LA RAZÓN TEOLÓGICA.

La razón última y el fundamento más profundo de la corredención mariana hay que buscarlo en la maternidad divina de María, íntimamente asociada por voluntad de Dios a la obra salvadora de Cristo Re­dentor. Escuchemos a un eminente mariólogo contemporáneo explicando con gran precisión y profundidad esta doctrina fun­damental 20.

«La teología apoya esto mismo con fuerza ineludible. Porque el fin de nuestra redención comprende dos partes bien caracterizadas y distintas: la adquisición de la gracia y su distribución a nosotros. Tal es adecuadamente el fin del orden hipostático, en el cual quedó insertada María por razón de su maternidad divina. Al ser incorpo­rada a él, queda por el mismo caso, supuesta siempre la voluntad de Dios, asociada con Jesucristo en el fin de este mismo orden. In­tegralmente asociada, aunque de muy diversa manera que Jesucris­to, no existiendo razón alguna para limitar esta asociación de María a una de sus partes con exclusión de la otra. Porque la diferencia esen­cial con que este fin pertenece a los dos, se encuentra en la diversa manera con que ambos pertenecen al orden hipostático. Jesucristo sustancialmente y de un modo absoluto, y María sólo de un modo relativo, accidental y secundario. Y por eso mismo Jesucristo es

 Los grandes dogmas y los títulos marianos

esencial y absolutamente el Mediador y Redentor, en cuyo sentido se dice también que es el único Mediador; y María la co-Mediadora y co-Redentora. Y por esto mismo la parte que corresponde a los dos en la adquisición y distribución de las gracias es muy distinta, sin que la unión de los dos en el mismo fin del orden hipostático per­judique a ninguno de ellos. Antes por el contrario, la parte que en esta asociación corresponde a María arguye gran perfección en Je­sucristo, por lo mismo que es toda recibida y dependiente de El, al mismo tiempo que sublima a María, haciéndola partícipe de una obra tan divina como es la de nuestra redención, como única excepción entre todas las criaturas.

De esta manera, el principio del consorcio, en cuanto expresión de la maternidad divina, queda firmemente establecido con sentido y significación verdaderamente divinos, y con apertura suficiente para fundar sobre él toda la parte soteriológica de la teología maria­na. Del cual el paralelismo antitético y el consentimiento de María a la encarnación del Verbo en sus entrañas no son más que expresión muy significativa e importante en el pensamiento de la tradición cris­tiana, los cuales, por sí solos y con precisión de la maternidad divina, no tienen virtud para elevarlos a la categoría de principio teológico.

Entendida así la asociación de María con Jesucristo en el fin de la encarnación, o sea, tanto en cuanto a la adquisición de la gracia como en su distribución, constituye a aquélla en verdadera co­Mediadora y co-Redentora con Cristo del género humano. La mis­ma maternidad divina, unida a la voluntad de Dios en el orden hipostático, postula esto, según el sentido de la Iglesia, de una ma­nera firme y segura. La dignidad que de aquí resulta en la Virgen María es, sin duda, la más alta que se puede concebir en ella des­pués de su maternidad divina. Porque eso de ser con Jesucristo co­principio de la redención del género humano y de su reconciliación con Dios, es cosa que sólo a María fue concedido sobre todas las criaturas en virtud de su maternidad divina».

Y un poco más abajo añade todavía el mismo autor, com­pletando su pensamiento 21:

«Claro está que, absolutamente hablando, podía Dios hacer que el orden a la redención del hombre, que por razón de la maternidad divina tiene María con Jesucristo, quedara sin efecto. Pero no se puede concebir que Dios, que en su providencia y gobernación se acomoda a la naturaleza de las cosas, negara a su Madre santísima una perfección que tanta conformidad guarda con su dignidad hi­postática y tanto contribuye a su perfección y exaltación gloriosa. Por consiguiente, la maternidad divina, al asociar a María con Jesu­cristo en el orden hipostático, la asocia también en el fin de este mismo orden, que, según la misma revelación divina, es la redención del hombre, constituyéndola en Corredentora nuestra. Luego la aso­ciación de María con Jesucristo en el fin de nuestra redención es como una consecuencia natural de la maternidad divina, supuesta la voluntad de Dios.

