Además, la ofrenda representando a los mismos fieles era símbolo de la entrega que hacían éstos de sus personas a Dios — la ofrenda particular e insignificante de cada fiel, al unirse y fundirse con las de los demás, se transformaba en un solo y grandioso donativo de la comunidad—, y, en fin, el pan y vino que ofrecían se les devolvía después divinizado y transformado en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo: esta transformación era símbolo de la que en ellos obraba la Eucaristía: «No vivían ya ellos, sino que Cristo vivía en ellos»».
Para comprender el Ofertorio, que es hoy concretamente el ofrecimiento del pan y del vino que ha de servir como materia del sacrificio, hay que tener presente que es un acto de adoración: es decir, un acto por el cual reconocemos a Dios como soberano Señor de todas las cosas y, en particular, del pan y del vino, que son el alimento ordinario de nuestra vida.
En el Ofertorio hay, pues, una substitución: el pan nos sustituye, está en nuestro lugar… Y el pan, ¿no representa nuestra vida? ¿No decimos con mucha verdad que ganamos el pan, o ganamos la vida?
En estos momentos del Ofertorio, en que se realiza el acto más humano de toda la Misa, la entrega de lo que tenemos y de lo que somos, hemos de colocar sobre la patena y junto al pan candeal, fruto de nuestros trabajos y sudores, todas nuestras oraciones, nuestros deseos, nuestras penas, nuestros sufrimientos y también nuestros pecados, para que sean lavados con la sangre inmaculada de la Victima Divina.
195. Durante esta procesión de las ofrendas, ¿qué solía cantarse?
Aunque al principio — hasta el siglo IV— el Ofertorio se hacía en silencio, pero pronto se vió la conveniencia de amenizar religiosamente estas procesiones, muchas veces de larga duración, cantando, como en el Introito, algún salmo antifonado que despertara el alegre fervor de los donantes.
Este es el origen de nuestro actual Ofertorio, que, al cesar la ofrenda popular, quedó reducido a sólo la antífona, sacada siempre de algún salmo en las misas antiguas y que cambia como el mismo Introito en cada misa, para reflejar mejor el ambiente y espíritu de la solemnidad del día.
La Misa del Sábado Santo es la única que carece de Ofertorio; pues siendo en sus orígenes una Misa nocturna — la Misa que ahora se celebra el Sábado Santo, se decía antiguamente en las primeras horas del domingo de Resurrección —, los fieles no traían a ella sus acostumbradas ofrendas.
S. El Señor sea con vosotros.
P. Y con tu espíritu.
S. Oremos: Como recibías el holocausto de carneros y de toros, y los sacrificios de millares de pingües corderos, así sea grato hoy nuestro sacrificio en tu acatamiento: pues no son confundidos los que en Ti confian. (Dan. 3, 40).
197. ¿Cómo ofrece el sacerdote el pan y el vino que va a consagrar?
EL PAN.—El sacerdote toma en sus manos consagradas el plato de oro o patena, que contiene una hostia grande y redonda marcada con un ligero relieve de la imagen del Crucifijo, sostiene levantada esta patena a la altura de los ojos y, acompañando con el gesto las palabras que pronuncia, alza los ojos hacia la Cruz del altar, los baja en seguida sobre la Hostia Inmaculada — ya ahora, por anticipación, se llama así a la hostia que en seguida va a ser el Cuerpo del Cordero sin mancilla—, mientras recita la oración: «Recibe, Padre santo», anterior al siglo X y la más rica y substanciosa de todas las del Ofertorio.
Antes de depositar la Hostia sobre el altar, traza, con la patena que la contiene, una cruz sobre los corporales — así en forma de cruz se colocaban los panes que iban a ser consagrados —, deja sobre aquéllos la Hostia y coloca a su lado derecho, parcialmente cubierta con los corporales, la patena ya vacía, o, si es misa solemne, la toma el subdiácono y la sostiene envuelta con el velo humeral: véase n. 109.
