OPUSCULO DE TASCIO CECILIO CIPRIANO A DONATO

El mes pasado nos pidieron la publicación de la Carta de San Cipriano a Donato. Aqui la publicamos. Que Dios los bendiga.
  
    El tratado de Cipriano a Donato es el primero o de los primeros que escribió no mucho después de su conversión al cristianismo. Con efusión de nuevo cristiano, que recuerda su ceguedad moral antes del bautismo y se siente liberado de sus pasiones y transformado en sus sentimientos más íntimos, describe los efectos maravillosos de la gracia divina en su propia alma. Quiere comunicar y hacer participante a su amigo Donato, cristiano como él, de la renovación admirable que ha obrado en él la nueva fe. Desde una montaña le hace contemplar toda la perspectiva de una vida humana: su corrupción encubierta, sus inquietudes, sus diversiones, teatros, juegos, ajetreo en los tribunales y el esplendor aparente de sus palacios. Por el contrario, al que se apoya en Dios el Espíritu Santo le trae la paz. El cuadro que describe es un retrato de su alma regenerada, que confiesa sus caídas anteriores.
     En la forma literaria es un monólogo, en el que aflora todavía con soltura y elegancia la habilidad del rétor que sobrevive del hombre antiguo y, sobre todo, anuncia el género literario de las Confesiones de San Agustín. De ahí su estilo alambicado, sutil y a veces confuso, como no lo será en escritos posteriores. Parece se escribió hacia el año 249.
 Haga un pequeño esfuerzo el lector para sustituir los espectáculos propios de aquel tiempo y los medios de alienación por los actuales y verá que apenas hay diferencia entre aquella sociedad y la presente, entre aquellos hombres y los contemporáneos.

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     1. Con razón me reconvienes, carísimo Donato; pues, en efecto, recuerdo que te di palabra y éste es tiempo oportuno de cumplirla, porque, con la bonanza de la vendimia el ánimo desembarazado logra para su descanso la acostumbrada y estable quietud después de las fatigas del resto del año. Además, el paraje dice bien con el tiempo; y la cara amena que presentan los jardines conspira con los suaves céfiros del otoño a regalar y halagar los sentidos. Es agradable pasar aquí el día en conversación e instruir el entendimiento con discursos que tiendan a los preceptos divinos. Y con el fin de que no interrumpa nuestra charla un interlocutor profano, ni nos perturbe el griterío descompasado del bullicio de los esclavos, vamos a aquel sitio; allí está más retirado por la soledad que le rodea; allí donde los pámpanos serpenteantes que trepan con sus rizos colgantes por los soportes de cañas formaron una pérgola con parras de frondosa cubierta. En ningún lugar tan a propósito para conversar, y a la par que contemplamos árboles y vides, que regocijan la vista con tan ameno espectáculo, el espíritu se alimenta con lo que entra por el oído, mientras se apacientan los ojos; si bien, no tienes otra ansia y preocupación que escuchar, sin cuidarte de la contemplación de encanto tan halagüeño; y por el afecto que me profesas, tienes los ojos puestos en mí y me prestas toda tu atención para escucharme.
     2. De otra parte, por poco y malo que sea lo que salga de mi para tu espíritu, pues la pequeñez de mi pobre talento produce escasa cosecha y no llega a cargarse con abundantes espigas del fecundo cereal, con todo pondré a contribución las fuerzas de que dispongo, pues, además, el tema dice bien conmigo. En las causas del foro, en la tribuna jáctase la oratoria ostentosa de sus fluidos recursos; mas, cuando se habla del Señor y de Dios, la sencillez auténtica de la palabra no debe apoyarse en las habilidades de la elocuencia como argumentos de la fe, sino en la sustancia del contenido. En fin, escucha no discursos grandilocuentes, sino sólidos; no adornados con las galas de piezas bien compuestas para halago de los oídos del público, sino de estilo llano, con la verdad escueta para anunciar las bondades de Dios. Lo que voy a decirte mejor se siente que se aprende. Escucha cosas que se sienten antes de aprenderlas, cosas que no se comprenden con largas especulaciones a fuerza de tiempo, sino que se extraen del poder de la gracia, que da sazón a nuestros conocimientos.
