EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO Y EL LIMBO.
Reinando el Papa Pío IX, el Tribunal del Santo Oficio envió una carta a los obispos de Inglaterra el 16 de septiembre de 1846 -Denz. 1685 y 1686-, en la que se lee: «La verdadera Iglesia de Jesucristo, se constituye y reconoce por autoridad divina, con la cuádruple nota que en el símbolo -o Credo- afirmamos debe creerse: y cada una de esas notas está unida con las otras, que no puede ser separada de ellas: de allí que la que verdaderamente es y se llama católica, debe juntamente brillar por la prerrogativa de la unidad, la santidad y la sucesión apostólica. Así, pues, la Iglesia Católica es una con unidad conspicua y perfecta del orbe de la Tierra y de todas las naciones, con aquella unidad por cierto de la que es principio, raiz y origen indefectible la suprema autoridad y «más excelente principalía» del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles y de sus sucesores en la Cátedra Romana. No hay otra Iglesia Católica, sino la que, edificada sobre el único Pedro, se levanta por la unidad de la Fe y de la caridad en un solo cuerpo conexo y compacto».
La Iglesia de Cristo, es una sociedad sobrenatural, pero también humana. El Magisterio infalible la ha definido como la una, la santa, la católica y la apostólica Iglesia de Cristo. Ella es inmutable, y así lo han enseñado constantemente los sumos pontífices, lo mismo el Papa San Esteban en el año 255, que el Papa San Pío X en 1904. El primero en su Carta a San Cipriano le dice: «Si alguno de cualquier herejía viniere a vosotros, no se innove nada, fuera de lo que es la Tradición». Es decir, mudar o alterar las cosas introduciendo novedades. El segundo en su Encíclica JUCUNDA SANE enseña: «Verdaderamente otros diversos tiempos se han sucedido. Mas, cual lo hemos dicho muchas veces, en la Iglesia no hay nada mudable». Es decir, dice el Diccionario, dejar una cosa que antes se tenía, para tomar otra. Remover o apartar de su sitio o empleo. Dejar el modo de vida que antes se tenía trocándolo en otro.
Las cuatro NOTAS que distinguen a la verdadera Iglesia de Cristo están ligadas tan íntimamente, que no pueden ser separadas. Se puede decir que la que es UNA, debe ser SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA. La que es APOSTÓLICA, debe ser UNA, SANTA y CATÓLICA, y así sucesivamente. Cada nota está relacionada tan íntimamente con cada una de las demás, que quitada una sola las afecta a todas. Más adelante veremos por qué motivo. En este sentido, podemos afirmar que la Iglesia del Vaticano fiel a los postulados del Concilio Vaticano II, no conserva ni una sola de las notas que distinguen a la verdadera Iglesia de Cristo.
LA IGLESIA DE CRISTO ES SANTA.
La Iglesia de Jesucristo es santa, porque siendo Dios su Fundador, la Doctrina que El predicó es también una Doctrina santa. Es la verdad de Dios revelada a los hombres, entonces, es una verdad eterna que no admite cambios ni adaptaciones. No puede concebirse que una institución que se llama a sí misma la verdadera Iglesia de Dios, deje de predicar o «adapte» la Doctrina recibida de su Fundador y le mezcle palabras, expresiones, interpretaciones, opiniones o novedades contra o diverso a lo que haya por siempre predicado y mantenido incólume. Si esto sucediera, se estaría proclamando sin más, a los cuatro puntos cardinales que su Fundador no es Dios. Esto es tan evidente, que yo creo que no necesita de comprobación. Igualmente, la Iglesia de Jesucristo es santa, porque sus Sacramentos son santos, producen la gracia y santifican a los hombres. Cambiar los Sacramentos viciando su intención con la que fueron instituidos, adaptarlos con el pretexto de un acercamiento con las sectas heréticas, introduciéndoles el espíritu de esas sectas, no es solamente nulificarlos, sino negar la divinidad del que los instituyó. Introducir la opinión humana, o a juicio de los hombres adaptarlos a las necesidades de los tiempos en base a una autoridad eclesiástica que para esto no existe, no es solamente fundar una nueva religión basada en la prudencia o capricho de los hombres, sino ponerse el hombre en el lugar de Dios -pues sólo Dios es el Autor de los Sacramentos y de la gracia que por ellos se obtiene-, al pretender ser los dispensadores de gracias divinas a través de sacramentos instituidos por el hombre. Esto negaría la providencia divina del Fundador que no pudo ver que un día sería necesario adaptar o reformar lo que El dijo que debía de durar hasta el fin del mundo.
Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, fue el teólogo más consultado durante el Concilio de Trento. Cuando Juan XXII lo canoniza el 18 de julio de 1323, dijo que su doctrina es tan perfecta, que «no se concibe sin un milagro especial del Cielo». San Pío V le da el título de «Doctor Angélico» en 1567. León XIII en su Encíclica AETERNI PATRIS lo declara «auxilio y honor de la Iglesia», San Pío X en 1910 en su Motu proprio SACRORUM ANTISTITUM ordena que los estudios eclesiásticos se establezcan «singularmente» en la herencia que dejó Santo Tomás de Aquino y Pío XI pide a los maestros de los seminarios que amen «intensamente» a Santo Tomás y que comuniquen a sus alumnos «el mismo ardiente amor», en su Encíclica STUDIORUM DUCEM. Igualmente, Pío XII en su Encíclica HUMANI GENERIS de 1950 dice que «la Iglesia exige que sus futuros sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico».
Pues bien, Santo Tomás de Aquino en su SUMMA TEOLOGICA (3, q. 64, a.2), escribe: «Todo lo que pertenece a la esencia de los Sacramentos lo dejó establecido el mismo Cristo, que es Dios y hombre. Y, aunque no todo ello se contenga en las Escrituras, la Iglesia lo recibió por tradición de los Apóstoles». Y también: «Los Apóstoles y sus sucesores, son vicarios de Dios en la Tierra en cuanto al régimen de la Iglesia fundada en la Fe y en los Sacramentos de la Fe. Así, pues, COMO NO LES ESTA PERMITIDO ESTABLECER OTRA IGLESIA, TAMPOCO PUEDEN COMUNICAR OTRA FE NI INSTITUIR OTROS SACRAMENTOS, sino más bien debemos decir que la Iglesia de Cristo fue construida sobre los Sacramentos que brotaron del costado abierto de Cristo pendiente en la Cruz». Cuando Santo Tomás habla del Sacramento de la Confirmación, dice que los Apóstoles cuando actuaban como»simples ministros» del Sacramento, «usaban la materia y la forma -o fórmula- señaladas por Cristo». «Muchos de los ritos, continúa, que los Apóstoles observaban en la colación de los Sacramentos, no fueron consignados en la Escritura. A este propósito dice Dionicio: No está permitido a los exégetas sacar a la luz pública las preces consumativas -esto es, las palabras con que se consuman los Sacramentos-, tanto por lo que se refiere a su sentido místico, como a las virtudes que por ellas obró Dios, pues ya nuestra sagrada Tradición nos las enseña sin ostentación, esto es, ocultamente».
¿No es negar todo valor a la Tradición también -lo cual es una grave herejía- pretender alterar las formas de los Sacramentos con el motivo de que estas no se encuentran claramente especificadas en las sagradas Escrituras?, ¿y no es un acercamiento a la herejía protestante que niega todo valor a la Tradición para adoptar solamente lo que está escrito en la Biblia?.
La Iglesia del posconcilio cuyos jefes son esos individuos que usurparon el Trono de Pedro después de Pío XII, al ir gradual, cauta y subrepticiamente variando la Doctrina con el pretexto de adaptarla a los nuevos tiempos; al alterar los Sacramentos al grado de vaciarlos de su fin y significado y crear una nueva doctrina en base a esos cambios y adaptaciones, y suplantarlo todo poco a poco, porque quieren lograr, como dicen, la unidad de las sectas, encontrando los puntos en los que están de acuerdo, indudablemente han creado una NUEVA IGLESIA y una nueva doctrina que se puede parecer a la Doctrina del Salvador, PERO QUE NO ES LA DOCTRINA DEL SALVADOR. Cristo no entregó Su Iglesia en propiedad a los hombres. La Iglesia no pertenece a los hombres. La Iglesia es de Dios. La Cabeza de la Iglesia es Cristo. El hombre no puede según su propia prudencia, capricho u opinión cambiarla o adaptarla y esto el Magisterio infalible lo ha enseñado siempre. La necesidad de los cambios y de las adaptaciones es un truco que utilizan magistralmente los enemigos de Cristo infiltrados en la Iglesia. Entonces, la Iglesia del Vaticano ha renunciado a la NOTA de la santidad. Aquella ya no es una Iglesia santa.
Esto es exactamente lo que anuncia San Pablo en su segunda Epístola a los tesalonicenses sobre el Anticristo (Cap. 2, v. 4): El Anticristo «se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios -es decir, el Trono papal-, y es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios, y proclamar que él mismo es Dios». Proclamar un cambio o una adaptación en la Doctrina de Dios es proclamar su propia autoridad sobre la de Dios. Alterar Sacramentos creando así nuevos, y predicarle al pueblo fiel que por medio de esos nuevos sacramentos se obtiene la gracia es el colmo de la osadía y de la blasfemia. Es decir, que el hombre se adjudica el poder -que sólo corresponde a Dios-, de instituir nuevos símbolos mediante los cuales se produce la gracia. Claro que todo esto, conservando alguna apariencia de los Sacramentos instituidos por Cristo, para así engañar y seducir al pueblo que los sigue.
Porque hay que tener muy en cuenta, que la religión del Anticristo, será parecida a la Religión del Salvador, pero ensuciada, adulterada, prostituida. Los fieles a esta nueva religión, no van a dejar de oir mucho de aquello que la Iglesia predicó por dos mil años, pero en medio de su ignorancia no podrá saber el grado en el que la verdadera religión ha sido suplantada.
En el caso de los Sacramentos, nunca les van a decir que no son siete, ni les van a cambiar las materias, pues se descubriría el fraude, pero han alterado las fórmulas y nulificado los ministros y la intención. Entonces, tenemos sacramentos creados por el hombre pero no por Dios. Decir que esos nuevos sacramentos producen la gracia como los Sacramentos Católicos es ni más ni menos, ponerse en lugar de Dios. Y no hay ninguna duda de que al pueblo esto se le predica y eso cree y asi sera hasta que sean invalidados los dos únicos que han quedado válidos: el Bautismo y el Matrimonio a lo cual, como veremos después, caminan apresuradamente. No se puede negar que ya hasta los nombres van cambiando: a la Extremaunción le llaman «unción de los enfermos»; a la Misa «Eucaristía» y a la Confesión «reconciliación», nombres que sólo considerados en sí mismos son venenosos porque están infectados del espíritu modernista de los reformadores.
¿Son culpables de todo esto solamente los invasores de la Iglesia, o también es culpable el pueblo que padeciendo una supina ignorancia, producto de su desinterés y tibieza hacia las cosas de Dios, ha sido llevado a las más graves aberraciones y falsificaciones?.

