LA CONTRICIÓN PERFECTA

Sobre el ejercicio del amor de Dios y la perfecta contrición podemos decir con mucha mayor verdad que son “los grandes medios de salvación”.

Cada cristiano debe estar bien instruido sobre la importancia capital del acto de contrición perfecta y de caridad en razón de los inestimables beneficios que tal conocimiento puede brindarnos a la hora de la muerte y permitirnos brindarlo igualmente en el lecho de muerte a algún moribundo a quien la Providencia pudiera guiarnos. Ninguno, aun gozando de buena salud, debe olvidar esta verdad. Pero es sobre todo deseable que cada uno la custodie profundamente grabada en su corazón para las horas de enfermedad y los peligros de muerte.

El conocimiento de la contrición perfecta es más importante hoy que nunca, ya que el Sacramento de la Penitencia ha sido casi completamente borrado por los enemigos de la Iglesia, y los verdaderos confesores son cada vez menos numerosos y más difíciles de encontrar.

Donde está la contrición perfecta, allí está la caridad, y donde está la caridad, allí está la gracia santificante. Esta gracia, como enseña el Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino, no está limitada a los sacramentos, signos y causas sensibles de la gracia. Y quienquiera que muera en estado de gracia se salva, como sin duda también se pierden quienes mueren sin ella. Este artículo está destinado a aquellos que, por ignorancia de la contrición perfecta, enfrentan la desesperación del perdón a la hora de la muerte.

Es nuestro ruego que todo el que lea este artículo consiga copias del mismo para distribuirlo a toda su familia y amigos “La caridad cubre muchedumbre de pecados” (1 Pet 4, 8).

En qué consiste el acto de contrición perfecta

Lo primero que tengo que deciros del Acto de Contrición Perfecta es que lo fundamental que tenemos que hacer es arrepentirnos de nuestros pecados, porque son ofensa de Dios. No me arrepiento de mis pecados por ningún motivo humano. Sino porque cuando yo he pecado, yo he ofendido a Dios, y a mí me pesa haber ofendido a Dios. Este debe ser el motivo fundamental de mi arrepentimiento. Esto es lo básico para el Acto de Contrición. No bastan otros motivos humanos.

Ejemplos de arrepentimientos sólo por motivos humanos:

-Primero: Alguien va a una casa de prostitución, y después se arrepiente de haber ido. Pero el motivo de arrepentimiento es múltiple. Puede que se haya arrepentido de haberse ido con una prostituta porque le ha contagiado una enfermedad venérea. Cuando él se ve con esa enfermedad se arrepiente del disparate y de la locura que hizo. Esa prostituta le ha pegado una enfermedad que puede ser trágica para su mujer y para sus hijos.

Ya sabéis que los hijos de los sifilíticos nacen a veces con taras tremendas. Son la desgracia de los padres viciosos que contrajeron esas enfermedades en su vida licenciosa. Y, a lo peor, este hombre, que por ir a una casa de prostitución, ha cogido una enfermedad venérea, después se tira de los pelos, arrepentido de haberse ido por ahí.

Pero no se arrepiente de haber ofendido a Dios. Se arrepiente porque ha cogido una enfermedad venérea. Eso no es contrición. Aunque esté muy arrepentido y esté decidido a no volver. Eso no es contrición. Él se arrepiente por un motivo humano.

-Segundo ejemplo de otro motivo humano: Al salir de la casa de prostitución se encuentra con una persona conocida que sabe de dónde sale. Entonces se arrepiente de haberse metido ahí, porque sabe que eso se va a divulgar y va a perder la fama. Él, que tenía fama de hombre honrado, ahora se va a saber lo que ha hecho. Se arrepiente por la fama que va a perder. Pero no es por motivo sobrenatural. Eso no es contrición. Es motivo humano.

-Tercer ejemplo: Puede ser que se arrepienta por el dinero que le han quitado. Porque le ha costado tanto, y después comprende que ha sido un disparate haber pagado eso. Y que ese dinero, hubiera estado mejor empleado en otras cosas que en costearse un vicio y un pecado. Y se arrepiente por el dinero que ha perdido. Se arrepiente por motivo humano. Eso no es contrición.