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OFRECIMIENTO DEL PAN: Recibe, oh Padre santo, omnipotente y eterno Dios, esta inmaculada hostia, que yo, indigno siervo tuyo, ofrezco a ti, Dios mio y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes, y también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; para que a mi y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna. Amén.
Esta oración es como un breve programa de todo lo que puede decirse sobre el Sacrificio de la Misa, pues nos declara: 1, A quién se ofrece el sacrificio; 2, Qué se ofrece; 3, Quién lo ofrece; 4, Por quiénes se ofrece; 5, Con qué fines lo ofrece.
198. EL VINO.—Después, fuera de los corporales, prepara el CALIZ limpiando su copa e infundiendo en ella un poco de vino; lo mezcla en seguida con algunas gotas de agua que previamente bendice con la señal de la cruz — si no es Misa de difuntos—, al mismo tiempo que recita una de las más bellas oraciones: «¡Oh, Dios, que creaste de modo admirable!…» — véase n. 119—; vuelve al centro del altar y con las mismas ceremonias con que ofreció la Hostia, pero ahora sin bajar los ojos en toda la oración, hace la oblación del Cáliz, diciendo la oración: «Ofrecémoste, Señor, el Cáliz de salud», oración también muy antigua y perteneciente al rito mozárabe o español, y no en singular como el pan, porque esta oración la decían juntos, celebrante y diácono, mientras este último le ayudaba a sostener el gran cáliz antiguo, del que debían comulgar los fieles. V. n. 107.
La materia del Sacrificio de la Misa es el pan de trigo y el vino de vid completamente fermentado, no corrompido. Siendo verdadero pan lo mismo el pan ázimo que el fermentado, con uno u otro puede válidamente consagrarse, si bien está mandado que los sacerdotes de la Iglesia latina usen pan ázimo y los de la griega pan fermentado donde quiera que celebren. Der. Can.: cc. 814. 816.
199. ¿Qué origen y qué significación tiene esta mezcla del agua con el vino?
Tiene un origen histórico: en la época de Jesucristo no se bebía el vino puro o «merum» que llamaban los romanos. Solían éstos aguar sus vinos fuertes mezclándolos casi en partes iguales; sólo hacia el fin del convite aumentaban la cantidad de vino: tres cuartas partes de vino por una de agua.
Pero esta mezcla pronto sugirió a los fieles preciosos simbolismos: el vino representa la naturaleza divina de Jesucristo, y el agua, la naturaleza humana; la mezcla del vino y del agua simbolizarán la unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona de Jesucristo… Y así como las pequeñas gotitas de agua desaparecen en la masa del vino y en seguida son cambiadas, como el mismo vino, en la sangre de Jesucristo, así nosotros debemos anegarnos, perdernos, desaparecer en Jesucristo, divinizados y transformados en El por la participación de su Cuerpo y de su Sangre.
Para los griegos esta agua es símbolo de la que brotó del costado de Jesús, atravesado por la lanza: por eso en la «Proskomidia» o preparación de la ofrenda, sus sacerdotes atraviesan con una especie de lanceta el pan del Sacrificio.
La oración: «Deus qui humanae substantiae», que con ocasión de este rito recita el sacerdote, es antiquísima, pues ya se encuentra en el Sacramentario Leoniano: V. n. 119. Sobre el estilo, la profundidad y el ritmo de esta oración clásica romana puede verse a Cabrol: Les Origines Liturgiques, pp. 110-111.
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OFRECIMIENTO DEL VINO «(al mezclar el vino y el agua)»: Oh Dios, que maravillosamente criaMe la naturaleza humana y más maravillosamente la reformaste, concédenos que, por el misterio que representa la mezcla de esta agua y vino, participemos de la divinidad de aquel que se dignó participar de nuestra humanidad, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que, siendo Dios, vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.
200. ¿Cómo se ofrece a sí mismo el sacerdote?