LA IGLESIA DE CRISTO ES CATÓLICA.
La catolicidad de la Iglesia no significa necesariamente, como han dicho algunos catecismos, que en ella estén el mayor número de fieles con respecto a las sectas que se confiesan cristianas, o un mayor número de fieles en relación con otras religiones no cristianas, o que esté esparcida por toda la Tierra. Si esto fuera cierto esta sería una NOTA de la Iglesia relativa que no sería aplicable, por ejemplo, en los tiempos del fin del mundo -en los que estamos-, pues los cristianos por millones se van a pasar al seguimiento de las doctrinas heréticas del Anticristo. Todos esos, formarán parte de una Iglesia que ha suplantado a la verdadera Iglesia de Cristo que será reducida, como dicen las profecías bíblicas y los exégetas a verdaderos «islotes de la Fe». En esos tiempos anticrísticos y apostáticos, los católicos se pasarán en grandes oleadas a las sectas de todas clases. San Agustín en su obra LA CIUDAD DE DIOS dice que en aquellos tiempos del Anticristo, sus partidarios dentro de la misma Iglesia serán tan numerosos como las arenas del mar. Una Iglesia Católica que ha sido arrojada, apretada, arrinconada, oprimida, en pequeños grupos, en unas nuevas catacumbas por una falsa y extraña religión que se presenta al mundo como la Iglesia de Cristo, ya no podría ser considerada poseedora de la NOTA de catolicidad si fuera verdad que esta NOTA depende del número de sus miembros o de su extensión por toda la Tierra. Tampoco sería posible llamarla Iglesia Católica el día que Cristo la fundó pues pertenecían a ella solamente unas decenas de fieles en Israel, ni cuando los Apóstoles se fueron a tres o cuatro naciones y sus fieles eran todavía unos pocos cientos o tal vez unos pocos miles. Según esto que algunos dicen, la Iglesia con el correr de los siglos y con el trabajo de sus evangelizadores, al poder contar con cierto número de fieles, en cierto momento de la historia, muy difícil de averiguar, se convertiría en católica, y al final por la defección, por la apostasía de las masas, por la suplantación de la verdadera Iglesia, nuevamente dejaría de tener la NOTA de la catolicidad. Esto me parece una tontería. La catolicidad, entonces, es otra cosa. La universalidad -porque católico y universal es lo mismo-, es otra cosa. El Diccionario de la lengua dice: «CATÓLICO: Universal, que comprende o es común a todos». La catolicidad de la Iglesia significa que sus doctrinas pueden ser aceptadas, y de hecho son aceptables, por todos los hombres. De cualquier raza o condición. De cualquier tiempo. De cualquier cultura, o de cualquier edad. Es la Doctrina perfecta de Dios, para todos los hombres de la historia que los lleva con seguridad no sólo a la paz de las naciones sino a la gloria de la Patria eterna. Un contacto «universal», es para todos los enchufes, así como un enchufe «universal» es para todos los contactos. Esto hasta en tonto lo sabe.
La universalidad o catolicidad de la Iglesia de Cristo, como se puede ver claramente, depende de la invariabilidad de su Doctrina y de la completa aceptabilidad de todo hombre en todo tiempo del Evangelio que Cristo predicó. La misma Doctrina que se predicó en un principio forma con la Doctrina del siglo XXI, un todo compacto, único e invariable. La Doctrina de los siglos viejos y de los tiempos nuevos es una sola cosa numéricamente una. Porque lo que Cristo predicó y la Iglesia enseñó sigue siendo un todo perfecto que no admite reformas, ni nuevas interpretaciones, ni adaptaciones, porque, entonces tendríamos que la Doctrina reformada para ser aceptada por los hombres de hoy, no podría ser aceptada por los hombres de la Edad Media.
Y esta es la renuncia voluntaria más estúpida a la NOTA de la catolicidad o universalidad de la Iglesia. La Iglesia del Vaticano, no solamente está cambiándolo todo, tan rápido como es posible, sino que desde el Concilio Vaticano II repite todo el tiempo a todos los fieles como una aburrida cantinela que «la Iglesia tiene que cambiar», o «la Iglesia tiene que adaptarse» y esto lo sabe y lo han aceptado todos quienes han permanecido en esa Iglesia hereje. Cuarenta años de cambios y todavía no les parece suficiente, porque el punto exacto al que quieren correr desaforadamente es a la destrucción completa de la Iglesia. Entonces, queda claro, que la Iglesia del Vaticano, no es ya católica aunque conserva el nombre solamente.

LA IGLESIA DE CRISTO ES APOSTÓLICA.
Indiscutiblemente, la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, debe tener la NOTA de la apóstolicidad, porque puede establecer en una línea ininterrumpida su origen en el Colegio Apostólico que transmitió las doctrinas recibidas próxima y directamente de Cristo, al cual conocieron y oyeron. Ellos transmitieron el tesoro de la Fe a sus sucesores, para que en forma inviolable lo custodiaran hasta el fin del mundo. Pero esa transmisión no fue solamente la predicación de la Doctrina de Dios, sino que hubo una transmisión sacramental. Los Apóstoles, imponiendo las manos a sus sucesores, transmitían también el sacerdocio de Cristo. El sacerdocio de los Apóstoles como el de sus sucesores, también es uno solo, numéricamente uno, y participación del sacerdocio de Cristo. El sumo sacerdocio es el episcopado. Los obispos, pueden hacer no solamente hijos, sino padres al ordenar sacerdotes y consagrar obispos. En la verdadera Iglesia de Cristo, entonces, no solamente coincide la Doctrina predicada desde el principio, sino la válida trasmisión del sacerdocio de Cristo. Sería una falsa Iglesia, por ejemplo, aquella que aunque predicara la verdadera y completa Doctrina, no transmitiera válida y verdaderamente el sacerdocio de Cristo, como sería falsa, igualmente, una Iglesia que transmitiera el sacerdocio válidamente, pero que predicara el error. Con mayor razón sería una Iglesia falsa, aquella que ni transmitiera el sacerdocio de Cristo, ni predicara la Fe inmaculada. Una Iglesia que se jacta de venir de los Apóstoles y que puede comprobar históricamente esto, pero que ya no transmite el sacerdocio, ni predica la Fe ortodoxa, es la Iglesia del Anticristo. Esto está sucediendo actualmente, porque estamos al final de los tiempos. Esa Iglesia es, entonces, la falsa virgen del Apocalipsis, es la «gran prostituta», es la «gran ramera», lo cual se anunció con claridad en las sagradas Escrituras. Entonces, esa línea directa hasta los Apóstoles, así como la predicación de la verdadera Doctrina, el Sacrificio y los Sacramentos válidos, se concentra en grupos reducidos llamados «islotes de la Fe», porque la mujer «ha huido al desierto» (Apocalipsis), y porque a la vista de las naciones queda visible una Iglesia suplantada y viciada a la cual, como está anunciado, seguirán la inmensa mayoría de católicos víctimas del engaño y de la seducción, pero culpables porque como dice acertadamente San Gregorio Magno en su obra LOS MORALES, «el Anticristo ha de reinar por los pecados de los hombres».
La transmisión ininterrumpida del sacerdocio y del episcopado válidos, se hace posible por el sexto Sacramento instituido por Cristo: el Orden sacerdotal. Para la administración de los Sacramentos, como antes vimos, -copiando a Santo Tomás de Aquino-, los mismos Apóstoles usaban las materias y las formas -o fórmulas- utilizadas por Cristo. Y la razón de esto es simple: el autor de los Sacramentos es Cristo-Dios y el que va a realizar los Sacramentos es Cristo-Dios, entonces, si El se ha de valer de ministros humanos -que administren- es esencialmente necesario que el ministro humano sea, estrictamente fiel a la intención y voluntad del que es causa eficiente, de la que él es sólo una causa instrumental. Si el se adjudica el derecho de cambiar las fórmulas, o las materias, o el sentido o la intención del Autor -que es Dios-, es claro que el Sacramento no se realiza. Es nulo. Porque no está siendo fiel, porque el Autor del Sacramento que es Cristo-Dios, no encuentra en quien lo administra un canal fiel, un espejo fiel de Su intención y voluntad.
Y este es el caso que hoy tenemos ante nuestros ojos estupefactos. Una Iglesia que se declara la verdadera Iglesia Católica pero que al mismo tiempo renuncia a la NOTA de la catolicidad al declarar y enseñar que la Doctrina perfecta de Dios, ha de ser adaptada, mejorada, perfeccionada por el hombre y que los Sacramentos instituidos por su Fundador deben acercarse a las sectas cristianas en vías de lograr la unidad, como si esta unidad pudiera lograrse al precio de alterar la Doctrina de Dios y los Sacramentos de Dios que son perfectos, con lo cual solamente se logra negar la providencia y la divinidad de Cristo; que renuncia a la NOTA de la apóstolicidad porque las nuevas doctrinas y novedades introducidas en la Doctrina y los nuevos sacramentos creados por el hombre, interrumpen violentamente ese hilo de oro que la conectan con Cristo y los Apóstoles; y que renuncia a la NOTA de santidad, porque los hombres no son capaces de crear nada que sea intrínsecamente santo, ni doctrinas, ni Sacramentos que produzcan la gracia de Dios, lo cual solamente a Dios es posible hacer. Los signos sensibles de los Sacramentos de Cristo que producen la gracia que significan y que significan la gracia que producen, -como enseñaba el Papa León XIII- sólo Dios puede hacerlos. No el hombre. Y si este por su extremada soberbia se adjudica el derecho de perfeccionar, o adaptar lo que Dios ha hecho perfecto, lo único que está haciendo son actos inválidos y sacrilegos que ofenden a Dios y que se burlan de lo que Cristo instituyó perfecto y para todos los siglos con Su infinita providencia. Este es un poder que no reside en la Iglesia como muchos creen equivocadísimamente. El poder de la Iglesia ha sido dado para construir y nunca para destruir o para cambiar absolutamente nada de lo que Jesucristo o los Apóstoles fijaron a perpetuidad.
La Doctrina que predicó Cristo es una Doctrina perfecta y no puede tener nada que sea cambiable o adaptable porque es la enseñanza que predicó el mismo Dios entre los hombres. La Iglesia tiene el poder de custodiar la Doctrina y administrar los Sacramentos. Ese poder es salvífico en base a lo que desde el principio se dijo. Pero nada más. La Iglesia es de Dios, gobierna a los fieles en nombre de Dios y su gobierno es legítimo mientras ella sea fiel a la santísima voluntad divina.
Llegaría un día, en el que el hombre retorcería la Doctrina e invalidaría los Sacramentos especialmente el Sacrificio. Esto se anunció desde antiguo, y estamos ya en ese momento. Estos son los tiempos del Anticristo. Y esperándolos la Iglesia -decía el Papa San Gregorio Magno en su obra LOS MORALES-, la angustiaban constantemente, porque lo que sus enemigos tramaban en el fondo de sus corazones perversos, saldría con libertad contra la Iglesia, para pervertir a los fieles y llevarlos a lo que San Pablo en su segunda carta a los tesalonicenses llamaba «la Apostasía».