El Acto de Contrición no te sirve, si lo dices sólo con los labios. Si lo dices sólo por rutina. Si lo dices sin fijarte en nada. Pero, si te fijas en lo que dices, y quieres aquello que significan tus palabras, tu Acto de Contrición es bueno. Porque el Acto de Contrición (Perfecto) no es cuestión de sensibilidad. Es cuestión de voluntad. Si tú quieres aquello que dices, tu Acto de Contrición es bueno.

Ahora, si no quieres aquello que dices, si tú hablas como un papagayo, si tú hablas como un gramófono, como una cinta magnetofónica -la cinta no sabe lo que dice, ni lo quiere, porque es una cinta- , entonces, no. Si tú hablas sin saber lo que dices y sin querer lo que dices, no sirve. Pero si quieres aquello que dices, aunque no lo sientas; si quieres sentir, si quieres decirlo de verdad, si quieres decirlo de corazón, aunque creas que no se conmueve tu corazón, si lo dices con sinceridad, hay Acto de Contrición. Porque el Acto de Contrición (Perfecto), repito, no es cuestión de sensibilidad. Es cuestión de voluntad. Y hace bien el Acto de Contrición todo aquel que quiere que sea verdad aquello que sus palabras expresan.

Por tanto cuando tú dices:

-Señor, yo te amo sobre todas las cosas. Y tú quieres que eso sea verdad, tú ya estás amando a Dios sobre todas las cosas.

-¡Ah, es que yo noto que mi corazón no vibra como cuando quiero a mi madre! -Ya lo sabemos

-¡Ah, es que, cuando yo quiero a mis hijos, yo siento que mi corazón vibra de amor hacia mis hijos, y yo no siento mi corazón vibrar de amor hacia Dios! -Ya lo sabemos.

Pero el que vibre tu corazón por un amor humano es lógico. El que vibre tu corazón por amor a Dios es más difícil. No digo que sea imposible. Algunos santos lo han tenido. Pero eso no lo pueden tener todos los hombres. Basta que tú quieras que sea verdad aquello que tus palabras expresan: « Señor, yo te amo sobre todas las cosas. Señor, yo quisiera que no haya nada en el mundo que lo prefiera a Ti. Tú para mí, el primero. Así lo quiero, Señor.»  Además, si lo practicas continuamente, muy probablemente Cristo Jesús, te dará el don de que al hacerlo pueda llegar a vibrar también tu corazón.

Aunque tu corazón no vibre como vibra con un amor humano. No importa. Estás amando a Dios sobre todas las cosas, porque tú deseas que tus palabras expresen en verdad lo que quieres. Como digo, no es necesario sentirlo. Basta quererlo. Querer aquello que se dice. Pero las palabras deben expresar este amor a Dios sobre todas las cosas, y este arrepentimiento de haber pecado, porque el pecado es ofensa de Dios.

Cómo se formula

Supuesto esto, la fórmula que expresa este Acto de Contrición, la fórmula corriente con la que solemos expresar nuestro Acto de Contrición es el «Señor mío Jesucristo». Ya sabéis que el «Señor mío Jesucristo», dicho de corazón, es un Acto de Contrición.

Os vamos a dar una fórmula muy condensada de Acto de Contrición. Creemos que expresa de una manera completa estas ideas fundamentales del Acto de Contrición. Puede ser así: «Dios mío, yo te amo con todo mi corazón y sobre todas las cosas. Señor, yo me arrepiento de todos mis pecados porque te ofenden a Ti, que eres tan bueno. Perdóname y ayúdame para que nunca más vuelva a ofenderte».

Si os parece muy largo, podíais decir. «Señor, perdóname que yo te amo sobre todas las cosas». O, si queréis, otro todavía más breve, en tres palabras: «Dios mío perdóname».