     3. Cuando estaba postrado en las tinieblas de la noche, cuando iba zozobrando en medio de las aguas de este mundo borrascoso y seguía en la incertidumbre el camino del error sinsaber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, me imaginaba cosa difícil y sin duda alguna dura, según eran entonces mis aficiones, lo que me prometía la divina misericordia que uno pudiera renacer y que, animado de nueva vida por el baño del agua de salvación, dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera la misma estructura de su cuerpo. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación, que de la noche a la mañana, tan de repente, se despoje uno de lo que es congénito a la misma naturaleza, o se ha endurecido por hábitos inveterados? Estos se han arraigado con raíces muy hondas. ¿Cuándo aprenderá la parsimonia quien se ha acostumbrado a espléndidas cenas y opíparos convites? y ¿cuándo se va a contentar con vulgar y sencillo atuendo quien siempre brilló por el oro y la púrpura de sus rozagantes vestidos? No puede reducirse a un particular sin pomposo aparato el que gozó de dignidades y cargos. Aquel que suele ir rodeado de una escolta de clientes, cortejado con numerosa comitiva de adulores, considera como un tormento el verse solo. A quienes se han apegado a los halagos de las pasiones es necesario, como de costumbre, que les arrastre la embriaguez, los hinche la soberbia, los exalte la ira, los despedace la codicia, los provoque la crueldad, los alucine la ambición, los precipite la lujuria.
     4. Esto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, desesperando de enmendarme, fomentaba mis males como hechos ya naturaleza en mí. Más después que quedaron borradas con el agua de regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes parecía difícil, se hizo posible lo que se creía imposible, de modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados, que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo. Tú mismo puedes comprender y reconocer a una conmigo de qué nos ha despojado y qué nos ha traído esta muerte de los vicios y esta vida de las virtudes. Tú bien lo sabes, sin que yo lo pregone. Siempre es odiosa la jactancia en propio elogio; si bien no puede decirse jactancia, sino gratitud, el atribuirlo a don de Dios y no a las fuerzas del hombre, de manera que el no pecar ahora es favor de la gracia, y el haber pecado antes fue efecto de la miseria humana. Don de Dios es, digo, todo lo que ahora podemos. De El vivimos, por El tenemos fuerzas, de El recibímos y sentimos aquel vigor por el cual, aun permaneciendo en esta vida, nos anticipamos a gustar los preludios de la futura. Solamente debemos tener temor de perder la inocencia, para que el Señor, que por su misericordia infundió su gracia celestial en nuestras almas, permanezca complacido merced a nuestras buenas obras en nuestro espíritu, como en su morada, no sea que la seguridad concedida nos haga descuidados y se introduzca de nuevo el antiguo enemigo.
     5. Por lo demás, si tú te asientas con pie firme en el camino de la inocencia, de la justicia, si uniéndote tan sólo a Dios con todas tus fuerzas y con toda tu alma, no eres más que lo que has empezado a ser, cuanto mayor fuere en ti el aumento de gracia, tanto mayor capacidad de fuerzas se te dará. No hay medida alguna en las mercedes que recibimos de Dios, como suele haberla en los beneficios de acá abajo. El Espíritu, que se derrama sobreabundantemente, no se ve oprimido por límites ni encerrado en estrecho espacio que lo frene. Fluye sin cesar, rebosa su abundancia; solamente tiene que abrirse nuestro corazón y estar sediento. Cuanta fe seamos capaces de presentar, tanta abundancia de gracia recogeremos. Entonces ya podemos, mediante una castidad austera, una alma pura, unas palabras limpias, remediar a los dolientes, destruir la ponzoña, purificar las almas de los enfermos devolviéndoles la salud, imponer la paz a los enemigos, la calma a los violentos, la mansedumbre a los iracundos; obligar a los espíritus inmundos y vagabundos que se introdujeron en los hombres para atormentarlos, a confesar increpándoles con amenazas, forzarlos con duros azotes a que salgan, aumentarles el castigo si se resisten; si aullan, si gimen, sacudirles con látigos, abrasarlos con el fuego. Esto se produce allí, pero no se ve. El efecto del castigo es oculto, aunque el castigo del exorcismo es manifiesto. Por eso, desde que empezamos a ser suyos, el Espíritu que hemos recibido obra con toda libertad; más porque no hemos cambiado todavía de cuerpo y miembros, nuestros ojos carnales están aún oscurecidos con las nubes del siglo. ¡Qué gran dignidad tiene el alma! ¡Qué grande su poder! No sólo ha quedado desprendido del pernicioso apego del mundo, hasta estar libre por su expiación y pureza de la peste esparcida por el enemigo, sino que ha adquirido mayor y más poderosa pujanza de fuerzas, que se impone con imperio a todas las legiones del enemigo atacante.
