PAPA LIBERIO della gente Savelli, nato a Roma, eletto nel 352, morto nel 366, sepolto nel cimitero di Priscilla. Interno della Basilica di Santa Maria...

La tesis de la infalibilidad permanente del Papa está sólidamente establecida por argumentos de razón y de autoridad. Por lo demás, esta tesis es confirmada por los hechos: jamás ningún Papa se ha desviado de la fe.

Que los Papas hayan errado en la fe es una fábula calumniosa, inventada en el siglo XVI por un grupo de historiadores protestantes llamados Centurarios de Magdeburgo. Sus mentiras fueron retomadas por los galicanos, después por los anti infalibilistas del siglo XIX, y en el siglo pasado y éste por Mons. Lefebvre y sus seguidores. Es el género de ataque adoptado, hace tres siglos, por los Centurarios de Magdeburgo. Como, en efecto, los autores y alborotadores de las opiniones nuevas no habían podido abatir las defensas de la doctrina católica, por una nueva estrategia, empujaron a la Iglesia hacia las discusiones históricas. El ejemplo de los centuriones fue reiterado por la mayor parte de las escuelas en revuelta contra la antigua doctrina, y seguido, lo que es peor, por muchos católicos en Econe y la Reja.

Ciertos escritores de hoy en día y clérigos pretenden que el Papa San Liberio (352 – 366) habría tomado el partido de los herejes arrianos y excomulgado al obispo católico San Atanasio, lo que les sirve de justificación para afirmar que un hereje público puede ser papa, lo que constituye una herejía de iure o de facto.  En cuanto a los que defienden a los herejes e incluso los elogian, hay que recordar el anatema que recae sobre ellos: 

Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio…, juntamente con sus impíos escritos, Y A TODOS LOS DEMÁS HEREJES, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica…, y a los que han pensado y piensan como los antedichos herejes y que permanecieron hasta el fin en su impiedad, ESE TAL SEA ANATEMA”. Así sentencia el Canon 11 del I Concilio de Constantinopla (D. 223) – cuestion de “lapsus”. De lo que se deduce que tanto seglares como clérigos están anatematizados al elogiar a los herejes, y ésto últimos confeccionan los sacramentos ilícita y sacrílegamente, por lo que es obligatorio abstenerse de frecuentarlos de sus manos, salvo en peligro de muerte.

El propósito de esta sección es manifestar con datos que jamás ningún Papa cayó en herejía, para así iluminar el entendimiento de tantos católicos de buena fe enredados en las telarañas de estos neo Centurarios de Magdeburgo, que bajo la excusa de la Misa tradicional son una nueva especie del pensamiento insalubre salido de la mente pútrida de Lutero. Quedarán almacenado en la sección Apología, donde los podrán consultar en cualquier tiempo.

EL CASO DEL PAPA LIBERIO

Fuente: Misterio de Iniquidad, cuyo libo pueden adquirirlo aquí

Esta acusación es totalmente injusta, pues San Liberio se distingue al contrario por su lucha contra el arrianismo, lo que le valió ser exiliado de Roma por el emperador arriano. Lejos de excomulgar a Atanasio, por el contrario, le defendió de sus adversarios.

El ataque contra Liberio tiene tan poco sustento que un antiinfalibilista de primer rango como Monseñor Bossuet no pudo valerse de él. “En 1684, Bossuet recibió el encargo de Luis XIV de componer la Defensa de la declaración de la Iglesia de Francia, la apología a la herejía galicana. Emprendió enseguida esta obra, que debía costarle tanto trabajo y darle tan poca satisfacción. En la investigación de todo lo que podía invalidar la infalibilidad de los Papas, tropieza rápido con la caída de Liberio. ¿Cuál fue el resultado del largo examen que hizo de este hecho? Su secretario, el padre Lidie, nos lo cuenta: después de haber hecho y rehecho veinte veces el capítulo sobre Liberio, terminó por suprimirlo totalmente, porque no probaba lo que él quería” (Padre Benjamín Marcelina Constante: La historia de la infalibilidad de los Papas o investigaciones críticas e históricas sobre los actos y las decisiones pontificales que diversos escritores han creído contrarias a la fe, segunda edición, Lyon y París, 1869, t. I, p. 357, apoyándose en Historia de Bossuet, piezas justificativas, 5, 1, t. II).