Uno de los pretextos para que las huestes del Anticristo que invadían a la Iglesia -como denunció el Papa San Pío X en su Encíclica PASCENDI a principios del siglo XX-, cambiaran lo que es intocable e invalidaran los santos Sacramentos, es la necesidad de una adaptación de la Iglesia, a la mentalidad del hombre del siglo XX, pero a las claras se descubre el engaño, pues nadie que conozca un poco de la dramática historia humana, podrá ignorar que durante los dos mil años de historia de la Iglesia, sucedieron cambios violentos en los gobiernos, entre las naciones, en los hombres y entre los hombres; convulsiones históricas a veces muy violentas y gigantescas que hubiesen sido un pábulo, en su momento histórico, aun más fuerte, para predicar una adaptación de la Iglesia para poder asegurar su permanencia en el mundo, como si esta permanencia dependiera del ingenio humano y no del poder de Dios Pero esos cambios, como los que hoy pretenden los modernistas nunca sucedieron, porque fiel la Iglesia al mandato de Cristo y a todo lo que recibió desde el principio, sabía que manteniéndose en el lugar que le correspondía, invariable, intacta, se constituía en un punto de referencia, inamovible y salvador para los hombres sacudidos violentamente por un mundo hostil y agresivo que se levantaba furioso contra la Ciudad Católica construida por la Iglesia de Cristo en intentos cada vez más poderosos. Y así, fiel, la misma, inmutable, es como aseguró su permanencia para los siglos venideros.

LA IGLESIA DE CRISTO ES UNA.