En virtud del consentimiento dado por María para ser Madre de Dios, esta asociación se verifica también de un modo voluntario, lo cual hace que tanto su prestación a la maternidad divina como su asociación con Cristo en el fin de nuestra redención y toda su coope­ración con él en la obra redentora, en unión íntima de amor y de vida con Jesucristo, tengan toda la perfección humana que se podía desear.

Entre Jesús y María se puede establecer, por tanto, una verda­dera analogía en cuanto a la unión de ambos en el misterio de nues­tra redención. Ontológicamente, Jesucristo se constituye en redentor nuestro por la unión hipostática, ordenada por Dios a este fin. Mo­ralmente, por la libre aceptación de esta unión y del fin a que estaba ordenada por Dios. Y efectivamente, por todos los actos de su vida santísima, culminando en la muerte de cruz.

En María, la maternidad divina es el fundamento onto!ógico de su unión con Cristo en el orden hipostático y en el fin de nuestra redención, en virtud de la cual la Virgen Santísima se eleva sobre el nivel común de los demás hombres, asociándose íntimamente con Cristo en el orden hipostático y en el fin de la encarnación. Moral­mente, por el consentimiento prestado por María a la maternidad divina y a su cooperación con Jesucristo en la obra de nuestra reden­ción. Y efectu.’aniente, por todos los actos que, en unión indisoluble con su Hijo, realizó, desde su consentimiento para ser madre de Dios hasta la oblación de su Hijo en la cruz, en la que juntamente con el Hijo hizo entrega al Padre de sus derechos maternos sobre El.

Es indudable que, miradas las cosas desde este punto de vista, todo cambia de aspecto, y los mismos argumentos en favor de la corredención mariana que antes, por sí solos y aisladamente consi­derados, podían parecer desprovistos de valor y fuerza para probarla, recobran ahora todo su vigor y firmeza, Así, el tomado del Protoevan­gelio encuentra en la maternidad divina su sentido pleno, y, por tanto, su gran valor y eficacia; el testimonio de la tradición se nos presenta como un esfuerzo continuado y progresivo de asimilación y explica­ción de aquélla, pasando de lo implícito a lo explícito, cuya expresión más antigua y autorizada es el paralelismo antitético; el testimonio de los Sumos Pontífices se nos presenta de este modo plenamente fortalecido con un fundamento solidísimo que, brotando de la reve­lación divina, se extiende por toda la tradición; el consentimiento de María a la encarnación retiene su gran valor como elemento indis­pensable para la perfección humana de los actos de María, sin des­centrarlo ni desorbitarló; la unión moral de vida entre la madre y el Hijo, la abdicación de los derechos maternos de María en la muerte del Hijo, la maternidad espiritual de María respecto de todos los hombres, la distribución de las gracias y, en general, toda la media­ción mariana, se consolidan y adquieren íntima conexión y depen­dencia.

Naturaleza de la corredención

Según los principios que acabamos de sentar a base de los datos de la Sagrada Escritura, del magisterio de la Igle­sia, de la tradición y de la razón teológica, la corredención ma­riana no fue solamente mediata (por haber traído al mundo al Redentor) y subjetiva (o de sola aplicación de las gracias obte­nidas por la misma redención de Cristo), sino también obje­tiva (o sea de co-adquisición de la redención juntamente con Cristo) e inmediata (por la compasión de María al pie de la cruz).

Sin embargo, como es natural, existen profundas y esencia­les diferencias entre la acción de Cristo como Redentor único de la humanidad y la de María como asociada (co-Redentora) a la obra redentora de Cristo. He aquí las principales diferen­cias contrastadas en un cuadro sinóptico:

La redención de Cristo fue:                                     La corredención mariana fue:

  1. Principal                                                                     1. Secundaria.
  2. Suficiente por sí misma.                                          2. Insuficiente por sí misma.
  3. Independiente.                                                         3. Dependiente o subordinada.
  4. Absolutamente necesaria                                       4. Hipotéticamente necesaria.