Colocada ya la ofrenda sobre el ara — el Cáliz hacia el centro de los corporales, cubierto con la palia, y la Hostia delante del mismo Cáliz—, el celebrante, algo inclinado, con las manos juntas y apoyadas sobre el altar, se ofrece a si mismo y con él a los fieles, valiéndose de aquella bellísima plegaria que resonó por vez primera entre las gigantescas llamas del horno de Babilonia.
Aquellos tres jóvenes hebreos, Ananias, Misael y Azarias, se habían negado valerosamente a adorar la estatua del soberbio rey de Babilonia; arrojados en el horno encendido, lo convirtieron en templo ardiente y llevaron su heroísmo hasta las cumbres más sublimes… Pues mientras paseaban ilesos y victoriosos entre las llamas, generosamente se ofrecían a si mismos «con espíritu humilde y ánimo contrito», como víctimas expiatorias por los pecados de su nación, de su desgraciada nación que allí, en el destierro de Babilonia, no podía ofrecer los sacrificios que su santa ley les imponía…; «y los tres, como si no tuvieran sino una sola boca, alababan, y glorificaban, y bendecían a Dios en medio del horno, diciendo: «Bendito seas tú, oh Señor, Dios de nuestros padres…» Dan. 3. Hazaña gloriosa de jóvenes heroicos que la Iglesia Católica, con altísima inspiración, ha sabido situar en el preciso momento de la misa donde debe realizarse el sacrificio propio, la ofrenda mas costosa de nosotros mismos a Dios
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(Al ofrecerse el cáliz): «Ofrecémoste, Señor, el cáliz de salud, implorando tu clemencia, para que, en olor de suavidad, suba hasta la presencia de tu divina Majestad, por nuestra salvación y por la de todo el mundo.
201. Mientras el celebrante recitaba estas oraciones, el coro cantaba tres veces el «Ven, Santificador, Todopoderoso Dios», invocación al Espíritu Santo, para que así como El santificó la virginal fecundidad de María, formando en su seno la Humanidad de Jesucristo, y sigue con sus dones santificando a la Iglesia y a las almas, así ahora santifique — santificar es retirar, apartar — el pan y el vino cambiándolos en el Cuerpo Eucarístico de Jesús.
Hoy esta invocación — especie de «epiclesis» o llamada al Espíritu Santo — la dice el sacerdote mientras con verdaderas ansias levanta hacia el cielo sus brazos para atraer la bendición del Espíritu Santificador sobre el Santo Sacrificio ya preparado. Cfr. 224.
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OFRECIMIENTO DE SI MISMO: «Con espíritu humillado y corazón contrito recíbenos, Señor, y de tal manera sea ofiegido hoy nuestro sacrificio en tu presencia, que sea agradable a Ti, oh Señor Dios».
INVOCACION AL ESPIRITU SANTO: «Ven, Santificador Todo poderoso, eterno Dios: y bendice este sacrificio, preparado para lu gloria de tu santo nombre.»
202. Después que el celebrante ha ofrecido el pan y el vino, y a si mismo con los fieles, ¿qué ceremonia realiza?
EL LAVATORIO DE LAS MANOS: para lo cual se encamina hacia el lado de la Epístola, donde lava las extremidades de los dedos que van a tocar el Cuerpo de Jesucristo, recitando mientras tanto los últimos versos del salmo 25. Este lavatorio fue en sus orígenes una medida de orden práctico: convenía lavar las manos que habían estado recibiendo las ofrendas, pero ya desde entonces simbolizó la pureza de corazón con que hay que acercarse a los divinos misterios.