Todas las veces que Jesucristo se refirió a Su Iglesia, lo hizo claramente en singular: El dijo mi Iglesia, y no mis Iglesias. Esto lo sabe hasta el católico más ignorante.
La Iglesia ha enseñado siempre que la unidad de la Iglesia implica dos cosas: 1.- unidad de Doctrina, y 2.- unidad de gobierno. La unidad de Doctrina, ¿es la de una Iglesia que en el siglo I tuvo la misma doctrina, y en el siglo V por obediencia a los jefes espirituales se les sige fielmente cuando ellos quisieron cambiar, o reformar, o adaptar la Doctrina para que así todos tengan la misma doctrina, y luego en el siglo X suceda lo mismo de tal forma que estudiada la doctrina de todos los siglos, aunque esta haya cambiado todo el tiempo y cada vez que haya sido necesario adaptarla, a juicio de los hombres, se tenga que reconocer que esa unidad de doctrina nunca faltó pues el pueblo fue el fiel seguidor de la voluntad de sus jefes?. ¿Esto significa la unidad de doctrina?, ¿significa a un pueblo seguidor de sus jefes espirituales que para conservar la unidad de doctrina se les sigue a donde ellos quieran llevar al pueblo?. Esto no revelaría más que una obediencia irracional, necia y traidora a los postulados elementales de la Iglesia inmutable. ¿Y por qué motivo en el siglo XX se trata de hacer eso exactamente?.
Como San Pablo enseña, para que la Iglesia sea una, es necesario que sus miembros profesen una misma Doctrina, es decir, que sea la misma en el primer siglo, o en el X o en el XXX, sin cambios, sino predicada en toda su espléndida sencillez e invariabilidad. La Doctrina de los primeros años, es la misma que se ha de profesar en el fin del mundo. La unidad de Doctrina no solamente significa que los fieles de cada tiempo profesarán lo mismo, sino que también profesen lo mismo que se profesó en todos los siglos anteriores. Es un todo compacto, armónico, inmutable, eterno. La unidad de la Iglesia trasciende al tiempo porque es una unidad perfecta.
La unidad, es el carácter de la verdad. El carácter, es índole, condición o conjunto de razgos o circunstancias con que se da a conocer una cosa distinguiéndose de otra. O es el modo de ser con que moralmente se diferencia un conjunto de personas o todo un pueblo de otro. Entonces, la unidad, siendo el carácter de la verdad, por lo cual se le conoce, a la Iglesia de Cristo se le conoce por la unidad.
Entonces, proponer un cambio, o una adaptación o una reforma en la Doctrina, es clara y llanamente renunciar a la NOTA de la unidad.
La unidad de gobierno igualmente está establecida por Cristo. El gobierno de Su Iglesia fue dejado en manos de Pedro y de los Apóstoles y de sus sucesores. Pedro es siempre el mismo, y enseña las mismas doctrinas y como cada papa es siempre Pedro, sus sucesores siempre enseñan lo mismo y no hay en su magisterio ninguna contradicción. Un papa que se atreve a contradecir al Magisterio de la Iglesia precedente y que se atreve a poner las manos en la Doctrina para «adaptarla» a las nuevas generaciones, o que se atreve a poner las manos sobre los Sacramentos para alterarlos y nulificarlos, lo cual nunca en la historia sucedió, no es nada menos que el Anticristo anunciado por las sagradas Escrituras por los profetas y por los escritores del Nuevo Testamento. En ese momento, la falsa Iglesia que suplanta a la verdadera Iglesia no conservará la apóstolicidad, ni la santidad, ni la catolicidad o universalidad, ni la Doctrina, ni los Sacramentos, pero poseerá una férrea unidad de gobierno, basada en una falsísima obediencia, pues es conveniente para llevar al pueblo a la gradual desaparición de todo aquello que predicó Jesucristo. Pero no se puede decir que con esta unidad de gobierno esa falsa Iglesia ha conservado una de las señales de la Iglesia de Cristo, porque aunque el pueblo católico obedezca ciegamente a sus pastores, estos pastores se habrán divorciado completamente del gobierno de sus predecesores en el gobierno de la Iglesia, y por eso, más bien serán usurpadores y jefes de la impiedad institucionalizada. La verdadera Iglesia, como anunciaba San Agustín en LA CIUDAD DE DIOS, será entonces arrinconada, oprimida y expulsada de las iglesias donde tiene lugar la abominación de la desolación predicha por Cristo.
EN ESTOS MOMENTOS TERMINALES,
¿QUIENES SON LOS FIELES DE LA IGLESIA DE CRISTO?.
Lo dice muy claramente San Agustín en su obra LA CIUDAD DE DIOS. En XX, Cap. 10, dice: «¿Y quiénes son los que no adoran a la Bestia ni a su imagen, sino los que practican lo que insinúa el Apóstol, «que no llevan el yugo con los infieles», porque no adoran, esto es, no consienten, no se sujetan, ni admiten, ni reciben la inscripción, es a saber, la marca y la señal del pecado en sus frentes por su profesión ni en sus manos por las obras?» .
Son los fieles del remanente que como dice San Agustín, se niegan, a recibir «la señal del pecado», porque no adoraron a la Bestia, con la señal en sus frentes «por su profesión» y en sus manos «por las obras». Aclaremos los términos: ¿qué es profesión?. Dice el Diccionario de la lengua que PROFESIÓN es «creer, confesar», «sentir afecto o interés… y perseverar voluntariamente en ellos». ¿Y qué es una obra?, dice: «cualquier producción del entendimiento», «trabajo o tiempo que requiere la ejecución de una cosa», «medio, virtud o poder», «acción moral», «cualquier cosa en la que se halla utilidad».
¿Y qué dice el Apocalipsis de estos fieles que se niegan a adorar a la Bestia?. En el capítulo 14, v. 4, leemos: «Estos siguen al Cordero a donde quiera que vaya y han sido rescatados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero y en su boca no se encontró mentira».
¿Y quiénes son estos?, los que se niegan a adorar en el falso rito, los que se niegan a cometer el sacrilegio de recibir los falsos sacramentos, especialmente el de la Comunión que los haría formalmente idólatras y apóstatas de la Religión, los que no profesan las herejías predicadas por los enemigos de Dios, los que incluso las aborrecen, los que no hacen nada para favorecer a la falsa Iglesia, los que renuncian a cualquier conveniencia social, económica o de cualquier índole para permanecer fieles al Cordero, los que ni siquiera se atreven a entrar a las iglesias en las que se ofende a Dios tan gravemente. Y los que ruegan al Señor por el pronto triunfo de Su Iglesia y Su próxima venida.
Los que se esfuerzan en permanecer en gracia, perseveran en la oración y le piden al Señor misericordia para los pecadores de los que el mundo se ha encharcado.
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO.
Como antes dije, la Iglesia apóstata y hereje del Vaticano, ha nulificado ya cinco Sacramentos. Se han escrito magistrales tratados sobre esta cuestión y yo lo he hecho en otro lugar, por lo cual no voy ahora a tocar el punto. Sin embargo, hasta hoy, se habían conservado intactos, especialmente el Bautismo, y el Matrimonio. Conviene comenzar por ver qué es lo que ha enseñado la Iglesia sobre el Sacramento del Bautismo.
El Bautismo en un Sacramento instituido por Cristo. Es el Sacramento de la regeneración, por medio del agua y de la palabra. Por él, el alma adquiere otro nacimiento, pues infunde la primera gracia en el hombre, que había perdido por el pecado original. Es también la puerta para los demás Sacramentos, que no pueden recibir quienes antes no han sido bautizados. También se ha dicho que el Bautismo es un Sacramento de la Nueva Ley, instituido por Jesucristo en el cual, por medio del lavatorio con agua y con la invocación de la Trinidad santísima, es el hombre espiritualmente regenerado. Es de fe católica, que Cristo lo instituyó. Sin este Sacramento, nadie puede salvarse y así lo dijo claramente el Señor a Nicodemus (Juan Cap. 3, v. 5): «En verdad, en verdad te digo que quien no renazca del agua y del Espíritu Santo, no podrá entrar en el Reino de Dios». Esta afirmación de Jesucristo es taxativa, contundente: el que no sea bautizado, no entra en el reino de Dios.
Difieren algunos, sobre el momento de la institución de este Sacramento. Unos dicen que fue después de la Pasión y Resurrección antes de la Ascensión; otros dicen que fue antes de la Pasión, pues era conveniente que al mandar a sus discípulos a bautizar, se viera que ya no era el Bautismo de Juan el Bautista. Además, era necesario que los Apóstoles ya estuvieran bautizados cuando recibieron la Eucaristía en la Ultima Cena. No todos están de acuerdo en esto, si bien lo que más comúnmente se cree es que fue en el Jordán, cuando El mismo fue bautizado.
Este Sacramento es absolutamente necesario para salvarse lo mismo al adulto que al niño pues sin él, no se puede adquirir la justificación y la gracia santificante. El Reino de Dios es la Iglesia que comienza en esta vida y se consuma en la otra en el Reino de los Cielos. La necesidad del Bautismo es de las que llaman los teólogos «de necesidad de medio» lo que significa que sin el tal requisito, nadie puede en este mundo entrar en la Iglesia, pertenecer al cuerpo místico de Cristo y después de la muerte ir al Reino de los Cielos, aunque no tenga culpa de no haber sido bautizado. Puede surgir una pregunta: ¿verá a Dios en el Cielo un niño que muera sin bautismo aun cuando no tenga la culpa de no haberlo recibido?, ciertamente que no. Y esto lo ha enseñado el Magisterio infalible de la Iglesia siempre.
El Concilio de Florencia (1438-1445), durante el reinado del Papa Eugenio IV (1431-1447), en el DECRETO PARA LOS JACOBITAS dice: «Manda, pues, (este Concilio) absolutamente a todos los que se glorían del nombre cristiano que han de cesar de la circuncisión en cualquier tiempo, antes o después del Bautismo, porque ora se ponga en ella la esperanza, ora no, no puede en lo absoluto observarse sin pérdida de la salvación eterna. En cuanto a los niños advierte que, por razón del peligro de muerte, que con frecuencia puede acontecerles, como quiera que no puede socorrérseles con otro medio que con el Bautismo, por lo que son librados del dominio del Diablo y adoptados por hijos de Dios, no ha de morirse el sagrado Bautismo por espacio de cuarenta o de ochenta días o por otro tiempo según la observancia de algunos, sino que ha de conferírseles tan pronto como pueda hacerse… que si el peligro de muerte es inminente han de ser bautizados sin dilación alguna, aun por un laico o mujer, si falta sacerdote, en la forma de la Iglesia…».
El mismo santo Concilio en el DECRETO PARA LOS ARMENIOS dice: «El primer lugar entre los Sacramentos lo ocupa el santo Bautismo, que es la puerta de la vida espiritual, pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, si no renacemos por el agua y el Espíritu, como dice la Verdad no podemos entrar en el Reino de los Cielos (Juan Cap. 3, 5)». «Como dice la Verdad» es igual a como dice Cristo.
Bernhard Haring en su obra LA LEY DE CRISTO (Tomo I, Pág. 748) dice: «El Bautismo obliga estrictamente a todos los hombres, por cuanto a todos obliga la santificación y por la universalidad del mandamiento divino. Para el logro del santo Bautismo, o para que otros lo alcanzaran, debería estar el hombre dispuesto a los mayores sacrificios. Y la mujer encinta debe estar dispuesta a exponer su vida a cualquier peligro, antes de someterse a operaciones que, aunque indicadas por los médicos, excluyen la posibilidad de bautizar a la criatura. En caso de aborto, es preciso bautizar el feto que tal vez vive aun, bajo esta condición: si eres capaz. La santificación y remedio que nos confiere el Bautismo, nos obliga a un ferviente apostolado en favor de los no bautizados». De aquí que la santa Iglesia se preocupara durante toda su historia por bautizar a los infieles. Miles de hombres entregaron sus vidas en medio de los más grandes sacrificios para llegar a las regiones más apartadas del planeta a fin de convertir a las gentes bautizándolas como Cristo ordenó. Ella quería convertir a las naciones, y no buscaba solamente alianzas como ahora lo pretenden los herejes del Vaticano que han convertido a Dios en un buscador de alianzas.
El CATECISMO ROMANO (B.A.C.) en la Pág. 375 dice sobre el Bautismo: «VIII. NECESIDAD DEL BAUTISMO. Útil y práctico será para todos, sin duda, cuanto dejamos dicho sobre este Sacramento, pero mucho más importante es que los fieles conozcan que el Bautismo es, por expresa voluntad de Dios, necesario a todos los hombres. Si de hecho no renacemos espiritualmente por la gracia de ese Sacramento, todos -fieles y paganos- seremos engendrados por nuestros padres para la muerte eterna. Explícitamente lo afirma el Evangelio: Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los Cielos (Juan 3, 5).
A. BAUTISMO DE LOS NIÑOS. Esta ley obliga no sólo a los adultos, sino también a los niños más pequeños. 1) Esta es doctrina común de la Iglesia, derivada de la misma tradición apostólica y confirmada por el unánime sentir de los Padres. 2) Es de fe, además, que Cristo no quisiera excluir de la gracia del Bautismo a los niños, de quienes dijo: Dejad que los niños y no los estorbéis de acercarse a mí, porque de tales es el Reino de los Cielos (Mateo 19, 14) y a quienes según el mismo Evangelio, abrazaba, acariciaba y bendecía. 3) Sabemos igual que San Pablo bautizó a toda una familia, sin que nos conste que excluyera a los niños que en ella habría. 4) Añádase a esto que la circuncisión -insigne figura del Bautismo-, se practicaba a los niños al octavo día de su nacimiento. Y si la circuncisión corporal realizada por manos de hombre, beneficiaba a los niños, ¿cuánto más no les aprovechará la circuncisión espiritual del Bautismo de Cristo?. 5) Por último, según enseña el Apóstol: Si; pues, por la transgresión de uno solo, esto es, por obra de uno solo, reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por obra de uno solo, Jesuristo (Rom. 5, 17). Y es evidente que también los niños contraen el pecado original por la culpa de Adán; luego mucho mejor podrán y deberán conseguir por los méritos de Jesucristo, la gracia del renacimiento para entrar en el Reino de la vida: cosa que no les sería posible sin la moción del Bautismo» .
«Por consiguiente, también los niños tienen absoluta necesidad de ser bautizados. Mas tarde a medida que van creciendo en la vida, se les instruirá poco a poco en la piedad y en los preceptos de la religión, pues, en frase de los Proverbios: instruye al niño en su camino, que aun de viejo no se apartará de él (Prov. 22, 6). Ni puede dudar se en modo alguno sobre la capacidad de los niños para recibir el Sacramento. No porque ellos puedan prestar una adhesión positiva de su entendimiento a las verdades de la Fe, sino porque se apoyan en la fe de sus padres, si estos son cristianos; y cuando no, en la fe de la comunidad de los fieles según expresión de San Agustín (Enchiridium c. 42). Son presentados, en efecto, al Bautismo por todos aquellos que quieren ofrecerles, y en virtud de su caridad son incorporados a la comunidad del Espíritu Santo. Piensen seriamente los fieles en la sagrada obligación que tienen de llevar a sus hijos al Bautismo apenas sea posible hacerlo sin peligro para los mismos, porque no tienen otro medio para conseguir la salvación» (Hasta aquí el Catecismo Romano).
En en CURSO MEDIO DE DOCTRINA CRISTIANA de FTD, leemos sobre el Bautismo: «El Bautismo es un Sacramento que borra el pecado original nos hace cristianos e hijos de Dios y de la Iglesia. El Bautismo no sólo borra el pecado original, sino también todos los pecados actuales, en los adultos que lo reciben; además remite las penas temporales debidas por esos pecados».
Santo Tomás de Aquino en la SUMA CONTRA GENTILES, Cap. LIX. Del Bautismo, escribe: «…en primer lugar, respecto de la generación espiritual que se efectúa por el Bautismo, se ha de tener en cuenta que la generación de una cosa viviente es un cierto cambio de lo no-viviente a la vida. Ahora bien, el hombre fue privado en un principio, de la vida espiritual por el pecado original, como antes se ha dicho; e incluso cualesquiera pecados que le sobrevengan le apartan de la vida. Luego, fue preciso que el Bautismo, que es una generación espiritual, tuviera tal virtud que pudiese quitar el pecado original y todos los pecados actuales cometidos… Así, pues, como el Bautismo es una generación espiritual, los bautizados se hacen inmediatamente idóneos para las acciones espirituales, tales como la recepción de los otros Sacramentos y de otras cosas semejantes; e inmediatamente también tienen derecho a un lugar acomodado a la vida espiritual, que es la bienaventuranza eterna. Y por eso si los bautizados mueren, al punto son recibidos en la bienaventuranza. De donde se dice que el Bautismo abre las puertas del Cielo».
San Agustín, en un sermón contra los donatistas reproducido en la obra LA PALABRA DE CRISTO de la B.A.C. (Tom. VIII, Pág. 27) dice: «Sin el Bautismo, es verdad, nadie llega a Dios, mas tampoco llegan todos los bautizados». Esto es, por los pecados que ya adultos cometen perdiendo voluntariamente la gracia.
Los Padres Apostólicos de la Iglesia son aquellos autores eclesiásticos cuyos escritos datan de los últimos diez años del siglo primero y la mitad del segundo siglo. Todos ellos oyeron predicar a los Apóstoles, o a sus discípulos inmediatos. Entre los escritos que nos dejaron está el «didajé» o doctrina de los doce Apóstoles que fue escrito en la última década del siglo primero que contiene un resumen de la doctrina que los Apóstoles solían predicar a los gentiles. En este escrito se lee que la puerta a los demás Sacramentos es el Bautismo. Se dice con claridad que nadie puede tomar la Eucaristía, sino el que está bautizado que es una verdadera renovación y el comienzo de una nueva vida. Es un sello que marca al cristiano, se dice, como perteneciente de un modo especial a Dios, que obliga a vivir santamente, cuya custodia inmaculada lleva a la vida eterna y cuya violación lleva a la muerte eterna.
¿CUANTAS CLASES HAY DE BAUTISMO?.
El Padre Arturo Devine, pasionista, en su obra LOS SACRAMENTOS EXPLICADOS, T. VII, Pág. 141 escribe: «Al explanar la necesidad de este Sacramento, preciso es tener presente que hay un triple Bautismo: 1. Bautismo por el agua (fluminis), 2. el Bautismo de sangre o martirio (sanguinis), y 3. el Bautismo de deseo (flaminis). Cuando el Bautismo de agua no es posible, puede suplirse con el Bautismo de deseo. Esto significa una completa conversión a Dios hecha por contrición o por un acto de perfecta caridad. En ello va comprendido el deseo explícito o explícito de recibir el Bautismo de agua, según que la idea de Bautismo esté o no presente en la mente de la persona que así se convierte a Dios. Bautismo de sangre equivale a martirio, o a dar la propia vida por la Fe por cualquier virtud cristiana, como en la degollación de los Santos Inocentes. En el caso de los adultos y niños, el martirio produce los mismos efectos que el Bautismo real de agua».
«El Bautismo de agua se llama Bautismo «in re», esto es, en realidad, real, verdadero Bautismo por el agua tal como lo instituyó Cristo. Los bautismos de deseo y de sangre se llaman bautismos «in voto». El Bautismo in re y el in voto son necesarios (necessitate medii), como necesidad de medio para la salvación. Es esto evidente según palabras de Cristo: Quien no renaciere por (el Bautismo) del agua, y la gracia del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios. Y también lo prueba la decisión del Concilio de Trento: DE BAPTISMO. «Si alguien dijere que el Bautismo es potestativo y no necesario para la salvación, sea anatema».
Cuando el Padre Devine se refiere al bautismo de los niños, dice: «Un retrazo notable (en la administración del Bautismo a los niños), sin causa, sería una falta grave, en virtud del peligro a que están expuestos los niños de morir sin el Bautismo y quedar así privados de la visión de Dios eternamente».
El CURSO MEDIO DE DOCTRINA CRISTIANA de F.T.D., Pág. 123 dice: «Cuando no se puede recibir el Sacramento del Bautismo, es decir, el Bautismo de agua, se puede suplir por el deseo de recibirlo o por el martirio».
El CATECISMO CATÓLICO del Cardenal Gasparri Pág. 135, dice que «el Bautismo se puede suplir con el martirio y con el acto de amor a Dios, en el cual se contiene, tanto la contrición de los pecados como el voto del Bautismo; pero sólo el Bautismo de agua imprime el carácter sacramental y capacita para recibir los otros Sacramentos». También dice: «El martirio con el que se puede suplir el Bautismo consiste en la muerte causada injustamente y que el adulto acepta por Cristo, en testimonio de la Fe y de la virtud cristiana».
Es necesario reflexionar que, aunque el Bautismo de sangre que suple el Bautismo de agua lo pueden recibir los niños, como fue el caso de los Santos Inocentes, el Bautismo de deseo no lo pueden recibir porque no son capaces los niños de un acto de la voluntad que los acerque a Dios. Entonces, los niños que no son bautizados prontamente por sus padres, están expuestos al grave peligro de perder el Cielo por toda la eternidad.
El Padre Remigio Vilariño Ugarte en su libro PUNTOS DE CATECISMO dice (Núm. 2565): «El Bautismo flaminis, de anhelo, de aire, de espíritu, en fin, de deseo, es el acto de perfecto amor a Dios; quien hace un acto de perfecto amor a Dios, sin duda alguna, quiere hacer todo lo que Dios manda; luego quiere recibir el Bautismo como Dios manda. Ahora bien, Jesucristo dijo que quien ama a Dios, es amado por Dios y, por lo tanto, que el acto de caridad perfecta da la gracia a quien lo hace. «Quien me ama será amado por mi Padre y Yo le amaré y me manifestaré a él» (Juan 14, 21). Y así en otros sitios. Luego quien hiciere un acto de caridad recibiría la gracia santificante, que es el efecto del Bautismo, y al no bautizado le libraría del pecado aunque no de la pena temporal. Si bien después quedaría obligado a bautizarse realmente en cuanto pudiese con el Bautismo de agua». Sobre el Bautismo de sangre dice: «El tercer Bautismo es sanguinis, o de sangre, que es el martirio. También ese Bautismo sirve para suplir perfectamente al Bautismo de agua, y no sólo respecto de los pecados, sino también respecto de la pena. Martirio es el sufrimiento paciente de la muerte por odio a la Fe o por el ejercicio de alguna virtud cristiana… El martirio equivale al Bautismo, de modo que quien no pudiendo bautizarse, sufriese el martirio, se salvaría. Lo dijo Jesucristo: «Quien pierde la vida por Mí la hallará» (Mateo 10, 39).

