SERMONES DESDE EL POZO DE SICAR (2)

Dominica I in Quadragesima

 In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

Nos propone hoy la Santa Madre Iglesia para meditar el texto de S. Mateo sobre las tentaciones del diablo a nuestro Señor Jesucristo. Muchas aplicaciones para nuestro camino en la perfección espiritual pueden sacarse de esta lectura santa. La primera que propongo a vuestra meditación es la purificación de nuestra fe, expurgándola de errores. A saber, la doctrina católica nos propone con certeza que Cristo no tenía capacidad alguna de ser tentado internamente, por lo que fue imposible que sufriera tentaciones, si Él mismo no las hubiera permitido externamente con el objeto de enseñarnos.

La humanidad sin pecado del Señor y de su Santísima Madre es dogma de fe,  debiendo decir con todo dolor que muchos hoy, incluso dentro del cristianismo supuestamente «conservador», han errado al atribuir una naturaleza con tendencia a pecar del precioso Dios-Hombre, que las Santas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia descartan de plano. El debate actual acerca de si Cristo pudo haber pecado (si tenía capacidad para pecar) o si, al menos, tenía el fomes peccati, es triste, pero muy difundido y nada original, pues muchos herejes en la antigüedad abrazaron dichos errores. Pero hay que tener claridad y precisión en este vital punto de nuestra fe, sin la cual, el que  no la guardare sin mancha se perderá, ya que es doctrina católica definida.

Cristo no puede ser tentado,  porque en Él no existe el fomes peccatiCristo es Dios, en Él hay una sola Persona: la divina; dos naturalezas: la humana y la divina, pero una sola Persona, lo que quiere decir que todas las operaciones teándricas ( Dios-hombre) de Cristo se han de referir a su Persona única y divina. De igual manera, pero por distinto motivo, la Virgen María no tuvo, tampoco, el fomes peccati, en virtud de un privilegio especial, exigido moralmente por su Inmaculada Concepción y, sobre todo, por su futura maternidad divina, Dios confirmó en gracia a la Santísima Virgen desde el instante mismo de su purísima concepción – no desde su nacimiento, como dice el obispo consagrado por Lefebvre: Williamson- hasta la Asunción a los cielos.

Entonces, ¿Por qué permitió Jesús el ser tentado externamente? San Agustín nos enseña: « Para constituirse en mediador que venciese las tentaciones [nuestras], no sólo con su auxilio, sino con su ejemplo» ( Trinitatae 4,13). Y San Jerónimo, dice que fue tentado: «no obligado, ni cautivo, sino por el deseo de combatir».

Entiéndase bien lo que dice la Iglesia y desde San Agustín a San Francisco de Sales, pasando por Santo Tomás de Aquino: al decir externas no quiere decir que no sucedieran, sino que Cristo permitió el diálogo a Satanás sin que en Él hubiera fomes peccati  o concupiscencia o potencia de inclinación al mal de manera que pudiera ceder, o no hacerlo. En ningún momento podía haber un instante de vacilación en Cristo que turbase su entendimiento sobre cuál era el verdadero bien y ello pudiese dilatar ni una millonésima de segundo la adhesión de su voluntad,  en una supuesta  lucha interior. Imaginar a Cristo o la Virgen María como sujetos capaces de fomes peccati es blasfemo, además de herético.

Manifestado el dogma católico, tratemos de comprender ahora, por qué nosotros sí somos tentados. .Quienquiera que entre dentro de sí mismo podrá comprobar un hecho tan humillante como doloroso: el imperio se escapa de las manos de aquel que debiera tener el cetro. La razón y la voluntad, reinas por derecho, con harta frecuencia se convierten en esclavas de las facultades inferiores. En todo caso, sus órdenes son más o menos discutidas, y su dirección, más o menos desacatada. ¿Qué hombre es tan dueño de su imaginación que pueda reprimir todos sus extravíos; tan señor de sus apetitos sensuales que no tenga que luchar contra sus atracciones violentas y que a menudo no tenga que avergonzarse de sus rebeldías? El desorden no consiste en que la parte sensible de nuestro ser apetezca los bienes sensibles, ni tampoco en que tengamos afecciones vivas y pasiones (porque hay pasiones buenas): antes bien, todo esto pertenece a la perfección del ser humano. El desorden consiste en que estas afecciones y pasiones, que deberían ser siervas, sacuden su natural dependencia, y en vez de esperar las órdenes de la razón para seguirlas, se las adelantan o las contradicen, y aun a veces arrastran a la razón hacia objetos y deleites que el deber prohíbe.