«Dios mío perdóname» es un Acto de Contrición perfecto. Porque en ese «mío», en ese posesivo que dice «Dios mío» están indicando amor. El posesivo «mío» es amoroso. Cuando dices «Dios mío» es porque le amas. Por eso es tan bonita esa expresión, tan española por otra parte, de «Dios mío», que la tenemos siempre en la boca: «Dios mío, esto»; «Dios mío, lo otro…» Es muy bonito, porque es una expresión de amor a Dios. Cuando dices «Dios mío, perdóname», estás pidiendo perdón a Dios porque le amas, si lo que dices quieres que sea verdad. Es acto de contrición. Si tienes tiempo, es mejor que lo expreses con más calma:

«Señor, yo te amo sobre todas las cosas, y me pesa de haberte ofendido, porque eres la bondad infinita y Tú no te mereces eso de mí.»

El acto de contrición supone propósito de enmienda y de confesarse a la brevedad.

Bien está que lo expreses con todas las palabras. Pero en un momento de apuro, en un momento de peligro, en que tienes que decirlo rápido, di por lo menos «Dios mío, perdóname», que dicho de corazón es perfecto Acto de Contrición. Más breve, imposible. Y si tú quieres que sea verdad lo que dices, estás perdonado de todos los pecados que puedas tener encima, y te salvas. Si después sales del peligro de muerte, tienes que confesarte de los pecados mortales. Pues el Acto de Contrición supone deseo de confesarse cuando sea posible (y de luchar por no volver a pecar, es decir: tener propósito de enmienda). Pero, de momento, estás perdonado. En caso de que pierdas la vida, ¡te salvas!.

Pues quiera Dios que sepáis hacer el Acto de Contrición. Que lo hagáis con frecuencia. Como os decíamos, ojalá lo hagáis todas las noches antes de acostaros, después de las tres Avemarías. Nadie debe acostarse jamás sin rezar las tres Avemarías, que son prenda de salvación eterna. Y vuestro Acto de contrición dicho de verdad, dicho de corazón (y con propósito de no volver a pecar), para poneros en gracia de Dios.

De esta manera, no sólo os ponéis en gracia todas las noches, sino que si algún día necesitáis este salvavidas del Acto de Contrición en un momento de peligro tendréis la seguridad de hacerlo todo bien.

La contrición perfecta borra todo pecado pero no permite comulgar sin previa confesión sacramental.

Creo que, con este Acto de Contrición en pocas palabras, os ayudará a que podáis enfrentaros tranquilos con la muerte, si, en ese momento trascendental, no tenéis al lado a un sacerdote que os perdone.

Pero, para que, cuando llegue la ocasión, sepáis hacer el Acto de Contrición, es necesario que lo practiquéis, tratando de hacerlo cada día. Porque, si no estáis entrenados, es difícil. Cuando llegue el momento no lo haréis, y si estáis en pecado mortal perderéis el cielo. Estad, pues, preparados en todo momento. ¿Si viajáis en un barco, no hay un ensayo para estar preparados en caso de hundimiento?  Cuanto más en el más importante de los negocios, que es el de la salvación eterna.

Lo que podéis ganar es el cielo ¿Y qué es el cielo? Oyó una vez San Francisco, breves instantes, el sonido de esa armonía angélica, y creyó que iba a morir de dulcísimo gozo… ¡Que será, pues, el oír los coros de ángeles y Santos, que, unidos, cantan las glorias divinas (Sal. 83, 5), y la voz purísima de la Virgen inmaculada que alaba a su Dios!… Como el canto del ruiseñor en el bosque excede y supera al de las demás avecillas, así la voz de María en el Cielo… En suma: habrá en la gloria cuantas delicias se puedan desear. Pero estos deleites considerados son los bienes menores del Cielo. El bien esencial de la gloria es el Bien Sumo: Dios. El premio que el Señor nos ofrece no consiste sólo en la hermosura y armonía y deleites de aquella venturosa ciudad; el premio principal es Dios mismo, es el amarle y contemplarle cara a cara (Gn. 15, 1). Dice San Agustín que si Dios dejase de ver su rostro a los condenados, el infierno se trocaría de súbito en delicioso paraíso.

Cada día, pues, haced el acto de contrición perfecta, que vuestro corazón esté bien entrenado, para no ser sorprendidos en el postrer momento.

De varios autores.