Dice el CATECISMO ROMANO mencionado antes, que el Bautismo de agua, puede ser de tres formas. El de inmersión, que se usó comunmente en el principio de la Iglesia; el de aspersión, que con seguridad usó San Pedro el día que se convirtieron tres mil gentes, y el de infusión, que es el que actualmente se usa comunmente en la Iglesia que consiste en derramar agua sobre la cabeza del bautizando.

Dice el CATECISMO ROMANO (pág. 377), que «todo niño que muere sin el Bautismo y sin el martirio, no siendo capaz -por carecer del uso de la razón- de hacer el voto del Bautismo, muere con el pecado original y es excluído del Reino de los Cielos y recibido en el limbo».

El CATECISMO CATÓLICO del Cardenal Gasparri en la pág. 135, escribe: «El alma de los que mueren sin el Bautismo con solo el pecado original, carece de la visión beatífica de Dios, a causa del pecado original pero no sufrirá otras penas con que son castigados los pecados personales». Al calce aporta la siguiente documentación: «Papa Inocencio III/ Epíst./ Maiores, ad Archiep. Arelatensem; Papa Pío VI, Cost. Autorem fidei, prop. 26; Papa Pío IX, Epist. ad Episcopos Italiae. del 10 de agosto de 1863; Santo Tomás de Aquino, in 2, d. 33, q. 2, a. 1 et 2; et De malo, q. 5, a. 2 et 3». Y añade: «El lugar o estado de estas almas, se suele llamar Limbo, muy distinto al Limbo de los Santos Padres».
El Papa Inocencio III (1198-1216) dice en su Carta MAIORES ECCLESIAE CAUSAS a Imberto, arzobispo de Arles: «El (pecado) original que se contrae sin consentimiento, sin consentimiento se perdona en virtud del Sacramento (del Bautismo); el (pecado) actual, empero, que con consentimiento se contrae, sin consentimiento no se perdona en manera alguna… La pena del pecado original es la carencia de la visión de Dios; la pena del pecado actual es el tormento del Infierno eterno…».
El II Concilio de Lyon de 1274, estando reinando el Papa Gregorio X (1271-1276) enseña: «Las almas, empero, de aquellos que mueren en pecado mortal o con solo el original, descienden inmediatamente al Infierno, para ser castigadas, aunque con penas desiguales».
El Papa Juan XXII (1316-1334) en su Carta NEQUAQUAM SINE DOLORE a los armenios del 21 de noviembre, año 1323, dice: «Enseña la Iglesia Romana que las almas de aquellos que salen del mundo en pecado mortal o sólo con el pecado original, bajan inmediatamente al Infierno, para ser, sin embargo, castigados con penas distintas y en lugares distintos».
El Concilio de Florencia (1438-1445), estando reinando el Papa Eugenio IV en el DECRETO PARA LOS GRIEGOS, enseña: «Las almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con sólo el original, bajan inmediatamente al Infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes» .
En el Denz. 536 encontramos la condenación de la doctrina de los armenios (reinando el Papa Benedicto XII, 1334-1342) que negaba que los niños estuvieran manchados por el pecado original y aseguraba que Cristo padeció y murió por la salvación de los niños que nacieron después de su Pasión, pues por esta Pasión destruyó totalmente el Infierno. Por lo cual muriendo sin pecado actual, iban al Cielo.
La Editorial Tradición publicó en 1972 la explicación de EL CRED0 de Santo Tomás de Aquino. Cuando dice que Cristo bajó a los infiernos luego de Su muerte escribe: «Cristo dejó allí a los que habían descendido con pecado mortal y a los niños incircuncisos». Al calce el libro pone la siguiente nota: «A los niños incircuncisos los dejó en lo que la Teología llama LIMBO».
En el CATECISMO DE PERSEVERANCIA del abate J. GAUME, 1864, T. [II, Pág. 220 este dice cuando se habla de la bajada de Cristo a los infiernos: BAJO. Con esta palabra hacemos profesión de creer que muerto nuestro Señor Jesucristo, y sepultado Su cuerpo en el sepulcro, Su alma santa fue a visitar a las almas de los justos que habían vivido antes ae Su venida. Aunque el alma del Salvador estuvo durante este tiempo separada realmente de Su cuerpo, la divinidad no estuvo nunca, como hemos dicho ya, separada de Su cuerpo ni de Su alma. A LOS INFIERNOS. El nombre de infierno tiene en este artículo cuatro significaciones, designa:
1- aquella cárcel negra y oscura donde las almas de los reprobos son tormentadas noche y día con los demonios por un fuego que nunca se acaba: este lugar que es el Infierno, propiamente dicho, se llama también Gehena y abismo.
2. El lugar donde las almas de los justos padecen durante cierto tiempo para purificarse enteramente antes de que se les abran las puertas de la Patria celestial, donde nada mancillado podrá penetrar jamás, y este lugar se llama el Purgatorio.
3. El lugar donde e encuentran las almas de los niños muertos sin Bautismo, que no padecen la pena del fuego, sino únicamente la privación de la felicidad terna.
4. El lugar donde se reciben las almas de los Patriarcas, Profetas y demás santos, muertos antes de la venida de nuestro Señor; y este lugar se llama vulgarmente limbo, y en las Escrituras, el seno de Abraham.