Neo Centurarios de Magdeburgo y neo galicanos

“Liberio ascendió al trono pontificio el 22 de mayo de 352. Algunos meses después arribaban a Roma dos diputaciones: una, enviada por los obispos de Oriente, para entregar al Papa una requisitoria contra el obispo de Alejandría; la otra venía a hacer, en nombre de todos los obispos de Egipto, la apología del mismo personaje. ¿Qué hace Liberio? Convoca un concilio en Roma, hace leer las cartas de los Obispos de Oriente y las de los obispos de Egipto, escucha los dichos de las dos partes y, suficientemente edificado sobre la causa, clausura los debates y declara la acusación hecha contra Atanasio desprovista de todo fundamento.

En el concilio de Arles en 353, el legado Vincent de Capoue cree que el bien de la Iglesia exige que se haga a la paz general el sacrificio de un hombre. La fe de Nicea es respetada, pero Atanasio es condenado. Liberio, ante esta noticia es penetrado de dolor; llama a su legado prevaricador, jura morir antes que abandonar al inocente.

Un año después, el emperador arriano Constancio reprocha de nuevo a Liberio su adhesión al obispo de Alejandría, pero el Papa resiste.

En 355, el oficial Eusebio al principio, el mismo emperador enseguida, presionan a Liberio para que condene a quien ellos ven como su enemigo personal. “¿Cómo, se lo ruego, actuar así para con Atanasio?, responde Liberio. ¿Cómo podemos Nos condenar al que dos concilios reunidos de toda la tierra han declarado puro e inocente, aquél que un concilio de Roma ha despedido en paz? ¿Quién nos persuadirá de separar de Nos, en su ausencia, a aquél que, en su presencia, Nos hemos admitido a la comunión y recibido con ternura?” Ningún lugar para la excomunión; todo es pleno, al contrario, de pruebas de la más sincera adhesión” (Constant, t. I, p. 329 – 331).

“El emperador intenta hacer ceder a San Liberio por regalos y amenazas, pero en vano. El emperador ordena entonces relegarlo a Berea de Tracia e hizo nombrar un “Papa” en Roma, llamado Félix II. Tras una petición de las damas romanas, el emperador llama a San Liberio. ¿San Liberio habría hecho concesiones doctrinales al arrianismo, con el fin de poder retornar de su exilio?

El antipapa Félix II, a pesar de adherir a la fe de Nicea, mantenía relaciones con los arrianos. Por esta razón era detestado por los fieles de Roma y su iglesia estaba vacía. Cuando San Liberio regresó, la recepción hecha por el pueblo fue triunfal. Si San Liberio hubiera hecho cualquier concesión a los arrianos, los parroquianos le habrían manifestado la misma hostilidad que a Félix II. El obispo Osius guarda la fe hasta la edad de 90 años, después suscribe una fórmula arriana bajo coacción. Su caída hizo gran ruido. Si San Liberio hubiera tenido una caída parecida, el escándalo habría sido todavía más grande y su memoria habría sido censurada para siempre. Ahora bien, este Pontífice goza de un renombre excepcional, incompatible con una pretendida caída. “¿Hay que asombrarse de que Siricio lo vea como uno de sus más ilustres predecesores; que San Basilio lo llame “bienaventurado, muy bienaventurado”, San Epifanio “Pontífice de feliz memoria”, Casiodoro “el gran Liberio, el muy santo obispo que sobrepasa a todos los otros en mérito y se lo encuentra en todo uno de los más célebres”; Teodoreto “el ilustre y victorioso atleta de la verdad”; Zósimo “hombre poco común bajo cualquier aspecto que se lo considere”; Lucius Dexter “San Liberio”; San Ambrosio “santo, muy santo obispo?”