He aquí la explicación detallada de estas fundamentales di­ferencias entre la redención de Cristo y la corredención ma­nana 22 Esta última:

a) Es SECUNDARIA porque el efecto total, es decir, la redención del género humano, no se debe atribuir de la misma ma­nera a la obra de Cristo y a la de María. A Cristo Redentor se debe atribuir principalmente, y a María Corredentora, secundariamente.

b) Es INSUFICIENTE POR SÍ MISMA. Las satisfacciones y los méritos de Cristo, por ser de valor infinito, eran necesarios y por sí mismos más que suficientes para satisfacer adecuadamente a la divina justicia y redimirnos. Las satisfacciones y los méritos de la Virgen Santísima son, en cambio, insuficientes por sí mismos, y nada añaden intrínsecamente, ni pueden añadir, a las satisfacciones y méritos de Cristo.

c) Es DEPENDIENTE O SUBORDINADA, porque los méritos y las satisfacciones de la Virgen Santísima se apoyan en los méritos y satisfacciones de Cristo, toman de ellos su valor y dependen de ellos intrínsecamente, de manera que por sí solos no tendrían valor al­guno. Se deben, pues, concebir como posteriores (con posterioridad de naturaleza, no de tiempo) a los méritos y satisfacciones de Cristo, como la luz se debe concebir posterior a la fuente luminosa de la cual se deriva.

d) Es HIPOTÉTICAMENTE NECESARIA. Dios, en efecto, habría podido perfectamente aceptar como precio de nuestro rescate las solas satisfacciones y méritos de Cristo, por ser de valor infinito, sin exigir que se uniesen a ellos las satisfacciones y méritos de Ma­ría. Estos no son, pues, absolutamente necesarios, pero lo son hipo­téticamente, o sea, en la hipótesis—que para nosotros es una tesis–de que Dios lo ha dispuesto así, constituyendo también las satisfaccio­nes y méritos de María como precio de nuestro rescate en unión a las satisfacciones y méritos de Cristo. <María Virgen–escribe con admirable exactitud el Santo de Montfort–es necesaria a Dios, con una necesidad llamada hipotética porque es efecto de su voluntad» (Tratado… n.39). En una palabra: en la economía de nuestra salva­ción no hay un Corredentor y una Corredentora, sino un solo Re­dentor y una Corredentora. En tal sentido puede decirse que la cooperación de la Virgen es parte integral de nuestra Redención.

Se podría preguntar: ¿Por qué quiso Dios que el precio de nues­tra redención estuviese como integrado por los méritos y satisfac­ciones de María Santísima, aun siendo suficientísimos por sí mismos —como de valor infinito—los méritos y satisfacciones de Cristo? So­lamente lo quiso—respondemos—no para añadir nada a los méritos y satisfacciones de Cristo; no para completarlos, sino por la armonía y la belleza de la obra redentora. Como nuestra ruina había siclo obrada no por Adán sólo, sino por Adán y por Eva, así nuestra re­paración debía ser realizada, según el sapientísimo decreto de Dios, no sólo por Cristo, nuevo Adán, sino por Cristo y María, por el nuevo Adán y por la nueva Eva. Con la Corredentora, algo divina­mente delicado, tierno, amable, entra en la obra grandiosa de la re­dención del mundo. Por medio de la Corredentora, «la salvación nos llega en forma de beso materno» 23. Por medio de la Corredentora, por medio de María, la Madre hace su entrada en el orden sobrena­tural, la sonrisa de la Madre, el corazón de la Madre, la tierna asis­tencia de la Madre» 24

He aquí en qué sentido y dentro de qué límites entenderros nos­otros el título de Corredentora y la cooperación de María Santísima a la redención de los hombres. Esa concepción hay que considerarla por lo menos como teológicamente cierta.

El título de Corredentora es uno de los más gloriosos para la Vir­gen Santísima y más queridos al corazón de sus devotos. Es uno de los más gloriosos por la plena y perfecta semejanza que establece entre la Virgen Santísima y su divino Hijo. Es uno de los más que­ridos al corazón del hombre, por la filial confianza y por el vivo es­tremecimiento de gratitud que instintivamente despierta.