En el CURSO SUPERIOR DE LA DOCTRINA CRISTIANA de F.T.D. Pág. 75, Cap. XX al hablar del quinto artículo del Credo: Cristo «descendió a los infiernos» inmediatamente de Su muerte en la Cruz, dice: «Es evidente que aquí se trata del alma de Jesucristo, porque Su cuerpo, o estaba todavía enclavado en la Cruz, o ya depositado en el sepulcro, cuando se verificó la bajada a los infiernos. Según Santo Tomás y el Concilio de Trento, la palabra infiernos, que significa lugares inferiores o subterráneos, comprende: 1. El lugar de los reprobos o Infierno problamente dicho;
2. el Purgatorio, para los que mueren en gracia de Dios : ero sin haber completamente satisfecho por sus pecados;
3. el Limbo, donde van las almas de los que, no habiendo llegado al uso de la razón, mueren sin el Bautismo; 4. el seno de Abraham, donde se hallaban las almas de los justos que habían muerto antes de la Redención de Jesucristo». En la Pág. 115, Cap. XXXIII, EL INFIERNO, hace esta pregunta: «¿A dónde van, después de la muerte, los que nunca han de ir al Cielo?», y responde: «Los que nunca han de ir al Cielo irán inmediatamente después de la muerte al Limbo o al Infierno». Y seguidamente pone esta nota: «El Limbo es un lugar a donde van los niños que mueren antes del uso de razón y sin haber recibido el Bautismo; según Santo Tomás, el Limbo es un lugar exento de dolor, y aun con algunos goces del orden natural; pero donde Dios no se manifiesta de un modo visible a sus moradores, los cuales, por tanto, no gozan de la verdadera felicidad de los elegidos.
Para los que han sido bautizados, no hay término medio entre el Cielo y el Infierno, pues, el Purgatorio es transitorio. Pero todos los que mueren en pecado mortal, van irremisiblemente al Infierno».
En su TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA, Fr. Antonio Royo Marín, de la Orden de Predicadores y Doctor en Teología, nos habla del Limbo en la siguiente forma: «CRISTO ES CABEZA DE TODOS LOS HOMBRES, PERO EN DIVERSOS GRADOS. He aquí cómo lo explica Santo Tomás de Aquino.
a). De los bienaventurados lo es perfectísimamente ya que están unidos a El de una forma definitiva por la confirmación en gracia y la gloria eterna. Dígase lo mismo de las almas del Purgatorio en cuanto a la confirmación en gracia,
b). De todos los hombres en gracia lo es también perfectamente, ya que por influjo de Cristo poseen la vida sobrenatural los carismas y dones de Dios y permanecen unidos a El como miembros vivos y actuales por la gracia y la caridad,
c). De los cristianos en pecado lo es de un modo menos perfecto, en cuanto que, por la fe y la esperanza informes, todavía le están unidos de alguna manera actual,
d). Los herejes y paganos, tanto los predestinados como los futuros reprobos, no son miembros actuales de Cristo, sino sólo en potencia, pero con esta diferencia: que los predestinados son miembros en potencia que ha de pasar a ser actual, y los futuros reprobos lo son en potencia que nunca pasará a ser actual o lo será tan sólo transitoriamente,
e). Los demonios y los condenados de ninguna manera son miembros de Cristo perqué están definitivamente separados de El, y ni siquiera en potencia le estarán unidos jamás. Tampoco lo son y por la misma razón los niños del limbo».
Por fin, el Padre Remigio Vilariño Ugarte, S. J. en su libro PUNTOS DE CATECISMO (Núm. 284) escribe: «El limbo de los niños es el lugar donde van las almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el Bautismo». «Es cierto que los que están en el limbo no tienen la visión beatífica de Dios como los bienaventurados, ni participan de la gloria sobrenatural. No habiendo recibido la gracia, no pueden recibir la gloria. En este sentido, puede decirse que ellos están condenados o dañados, que es lo mismo, porque en realidad, reciben el daño de no gozar de la visión beatífica de Dios. Pero su condenación o daño no es la condenación del Infierno, pues no cometieron como estos pecado personal alguno. Acerca de la pena de sentido, algunos dijeron que la sufrían, pero es sentencia general, salvo raras excepciones, que no padecen la pena de sentido. ¿Padecen pena o tristeza por ser excluidos del Cielo?, los más con Santo Tomás de Aquino, creen que no; sea porque no tienen conocimiento de la visión beatífica y así no se duelen de haberla perdido; sea porque siendo buenos tienen conformidad con la voluntad de Dios y saben que no tuvieron ellos culpa personal de verse privados de una bienaventuranza que, por otra parte, no es debida a nuestra naturaleza».

En el número 286 dice: «LO QUE GOZAN EN LA OTRA VIDA. No es fácil definirlo con certidumbre; pero es muy creíble que tengan un estado feliz, que si no merece el nombre de bienaventuranza, comparado con el estado del Cielo, puede llamarse bienaventuranza natural, como la llaman varios Doctores de verdadera autoridad que creen que los niños en el limbo tendrán toda aquella bienaventuranza que hubieran tenido los hombres buenos en el estado de naturaleza pura si no hubiera sido la Humanidad elevada al estado sobrenatural, y así nos parece a nosotros también. Según esto, los niños tendrán bienestar natural, ciencia y conocimiento de Dios y de las cosas; natural, pero en grado excelente; gozo grande de su existencia, de su vida; tal vez gozo también especial de ver que se libraron de mayores calamidades y acaso de la condenación que les hubiera venido de no morir antes del uso de la razón; en fin, seguridad de que gozarán eternamente de estos bienes sin mezcla de mal alguno».

En el número 288 dice: «El catecismo dice que los niños que mueren antes del uso de la razón sin el Bautismo (irán al limbo). ¿Por qué dice los niños y no los adultos?. Sabido es que sin Bautismo (real o de deseo, «en voto» como dicen los teólogos) nadie puede entrar en el Cielo. Los niños que no tienen uso de razón, si no tienen Bautismo real, tampoco en voto o de deseo, porque son incapaces de deseo. Mas los adultos, una de dos; o viven sin pecado y hacen cuanto está de su parte, con el auxilio de la gracia actual y suficiente, y en este caso Dios les dará gracia para obtener algún Bautismo y se salvarán; o pecan personalmente, a pesar de tener la gracia suficiente próxima o remota y en ese caso irán al Infierno por sus pecados personales, si no hacen algún acto de contrición. Así, pues, los adultos o se salvan por su justificación obtenida por la gracia divina, o se condenan por su culpa. Y así, o van al Cielo o al Infierno. Claro está que por niños también se entienden los que no alcanzaron el uso de razón, aunque sean adultos en edad». Hasta aquí el Padre Vilariño.
No abundaré más en el tema, que como hemos visto, ha sido tratado por el Magisterio de la Iglesia y es común y conocido por los teólogos e incluso por el mismo pueblo católico. Es cierto que no es muy fácil definir el estado real en que están los niños en el Limbo, pero tampoco es fácil definir con exactitud el estado de gloria en el que están las almas que se han salvado y entraron en el Cielo. Tampoco es fácil llegar a comprender a cabalidad mientras los hombres permanecen en este mundo el estado de los condenados en el Infierno. El magisterio de Cristo consistió en revelar a los hombres unas cosas, y no revelar otras. El reveló todo aquello que era suficientemente necesario para la salvación, hay cosas del otro mundo que el hombre no podría comprender nunca mientras permanece en estado de viador. Entonces, es inútil y hasta ocioso tratarlas.

UNA INQUIETANTE NOTA.

El martes 29 de noviembre del año 2005, los periódicos del mundo publicaron una nota del día anterior de las agencias NOTIMEX y A.P. «EL LIMBO, dice la nota, UN TEMA DE DEBATE. Teólogos analizarán el destino de los muertos sin bautizar. CIUDAD DEL VATICANO. La Comisión Teológica Internacional que se reúne en el Vaticano, analizará el destino de los niños muertos sin haber recibido el Bautismo, «en el contexto del proyecto salvífico universal de Dios, del carácter único de la mediación de Cristo y de la sacramentalidad de la Iglesia», se informó ayer. Siempre se ha dicho que los niños muertos y no bautizados van al limbo. De acuerdo con medios locales, la comisión establecerá que no es al limbo donde van los niños, para hacer verdaderas las palabras del fallecido Juan Pablo II, «la Iglesia no puede sino entregarlos a la gran misericordia de Dios quien quiere que todos los hombres sean salvados». Esta versión es diferente a la emitida por San Pío X, según la cual, «los niños muertos sin el Bautismo van al limbo porque no gozan de Dios». Benedicto XVI también llamó a los jóvenes a renovar la sociedad. «Jesús necesita de ustedes para renovar la sociedad actual. Preocupaos de crecer en el conocimiento de la fe para ser sus auténticos testigos», afirmó. El Papa pidió, además, la conservación del Latín como enseñanza. «Que el conocimiento del Latín sea fortalecido en la Iglesia y sea enseñado en ritos eclesiásticos y en disciplina, finalizó». Hasta aquí la nota que conviene analizar. ¿No habla Benedicto XVI como el Dragón?, (Apo 2. 13,11). La doctrina sobre el Limbo que hemos expuesto en el presente folleto, sin pretender agotar todos los innumerables textos y enseñanza de la Iglesia sobre el particular, está en diametral y asombrosa oposición con la doctrina que ahora se afirma en el Vaticano. Con razón, muchos canales de televisión dieron esta noticia con el siguiente titular: «El Vaticano clausura el Limbo».
Aunque parezca asombroso a muchos, son cientos, hablando solamente de declaraciones y enseñanzas desde el Concilio Vaticano II que abierta y descaradamente se oponen a las enseñanzas del Magisterio anterior a este Concilio, pero esto no ha sido notado por los fieles católicos por su extrema y muy lamentable ignorancia de la Doctrina de la Iglesia. El mismo Concilio Vaticano II enseñó cosas tan diametralmente opuestas, que se debería hacer inexplicable a todo católico, que una Iglesia que predica un magisterio eterno e invariable, sea capaz de contradecirse tan burdamente, y aun así continuar llamándose la verdadera Iglesia de Dios y exigiendo obediencia. Tomemos al azar un texto del dicho Concilio: «Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado o en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa, debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de forma que se convierta en un derecho civil» .
Veamos ahora qué dice el Papa Pío IX en su Encíclica QUANTA CURA: «Y contra la doctrina de la sagrada Escritura, de la Iglesia y de los santos Padres, ellos afirman sin titubear: Que la mejor condición de la sociedad es aquella en la que no se reconoce al poder el deber de reprimir con penas legales las violaciones a la ley católica, si esto no es en la medida en que lo exija la tranquilidad pública. Par tiendo de esta idea completamente falsa del gobierno social, no temen favorecer esa opinión errónea, funesta al máximo para la Iglesia Católica y para la salvación de las almas, que nuestro predecesor Gregorio XVI, de feliz memoria, calificaba de «delirio», a saber: que «la libertad de conciencia y de cultos es un DERECHO propio de cada hombre, derecho que debe ser proclamado y garantizado por la ley en toda sociedad bien organizada».
Esta doctrina de Pío IX, se repite y se apoya además, en las Encíclicas MIRARI VOS del Papa Gregorio XVI (1832), SILLABUS del Papa Pío IX (1864), Encíclica INMORTALE DEI del Papa León XIII (1885) y Encíclica LIBERTAS (1888), Encíclica QUAS PRIMAS del Papa Pío XI (1925), en el Discurso del 6 de diciembre 1953 del Papa Pío XII, y en otros innumerables documentos.
¿Debe parecer asombroso, entonces, que hoy contradigan tan clara y estúpidamente la doctrina sobre el Limbo que fue enseñada durante toda la historia?.
La Iglesia del Vaticano, a estas alturas ha nulificado ya cinco Sacramentos, pero quedaban incólumes el Bautismo y el Matrimonio, principalmente el Bautismo. Ahora, negar la existencia del Limbo ataca al Sacramento del Bautismo, despenaliza el gravísimo pecado del aborto y ataca a la vida humana, que tan hipócritamente dicen defender.
1.- Ataca al Sacramento del Bautismo, porque si ya no existe el Limbo en el que los niños son privados de la visión beatífica ya que como dijo Juan Pablo II «la Iglesia no puede sino entregarlos a la gran misericordia de Dios quien quiere que todos los hombres sean salvados», entonces ya da lo mismo que un niño sea bautizado o que no lo sea. Como el Limbo ha sido «clausurado», entonces todos los niños que mueren aun sin Bautismo, se han de ir al Cielo. El pueblo con esta creencia dejará de preocuparse por bautizar a sus hijos.
2.- Esta nueva doctrina, despenaliza además el aborto, pues la mujer que de ahora en adelante se practique un aborto, ya sabrá que su hijo asesinado, irá al Cielo de todas maneras. ¿No es, entonces hasta meritorio, abortar a los hijos que no se desean para mandarlos con seguridad al Cielo?, ¿y esas razones que siempre se encuentran y justifican el crimen unidas al destino celestial al que se envía al hijo no despenalizarán el aborto?, y habiéndose despenalizado el aborto en muchas naciones, no se ve con claridad que esos miles de abortos que suceden por todo el mundo, ¿se aumentarán pavorosamente?.
3.- Este es sin duda no solamente un ataque subrepticio al Sacramento del Bautismo, sino a la vida humana, que los criminales del Vaticano dicen defender tan hipócritamente en discursos conmovedores engaña bobos.

