últimamente por su Hijo Jesucristo» (15).
«Por donde claramente se ve que ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquélla que se funda en la palabra revelada por Dios (…) Ahora bien… es evidente que el hombre está obligado a creer absolutamente la revelación de Dios, y a obedecer totalmente sus preceptos. Y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia.»
«Así pues, los que se proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo fundó una Iglesia, y precisamente una sola».
«ESTE SAGRADO CONCILIO ESPERA QUE, DERROCADO EL MURO QUE SEPARA LA IGLESIA OCCIDENTAL Y LA ORIENTAL, SE HARÁ POR EIN, UNA SOLA MORADA, ASENTADA EN LA PIEDRA ANGULAR, CRISTO JESÚS, QUE HARÁ DE LAS DOS UNA SOLA COSA».
Así termina Unitatis Redintegratio su «consideración peculiar de las Iglesias orientales», parte I del Cap. III: «‘Las Iglesias y comunidades eclesiásticas separadas de la Sede Apostólica Romana».
Comienza éste: «13. Nos fijamos en las dos principales clases de escisiones que afectan a la túnica inconsútil de Cristo».
«Las primeras ocurrieron en Oriente, por la negación de las fórmulas dogmáticas de los Concilios de Efeso y Calcedonia y, posteriormente, por la ruptura de la comunión eclesiástica entre los Patriarcados orientales y la Sede Romana».
Estas «escisiones» fueron las herejías nestoriana y monofisita, negadoras de la realidad divino-humana del Verbo Encarnado y la primera, de la Maternidad divina de María. Después el cisma griego. Fueron sus promotores Nestorio y Eutiques, Dióscoro y Focio; de ellos veamos qué dijo la Santa Iglesia.
Así San Hormisdas, en 517 reitera las condenas de los Concilios de Efeso y Calcedonia y anatematiza a los heresiarcas que éstos condenan, «señaladamente a Nestorio… igualmente también a Eutiques, y Dióscoro Alejandrino» (D. 171).
El Concilio de Florencia (XVII Ecuménico, para la unión con los griegos, armenios y jacobitas), bajo Eugenio IV en 1441: «Anatematiza también a Teodoro de Mopsuesta y a Nestorio, que afirman que la humanidad se unió al Hijo de Dios por gracia, y que por eso hay dos personas en Cristo, como confiesan haber dos naturalezas, por no ser capaces de entender que la unión de la humanidad con el Verbo fue hipostática» […]
«Anatematiza también, execra y condena al archimandrita Eutiques, quien…..afirmó que no hay más que una sola naturaleza [en Cristo]» (D 710).
Y el IV concilio de Constantinopla, bajo Adriano II, 869-870, en los Cánones contra Focio, autor del cisma griego (D. 336 ss.) termina diciendo: «Y quienquiera usare de tanta jactancia y audacia que, siguiendo a Focio y a Dióscoro, dirigiere por escrito o de palabra, injurias a la Sede de Pedro, príncipe de los Apóstoles, reciba igual y la misma condenación que aquéllos» (D.341).
Benedicto XIV en la profesión de fe prescrita a los orientales (maronitas) cita a estos Concilios, reiterando una vez más las condenas.
Veamos cómo habla el Concilio Vaticano II en cambio de las iglesias orientales separadas: «Las Iglesias de Oriente y Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas, sin embargo, por la comunión fraterna de la fe y de la vida sacramental, siendo la Sede Roma, por común consentimiento, la que resolvía cuando entre las Iglesias surgían discrepancias en materia de fe o de disciplina. El Concilio gustosamente recuerda a todos, entre otras cosas muy importantes, que en Oriente hay muchas Iglesias particulares o locales florecientes entre las que ocupan el primer lugar las Iglesias patriarcales, y muchas de las cuales se glorían de tener su origen en los mismos Apóstoles. Por eslo prevaleció y prevalece entre los orientales la preocupación y el interés por conservar las relaciones fraternas en la comunión de la fe y la caridad, que entre las Iglesias locales, como entre hermanas, deben tener vigencia» (U.R. 14).
Pío XI en Mortalium Animos denuncia a quienes «conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles»: «Communi consenso» como dice el Concilio.
Además, no hay tales «relaciones fraternas en la comunión de la fe y la calidad» con quienes no tienen la misma fe, sino la condena de los errores por parte de la Iglesia Madre y Maestra de todas.
«¿Podrá parecer que dichos «pancristianos», tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe?»pregunta el Papa.
Y sigue Vaticano II: «Se ha de estimar como es debido el hecho de que los dogmas fundamentales de la fe cristiana sobre la Trinidad y el Verbo de Dios encarnado de la Virgen María hayan sido definidos en los concilios ecuménicos celebrados en Oriente. Las Iglesias orientales han sufrido y sufren mucho por conservar esta fe» (U.R. 14).
¡Falso! Los nestorianos y monofisitas negaron esa fe, cuyos dogmas fueron definidos en los Concilios ecuménicos de Efeso y Calcedonia.
Además, como dice León XIII en Satis Cognitum: «los hombres no se separan menos de la unidad de la Iglesia por el cisma que por la herejía.»
«Se señala como diferencia entre la herejía y el cisma, que la herejía profesa un dogma corrompido y el cisma, consecuencia de una disensión entre el episcopado, se separa de la Iglesia.» (16)
«Estas palabras concuerdan con las de San Juan Crisóstomo sobre el mismo asunto: Digo y protesto que dividir a la Iglesia no es menor mal que caer en la herejia. (17) Por esto si ninguna herejía puede ser legítima, tampoco hay cisma que pueda lirarse como promovido por un buen derecho. Nada es más grave que el sacrilegio el cisma: pues, no hay necesidad legítima alguna de romperla unidad» (18). Hasta aquí LeónXIII.