Se objetará que San Atanasio habla de la caída de Liberio, y en su Apología contra los arrianos, y en su Historia de los arrianos dirigida a los solitarios; pero todo el mundo conviene en que la Apología ha sido escrita como muy tarde en 350, es decir dos años antes que Liberio fuera Papa. La parte en la que se habla de su caída, es pues evidentemente una adición posterior, hecha por una mano extraña y poco hábil, pues bien lejos de dar fuerza a la Apología, la vuelve inepta y ridícula. La historia de los arrianos ha sido escrita igualmente antes de la época en que se supone la caída de Liberio, o al menos antes de la época en que San Atanasio haya podido conocerla (la caída de Liberio), no más que la de Osius; pues allí se habla muchas veces de Leoncio de Antioquía como todavía vivo. Y hemos visto que se informa de su muerte en Roma, en la época en que las damas romanas suplicaron a Constancio autorizar el retorno del Papa, que entonces ciertamente no había todavía prevaricado. El pasaje en que se habla de su caída es pues también una adición hecha después, y que no pega más con lo que precede que con lo que sigue, ¿Pero por quién pueden haber sido hechas estas interpolaciones? Hemos visto que durante su vida, los arrianos pergeñaron una carta de San Atanasio a Constancio. Lo que ellos pudieron durante su vida, lo han podido todavía más fácilmente después de su muerte” (Padre René François Rohrbacher: Historia universal de la Iglesia Católica, 1842 – 1849, t. II, p. 167).

“Se objetará todavía que San Hilario en muchos lugares de sus escritos, habría anatematizado a San Liberio como hereje. Pero allí todavía se trata de interpolaciones de copistas arrianos. El historiador Ruffin escribía en efecto cincuenta años después de la muerte de San Liberio: “Los libros tan instructivos compuestos por San Hilario para contribuir a la conversión de los signatarios del conciliábulo arriano de Rímini, han sido seguidamente tan falsificados por los herejes, que Hilario mismo no los reconocería” (In: Constant, t. I, p. 328).

Lutero: El origen moderno de la negación de la infalibilidad del Papa. Máscara mortuoria de Lutero, quien se suicidó por mucho que lo traten de esconder los enemigos del papado.

Los arrianos falsearon escritos de San Atanasio, de San Jerónimo, de San Hilario y de San Liberio mismo (análisis detallado en Constant, t. I, p. 294 – 349). Que San Liberio haya caído en la herejía arriana y que haya excomulgado a Atanasio es una invención forjada por los falsarios arrianos. La historia de los arrianos presenta una colección de falsificaciones de todos los grados: insertan subrepticiamente una letra en una palabra para alterar el sentido, tachan firmas, agregan secretamente artículos a decisiones tomadas en público, inventan cartas. Hemos visto las atribuidas a Liberio. Atanasio también se vio alcanzado por este género de prueba: “Cuando supe que los arrianos aseguraban que yo había escrito una carta al tirano Majencio y que aun decían tener una copia, me puse fuera de mí; pasaba las noches sin dormir, atacaba a mis denunciadores presentes; daba fuertes gritos y rogaba a Dios con lágrimas y sollozos que vosotros quisierais escuchar favorablemente mi justificación” (San Atanasio: Apol. Ad Const). Otras veces forjan peticiones y simulan firmas. En fin, dan el nombre de concilio católico a sus reuniones, y bajo esta apariencia publican sus propias actas como si hubieran sido  canónicamente redactadas y aprobadas, y este ardid tiene éxito al punto que San Agustín mismo confunde largo tiempo el concilio arriano de Filipolis con el concilio respetable de Sárdica. Nos parece, después de esto, que no se encontrará sorprendente que algunos de sus escritores hayan acusado a Liberio de haber repartido sus sentimientos, que algunos católicos hayan dado fe a sus calumnias tan astutamente fabricadas y tan audazmente sostenidas” (Constant, t. I, pp. 359 – 361).