LAS DECLARACIONES DE UN OBISPO MEXICANO-

En la Pag. 5 de la sección Nacional-Internacional del Diario de Yucatán del 23 de octubre del año 2004, el obispo de Celaya, Guanajuato Lázaro Pérez, dijo lo siguiente: «Cada quien tiene derecho a profesar sus propias creencias… nadie tiene derecho a obligar a otro a creer en lo que no quiera. Hay que respetar las diferencias…». «La predicación es una propuesta, es un Evangelio que se muestra, nunca un Evangelio que se opone o impone». «Lo interesante, es que (los Protestantes) aunque han negado algunas de nuestras verdades, como el valor de algunos de los siete Sacramentos o la autoridad del Papa, lo que permanece incólume es la fe en Jesucristo como único Salvador». ¿Y de qué manera permanece «incólume» la fe en Jesucristo como único Salvador fuera de Su Iglesia y fuera de la obediencia al Papa?, como ahora cada quien puede creer todo lo que le de la regalada gana, entonces también puede creer de la Religión de Jesucristo lo que le de la regalada gana, y conserva así «incólume la fe en Jesucristo como único Salvador». ¡Por Dios!, este señor no sabe ni doctrina elemental. ¡No sabe ni Español!. INCÓLUME según el Diccionario de la lengua es: «Saludable, sin lesión ni menoscabo». ¿Es saludable la fe protestante?, ¿no ha sufrido lesión ni menoscabo la Doctrina predicada por Cristo y desde el principio los Apóstoles y los Padres de la Iglesia?. Lo que este «obispo» está predicando es la inutilidad completa de la Iglesia Católica con todos sus Sacramentos y todos sus recursos espirituales, pues si es cosa que causa admiración conservar la fe incólume en Jesucristo solamente como Salvador personal, que es exactamente lo que el Protestantismo predica, ¿para qué tanto Sacramento y para qué la Iglesia Católica?.
«Hay otras religiones, dice este obispo, que no son cristianas, por ejemplo la budista, la musulmana, la judía y la hinduista. No son cristianas y no puede haber un diálogo ecuménico precisamente porque no tienen fe en Cristo como único y universal salvador. Sin embargo, creen en Dios y esto posibilita un diálogo interreligioso, es decir, un diálogo de la Iglesia con las distintas religiones. Las sectas, como su nombre lo indica, son grupos que se han separado y no necesariamente de la Iglesia, sino de Iglesias protestantes, y que por lo general fundamentan su fe exclusivamente en lo que dice la Biblia (fundamentalistas)». Según esto, las sectas son aquellas Iglesias que se separaron de las «Iglesias» protestantes. Y esas Iglesias que se separaron de la Iglesia Católica ¿no son sectas?. ¿No están haciendo con todo esto esos criminales un embrollo?, ¿un colosal pandemónium?. Está erradísimo cuando dice que las religiones no cristianas creen en Dios. Hay quienes creen en Shiva, o en Hiutzilopochtli, o en Odín, o en el dios de los judíos. Indudablemente esas gentes tienen algún concepto de un ser superior, pero de ninguna manera se puede decir que sea Dios, es decir, el verdadero Dios de los cristianos.
Una carta firmada por el rabino S. Warshaw de Middlessex en el periódico JEWISH CHRONICLE de Londres el 23 de febrero de 1964, dice lo siguiente: «Pues por más elocuencia pongan los defensores judíos o gentiles en sostener que los judíos y los cristianos adoran realmente al mismo Dios, tal afirmación es absolutamente falsa y equivocada». «La verdad es que nosotros los judíos, sostenemos que ambas deidades son enteramente irreconciliables y ninguna clase de recurso de un pensamiento casuístico puede conseguir una identidad entre ambas. La doctrina trinitaria del Cristianismo es diametralmente opuesta a la gloriosa y perfecta unidad del Dios de Israel que es un atributo indispensable de la fe judía. El rechazo del Viejo Testamento, por parte de la Iglesia Católica en favor de una «nueva» religión y de un salvador, contradice las verdaderas bases del credo judío, que declara en los 13 principios de la fe, de Maimónides, que nuestra Toráh no podrá ser cambiada, ni habrá de aparecer otra Toráh o enseñanza, de parte del Creador, bendito sea su nombre». «Por este motivo, debo proclamar con fuerza, que tales experimentos religiosos, opuestos a la verdadera convivencia, en el marco de una fraternización artificial son intentos deshonestos y perjudiciales para tener una forzada identidad de objetivos espirituales sin fundamento en la realidad».
El Concilio de Roma del año 382, bajo el Papa San Dámaso I, dice: «Si alguno… prescindiendo del Hijo o del Espíritu Santo, piensa así que al Padre sólo se le llama Dios, o así cree en un solo Dios, es hereje en todo, más aun, judío…».
«La Iglesia no es la que salva, sigue diciendo el obispo Pérez, es instrumento de salvación, es Dios el que salva. Si pusiéramos nosotros una afirmación tan radical diciendo que sólo los católicos se van a salvar, estaríamos eliminando a millones de hombres que no son católicos y lo mismo si dijéramos que sólo los que creen en Cristo, porque hay dos terceras partes de la humanidad que no creen en El, de manera que éstas estarían ya condenadas a la maldición o destinadas a la condena». Habría que preguntarse, de qué manera armoniza el obispo Pérez sus declaraciones con las siguientes doctrinas:
1.- El Papa Bonifacio VIII (1294-1303) en la Bula UNAM SANCTAM del 18 de noviembre de 1302, dice: «Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados». También dice: «Someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, DEFINIMOS y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda humana criatura». La expresión «DEFINIMOS» en Ta boca de un papa significa que está hablando infaliblemente.
2.- El Santo Concilio de Florencia (1438-1445), estando reinando el Papa Eugenio IV, (1431-1447) enseñó en su decreto para los Jacobitas: «Firmemente cree, profesa y predica (este Concilio), que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el Diablo y sus ángeles (Mateo 21, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovecha para su salvación. . . y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica».
3.- En el Concilio Vaticano I (1869-1870) reinando el Papa Pío IX (1846-1878), en la sesión III: DE LA NECESIDAD DE ABRAZAR Y CONSERVAR LA FE, se enseñó: «Mas porque sin la fe…es imposible agradar a Dios; de ahí que nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna, si no perseverare en ella hasta el fin (Mateo 10, 22 y 24, 13). Ahora bien, para que pudiéramos cumplir el deber de abrazar la fe verdadera y perseverar constantemente en ella, instituyó Dios a la Iglesia por medio de Su Hijo unigénito y la proveyó de NOTAS claras de Su institución, a fin de que pudiera ser reconocida por todos como guardiana y maestra de la palabra revelada».
San Gregorio Magno (590-604) habló de esto en los siguientes términos. En su obra LOS MORALES (Lib. XVIII, Cap. XXVI, 42) escribió: «Si el fuego de la purificación me es dado fuera de su lugar, atorméntame con su pena, pero no me purga con limpieza». Y en el Lib. XVIII, Cap. XXVI, 41, escribe: «Lo que se sufre fuera de la Iglesia atormenta, pero no purifica. Una es la Iglesia en la cual el que pudiere ser purificado, podrá también ser purgado de cualquier mancha de los pecados. Y, si puestos fuera de la Iglesia padecéis por Dios alguna cosa de amargura o de tribulación, podéis ser tan solamente encendidos mas no limpiados. El fuego que toca por fuera, trae penas de dura pasión, pero no cuece la culpa del error; da tormento de penas crueles pero no hace acrecentamiento de buenos méritos. El Apóstol San Pablo demuestra cómo es de ninguna virtud este fuego de purificación que fuera de la Iglesia Católica es tolerado: Si diere mi cuerpo para que arda y no tuviere caridad, no me aprovecha nada. Unos hay que sienten de Dios cosas perversas; otros, que tienen de su Hacedor lo que es justo, pero no tienen unidad con los hermanos. Aquellos primeros están divididos por error de la fe y los segundos por el pecado del cisma. Y por eso en la primera parte del Decálogo son reprimidas las culpas de entrambas partes».
4.- En los HECHOS DE LOS APOSTÓLES (Cap. 4, 11 y 12) leemos: «LA SALVACIÓN NO SE HALLA EN NINGÚN OTRO. PUES NO SE HA DADO A LOS HOMBRES OTRO NOMBRE DEBAJO DEL CIELO, POR EL CUAL DEBAMOS SER SALVADOS».
Es muy claro, entonces, que el obispo Pérez, está hablando en contra de la Doctrina, del Magisterio infalible de la Iglesia y contra la misma palabra de Cristo registrada en las sagradas Escrituras. ¿Qué nace, entonces, este individuo detentando un puesto de mando en una organización que desaprueba y condena?, es muy simple: DESTRUYENDOLA. ¡ese es uno, indudablemente de esos monstruos que se predijo que en el final de los tiempos ocuparían sedes episcopales!.
Cristo le dijo a Nicodemus (Juan Cap. 3, v. 5): «En verdad, en verdad te digo que quien no renazca del agua y del Espíritu Santo, NO PODRA ENTRAR EN EL REINO DE LOS CIELOS». ¡Pero esto al obispo Pérez no le parece, pues si ellos enseñaran eso, muchos son los hombres que estarían destinados a la condenación!. Y no tiene ningún empacho al hablar contra la palabra de la Biblia que hipócritamente ponderan tanto en estos tiempos y que supuestamente han «redescubierto» gracias a los protestantes .
Este falso obispo se levanta contra la misericordia de Dios y contra la providencia de Dios, las cuales juzga y retuerce como le da la gana. Pero quien oye al obispo Pérez, está oyendo a todos los obispos modernistas. Ellos han perdido la Fe católica y pertenecen a una falsa Iglesia que ha suplantado a la verdadera Iglesia de Cristo y que ya no siendo ni una, ni santa, ni católica, ni apostólica, no vale absolutamente nada. Es un fantoche, es un payaso, es un fantasma anticrístico que ha surgido en este final de los tiempos en castigo a la extremada perversidad de los hombres de hoy. Porque el Anticristo, debe reinar, dice San Gregorio, por los pecados de los hombres.
Ellos pertenecen al cuerpo del Anticristo. Infiltran a la Iglesia por todas partes, y no se equivocará, decía San Pío X en su Encíclica PASCENDI quien diga que la Iglesia nunca ha tenido peores enemigos, porque traman su ruina no desde fuera, sino desde dentro. En los días de este santo Papa, el mal ya estaba en las venas del cuerpo místico de Cristo. ¿Y en nuestros días que han podido hacer su concilio, anunciado por la Masonería desde el siglo XIX, y han nulificado los Sacramentos y el Sacrificio y han puesto en la máxima sede católica, desde la muerte de Pío XII a individuos amarrados al carro del Poder Mundial, hasta dónde ha llegado el mal?.