     6. Y para que resplandezcan con mayor brillo los efectos de la divina gracia mediante la manifestación de la verdad, te daré luz de conocimiento y, después de quitada la oscuridad de los vicios, disiparé las tinieblas en que está envuelto el mundo. Imagínate por un momento que subes a la cumbre de un elevado monte, que desde allí diriges una mirada al espectáculo de todo lo que está a tus pies, y que libre del contagio mundano, con la vista extendida en varias direcciones, contemplas las borrascas de este mundo anegado. Seguramente por ti mismo te compadecerás de este mundo, y estarás ya prevenido por tu parte; y a la vez, agradecido a Dios, te sentirás más satisfecho de haber escapado de sus peligros. Observa los caminos infestados de ladrones, los mares acechados por piratas, por todas partes divididos los pueblos por los horrores de sangrientas guerras. Todo el mundo está bañado en sangre de sus habitantes. Cuando alguno comete un homicidio, se considera como crimen; es virtud cuando se ejecuta oficialmente. Hace impune a la maldad no el título de inocencia, sino la magnitud de la crueldad.
     7. Si, además, vuelves la vista y la atención a las ciudades, encontrarás un tropel más lamentable que la misma soledad. Se organizan juegos de gladiadores para que la sangre apaciente la crueldad de los ojos. Se les engorda el cuerpo con los manjares más sólidos y se les engrasa con aceite los robustos músculos, para que al fin vendan caras sus vidas en la pelea. Se mata al hombre para causar placer a otros hombres. Y es pericia la habilidad en matar, es práctica, es un arte; y tal maldad no sólo se comete, sino que se enseña. ¿Qué puede haber más inhumano, más cruel? Es arte el saber matar a otro, y gloria el hacer que muera. Pues ¿qué dirás de aquello de que algunos se arrojen a las fieras, sin que hayan sido condenados, en plena edad, bien conformados de cuerpo, con vestidos costosos? Se preparan en la flor de su vida para hacerse sus propios funerales, y se glorían como desgraciados de su desdicha. Luchan con las fieras no por causa de un delito, sino por una locura. Los padres están mirando cómo combaten sus hijos; el hermano y la hermana se hallan en los asientos del anfiteatro, y, aunque el rumboso aparato del espectáculo aumente su magnificencia, para que la madre asista a sus propios sufrimientos, esto, ¡qué dolor! hasta lo paga la madre. Y aun creen los ojos que no son parricidas en tan impíos y bárbaros espectáculos.
     8. Vuelve luego tu rostro a otra maldad no menos abominable de otra clase de juegos: puedes ver en el teatro también lo que te causaría dolor y vergüenza. La altisonante tragedia sirve para reproducir las antiguas fechorías en verso. Se representan con la acción plástica, a semejanza de la realidad, los horrores de los Parricidios e incestos pasados, para que no perezca nunca en el curso de los siglos el recuerdo de la maldad cometida. Se enseña a todo el mundo a escuchar que puede hacer lo que antes se hizo. Así nunca mueren los delitos a pesar de los siglos, nunca se borran con el tiempo los crímenes, nunca quedan sepultados en el olvido. Las iniquidades que ya dejaron de existir se convierten en ejemplos presentes. Además, gusta en la comedia ver representar a un artista de torpezas lo que ha hecho en casa o escuchar lo que puede hacer. Se aprende el adulterio al verlo, y con el halago a los vicios proveniente del ejemplo de la autoridad pública, la matrona, que había acudido tal vez honesta al espectáculo, vuelve de él deshonesta. Añádase ¡qué estrago de las costumbres, qué incentivos de las obscenidades, qué pábulo de los vicios! La indecencia de los gestos de los comediantes; ver representar las torpezas e incestos contra las leyes de la naturaleza; hacerse eunucos los hombres; se debilita toda dignidad y vigor del sexo con la ignominia de un cuerpo afeminado; y el que más se haya transformado en mujer, más agrado causa. Cuanto más hábil en torpezas es uno considerado, tantos más aplausos recibe. Aquí se le contempla, ¡qué maldad!, con placer. Un hombre de tal jaez ¿a qué extremo no provocará? Despierta la sensualidad, halaga la pasión, ahuyenta de sí la conciencia honrada y viril; no le faltan autorizados ejemplos del vicio atrayente, para que, escuchándolo con menos rubor, tenga entrada el mal en los espectadores. Representan aquí a la Venus lasciva, a Marte adultero, a aquel Júpiter, su príncipe no tanto por el cetro como por sus vicios, ardiendo de amores terrenos con todos sus rayos, ya blanco como un cisne, ya cayendo con lluvia de oro, ya bájando en alas del águila para robar los jóvenes que apunta la pubertad. Mira, pues, ahora si puede haber alguien que contemple el teatro limpio y puro. No hace más que imitar a los dioses a quienes venera. Para estos desgraciados los delitos se cubren también con capa de religión. 