(‘Si se conociese mejor—escribió oportunamente el cardenal Lé­lpicier–la parte de María en la obra de nuestra redención, ¡Cúantos beneficios se derivarían de ahí para la Iglesia! Las almas piadosas encontrarían en esta verdad tan consoladora para nuestra fe, tan edificante para la moral cristiana, nuevos motivos de fervor, nuevos alientos en la vida del espíritu; los cristianos tibios o indiferentes se sentirían sacudidos de su sueño letárgico; y las ovejas extraviadas volverían a encontrar el camino que conduce al redil» 25

1ªEl P. Cuervo establece de manera exhaustiva las di­ferencias entre el acto o los actos corredentivos de María con los de Cristo Redentor en la siguiente forma 26: a jesucristo pertenece al orden hipostático sustancialmente; María sólo de una manera relativa.

2a. Los actos de Jesucristo, en cuanto hombre, son actos de la persona divina del Verbo, de un hombre-Dios; los de María, de una pura criatura elevada sobre toda criatura.

3ª La plenitud de la gracia de Jesucristo es absoluta en el mismo ser de la gracia, intensiva y extensivamente; la de María, sólo relativamente.

4a La plenitud de gracia de Jesucristo es suva propia; la de María, toda derivada y participada de Jesucristo.

5ª La de Jesucristo es por esta causa capital, y la de María, no.

6ª La raíz de la ordenación intrínseco-divina de la gracia de Jesucristo a la causalidad de la salvación y redención del género humano es el orden hipostático sustancial, y en María el relativo.

7ª Los actos de Jesucristo satisfacen por el pecado y nos merecen la gracia con todo rigor de justicia, y los de María sólo de condignidad.

8ª Por eso mismo Jesucristo es, con toda propiedad, el único Redentor, en todo el sentido de la palabra, y María la asociada a El o la Corredentora.

9ª La virtud redentiva de los actos de Jesucristo es esencial e infinita absolutamente; la de los actos de María, toda participada y sólo en cierto sentido infinita.

10ªJesucristo es por derecho propio causa principal de nuestra redención, y María solamente concausa y correden tora, en todo de­pendiente y subordinada a Jesucristo.

11ªLos actos de María, en cuanto asociada al orden hipostá­tico, trascienden a los nuestros; los de Jesucristo, también a los de María.

12ªLos actos de Jesucristo no admiten progreso intrínseco en cuanto a su virtud y perfección, sino tan sólo extrínseco; los de María, en cambio, tienen progreso intrínseco y extrínseco, de la misma manera que su gracia y caridad.

13ªPor lo mismo, en cuanto al valor intrínseco, el acto re­dentivo de Jesucristo puede decirse que es uno, y el de María nu1­tiple, intrínseca y extrínsecamente.

14ªComo los actos, tanto de Jesús como de María, por razón del orden hipostático, consiguen el un de la Encarnación según un grado de pefección diversa, en ellos se encuentra intrínseca­mente la forma redentiva, no de un modo totalmente igual ni tam­poco totalmente diverso, sino proporcionalmente semejante, o sea análogamente, con una analogía de proporcionalidad propia, con distancia indefinida o más bien infinita.

Por eso Jesucristo es absolutamente el Redentor o el Redentor único, y María simplemente la Corredentora. Jesucristo, Redentor y Cabeza del Cuerpo místico; nosotros solamente redimidos, y Ma­ría, ni redentora ni cabeza, pero tampoco simplemente redimida, sino en un plano u orden intermedio: por una parte, inferior al de Jesucristo, y por otra, superior a todos nosotros; es decir, en el plano u orden de la mediadora y corredentora de los hombres. Tal es el que todos atribuimos a la Virgen Santísima.

NOTAS

20 P. MANUEL CUERVO, oc., p.217-18.

21 O.c., p251-52.

22 Cf. Roschini, oc., vol.1 p.474-75, que citamos textualmente.

23 Cf. BELON, Mater Chisi (Milán 1938)  13.1 36.)

24 CARDENAL VAN R0ey’, Carta en la Cuaresma de 1938

25 CARDENAL LÉPICIER, L’Irnmacolata Madre di Dio, Ct»redeIice dLil género humano C.1 p.14.  

26 P. CUERVO, O.C., P-3 10-1 1.

En el próximo artículo de este opúsculo trataremos  Los diferentes vías o modos de la redención y corredención

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