San Liberio condena los conciliábulos herejes de Tiro, de Arlés, de Milán y de Rímini. Nueva prueba de su ortodoxia. Otra prueba es que no fue invitado al conciliábulo de Rímini organizado por los arrianos. En 359, el emperador arriano Constancio convoca al conciliábulo de Rímini, pero se guarda bien de invitar a San Liberio, Atanasio y a los cincuenta obispos exiliados de Egipto.

San Jerónimo comenta los efectos del conciliábulo de Rímini por una frase célebre: “El universo gime y se sorprende de ser arriano”. Solo San Liberio tuvo el mérito de enderezar la situación: anula el conciliábulo de Rímini y anima a los obispos signatarios a rechazar la interpretación herética. “Los términos “hypostase” y “consubstancial” son como un fuerte inexpugnable, que desafiará siempre los esfuerzos de los arrianos. Es en vano que en Rímini hayan tenido la habilidad de reunir a los obispos para obligarlos por ardides o amenazas a condenar las palabras insertadas prudentemente en el Símbolo; este artificio no ha servido de nada. Nos, recibimos a nuestra comunión a los obispos engañados en Rímini, con tal que renuncien públicamente a sus errores y condenen a Arrio” (In: Constant, t. I, pp. 401 – 403).

La situación se vuelve más dramática el año siguiente. En el conciliábulo de Constantinopla (359 ó 360), los acacianos y los arrianos retoman la fórmula de Rímini y la herejía del concilio arriano de Nice en Tracia (359), que rechazaba la palabra “substancia”, siempre con el fin de socavar la fe definida en el concilio católico de Nicea de 325. “El concilio hizo firmar esta fórmula a todos los obispos, y la envía a todas las provincias del imperio, con una orden del emperador de exiliar a todos los que rehusaran firmarla. El gran número de obispos firma” (Paul Guérin: Los concilios generales y particulares, Bar-le-Duc 1872, t. I, p. 141). Entre los rarísimos defensores de la fe que rehusaron firmar, se cuenta el Papa San Liberio.

Es entristecedor leer, bajo ciertas plumas, que San Liberio habría sido arriano. Él tuvo el inmenso mérito de salvar, él solo, el universo católico entero. Que se había ensombrecido durante el arrianismo, cuando centenas de obispos reunidos en el conciliábulo de Rímini firmaron los textos susceptibles de una interpretación arriana. Él anima a los obispos de Rímini a retractarse. Cuando estos obispos lo hicieron, San Liberio informa a los obispos de Macedonia. Su carta merece ser citada, pues, leyéndola, no se ve cómo este Papa canonizado podría ser tachado de arriano. Bien por el contrario, es de una santidad intransigente, lo que es todo a su honor y al honor del Papado. “Nos os señalamos a fin de que vosotros no lo ignoréis, que todos los blasfemos de Rímini han sido anatematizados por aquéllos que han sido engañados por el fraude” (a saber, los obispos embaucados por algunos arrianos durante la tenida del conciliábulo, pero que se habían reintegrado gracias al Papa). “Pero vosotros debéis indicar esto a todos, a fin de que aquéllos que, por la fuerza o por el fraude, han sufrido un daño en su fe, puedan ahora salir de la trampa herética para acceder a la luz divina de la libertad católica. Si alguno rehúsa expulsar el virus de la doctrina perversa, rechazar todas las blasfemias de Arrio y de condenarlas por el anatema: que sepa que todo como Arrio: sus discípulos y otras serpientes, a saber los sabelianos, los patropasianos, o no importa cuáles otros herejes, es extranjero y fuera de la comunión de la Iglesia, que no admite los hijos adúlteros” (San Liberio: carta Optatissimum nobis. 366).

A manera de conclusión, una cita del antiguo historiador Teodoreto (Historia eclesiástica, libro II, c. 37): San Liberio fue verdaderamente “el ilustre y victorioso atleta de la verdad”.