     ¡Oh, si, puesto en aquella elevada atalaya, dirigieres tus ojos a los lugares secretos y pudieres abrir las puertas cerradas de los aposentos y sacar a la luz lo más oculto de las casas! Verías cometer por los impúdicos lo que no pueden ni mirar unos ojos pudorosos; verías lo que sólo el mirar es ya un crimen; verías lo que niegan haber cometido los alocados por el frenesí de los vicios, y con todo se apresuran a hacerlo. Los varones se prostituyen unos a otros, con morboso apetito. Ejecutan lo que no pueden aprobar los mismos que lo cometen. No digo bien; el mismo que así obra, condena a los otros de su ralea; el deshonesto difama a los deshonestos y cree que, a pesar de ser consciente de su culpa, ha escapado, como si no fueran bastantes los remordimientos de su conciencia. Los mismos que son acusadores en público, en privado son reos, censores contra sí mismos a la vez que delincuentes; reprueban en lo exterior lo que en lo interior abonan con sus obras; cometen voluntariamente lo que recriminan después de cometido. Juntan la osadía, además, a los vicios, y la desvergüenza a la deshonestidad. No te espantes de que hablen éstos de esa forma; en sus bocas las palabras son su menor delito.
     10. Pero después de los caminos llenos de salteadores, despues de las luchas frecuentes por todo el orbe, después de los espectáculos sangrientos, obscenos, después de las ignominias de las pasiones, cometidas en lupanares o en el secreto de lugares privados, cuyo desenfreno se aumenta cuanto más secreto es el pecado, quizá te parezca el foro inmune, porque, libre de estas maldades provocativas, queda limpio del contacto de todo género de desórdenes. Vuelve, empero, tus ojos allá: muchas cosas encontrarás allí que detestar y tendrás que apartar la vista de aquel lugar. Bien que se hayan grabado las leyes de las doce tablas y se hayan expuesto al público en láminas de bronce; se peca dentro de las mismas leyes; no se salva la honradez ni allí donde se defiende. Un furor recíproco se ensaña entre los litigantes, y en el tribunal resuena el estrépito molesto de los pleitos sin lograr la paz. Allí están dispuestas las lanzas, y las espadas, y el verdugo, los garfios que desgarran, el potro que estira, el fuego que abrasa, siendo más los suplicios para atormentar a un solo cuerpo humano que sus miembros. Y ¿quién podrá acudir en ayuda entre estos tormentos? ¿El abogado ? Si él es el primero que prevarica y engaña. ¿El juez? Si se deja sobornar a cuenta de la sentencia. El magistrado que se sienta en el tribunal para castigar los delitos, él mismo los comete, y, a trueque de hacer perecer a un reo inocente, se hace delincuente el juez. Por todas partes cunden los delitos, y en todas las formas de delincuencias se impone por medio de los malvados la iniquidad.