Fue un día Fray Diego de Yepes a celebrar misa en el convento de las Carmelitas de Medina del Campo; y las monjas, para el Lavabo, le pusieron un lienzo muy fino y muy bien perfumado. Esto parecióle al buen Padre un lujo excesivo e impropio de la pobreza religiosa, y asi no dejó de manifestarlo después de la misa. Santa Teresa lo sabe y, tomando en el momento la pluma, le escribe estas saladísimas palabras: «Sepa, Padre, que esa imperfección han tomado mis hijas de mi. Pero cuando me acuerdo que Nuestro Señor se quejó al fariseo, en el comité que le hizo, porque no le habia recibido con mayor regalo, querría desde el umbral de la puerta de la iglesia que todo estuviese bañado en agua de ángeles; y mire, mi Padre, que no le dan ese paño por amor de V. R., sino porque ha de tomar en esas manos a Dios, para que se acuerde de la limpieza y buen olor que ha de llevar en la conciencia, y si esa no fuere limpia, váyanlo siquiera las manos.» Ribera: Vida de Santa Teresa de Jesús, lib. 4, c. 12, pg. 423.
Antiguamente se lavaban por completo las manos, no como ahora sólo las extremidades: pues además de haber recibido en ellas las ofrendas, el Obispo, al despedir a los catecúmenos, se las ponía sobre sus cabezas, y muchos de ellos eran obreros y esclavos.
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SEGUNDA INCENSACION: de la Hostia, del Cáliz, del Crucifijo, del altar, del preste, del coro, del subdiácono y, en fin, de toda la asamblea cristiana.
LAVATORIO DE LAS MANOS (del salmo 25): Lavaré mis manos entre los inocentes, y rodearé, Señor, tu altar. Para oír la voz de tu alabanza y pregonar tus maravillas. Señor, he amado la hermosura de tu casa y el lugar donde reside tu gloria. No pierdas, Dios mio, mi alma con los impíos, ni mi vida con los hombres sanguinarios. Cuyas manos están llenas de iniquidades, y cuya diestra está colmada de presentes. Mas yo he caminado en la inocencia; sálvame y ten misericordia de mi. Mi pie ha permanecido firme en el camino recto: en las asambleas de los fieles te bendeciré. Señor.
Gloria al Padre…
203. Terminado el lavatorio de las manos, que ha interrumpido momentáneamente las plegarias del Ofertorio, ¿qué oración recita el celebrante cuando regresa al centro del altar?
Inclinado en actitud suplicante y con las manos juntas y apoyadas en el borde del altar, recita la oración: «Recibe, ¡oh, Santa Trinidad!», que ya forma parte de la liturgia ambrosiana, aunque hasta el siglo XVI no fue obligatorio el rezarla.
Esta oración, que se dirige no ya sólo al Padre o al Espíritu Santo, como las anteriores, sino a la Santísima Trindad, viene a ser como el resumen de las plegarias del Ofertorio, y nos indica con todo orden los fines primordiales del Santo Sacrificio, que son:
1, recordar la vida de Jesús (Haced esto en memoria mía), en sus tres grandes misterios: Pasión, Resurrección y Ascensión,
2, honrar a todos los Santos, nombrando entre éstos particularmente a los mismos del Confíteor y aquellos cuyas reliquias están en el ara, pues como se sabe, siendo la Misa un sacrificio impetratorio, obtiene de Dios, para los Santos, un acrecentamiento de gloria accidental;
3, conseguir nuestra salvación, y
4, lograr especialmente que intercedan por nosotros en el cielo aquellos santos cuya memoria y festividad celebramos aquel día en la tierra.
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HESUMEN DE LAS PLEGARIAS DEL OFERTORIO: «Recibe, oh Trinidad Santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesucristo N. Señor, y en honor de la bienaventurada siempre Virgen Maria y del bienaventurado San Juan Bautista, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de éstos (cuyas reliquias están en el ara), y de todos los Santos para que a ellos les sirva de gloria y a nosotros para nuestra salva ción, y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya memoria veneramos en la tierra. Por el mismo J. C. N. Si Amén.
204. ¿Cómo termina el Ofertorio?
Termina con el «ORATE, FRATRES» y con la oración llamada «SECRETA».