ADIOS AL INFIERNO, AL PURGATORIO Y AHORA, TAMBIÉN ADIOS AL LIMBO.
El Padre Gabriel Amorth, (verdadero sacerdote, pues fue ordenado antes de 1969), exorcista del Vaticano, no se deja de quejar de que los obispos ya no creen en el Demonio. Efectivamente, la existencia del Demonio y del Infierno, está gravemente cuestionada luego del Concilio Vaticano II, si no oficialmente, -porque no les conviene-, sí en la practica. En los mismos colegios de monjas, se enseña a los niños y niñas cuyas mentes son sumamente dúctiles, que el Infierno y el Diablo no existen, sino solamente el mal que hay que combatir. Los laicos, fieles a esa Iglesia apóstata en mayoría ya no creen esas verdades que son cosas, dicen, de la Edad Media.
Igualmente, el Purgatorio es furiosamente cuestionado y en general esta doctrina ha sido completamente silenciada. De hecho el cambio de la palabra «deudas» por «ofensas» en el nuevo Padre Nuestro, es un furioso ataque al dogma del Purgatorio.
Ahora le ha tocado al Limbo y así es atacado también el Sacramento del Bautismo que habían conservado incólume hasta ahora. Esto es, que las cosas han tocado fondo. La destrucción de la Iglesia aparece así como la destrucción de una tienda en la que se venden piezas de finísimo cristal a la que han introducido a un troglodita enfurecido, armado con un enorme mazo.
Y esto ha hecho mella, ha trascendido y se ha enraizado, pero no ha disgustado, sino que al contrario se ha tomado como una palabra que da libertad, que libera de remordimientos y angustias, que da consuelo al pecador empedernido que así ya sabe que haga lo que haga, de todas maneras, la bondad de Dios lo ha de salvar. Porque el Anticristo, le hablará a esta generación enferma y perversa lo que quiere oir, pero callará lo que no quiere oir.
Pero todo esto ha provocado también la burla y la sorna de los enemigos del nombre cristiano que preguntan: ¿ya no me voy a ir al Infierno?. En este marco inscribo el artículo distribuido per FIRMAS PRESS de Violeta Yangüela y publicado por el DIARIO DE YUCATÁN en la página editorial del domingo 15 de enero de 2006 que dice: «LIBRES TRAS LA DESAPARICIÓN DEL INFIERNO. A fines de 1999 el Papa Juan Pable II afirmaba que «la fe nos enseña que al final de la vida terrena quienes han acogido a Dios en sus vidas y se han abierto a su amor, gozarán de la plena comunión con El en el Cielo. El Cielo descrito con tantas imágenes no es una abstracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal».
«También eliminó el Infierno. Afirmaba que «el hombre puede rechazar el amor y el perdón de Dios privándose de la gozosa comunión con El. Esta trágica condición es lo que se llama condenación o Infierno. Las imágenes de la Biblia deben ser correctamente interpretadas, mas que un lugar el Infierno es una situación para quien se aparta del modo libre y de Dios».
«Por supuesto si el Infierno ha dejado de ser un lugar, el Diablo se ha quedado «homeless» (es decir, sin casa); por tanto, no más Diablo ni Diabla, que hay que tener en cuenta el lenguaje feminista. Pero no tan de prisa, porque el Infierno eliminado es el de después de la desaparición física porque en el Infierno de aquí abajo los diablos y las diablas (en femenino, que no se olvide) siguen haciendo diabluras y, si se fijan bien, a veces los cuernos se les salen».
«En cuanto al Purgatorio, el jefe de la Iglesia Católica de ese entonces, aclaró que lo que quería decir esa cosa es que «los que pasan al otro lado con la imperfección de una apertura al Señor, necesitan de una purificación». De esta manera, el proceso de la purificación, también ha quedado eliminado».
«Después de esas correcciones de espacios, lugares y jefes y jefas algunas cosas empezarán a cambiar. Por ejemplo, no se le ocurra mandar a nadie al Infierno. El lugar ha sido clausurado. Encuentre otro sitio que le ofrezca un castigo más esplendoroso y eso evidentemente dependerá de sus creencias».
«Si no le gustan las feministas, envíelas de castigo para la Casa del Islam, sea donde eso esté, que ahí está el mismísimo Diablo, esta vez en masculino. Puede enviarse también a los de la derecha a un sitio de izquierda, que ahora tiene para escoger. Desde Castro hasta Lagos, pasando por Chávez y ahora Bolivia, con la reciente estrella Don Evo. A los de la izquierda no tiene que enviarlos a ninguna parte, con sólo mencionar a Bush es castigo suficiente. Es el mismísimo Satán».
«El resultado es que los terrícolas han ganado libertad con la desaparición de ese lugar».
«Y ahora el nuevo falso Papa elimina lo que quedaba: el Limbo, donde se suponía estuvieran los no bautizados y las personas buenas que vivieron antes de la llegada del Señor, parece que se ha superpoblado. ¿Se imaginan esa mezcla de culturas, razas y etnias?. La raza cósmica de José Vasconcelos se queda chiquita y la Alianza de Civilizaciones en el limbo de Rodríguez Zapatero es un éxito asegurado».

«¡Zas, se ha eliminado el Limbo!». Hasta aquí el artículo.

Casi nada hay, que sobre esta última persecución de la Iglesia no se supiera y no se anunciara desde el primer siglo. Se sabía cómo, aunque no se sabía cuándo. Muy poco escapó a las doctrinas, apreciaciones y profecías de los santos y de los doctores de la Iglesia. El pueblo debía estar prevenido, debió haber conocido el tiempo, pero no fue así. Pues bien hemos llegado.

¿HASTA DONDE HA DE LLEGAR LA DESTRUCCIÓN DE LA IGLESIA?.
El Papa San Gregorio Magno (590-604), Doctor de la Iglesia, en su obra LOS MORALES, dice al interpretar las profecías contenidas en el libro de Job (Lib. XIX, Cap. IX, 15): «…contando sus cosas, Job, denuncia las que han de venir a la santa Iglesia, y por lo que el padece demuestra lo que ella ha de padecer. Pero algunas veces mezcla en su historia tales palabras que no suenan cosas de alegoría; y algunas veces habla de tal manera sus dolores, como si hablase por voz de la Iglesia, doliéndose. Mas esta última parte de su habla, significa el ultimo tiempo de la Iglesia, cuando será constreñida a tolerar el escarnio de sus adversarios con destemplada soberbia, conviene a saber: a cualesquier carnales o herejes y gentiles, a los cuales ahora procura reprimir con autoridad de sabiduría…son significados los postreros días de la Iglesia, cuando creciendo la persecución, será constreñida a tolerar las voces manifiestas de los herejes, cuando ellos manifestarán con voz de público error los movimientos del corazón, que ahora encubren dentro de los senos de sus pensamientos. Porque ahora, así como dice San Juan: el Dragón es tenido encerrado en el abismo (Apoc. XX, 3); porque la malicia diabólica está ocultada en sus corazones engañosos. Pero como allí está escrito: será sacado el Dragón del pozo del abismo; porque lo que ahora es encubierto por temor, será entonces manifiesto contra la Iglesia de los corazones de los malos saliendo públicamente de ellos toda ponzoña viperina. Escóndese ahora bajo lengua de blandura la conciencia cruel y la maligna muy astuta así como en un abismo de simulación;.. Tiempo vendrá ciertamente en el cual los carnales con voz manifiesta predicarán contra la Iglesia lo que ahora con oculto pensamiento preparan. Tiempo vendrá en el cual no solamente aflijirán a la Iglesia Católica con voces injustas, sino también con plagas crueles». «La Iglesia, dice en el Lib. XX, Cap. XVIII, 44, en el tiempo en el que públicamente sea escarnecida por los malos, cuando creciendo ellos estará la Fe en oprobio y la verdad será tenida por delito; porque ciertamente será cada uno más menospreciado cuando más justo pudo ser, tanto será más abominable cuanto pudo ser digno de más alabanzas…». En el Lib. XI, Cap. XXVI, 37 dice: «El Anticristo hablará a una generación perversa y enferma, por lo cual será seguido», y en el Lib. XIII, Cap. X, 13 dice que «cuando este mundo produzca al Anticristo, se dará a luz al pueblo negro».

La mano del Cielo, sin embargo, ha escrito ya la hora del triunfo y el destino del Anticristo y de los que formaron su cuerpo. Como también el lugar separado en la Patria celestial, para todos aquellos que perseveraron hasta el fin.

Año 2006.