     Este finge un testamento; aquél falsifica una escritura bajo fraude del título; aquí se les quita a los hijos la herencia; allí se dan a extraños los bienes; el enemigo acusa, se levanta una calumnia, el testigo depone falsamente. De una y otra parte acuden esos venales que prostituyen su lengua para fingir crímenes, y entretanto no mueren con los inocentes los delincuentes. No hay respeto a las leyes, ningún temor al instructor de causas ni al juez; para qué temer a lo que puede lograrse por cohecho. Es ya un delito ser inocente entre los malos; y el que no imita a los malos, los ofende. Ya contemporizan las leyes con los delitos y empieza a ser lícito lo que es oficial. ¿Qué pudor, qué integridad puede haber allí donde falta quien condene a los malvados y solo existen quienes deben ser condenados?
     11. Pero porque no parezca que elegimos las cosas peores y nos guía el deseo de hacer poner los ojos sobre las cosas que ofenden con su execrable y funesto aspecto la mirada y conciencia delicadas, te mostraré ahora lo que la ignorancia de los mundanos considera bueno. Ahí verás cosas no menos dignas de aborrecerse, eso que crees dignidades honoríficas, esos fasces, esa abundancia de riquezas, ese poderío militar, el brillo de la púrpura de los magistrados, el poder ilimitado del príncipe; en todas esas grandezas se oculta el veneno del mal acariciante; y la cara hermosa y sonriente de la maldad esconde el engaño atrayente de una miseria disimulada. Es como una ponzoña en la que la bebida que se toma, elaborada con jugos mortíferos, parece condimentada con falso dulzor; una vez apurada, se ha bebido la muerte. También aquel hombre que aparenta derramar fulgores de su espléndido manto, con qué bajezas no compró todo este fausto; qué desdenes ha tenido que soportar de los soberbios antes; a cuántas puertas de estos magnates habrá tenido que acudir de mañana para cumplimentarles el saludo; cuántas veces habrá ido precediendo los pasos humillantes de estos altivos entre los grupos de clientes, para que a él mismo, después de recibir el obsequio del saludo, le precediese la turba del cortejo ostentoso, debida, empero, a la dignidad más que a su persona, pues no merecían sus costumbres ese honor, sino las insignias de su cargo. Debes ver, en fin, los resultados ignominiosos de estos tales. Cuando el adulador, que sabe barruntar las ocasiones, se aparta de su lado;cuando sus seguidores abandonan y deshonran la compañía del que ven ya como particular, entonces atormentan su conciencia los golpes que han dejado malparada su casa; entonces se dan cuenta de los perjuicios y desgaste de su patrimonio, por granjearse el favor del pueblo y buscar su adhesión con vanas esperanzas. Necios, además, y fútiles derroches; se pretendió comprar con el atractivo de un espectáculo ficticio lo que no aprovecharía al pueblo y sería dañoso al magistrado.
     12. En cuanto a los que tienes por ricos, que añaden bosques a bosques y ensanchan sin límites sus fincas, arrojando al pobre de las heredades en su derredor; a éstos, entre el peso del oro y la plata y los montones de inmensas riquezas que se acumulan o se van enterrando, también acosa la inquietud y la zozobra en medio de sus tesoros, temiendo no las robe el ladrón, no las ataque un enemigo, no las ponga en litigio calumniosamente la envidia de un adversario más poderoso. No comen ni duermen con sosiego, suspiran hasta en los banquetes, aunque beban en vasos incrustados de perlas. Cuando recuesta su plácido cuerpo en los convites en blando y magnífico lecho, le abandona el sueño y no comprende el infeliz que estas cosas son bonitos suplicios, que está atado por el oro y que más bien están ellos poseídos por las riquezas que las poseen ellos; y, ¡oh detestable ceguera del espíritu, oh profundo letargo de una loca codicia!, pudiendo descargarse y aliviarse de tanto peso, buscan cada vez más riquezas que les producen angustia, y se pegan tenazmente a mayores tormentos. No tienen largueza para sus clientes, no distribuyen nada con los necesitados, y dicen que son suyos los caudales que guardan encerrados en su casa con tanta inquietud y cuidado como si fueran cosa ajena; no emplean nada de ellos ni para los amigos, ni para sus hijos, ni aun para sí mismos; tan sólo los poseen para que otro no pueda poseerlos; y, ¡oh qué confusión de cosas!, llaman bienes a aquello que no usan sino para el mal.