El «ORATE, FRATRES» que el celebrante recita volviéndose a los fieles y completando el círculo por la parte del Evangelio — no se vuelve por el mismo lado porque ahora va a leer inmediatamente en el libro que está en el otro lado — es:
1, una invitación a orar, la más solemne y persuasiva que existe en toda la Misa ; y
2, es como la despedida que antes de penetrar en el Santo de los Santos dirige el celebrante a los fieles, pues ya no se volverá hacia ellos hasta después de la comunión.
En otros tiempos, a semejanza de lo que se practicaba en la Antigua Ley, cuando el sacerdote se internaba en el Santo de los Santos, se corría ahora, después del «Orate, fratres», un velo o cortina entre el celebrante y el pueblo, o se cerraba el presbiterio por medio de una puerta; era ésta una precaución, dictada por la disciplina del arcano, vigente en los primeros siglos.
205. LA «SECRETA»: es ahora la última oración del Ofertorio, y era antes, en los orígenes de la misma, la UNICA ORACION que se recitaba sobre las ofrendas SEPARADAS — eso significa «secreta»… cosas separadas, escogidas—, pues ya hemos visto que no todas las ofrendas eran escogidas para la Consagración. (V. n. 193.)
La «Secreta» es, por consiguiente, la oración más antigua del Ofertorio, y todas las que hasta aquí le han precedido, no son más que hermosas variedades o diversos motivos inspirados en el mismo tema de esta oración venerable. La idea que encierran las «Secretas» de estilo antiguo, podemos, decir con Cabrol que es siempre «la de que Dios acoja favorablemente las ofrendas, y correspondiendo a ellas conceda su gracia o sus dones a los fieles. Casi me atrevería a decir que es la idea de un canje entre la tierra y el cielo; los fieles ofrecen dones materiales que ven santificarse, y piden en cambio los dones celestiales». La Oración de la Iglesia, c. 7. p. 117.
Parecía muy natural que esta oración se recitara en voz alta y aun se cantera, como así se hacía antiguamente y sigue ahora haciéndose en el Oremus que inicia el Ofertorio y el Per omnia saecula saeculorum, que eran el principio y conclusión de esta oración; pero desde hace no pocos siglos se viene diciendo en voz baja, secreta, sin duda por haberse olvidado la verdadera etimología de esa palabra («secreta», de secerno, separar), después que cesó el primitivo rito de las ofrendas.
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S. ORAD, HERMANOS: para que este sacrificio mío y vuestro sea aceptable a Dios Padre Todopoderoso.
P. El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre y también para utilidad nuestra y de toda su santa Iglesia. Amén.
206. Como afirmación solemne a lo que el sacerdote acaba de decir en voz baja a Dios N. S., resuena ahora en todo el templo un AMEN sonoro y unánime de la asamblea cristiana reunida en torno al altar.
LAS OFRENDAS, es decir, el pan, el vino y nosotros mismos hemos recibido ya como una primera consagración que nos ha separado del uso común y profano y nos ha aproximado cerca, muy cerca de Dios… Tan cerca que divisamos ya el Calvario, con la Cruz y la Victima del Sacrificio…
¡Muy alta está la cumbre!, ¡la Cruz muy alta!
para llegar al cielo, ¡cuan poco falta! (Fdez. Grilo.)
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ORACION SOBRE LAS OFRENDAS SEPARADAS (SECRETA): Oh, Dios, que quisiste reemplazar las diferentes hostias de la antigua Ley por un solo y perfecto Sacrificio, recibe el que te ofrecen tus devotos siervos, y santifícalo con la misma bendición con que bendijiste al de Abel; y lo que cada cual ha ofrecido en honor de tu Majestad, aproveche a todos para su salvación. Por N. S. J. C…. (última parte de la conclusión en voz alta): POR TODOS LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. —P. AMEN.
Antonio Rubinos S.J.
CATECISMO HISTORICO LITURGICO DE LA MISA
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