Y Pío XI en «Mortalium Animos»: «En esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores. ¿No fue acaso al Obispo de Roma a quien obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los ascendientes de aquéllos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de otros novadores? Alejáronse ¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruinó ni pereció, sostenida como está perpetuamente por el auxiliode Dios. Vuelvan, pues al Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostólica, los recibirá amantísimamente, porque, si como ellos repiten, desean asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿por qué no se apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los fieles de Cristo?» (19)
¿Para qué, si como dice Vaticano II, fuera de la Iglesia hay salvación? Así:
U.R.: «15. Todos conocen también con cuanto amor realizan los cristianos orientales separados el culto litúrgico, especialmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la futura gloria, por la cual los fieles, unidos con el Obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos partícipes de la divina naturaleza (2 Petr 1,4). Así, pues, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas.»
La «comunión» entre estas «iglesias» y sus «obispos» nos recuerda el anatema de Gregorio IX citando al IV Concilio de Letrán: «Excomulgamos y anatematizamos, a todos los herejes [cita a varias «confesiones»] cualquier nombre que lleven, pues tienen caras diversas pero las colas atadas unas con otras (Jud. 15,4), pues por su vanidad todas convienen en lo mismo» (D. 444)
Y luego dice también el Concilio Vaticano I (D. 1827):
«Enseñamos, por ende, y declaramos, que la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del Romano Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata. A esta potestad están obligados por el deber de subordinación jerárquica y de verdadera obediencia los pastores y fieles de cualquier rito y dignidad, ora cada uno separadamente, ora todos juntamente, no sólo en las materias que atañen a la fe y a las costumbres, sino también en lo que pertenece a la disciplina y al régimen de la Iglesia difundida por todo el orbe; de suerte que, guardada con el Romano Pontífice esta unidad tanto de comunión como de profesión de la misma fe, la Iglesia de Cristo sea un solo rebaño bajo un solo pastor supremo. Tal es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede desviarse sin menoscabo de su fe y salvación.»
Vaticano II se une por el contrario en «vínculo estrechísimo» con cismas y herejías. Sigue U.R. 15: Y como estas Iglesias aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, por la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen todavía a nosotros con vínculo estrechísimo, no solamente es posible, sino que se aconseja, alguna comunicación con ellos en las funciones sagradas, dadas las circunstancias oportunas y con la aprobación de la autoridad eclesiástica»
¿Qué «comunicación en las funciones sagradas» puede tenerse con no católicos? nunca se tuvo.
El Concilio de Florencia (1438-1445), XVII ecuménico, para la unión con los griegos, armenios y jacobitas (coptos),celebrado bajo Eugenio IV: «Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, pueden hacerse partícipe de la la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mt. XXV, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que ES DE TANTO PRECIO LA UNIDAD EN EL CUERPO DE LA IGLESIA, QUE SOLO A QUIENES EN EL PERMANECEN LES APROVECHAN PARA SU SALVACIÓN LOS SACRAMENTOS y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aún cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica.» (D. 714).
Fundada en la ley divina la Iglesia jamás dio la penitencia y comunión a herejes y cismáticos sin conversión previa.
Así el Código de Derecho Canónico ordena: «Está prohibido administrar los sacramentos de la Iglesia a los herejes y cismáticos, aunque estén de buena fe en el error y los pidan, a no ser que antes, abandonados sus errores, se hayan reconciliado con la Iglesia» (Can. 731. 2).
CONCLUSIÓN
Hemos visto que León XIII citando a San Cipriano nos enseña estas palabras de vida: «Hay un solo Dios, un solo Cristo, una sola Iglesia de Cristo, una sola fe, un solo pueblo que, por el vínculo de la concordia, está fundado en la unidad sólida de un mismo cuerpo». «Quien no guarda esta unidad, no guarda la ley de Dios, ni guarda la fe del Padre y del Hijo ni guarda la vida ni la salud».
Rechacemos pues esos «deseos» y «aspiraciones» por la «restauración» aún no lograda de una «unidad» perdida. Podemos claramente discernir la cola serpentina del Adversario que inspira esta UNITATIS REDINTEGRATIO.
¡Corazón Santísimo y Amantísimo de Jesús y María, rogad por nosotros!
M. Roberto GOROSTIAGA.
ROMA 121- NAVIDAD 1991
NOTAS
1.- Clemens Alex. Stromat. 7. 17. F.G. 9. 551
2.- Mat. XVI, 18.
3.- Hechos IV, 2.
4.- San Cipr. De cath. Eccl. Unit. 23. P.L. 4. 517.
5.- S. Cipr. De cath. Eccl. Unit. 23. P.L. 4. 517
6.- Efes. 5, 29 – 30
7.- S. Aug. sermo 267, n° 4, P.L. 38, 1231
8.- S. Cipr. De cath. Eccl. Unit. 6. P.L. 4, 503
9.- Efes. 4,4
10.- Hasta aquí las citas de Satis Cognitum
11.- Cf. 1 Cor. I. 13
12.- Juan XVII, 21; X, 16
13.- Juan XVII,21
14.- Juan XIII, 35
15.- Hebr. I,1-2
*** Lo puesto en azul es nuestro
16.- S. Jeron. Com. in Ep. ad Til., C.3,10 -11, P.L. 26. 59X
17.-S. Crisóst. Hom. 9 in Ep. Eph. n. 5 P.O. 62. 87.
18.-S. Agusi. contr. Epist. Parm.. I. II. c.9. n. 25. P.I.. 43, 69.
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