La teología, para expresar con una sola palabra este desorden  interior nuestro, ha tomado del Apóstol los nombres de concupiscencia o codicia. Las Sagradas Escrituras dan a la concupiscencia el nombre de pecado (Rom. 7, 20), no porque sus inclinaciones sean verdaderamente pecado cuando se las resiste, cuando se las reprueba, cuando se da el sentir, pero sin el consentir, sino, como dice el Concilio Ecuménico y dogmático de Trento, «porque-la concupiscencia- viene del pecado e inclina al pecado» (Conc. Trento, ses. 5ª, canon 5).Viene del pecado porque, si la imaginación no está por entero sometida al espíritu, las pasiones a la voluntad, la carne al alma, es  por la culpa original; perdimos el privilegio gratuito que suplía las imperfecciones de la naturaleza y ponía orden en todo nuestro ser.

Establezcamos algunas verdades para entender la razón de ser tentados. La primera es que Dios no tienta a nadie. «Nadie diga en la tentación: Soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tentar a nadie» (St 1,13). La segunda: Que si bien Dios no es autor de la tentación, puede, en cambio, permitirla por los frutos que de ella se siguen, y de hecho lo permite; por eso en las Sagradas Escrituras se llama bienaventurados a los que sufren y vencen en la tentación: «Tened, hermanos míos, por sumo gozo veros rodeados por diversas tentaciones» (St 1,2); y  «Bienaventurado el varón que soporta la tentación» (St 1,12). La tercera, es que Dios derrama más gracias en nosotros cuando somos tentados, que en los momentos de consuelo: «Fiel es Dios que no permite que seáis tentados por encima de vuestras fuerza»s (1Co 10,13). «El demonio,- dice Santo Tomás- tienta en la medida que Dios le permite. Dios conoce las tentaciones y nuestras fuerzas. Por eso regula su violencia, calcula sus efectos y las permite en proporción de nuestras fuerzas. Cuanto más fuerte es la tentación mayor es el auxilio de Dios». La cuarta es que de las tentaciones nos provienen muchos bienes en el camino de la perfección: a) nos prueban, por lo que nos ayudan a conocernos, y al conocer nuestra debilidad, nos hace más conscientes de la gracia divina; b) al ser un sufrimiento nos ayudan a purgar las penas de nuestros pecados; c) Acrecientan nuestros méritos, por lo que pueden ser consideradas, sin temor a equivocarnos, como la semilla que contendrá el grado de nuestra gloria en el cielo; La quinta es que nos ayudan a ser humildes, así como los consuelos mal comprendidos pueden acrecentar la soberbia; La sexta, es que arraigan las virtudes que tenemos por el uso repetido de ellas en el combate; La séptima, es que nos hace más vigilantes, pues ordinariamente la tentación no avisa; La octava, es que comprendemos más a nuestros hermanos cuando son tentados.

      No obstante, para que la tentación sea provechosa, además de resistirla, huelga decirlo, hemos de afrontarlas con paciencia y con resignación, como un regalo de Dios, que desea aumentar nuestros méritos, aquilatándonos como el oro en el crisol.

 

San Juan Crisóstomo explica aún mejor las razones de la tentación: «Cualquiera que seas, por grandes que sean las tentaciones que sufras después del bautismo, no te turbes por ello, más bien permanece firme. Pues has recibido las armas para combatir, no para estar ocioso. Y esa es la razón por la que Dios no te exceptúa de las tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres mucho más fuerte. Segundo, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de los dones recibidos. Tercero, para que el demonio que acaso duda si realmente lo has abandonado, por la prueba de las tentaciones, puede tener seguridad de que te has apartado de él. Cuarto, la resistencia te hace más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto, las tentaciones te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Pues, si no hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor y altura, no te tentaría».( Homiliae in Matthaeum, hom. 13,1).

Por eso nos enseña San pablo a gloriarnos en ellas: «Y no nos gloriamos solamente en esto, sino también en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación ejercita la paciencia,  la paciencia sirve a la prueba de nuestra fe, y la prueba produce la esperanza,  esperanza que no burla; porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado». (Rm. 5, 3-5).

Acojamos, pues, con resignación cristiana las tentaciones que Dios permite, pues nos dará gracia sobreabundante para vencerlas, pero jamás nos pongamos nosotros en ocasión voluntaria de tentación porque, entonces, no podemos asegurar si Dios nos dará la gracia para salir  ilesos, a causa de nuestro pecado de temeridad al exponernos a ella sin causa justa.

Ave María purísima. Sin pecado concebida.

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