     13. ¿Acaso crees que estarán seguros y estables, aun entre las magnificencias de dignidades y poderíos, aquellos que, brillando con el esplendor del palacio regio, están rodeados de una escolta de centinelas armados y vigilantes? Estos precisamente tienen más miedo que los demás. Se ven en la necesidad de temer tanto cuanto ellos mismos son temidos. Las alturas del trono no eximen al poderoso de sobresaltos parejos, aunque se vea bien rodeado de una tropa de ministros y acompañado y protegido por numerosa guardia. En la medida en que él no deja tranquilos a sus subditos, en la misma no lo está él; antes causa temor su poder a los mismos a quienes hace temibles. Este le sonríe para ponerle furioso, le acaricia para engañarle, le ensalza para derribarle. Cuanto mayores fueren las dignidades y honras buscadas con codicia perniciosa, tanto mayor rédito de penas le exigirá.
     14. Así que sólo hay un medio de vivir tranquilo y confiado, sólo una firme y sólida seguridad: cuando uno, apartándose de estas inquietudes y borrascas del siglo, se acoge al amparo de un puerto favorable, levanta los ojos al cielo desde la tierra y, despues de recibir la gracia de Dios y puesto el corazón en El, se gloria de tener por vil todo lo que en los demás consideran los mundanos grande y elevado. Nada puede ya apetecer, nada puede desear de este mundo, quien es superior al mundo. ¡Qué defensa tan firme e inconmovible, qué protección tan celestial llena de imperecederos bienes, el liberarse de los lazos y redes del mundo, purificarse de las heces de acá abajo para mirar a la luz de la inmortalidad sin fin! Debería tenerse presente el daño que nos causó anteriormente la astucia del ataque del enemigo. Nada nos compele más a amar lo que hemos de ser que poder saber y reprobar lo que éramos. Y para esto no es preciso dinero, ni dádivas, ni recomendación, como para lograr el mayor tesoro del mundo, las más altas dignidades o poderes con gran esfuerzo; en cambio, los dones de Dios son gratuitos y fáciles de alcanzar. Así como el sol resplandece, el día da su luz, las fuentes sus aguas, la lluvia su riego, así se difunde el espíritu celestial. Después que el alma que tiene su corazón en el cielo ha conocido a su autor, como más alta que el sol y más elevada que todo poder terreno, empieza a ser lo que cree ser.
     15. Tú, que ya has sido alistado en el ejército espiritual por la milicia del cielo, procura guardar la ley incorrupta y sobria con las virtudes de la religión. Tu oración y lectura deben ser continuas. Unas veces habla con Dios, otras contigo. El te instruirá en sus preceptos; El ha de prepararte. A quien El hiciere rico, nadie hará pobre. No podrá haber penuria, una vez que el alimento del cielo sació su alma. Serán para ti basura los palacios con techos incrustados de oro y mármoles costosos, ya que sabes que mejor te has de arreglar y adornar a ti mismo, que esta tu casa es de más precio, porque el Señor habita en ella como en un templo, desde que el Espíritu Santo empezó a habitarla. Esta casa hemos de pintar con los colores de la inocencia e iluminar con las lámparas de la justicia. No hay que temer se derrumbe carcomida por los años, ni se ajará por desprenderse su pintura o su oro. Son caducos todos los barnices postizos, y no dan confianza segura a sus poseedores las posesiones que no tienen verdadera solidez. Esta casa permanecerá siempre hermosa y fresca, siempre con aspecto íntegro, con brillo perenne, no puede decaer ni extinguirse; sólo, sí, se restituirá a mejor perfección cuando resucite su cuerpo. 
     16. Esto he podido decirte en breves palabras por ahora, mi carísimo Donato; pues aunque tu paciencia tolerante para el bien, tu sólida adhesión al Señor, tu fe firme gusten de escuchar mis saludables palabras y nada te sea más agradable que lo que agrada al Señor, hemos de omitir bastantes cosas por decir, ya que solemos juntarnos y hemos de hablar con frecuencia. Y porque ahora son días de fiesta y descanso, todo lo que queda del día, al declinar ya el sol a su ocaso, pasémoslo en alegría, y ni la misma hora de la cena quede sin condimento espiritual. Resuenen los salmos durante el sobrio convite y, puesto que tienes feliz memoria y melodiosa voz, empieza según sueles hacerlo. Deleitarás mejor a tus amigos si recreas nuestros oídos con cantos espirituales de piadosa suavidad.